Francisco Castejón

Cambio climático.
El fin de algunas incertidumbres

(Página Abierta, 180, abril de 2007)

            El pasado 2 de febrero, el IPCC hizo público su informe sobre el cambio climático donde se producen dos nuevas afirmaciones que acaban, según ese organismo, con algunas de las incertidumbres que rodeaban a este fenómeno: uno, el cambio climático ya ha comenzado, y dos, en un 95% se está produciendo por causas artificiales. Queda todavía mucho que aclarar en cuanto al alcance del cambio climático y sus efectos futuros, pero la más elemental prudencia invita a tomar medidas para contrarrestarlo.
            Las discusiones sobre el cambio climático se han visto, en buena medida, dificultadas por las incertidumbres que rodean tal fenómeno. Para entender bien estas incertidumbres hay que empezar por distinguir el clima del tiempo atmosférico. Éste es el conjunto de fenómenos meteorológicos, variables a corto plazo, que se producen en una zona: el calor, el frío, las lluvias, la sequía el viento, etc. El clima es la compilación estadística de todos estos fenómenos, de tal manera que se mantiene invariable a medio y largo plazo. Diremos, por ejemplo, que tenemos un clima seco si la cantidad de lluvias que caen es pequeña en promedio. Esto parece de Perogrullo, pero la variación del tiempo atmosférico muestra la dificultad para hablar con seguridad del cambio climático desde nuestras experiencias cotidianas.
            Es difícil llegar a la certeza, por ejemplo, de que la temperatura ha aumentado más de medio grado como media en la Tierra en los últimos 50 años, cuando las variaciones de la temperatura en un único punto pueden superar los 50 grados entre el invierno y el verano, la misma cifra que alcanzan las diferencias entre temperaturas que se dan simultáneamente en diferentes zonas del planeta. Teniendo en cuenta estas variaciones y nuestra limitada percepción, no es de extrañar que las apreciaciones subjetivas individuales sobre el cambio climático sean engañosas: no nos queda más remedio que estar atentos a las afirmaciones de los expertos.
            Afortunadamente, existe un corpus de científicos lo bastante grande y diverso que actúa como fuente de información y de árbitro: se trata del IPCC (siglas inglesas del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático), organismo auspiciado por la ONU que está integrado por unos 3.000 científicos. El IPCC se divide a su vez en tres grupos de trabajo: el Grupo I, que estudia la dinámica del clima; el Grupo II,  que estudia los efectos de esta dinámica sobre los ecosistemas, y el Grupo III, que estudia los efectos del clima sobre las sociedades humanas. El Grupo I es, por tanto, el principal protagonista en la actualidad, puesto que debe desbrozar la numerosa literatura científica que se produce y poner sobre la mesa los datos claros que nos indiquen la evolución del clima en la Tierra.
            La dinámica climática terrestre es extremadamente compleja, lo que explica las dificultades para entender lo que pasa y para predecir lo que ocurrirá, incluso para los mayores expertos en cambio climático, incluidos los del IPCC. El clima está regulado por una multiplicidad de elementos que interaccionan unos con otros. Los hay de naturaleza astronómica o geológica: la dinámica de placas tectónicas, que desplaza los continentes; la actividad solar, que cambia en ciclos aproximados de 10 a 12 años; la distancia de la Tierra al Sol, que también cambia con el tiempo... La dinámica atmosférica es, además, extremadamente compleja y debe ser también tenida en cuenta, junto con su interacción con el mar y sus corrientes y con las grandes masas de agua.
            La composición química del mar es también otro elemento clave, pero, en un lugar preponderante, el clima está gobernado por la composición de la atmósfera y la capacidad que ésta tiene de atrapar el calor mediante el fenómeno conocido como efecto invernadero. Debido a todos estos factores, se han observado grandes cambios climáticos naturales a lo largo de la historia de la Tierra (1). Incluso se han observado cambios climáticos limitados en nuestra historia cercana no provocados por los humanos (2).
            Existen en la atmósfera unos gases, llamados gases de efecto invernadero, que son la causa de que una buena parte de la energía recibida por el Sol no se escape al espacio en forma de calor, permitiendo así que la temperatura de la Tierra sea más o menos constante y exista la vida tal como la conocemos. El principal de estos gases, por su abundancia, es el CO2 (dióxido de carbono), que se produce, sobre todo, en la quema de combustibles fósiles (carbón, gas y petróleo). Pero no es el único: también hay metano, aunque en menos concentración que el CO2. Sin embargo, una concentración dada de metano genera 25 veces más el efecto invernadero que la misma cantidad de dióxido de carbono. El metano, o gas natural, se extrae del subsuelo y se quema para la producción de electricidad o para la calefacción y agua caliente sanitaria, pero también se produce de forma natural en los procesos de descomposición. La principal fuente de metano son las emisiones de la agricultura y ganadería.
            Las concentraciones de gases de efecto invernadero están sujetas también a una compleja dinámica en la que interviene el mar y los seres vivos. En particular, y como se ha demostrado, los humanos, y nuestras prácticas, hemos sido capaces de alterar sustancialmente la composición atmosférica, aumentando espectacularmente las concentraciones de gases de efecto invernadero desde la época preindustrial (antes de la segunda mitad del el siglo XIX) hasta nuestros días (3). La concentración de dióxido de carbono en la atmósfera era de unas 270 ppm (partes por millón) en la época preindustrial, y en la actualidad asciende a 379 ppm. Hay que decir que, de acuerdo con las mediciones, nunca se han superado en la Tierra las 300 ppm. Luego se puede afirmar, al menos, que estamos ante un experimento global que los humanos venimos haciendo con el clima.

