Francisco Castejón
¿Se acuerdan del cambio climático?
(Página Abierta, 236, enero-febrero de 2015).

 

El último informe del IPCC muestra cómo el calentamiento global avanza y cómo las emisiones de gases de invernadero de origen humano son las causantes.

La crisis económica, política y social que estamos viviendo capta toda nuestra atención y motiva que nuestros esfuerzos se centren en combatir su origen y en paliar sus efectos.

Sin embargo, por debajo de esta crisis y con un tempo más lento progresa la crisis medioambiental y avanza su principal síntoma: el cambio climático. En un momento de urgencia generada por la crisis económica, las preocupaciones ambientales pasan a un segundo plano en la sociedad (1) y en los medios. Esto da una coartada al Gobierno del PP, normalmente reacio a tomar las medidas necesarias para atajar los problemas ambientales, que se ha negado absolutamente a colocar el cambio climático en su agenda. No así los líderes de China y EE. UU., que parecen haber alcanzado un acuerdo durante la última reunión del G-20. Las conversaciones entre estas dos potencias, claves para limitar las emisiones de gases de efecto invernadero, se iniciaron justo antes de la fracasada cumbre del cambio climático de Copenhague en 2009.

De hecho, las medidas tomadas por nuestro ministro de Industria, José Manuel Soria, van exactamente en sentido contrario al necesario para reducir las emisiones. Se disminuye el apoyo a las renovables, se favorecen formas de tarifa de las eléctricas que desincentivan el ahorro energético, se ha eliminado cualquier política de gestión de la demanda… Las políticas de contención del cambio climático y de avance hacia un modelo energético más sostenible se han abandonado.

De las medidas tomadas por el Gobierno para favorecer al sector energético y a sus amigos, “los cazadores de alta gama”, las únicas que han despertado algo de oposición popular son aquellas que implican una agresión al territorio. Tal es el caso de las prospecciones petrolíferas en Canarias o en la costa mediterránea, o el intento de explotar hidrocarburos mediante las técnicas de fracturación hidráulica.

Por otra parte, las políticas expansivas que favorezcan la inversión pueden contribuir también a un aumento de las emisiones de gases invernadero, si no se eligen bien. Por tanto, es obligado afinar cuando exijamos medidas para salir de la crisis.

El nuevo informe del IPCC y los efectos del cambio climático

A finales de octubre de 2014 se publicó el último informe del Panel Intergubernamental para el Cambio climático (IPCC  por sus siglas en inglés). Se trata del quinto informe, integrado a su vez por tres trabajos, que emite el IPCC desde que se creó en 1988 por el Programa de la ONU para el Medio Ambiente y la Organización Meteorológica Mundial. El IPCC está integrado por 830 científicos independientes de todo el mundo que emiten sus conclusiones tras revisar todas las investigaciones relacionadas con el cambio climático. En este último informe, el IPCC incide una vez más sobre los síntomas de que el cambio climático está en proceso, pero, como novedad, lanza un llamamiento de emergencia para que se tomen medidas que reduzcan la emisión de gases de invernadero.

Existe un consenso de que no debe superarse un aumento de dos grados sobre la temperatura de la era preindustrial. Cuando se supere esta temperatura, los complejos modelos climáticos predicen que se producirá una serie de fenómenos para los que no habrá vuelta atrás y que desencadenarán sucesos catastróficos que producirán súbitos cambios como el del régimen de las corrientes marinas, clave para regular el clima, o la liberación de grandes cantidades de CO2 capturado en repositorios como el mar o las turbas. Según el IPCC, “para tener buenas posibilidades de permanecer por debajo de los dos grados centígrados a costos razonables, deberíamos reducir las emisiones entre un 40 y un 70% a nivel mundial entre 2010 y 2050, y disminuirlas hasta un nivel nulo o negativo en 2100. Tenemos la oportunidad, y la elección está en nuestras manos”.