Los informes sobre el cambio climático y sus efectos


            Se han producido recientemente tres informes sobre el cambio climático y su  efectos que han tenido un gran impacto sobre la opinión pública y sobre las agendas de los políticos: el informe Stern (4), sobre los efectos económicos y sobre la biodiversidad del cambio climático; el informe del Grupo I del IPCC, sobre la evolución del cambio climático y algunas estimaciones sobre la magnitud que cabe esperar; y un informe de la Universidad de Castilla-La Mancha, encargado por el Ministerio de Medio Ambiente español, sobre los efectos del cambio climático en nuestro país.
            La metodología del informe Stern para calcular fue criticada por algunos expertos porque no tuvo en cuenta algunas incertidumbres sobre la evolución del clima y por la forma de evaluar el coste económico de los impactos. Sin embargo, la conclusión final no es discutida: los costes de los impactos del cambio climático serán superiores a los que tendrían las medidas para evitarlo. En el informe se asocian cambios de temperaturas con efectos. En el cuadro adjunto se resumen las conclusiones y los efectos que Stern predice para diferentes aumentos de temperatura.
            El informe del Grupo I del IPCC es el más relevante de los tres citados. A éste le seguirán en los próximos meses los de los grupos II y III sobre los efectos de las predicciones acerca de la dinámica climática presentadas por el Grupo I. Entre las conclusiones de este informe hay que resaltar dos muy importantes, que figuran en la entradilla de este artículo. En primer lugar, el IPCC afirma que el cambio climático ya ha empezado. Se ha procedido a la acumulación de un gran número de evidencias, como el aumento global de temperaturas que se vienen registrando desde 1950; el aumento de la temperatura del mar y de su nivel (medido con satélites [5]); el retroceso de los glaciares (6) y de las masas de hielos polares (7); la reducción de la duración de los inviernos; el aumento de la frecuencia de fenómenos climáticos violentos; las anomalías que se vienen observando en algunos ecosistemas, como la aparición de algunas especies en zonas que no les correspondían, etc. Todas estas evidencias son atribuidas por el IPCC al cambio climático, lo que elimina una de las incertidumbres que todavía persistían.
            A menudo es muy difícil afirmar que un fenómeno atmosférico particular que estamos viviendo cabe atribuirse al cambio climático. Por ejemplo, los expertos no se ponían de acuerdo sobre si el aumento notable de huracanes que se produjo en 2005 (incluido el huracán Katrina, que azotó Nueva Orleans, en EE UU) se podía atribuir al cambio climático o más bien se debía a una oscilación normal de la frecuencia de este tipo de fenómenos. Hoy en día, el IPCC afirma que es poco probable que aquel fenómeno particular se pueda atribuir al cambio climático, pero en el futuro aumentará la probabilidad de que aparezcan más huracanes. Es decir, en unos años no tendría ya sentido una controversia como aquélla.