El problema es que la ventana de oportunidad se cierra y nos acercamos al punto en que no servirá de nada tomar medidas, puesto que el cambio climático ya se habrá disparado.
En este nuevo informe, el IPCC señala el avance de los fenómenos causados por el calentamiento global. Según ha recogido la prensa, Thomas Stocker, copresidente del Grupo de trabajo I del IPCC, declaró durante la presentación del informe: «Nuestra evaluación concluye que la atmósfera y el océano se han calentado, los volúmenes de nieve y hielo han disminuido, el nivel del mar se ha elevado y las concentraciones de dióxido de carbono han aumentado hasta niveles sin precedentes desde hace, por lo menos, 800.000 años». Y añadió: «Las emisiones de gases de efecto invernadero y otros impulsores antropógenos han sido la causa dominante del calentamiento observado desde mediados del siglo XX», aseverando ya con toda certeza que el calentamiento es por causas humanas.

En el informe se demuestra que los impactos del cambio climático ya se perciben en todos los continentes y océanos. La temperatura media de la atmósfera y océanos ha aumentado 0,85 grados entre 1880 y 2012. Cada una de las tres pasadas décadas ha sido más caliente que la anterior y las tres han sido las más calientes desde hace al menos 800 años con toda probabilidad y de los últimos 1.400 años con más del 60% de probabilidad.

Aun siendo el cambio climático un fenómeno global, sus efectos son desiguales en el planeta por motivos diferentes, como la ubicación geográfica, el grado de desarrollo y su mayor o menor exposición a los fenómenos más extremos del calentamiento. Son siempre los pueblos más pobres los que más los sufren, a pesar de ser los que menos contribuyen en emisiones. El aumento de temperatura alcanza 2,5 grados en el siglo XX en zonas como el África subsahariana, desierto de Gobi, Siberia o el Ártico. En España, el aumento ha sido de casi 1 grado.

Los cambios observados en las corrientes oceánicas y en la salinidad son perceptibles y van en la dirección de los modelos: el Atlántico es más salado y el Pacífico más dulce. En las latitudes altas y cerca del Ecuador los océanos son menos salados, debido al derretimiento del hielo en el primer caso y al aumento de lluvias torrenciales en el segundo. El hielo del Ártico ha perdido entre 1980 y 2012 un grosor de entre 1,3 y 2,3 metros, así como un notable retroceso del hielo en Groenlandia. En la Antártida hay, sin embargo, contraste en el comportamiento: en unas zonas aumenta el hielo y en otras disminuye, aunque en promedio ha disminuido (un total de unos 2 millones de toneladas desde 1990). Los glaciares han continuado perdiendo masa y en esa década han perdido el doble de hielo que toda Groenlandia (unos 4,5 millones de toneladas de hielo).

Los cambios en las precipitaciones son también diversos, aunque han disminuido en promedio y el nivel del mar ha aumentado 0,25 metros desde 1700.

En resumen, se confirman las tendencias observadas en informes precedentes, sin que se haya mostrado ningún indicio de que el calentamiento global se frene. Además se afianza la certeza de que son las emisiones de gases de efecto invernadero generadas por los seres humanos las causantes del calentamiento global.

Como siempre, el IPCC ha realizado un resumen de su informe para los responsables políticos sugiriéndoles políticas de contención de emisiones. Este informe, una vez más, avisa de que resulta más barato tomar medidas que limiten el cambio climático que los efectos que este tendrá sobre la economía, la vida y la producción. De hecho, estos pueden resultar sencillamente incalculables.

La certeza de los orígenes humanos y el acuerdo China-EE. UU.

La realidad del cambio climático se ha ido abriendo paso penosamente en la conciencia pública y en las agendas políticas. La complejidad del fenómeno, que involucra fenómenos no lineales al borde de la comprensión científica, como las dinámicas atmosférica y marina o la tectónica de placas, que a su vez interaccionan con dinámicas sociales y económicas, no ha ayudado a la toma de conciencia de su gravedad. Pero, en primer plano y por encima de eso, los intereses de los sectores petrolero, gasístico, carbonero y eléctrico, así como de las grandes constructoras, han desempeñado un papel fundamental en que no se tome conciencia del desafío al que nos enfrentamos. Todas estas poderosas empresas han presionado sobre Gobiernos, orquestado campañas, presionado en los foros internacionales y financiado investigaciones científicas que pusieran en duda el cambio climático. En todos estos debates, los sectores ecologistas han intentado hacer valer el principio de precaución, según el cual ante las incertidumbres había que tomar medidas que paliaran los efectos del cambio climático, para evitar posibles males mayores.