            La segunda conclusión que cabe resaltar se refiere a las causas. Estaba ya claro que cambio climático y aumento de las concentraciones de CO2 van emparejados, pero no existía aún la certeza de que el aumento de concentración de dióxido de carbono sea la causa y no el efecto. Para el IPCC no hay ya duda: la causa del cambio climático, que ya ha empezado, es el aumento de la concentración de gases de efecto invernadero. Y, además, este aumento se debe a la quema masiva de combustibles fósiles por los humanos.
            Quedan todavía las incertidumbres en torno a la magnitud del cambio climático que cabe esperar, es decir, en torno a los aumentos de temperaturas que se producirán y a los efectos que estos aumentos tendrán sobre los ecosistemas y la sociedad. El IPCC se atreve a pronosticar un aumento de entre 1,8 y 4 grados, dependiendo de muchos factores, principalmente del nivel de emisiones. Además, existe un consenso científico sobre que no debería superarse la temperatura en más de dos grados a final de siglo para evitar lo que se llaman “sorpresas climáticas”. Los cálculos indican, dentro de la incertidumbre, que a partir de dos grados podrían producirse algunos fenómenos que provocarían cambios bruscos, como modificaciones en el régimen de corrientes marinas, que darían lugar a modificaciones de los climas locales (8). Los modelos climáticos son todavía imperfectos y no son capaces de predecir con exactitud ni el aumento de temperatura que se producirá en unas décadas ni los efectos que éste tendrá, por lo que las predicciones que se hacen en este sentido hay que tomarlas siempre con cautela. Sin embargo, es obligado hacer estas predicciones para seguir los escenarios futuros más probables e indicar así las medidas que se han de tomar.
            El tercer informe al que me he referido es el de la Universidad de Castilla-La Mancha, que apareció poco después del emitido por el IPCC, y que remite a los efectos del cambio climático en España. Se sabía de antemano que el clima mediterráneo sería uno de los más perturbados por el cambio climático, pero el abanico de temperaturas predicho es muy amplio, lo que denota las enormes incertidumbres que tienen estos cálculos: entre 1,6 y 5,6 grados de media. El clima será, según estas estimaciones, más extremo y se podría llegar a aumentos de 8 grados en algunos puntos de la Península a finales del siglo XXI, suponiendo que las emisiones crezcan abundantemente. Este informe predice un aumento de la desertificación y una disminución de precipitaciones en la Península. Se dice que las lluvias pueden caer hasta un 20% a finales del siglo XXI, frente a las producidas a finales del siglo XX. De hecho, la temperatura media ha subido en España 0,9 grados desde 1931, 0,2 grados más que la media mundial. Otro informe de la Universidad de Cantabria predice un retroceso de las playas de 15 metros para 2050 debido al aumento del nivel del mar bajo ciertas condiciones.
            Los tres informes han servido para dar la voz de alarma en la clase política y entre los medios de comunicación. Sería fundamental que el grueso de la sociedad interiorizara el mensaje y lo aplicara a sus comportamientos.