En el primer momento de los debates, tras la Cumbre de Río de 1992, se daba la discusión sobre la realidad del cambio climático; en un segundo momento se trató de relativizar sus efectos; y en la actualidad el debate se centra en si el origen del cambio climático es o no antropogénico. Es decir, la discusión actual se centra en si los fenómenos de calentamiento global que se observan hay que atribuirlos a fenómenos naturales o, por el contrario, se deben sobre todo a las actividades humanas.

La creencia de que las emisiones de gases de efecto invernadero producidas sobre todo por los países industrializados son las responsables se ha ido abriendo camino. En los dos últimos informes del IPCC se atribuyen las causas del cambio climático que ya estamos sufriendo a la acción humana con casi certeza absoluta (con creciente probabilidad, ya superior al 95%). A pesar de esta certeza, los acuerdos internacionales para tomar medidas eficaces a fin de paliar el calentamiento global han sido claramente insuficientes. La UE tomó el liderazgo e impulsó el insuficiente Protocolo de Kioto. Pero era para todos evidente que sin la participación de EE. UU. y China, los principales productores de gases de efecto invernadero del mundo, que alcanzan un 45% del total de emisiones entre los dos, era imposible llegar a acuerdos eficaces. China es el prototipo de potencia emergente que ha sufrido los efectos de las emisiones de los países ricos y es menos responsable, por habitante, de la situación actual. Sin embargo es imposible combatir el cambio climático sin el concurso de China y de los países emergentes, que además están muy poblados.

Las dificultades para llegar a acuerdos internacionales están en que las limitaciones a las emisiones se traducen, a su vez, en limitaciones al crecimiento económico, puesto que el modelo energético en que se basan las economías industriales está basado en un 85% aproximadamente en el consumo de combustibles fósiles. El tomar medidas antiemisiones implica un profundo cambio de modelo energético. Como se ha dicho más arriba, existen poderosos intereses  que se oponen a estos cambios y, además, hay que tener en cuenta las inercias sociales a cambiar de costumbres, de modelo de transporte, etc. Hacen falta decididas políticas de apoyo para el cambio de modelo energético y para la concienciación de la población que permitan vencer estos obstáculos.

Se ha publicado recientemente un artículo científico en una revisa de investigación en medioambiente (2) que analiza la literatura y hace estadísticas sobre los artículos científicos que atribuyen el cambio climático a las emisiones de los gases de efecto invernadero de origen humano. Y estas emisiones, no se olvide, proceden sobre todo de los países industrializados. En este artículo se pone de manifiesto el abrumador porcentaje de autores que no dudan en atribuir a las emisiones humanas los cambios en el clima que se están registrando. El 97,1% de los trabajos de investigación que trataron el tema entre 1991 y 2011 lo afirman categóricamente. Sin embargo, los autores del artículo citado comparan la diferencia de percepción entre los científicos expertos y el grueso de la población, mucho menos consciente de estos problemas.

En EE. UU., el 57% de la población o está en desacuerdo o desconoce que existe tal consenso científico. Esta diferencia la atribuyen a un problema en la comunicación procedente tanto de las élites políticas como de los medios de comunicación de masas que no dedican la atención debida a este tema. Llegan a decir que la situación se exarceba por el hecho de que los medios dan voz en igualdad de condiciones a las dos posturas, otorgando de esta forma una representación desmedida a una minoría en desacuerdo con el consenso científico general. Citan también las campañas orquestadas para este fin: ponen como ejemplo la  organizada por la Western Association of Fuels (Asociación de Combustibles del Oeste), que destinó 510.000 dólares a subvencionar trabajos que demostraran que “el cambio climático es una teoría, no un hecho”.

Quizá por este enorme peso de las evidencias, del que se hicieron eco sendos informes del Pentágono y la NASA, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y el de China, Xi Jinping, anunciaron durante la cumbre Asia-Pacífico, celebrada en Pekín, un acuerdo para la limitación de emisiones. EE. UU. se compromete a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero en un 28% para 2025 y China dejará de aumentarlas cinco años después, en 2030.

Se trata de una buena noticia porque al menos muestra que el cambio climático aparece en las agendas de las dos principales potencias mundiales. Téngase en cuenta que EE. UU. ha sido el principal emisor de gases de CO2 hasta 2012, en que fue adelantado por China, con mucha más población. De esta forma, EE. UU. y China se suman a la UE en  la toma de medidas para limitar emisiones. 

Pero el acuerdo resulta manifiestamente insuficiente para cumplir los objetivos de emisiones necesarios anunciados por el IPCC. Los chinos, que son aproximadamente el 20% de la población del planeta, emiten 7,9 toneladas de CO2 por cabeza, frente a las 7,4 de los europeos, que han hecho un esfuerzo de limitación cumpliendo el protocolo de Kioto. Pero estas emisiones aún suponen menos de la mitad que las 16,4 toneladas de un estadounidense medio. Dado que el nivel de vida medio chino está muy lejos del de los europeos, se demuestra que el modelo de desarrollo chino es muy ineficiente y uno de los mayores agentes del cambio climático. Las emisiones mundiales podrían llegar a aumentar en un 20% para 2030 si no se toman medidas más exigentes.

Del fracaso de Lima a “siempre nos quedará París”

En diciembre pasado se celebró en Lima la vigésima Conferencia de las Partes sobre Cambio climático, auspiciada por la ONU, para intentar llegar a un acuerdo que permita una continuidad del ya extinto Protocolo de Kioto. La idea era que de esta cumbre saliera un preacuerdo que permitiera firmar una continuación del citado protocolo en la próxima cumbre, que se celebrará en París en 2015. En el acuerdo definitivo deberían existir limitaciones de emisiones diferenciadas por países que permitan evitar que la temperatura aumente más de dos grados en 2100, incluyendo compromisos concretos y penalizaciones en caso de incumplimientos.

Sin embargo, la Cumbre de Lima no ha arrojado los resultados deseables que permitan en París llegar a un compromiso concreto y sólido. Como en anteriores reuniones, se ha firmado un acuerdo que evita la sensación total de fracaso, pero que no permite sino un tímido avance hacia la próxima reunión. Según él, los 196 países participantes desean reducir emisiones de gases de efecto invernadero y se comprometen a seguir negociando. El texto resulta una compilación inmanejable de las aspiraciones de todos los países participantes. Todavía será necesario trabajar mucho para que este documento se traduzca en un texto operativo con compromisos concretos, como el Protocolo de Kioto.

Para firmar el acuerdo fue clave la admisión de tres puntos por todo el mundo, que por otra parte parecen de sentido común: 1) se reconoce que los países tienen responsabilidades diferentes en las emisiones de gases de efecto invernadero y, por tanto, también en la obligación de reducirlas; 2) reconocer que los países ricos ayuden a los pobres a tomar medidas para combatir el cambio climático, y 3) que los países ricos ayuden a los pobres a mitigar los efectos del cambio climático, que ya se están produciendo.

Es, en efecto, un compendio de buenas intenciones que siempre chocan con los intereses comerciales de las empresas que operan en los diferentes países. Según se hacen más evidentes los efectos del cambio climático, los principales países emisores van reconociendo el riesgo que supone y se aproximan a un acuerdo. La cuestión es si este llegará a tiempo. Como decía Humpfrey Bogart, “siempre nos quedará París”.

Las salidas

En los tiempos que corren, de redefinición de tantos sectores políticos y económicos, tenemos una valiosa oportunidad para encauzar las políticas que permitan atacar el cambio climático.