Posturas sensatas y otras menos


            Independientemente de las certidumbres que se alcancen sobre los efectos, parece sensato acometer las medidas que permitan una reducción de emisiones a corto plazo y el cambio del modelo energético, para prescindir de la mayor parte de los combustibles fósiles a largo plazo. La UE, por ejemplo, se ha propuesto ir más allá del compromiso de Kyoto, que implica una reducción de emisiones de gases de efecto invernadero del 8% entre 2010 y 2012, y alcanzar una reducción de emisiones del 20% en 2020. El problema es que las medidas que se deben tomar no son de fácil aplicación y suponen grandes cambios. Se ha hablado incluso de que es necesaria una segunda revolución industrial.
            Creo que es muy importante huir del determinismo en un asunto tan complejo y con tantas incertidumbres. Es imprescindible distinguir bien lo que se sabe de lo que no se sabe y, tal como hace el IPCC, hablar de las probabilidades que tenemos de que se produzcan los diferentes fenómenos predichos. Se trata, en primer lugar, de no faltar a la verdad. De que todo el mundo sea consciente de la situación real, ni más ni menos grave de lo que es. De esta forma, las medidas y las preocupaciones se deberían encuadrar bien entre el conjunto de decisiones de nuestra vidas.
            Se ha producido una cierta vulgarización del conocimiento sobre el cambio climático por la cual se tiende a dar por ciertas las previsiones más extremas y catastrofistas. Y sin embargo, el catastrofismo como elemento movilizador no funciona. Ante todas las noticias que indican una horquilla de efectos, se tiende siempre a elegir la peor situación con el fin de inquietar las conciencias y movilizar. Sin duda con la mejor intención, tanto el Gobierno español como los grupos ecologistas se hacen eco de la peor de las situaciones predichas por los expertos. Quizá el Gobierno debería haber sido más cauto en la presentación de los informes para España, puesto que, con la pretensión de hacer hincapié en el dramatismo de los efectos, se envía un mensaje demasiado catastrofista. Este tipo de mensajes, sin embargo, pueden producir el efecto contrario al perseguido: por un lado, pueden dar lugar a la desmovilización y el desentendimiento ante el fatalismo; por otro, pueden producir la desmovilización ante las previsiones exageradas y poco fundamentadas, que están muy lejos de las percepciones de la gente y que se pueden demostrar falsas con el tiempo, con la consiguiente pérdida de credibilidad para el autor de la predicción.
            Es importante también defender la adopción de medidas sensatas que no se aparten mucho de lo que la gente considera como admisible. Esto ayuda a mostrar que los cambios son posibles, que se puede hacer algo y que vale la pena apostar por ello. Si los cambios propuestos son graduales, además, las medidas que se hayan de tomar no serán traumáticas y permitirán avanzar en las modificaciones necesarias del sistema energético para combatir el cambio climático.
            Peor aún que el catastrofismo es ignorar el cambio climático. Hay quienes dicen que no existe y que, por ejemplo, es un invento de la industria nuclear para relanzarse. O también hay quien dice que existe, pero no importa, que los efectos se podrán contrarrestar con otras medidas y que sabremos adaptarnos. Este tipo de posturas que ignoran la acumulación de evidencias pecan de excesiva temeridad.
            Es obvio que la voluntad política es muy importante. Es sobre todo la clase política la que debe establecer las medidas que fuercen un cambio del modelo energético. Para ello es imprescindible una fuerte voluntad que contrarreste los grandes intereses económicos que hay que tocar. Sin embargo, las medidas no las han de tomar los políticos exclusivamente. Hay que tener en cuenta que las formas de vida de las poblaciones de los países industrializados son muy demandantes de energía. Existe un gran margen para reducir el consumo individual, buscando el menor derroche posible.