Muchos economistas apuestan por el sector industrial como motor para la salida de la crisis. Sería una ocasión de oro para impulsar los sectores industriales que, además, permitan luchar contra el cambio climático. Incluso la construcción tendría un hueco en un nuevo esquema económico, si bien no con el volumen desmedido que tuvo en los años de la década de los 2000.

El impulso a las energías renovables, que nunca debería haberse abandonado, puede, por un lado, disminuir la emisiones de gases de efector invernadero y, por otro, crear abundantes puestos de trabajo, ubicados además en un tejido industrial de pequeño y mediano tamaño, que es justo el que más ha sufrido los efectos de la crisis económica. Según el Plan de Energías Renovables elaborado por el Gobierno del PSOE antes de perder las elecciones en 2011, se pueden crear más de 300.000 puestos de trabajo hasta 2020 sin más que intentar conseguir satisfacer los objetivos del Horizonte 20-20 de la UE, que son más bien modestos. Existe un reciente estudio del grupo Abay Analistas Económicos y Sociales para Greenpeace (3) según el cual el número de empleos creados en el sector renovable varía entre 800.000 y 3.000.000 de empleos en 2030, según la contribución de las renovables sea del 30 o del 100%, con las inversiones económicas apropiadas en energías limpias, ahorro y eficiencia. Independientemente de las posibilidades de cumplir los objetivos de estos planes, está claro que existen políticas que permiten el desarrollo industrial a corto y medio plazo, a la par que se incentiva la economía local, mientras se lucha contra el cambio climático.

Aprovechar las capacidades que tienen las empresas españolas para la construcción es otra baza que ayudaría a crear empleo y a luchar contra el cambio climático. Se trataría de proceder a la rehabilitación de viviendas y edificios para una mayor eficiencia energética. Esta acción, además, mejoraría las condiciones de vida de sus habitantes. Existen ya interesantes experiencias internacionales de rehabilitación de viviendas en este sentido. Estos proyectos son, además, verdaderos experimentos de participación ciudadana, puesto que tienen en cuenta a los principales agentes sociales en las decisiones que se deben tomar y en las planificaciones.

Las inversiones necesarias para estas dos propuestas, desarrollo de renovables y rehabilitación de viviendas, implicarían también un cambio de política económica, que a su vez precisa de un cambio de la correlación de fuerzas políticas y una democratización de nuestra vida política. La reivindicación de políticas más justas y de una mayor democracia que permita a los agentes sociales forzar los necesarios cambios de políticas económicas y energéticas, puede muy bien aliarse con los anhelos de controlar el cambio climático.

Desde el punto de vista de la economía, y según los datos del IPCC, es más ventajoso tomar medidas preventivas que sufrir los efectos del cambio climático o tomar medidas que lo mitiguen. De hecho, los países que desarrollen las tecnologías y la infraestructura industrial que les permita un desarrollo con menos emisiones partirán con ventaja en este nuevo escenario. También desde un punto de vista de responsabilidad y solidaridad debemos tomar medidas en ese sentido: no es justo que toda la humanidad en conjunto sufra los excesos del consumo energético de los países ricos. Los países industrializados tienen la responsabilidad moral de apoyar a los emergentes y a los países pobres en su transición hacia un mundo descarbonizado.

Así pues, no debemos olvidarnos del cambio climático, ni siquiera en esta época de crisis económica.

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1) Según los informes del CIS, y el último no es una excepción, las principales preocupaciones de la sociedad tienen que ver con el paro, la economía, la corrupción y la situación política. Las preocupaciones ambientales están muy lejos de estas primeras posiciones.
(2) John Cook et al., “Qunatifying the consensus on antropogenic global warming in the scientific literature”. Environement Research Letters, 8 (2013) 024024. La traducción del título es “Cuantificación del consenso sobre el calentamiento global antropogénico en la literatura científica”.
(3) “Recuperación económica con renovables. Creación de empleo y ahorro en los hogares para un modelo sostenible”. http://www.greenpeace.org/espana/es/Informes-2014/Octubre/La-recuperacion-economica-con-renovables/