El capitalismo y el cambio climático


            Una cuestión que aparece en primer término es si el capitalismo es el responsable del cambio climático. El mismo Stern declara en su informe: «El cambio climático representa un desafío único para la economía: es el más grande y más amplio fallo del mercado jamás visto» (9). En su trabajo, Stern propone que la economía tome nota de este fallo y lo corrija, es decir, que se introduzcan medidas para combatir el cambio climático, e insiste en que, desde un punto de vista de la rentabilidad, es mejor tomar medidas correctoras ahora que soportar luego los impactos. La economía oficial ha empezado sólo recientemente a permitir que los precios reflejen algo de los impactos ambientales y sociales que generan los procesos productivos y de consumo. Existen numerosos trabajos que muestran que es imposible evaluar económicamente estos efectos, conocidos también como externalidades; luego el mercado por sí mismo no corregirá los desaguisados ambientales. Pero es verdad también que una política de precios o una fiscalidad apropiadas, junto con regulaciones, pueden ayudar a mantener en cintura los impactos ambientales.
            Existen, desde luego, empresas y grupos económicos muy poderosos que se benefician del actual estatu quo. Sus actividades repercuten directamente en las emisiones de CO2 y su negocio no puede prescindir de ellas: en primer lugar, las petroleras y las empresas del carbón y del gas, que seguramente son las que más dinero mueven en el mundo. En segundo lugar, las empresas de generación de electricidad que, en su mayoría, todavía basan sus actividades en la quema de carbón y gas natural. Las siderurgias y empresas de material de construcción, como cementeras y productores de fritas (cerámicas, tejas, etc.), son también emisoras importantes de CO2. Estas empresas y grupos económicos no están a favor de medidas que limiten las emisiones de gases de efecto invernadero para combatir así el cambio climático.
            Sin embargo, existen también ejemplos de empresas perjudicadas por los efectos del cambio climático, como las aseguradoras, que se enfrentan cada vez a mayores costes en forma de indemnizaciones por desastres climáticos naturales; así como las empresas que viven del turismo de playa, que se podrían ver gravemente perturbadas por los efectos del aumento del nivel del mar; o las que viven del turismo de montaña, ante el retroceso de la nieve. Las actividades agrícolas y ganaderas se pueden ver también perturbadas por la variación de las precipitaciones y las condiciones climáticas.
            Además, las actividades para combatir el cambio climático abrirán –están abriendo ya– un hueco para nuevas actividades económicas, nuevas oportunidades de negocio en suma. Sin ir más lejos, se están produciendo los cambios en el modelo de producción de energía, que las medidas para combatir el cambio climático pueden incentivar, como el aumento de la producción energética de origen renovable. También a la industria nuclear, que forma parte del núcleo económico basado en las tasas altas de beneficio, le ha beneficiado el debate sobre la lucha contra el cambio climático.
            En realidad, en un sistema económico dominado por el mercado, no es fácil que haya agentes sin otra motivación que obtener beneficios. El desarrollo de las tecnologías que permiten reducir emisiones vendrá como foco de negocio, impulsado por las medidas políticas o por el sentido futuro de la oportunidad.
            Más que en un sistema económico, las causas del cambio climático hay que buscarlas en el uso insensato de ciertas tecnologías para producir energía, junto con el esquema en que se basa nuestra movilidad motorizada: el uso masivo del automóvil y el uso creciente del transporte aéreo. También nuestras formas de vida son causantes del problema: la vivienda, el urbanismo, las basuras y la falta de reciclado. Cualquier sistema de producción de energía sustentado, como el nuestro, en la quema de combustibles fósiles de forma masiva tendría que enfrentarse a este problema.
            Desde luego, la filosofía económica basada en la búsqueda del crecimiento económico supone un serio inconveniente, puesto que dificulta la toma de medidas para contener el consumo de energía, especialmente cuando hay potentes sectores económicos que se fundamentan en él. La economía de mercado liberalizada tiene muchos problemas para tomar nota de los costes de los impactos del cambio climático. Es aquí, por cierto, donde se encuadra el informe Stern.
            Tampoco pienso que se pueda considerar que es éste el fin del capitalismo. Se puede imaginar un sistema de mercado capitalista que se base en otras fuentes de energía y otras tecnologías que no generen cambio climático. Aunque, desde luego, este conjunto de cambios no será fácil y podría suponer a corto plazo una crisis económica fuerte. Está también claro que muchas cosas cambiarán en nuestras vidas. No es igual un mundo donde se puede emplear el petróleo, una fuente de energía muy versátil, concentrada y fácilmente transportable, que un mundo donde la quema de este combustible esté limitada.
            Hay que citar el hecho importante de que el cambio climático está causado casi en su totalidad por el 20% de la población mundial, que vive en los países ricos. Así, los países de la OCDE, más Rusia, son responsables, aproximadamente, de las cuatro quintas partes de las emisiones de gases de efecto invernadero. No tienen, pues, mucha autoridad moral los Gobiernos de estos países para imponer medidas a los países pobres o emergentes. Más bien deberían demostrar su solidaridad proporcionando tecnologías limpias que permitan un desarrollo libre de los errores cometidos en los países industrializados.

Posibles medidas para atajar el problema y sus dificultades


            De todo lo anterior se desprende las grandes dificultades de toda índole con que nos enfrentamos para combatir el cambio climático, pero también de lo urgente que resulta tomar medidas. En primer lugar hay que decir que no es necesario aspirar a tener cero emisiones, puesto que la naturaleza es capaz de asimilar ciertas cantidades de gases de efecto invernadero. La reducción sensata sería aquella que permita garantizar que el aumento de las temperaturas globales no supere los dos grados. Aunque lo ideal sería mantener la concentración de gases de efecto invernadero en niveles preindustriales.
            Los informes citados anteriormente, además de sacudir a la opinión pública, han hecho que el cambio climático aparezca en primer término en las agendas políticas. Como se ha dicho, la UE apuesta por una reducción global del 20% de emisiones en 2020, respecto a 1990. Para ello se trata de adoptar una serie de medidas que permitan una reducción de emisiones, lo que implica el desarrollo y la extensión de tecnologías de energías renovables, algunas de las cuales ya funcionan con éxito. Se hará también necesario prescindir de algunos bienes que tenemos en la actualidad.
            La enorme dimensión de las medidas precisas motivan que se hable de la necesidad de una segunda revolución industrial (10) y da idea del marco de dificultades al que hay que enfrentarse. En el caso de España, el Gobierno también ha anunciado medidas para atajar los comportamientos derrochadores más escandalosos. Estas medidas resultan, sin embargo, demasiado timoratas para los objetivos que se quieren alcanzar. Por ejemplo, se piensa en reducir las primas que se van a otorgar para el desarrollo de las renovables y no se actúa de forma decidida para impulsar el transporte público. Sin ir más lejos, en la Comunidad de Madrid, el uso del transporte público se va reduciendo dejando paso al automóvil: en 1996, el 40,4% de los movimientos se hacía en automóvil privado, frente al 50,7% que se realizan en la actualidad. El desarrollo de obras públicas e infraestructuras más bien va a potenciar el uso del automóvil privado. Estas infraestructuras, además, marcarán nuestros comportamientos durante décadas, las que tarden en amortizarse.
            Además, la UE ha fijado como una de sus prioridades la consecución de acuerdos mundiales de reducciones a los que se sumen los países que no ratificaron el Protocolo de Kyoto, que son fundamentales para la disminución de emisiones a nivel mundial. Sobre todo EE UU y Australia.
            También hay que definir el papel que tendrán algunas posibles tecnologías futuras: el hidrógeno como vector energético que permitiría mantener la automoción, lo que no despeja las incógnitas sobre el futuro de la aviación, que parece difícil que se mantenga al ritmo actual; la captura de dióxido de carbono, que permitiría usar carbón de forma limpia, pero está todavía en fase de investigación y falta ver cuánto tiempo tardará en estar disponible de forma industrial; la fusión, que ocuparía el mismo espacio energético que la energía nuclear, pero sin residuos de alta actividad ni el peligro de accidentes como el de Chernobil, aunque produciría residuos radiactivos de media y baja actividad.
            El ecologismo organizado suele ser crítico con estas tecnologías. Califica a algunas de ellas como de “final de chimenea” (la captura de CO2) o de ciencia-ficción (la fusión). La opción por la que se opta y la salida que se da es que hay que consumir sólo lo que las renovables permitan, que parece claro que no pueden llegar a satisfacer nuestros niveles actuales de consumo, sobre todo si los queremos generalizar a toda la población mundial y no los limitamos sólo a los países ricos. Parece sensato no fiarse de forma incondicional del funcionamiento de estas tecnologías, pero también lo parece no ignorarlas y apostar para que nos ayuden a resolver algunos de nuestros problemas.
            Además de las medidas políticas y económicas, se precisa una toma de conciencia de la sociedad que implica cambios en las formas de vida. Es necesario pensar que todos los objetos que nos rodean han sido fabricados con energía; por tanto, será necesario reducir el consumo a secas y vivir de forma más austera, lo cual es contradictorio con las tendencias sociales actuales. No está nada claro cómo será la posible transición a esas nuevas formas de vida, ni tampoco si se podrán producir a tiempo de evitar buena parte del sufrimiento humano y de  destrucción de ecosistemas que podrían acarrear los efectos del cambio climático; pero es éticamente obligado movernos en ese sentido.

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(1) En los últimos 1,8 millones de años (Cuaternario) se han producido múltiples cambios. Hubo una primera fase de cambios erráticos dentro de un larguísimo periodo glacial (1,8 millones de años hasta hace 20.000 –Pleistoceno–) que estuvo salpicado de intermedios más o menos cálidos, llamados periodos interglaciales; y una segunda fase en cuyo comienzo se produce uno de los máximos periodos glaciales del Cuaternario, a partir del cual se da un periodo de estabilidad climática y de constante caldeo hasta la actualidad (desde hace 20.000 años hasta hoy –Holoceno–).
(2) Entre el año 1300 y el 1800 se produce la Pequeña Glaciación, que hizo bajar la temperatura de forma notable (un grado aproximadamente) por causas naturales en buena parte del planeta.
(3) Las concentraciones, en distintas épocas, de gases de invernadero en la atmósfera, así como la composición de ésta, se conoce a través de las burbujas de aire atrapadas en el hielo antártico. Se observa también una correlación entre el aumento de temperatura atmosférica y la concentración de CO2, pero hasta ahora no se ha sabido decir cuál era la causa y cuál el efecto.
(4) Stern es un asesor económico del Gobierno británico. Su informe se puede consultar en castellano, traducido y resumido por el Tesoro Británico, en la páginaweb:
http://www.hmtresaury/media/A81/35/stern_shortsummary_spanish.pdf
(5) El nivel del mar ha venido subiendo a un ritmo de 0,8 milímetros al año desde 1961. Se trata, como puede suponerse, de una medición muy difícil en un medio con olas de metros de altura.
(6) Los glaciares han perdido 30 toneladas de masa de hielo por metro cuadrado en la Patagonia y 20 toneladas por metro cuadrado en Alaska.
(7) El Casquete Polar Ártico ha perdido un 40% de grosor en unos 40 años.
(8) Por ejemplo, la corriente del Golfo cambiaría fuertemente, lo que motivaría un enfriamiento de Europa Occidental.
(9) El informe de Stern dice textualmente: “Climate change presents a unique challenge for economics: it is the greatest and widest-ranging market failure ever seen”. Se ha traducido así: «El cambio climático representa un reto único para la economía, pudiendo afirmarse que es el mayor y más generalizado fracaso del mercado jamás visto en el mundo». Esta afirmación es un poco distinta de la anterior. Stern no dice que el mercado haya fracasado sino fallado. Él seguramente piensa que el mercado puede “tomar nota” del cambio climático, lo que propone en su informe.
(10) Véase “La nueva estrategia energética europea”, de Francisco Castejón, en PÁGINA ABIERTA número 178 (febrero de 2007), donde se describen estas medidas y las dificultades con las que se enfrentará su aplicación.



Resumen del informe Stern