Francisco Castejón
El debate nuclear tras Fukushima. El riesgo inasumible
(Página Abierta, 219, marzo-abril de 2012).

Como es sabido, el 11 de marzo de 2011 se produjo en el complejo nuclear de Fukushima-Daiichi el segundo accidente nuclear más grave de todos los tiempos. En la prefectura de Fukushima (Japón) se registró un terremoto de grado 9 en la escala Ritcher (1), seguido al cabo de una hora por un tsunami. Ambos fenómenos dieron lugar a daños en los complejos nucleares de Fukushima-Daini, Onawaga, Tokai y en Fukushima-Daiichi, que revistió los de mayor gravedad. En total sufrieron daños 14 reactores, muchos de los cuales se cerrarán definitivamente.

Los reactores números 1, 2 y 3 de Fukushima-Daiichi, que estaban en funcionamiento en el momento del terremoto, sufrieron fusiones del núcleo debido a las altas temperaturas alcanzadas. Además, por esto mismo, el agua se disoció produciendo hidrógeno que dio lugar a varias explosiones que proyectaron grandes cantidades de material radiactivo al medio ambiente. Las fusiones de los núcleos son los sucesos más graves que pueden ocurrir en un accidente nuclear, puesto que dificultan enormemente el control del reactor y facilitan la fuga de material radiactivo.

Las consecuencias radiológicas del accidente son muy intensas. Incluyen una deposición de radiación tal que la dosis radiactiva que se registrará durante un año es más de veinte veces la permitida para el público en general (2) a distancias de unos 50 kilómetros de Fukushima (3). Se ha descubierto en la zona radiactividad en la carne, el agua, los cultivos, el arroz, en la orina de más de cien niños y hasta en la leche materna. En Tokio, ciudad de más de 30 millones de personas situada 250 kilómetros al sur de Fukushima, se detectaron índices de radiactividad ocho veces por encima de lo normal.

El primer ministro, Naoto Kan, declaró tras dimitir que no querría por nada del mundo haberse enfrentado a la necesidad de evacuar la ciudad. La nube radiactiva se detectó en EE UU y también en el suroeste de España, aunque en muy pequeñas cantidades. En total se expulsó al exterior aproximadamente el 20% de la radiactividad que escapó en el accidente de Chernóbil (Ucrania, 1986).

Por primera vez en la historia de la energía nuclear, se vertieron al mar miles de toneladas de agua contaminada, cuyos posibles efectos se desconocen, puesto que se carece de experiencia en las consecuencias de este tipo de vertidos. La contaminación se extenderá en el mar por obra de las corrientes marinas y de la propia migración de los peces. De momento, en unos primeros estudios, ya se detectaron peces con cantidades de contaminación radiactiva doscientas cuarenta veces las permitidas. También se han encontrado algas contaminadas.

Los efectos sobre la salud de las personas tardarán en conocerse, puesto que las dosis recibidas por la población pueden dar lugar a enfermedades que, con cierta probabilidad, tardarán entre diez y veinte años en manifestarse.

Los tres reactores que estaban en funcionamiento en Fukushima-Daiichi solo se consiguieron controlar ocho meses después del accidente, y no “unos días”, como anunciaron los autoproclamados expertos de la industria nuclear en aquellos días después del accidente. Además se produjeron daños, incluidos incendios radiactivos, en los otros tres reactores de la central, que se encontraban detenidos en el momento del terremoto.

En febrero de 2012 todavía se observan aumentos de la temperatura en el reactor número 2, lo que demuestra la incertidumbre que rodea el control de este reactor tras haber sufrido la fusión del núcleo.

Fue también importante el debate sobre si los reactores habían aguantado o no el terremoto. Los portavoces del lobby nuclear se apresuraron a decir que no había sido el terremoto, sino el posterior tsunami el que había destrozado los reactores. Sin embargo, la Autoridad de la Seguridad Nuclear (ASN) francesa difundió el hecho de que los trabajadores que entraron en los reactores en la hora de tiempo que medió entre terremoto y tsunami detectaron un aumento importante de vapor radiactivo en los tres que estaban en funcionamiento, lo que demostraba que el terremoto ya había causado daños importantes.

¿Lecciones aprendidas?

Sobre el medio ambiente y las personas. En primer lugar, el accidente se origina por un suceso externo a la nuclear, independiente de los errores humanos o de los fallos de los equipos de la central. En segundo lugar, se produce en un país democrático que es además una potencia tecnológica de primer orden. Estas dos circunstancias colocan a la industria nuclear ante una nueva tesitura y sitúan el problema del riesgo y la seguridad en primer plano del debate nuclear.

Tras cada accidente, la industria nuclear declara que ha aprendido la lección y que incorpora el aprendizaje a los nuevos diseños de reactores nucleares, así como a los que ya están en funcionamiento, mediante las modificaciones pertinentes. Por ejemplo, el accidente de La Isla de las Tres Millas, en 1979, en Harrisburg (Pensilvania, EE UU), sirvió a la industria nuclear para introducir grandes modificaciones en los reactores operativos (4). Este accidente se produjo como consecuencia de la rotura de una tubería con la consiguiente interrupción de la refrigeración del reactor que finalmente dio lugar a la fusión del núcleo.

Tras el de Harrisburg, se produjo en 1986 el accidente de Chernóbil (en Ucrania, entonces perteneciente a la Unión Soviética), el más grave de todos los tiempos, con escape de parte del núcleo del reactor al exterior. La industria nuclear aseguró rápidamente que un accidente así nunca podría producirse en los reactores occidentales: por un lado, el diseño del reactor es diferente; y, por otro, no se realizarían las peligrosas maniobras que se produjeron en Chernóbil. A pesar de estas afirmaciones, tras este accidente también se efectuaron cambios en el diseño de los reactores occidentales.

Se puede decir que la industria nuclear ha ido introduciendo cambios en los reactores para intentar evitar accidentes futuros, aprendiendo de los que se van sucediendo. Sin embargo, estos cambios no son suficientes, como se ha visto en Fukushia-Daiichi, para garantizar la seguridad, pues vuelven a producirse accidentes una y otra vez, a pesar de esas mejoras aplicadas. Se trata de una carrera perdida de antemano hacia la imposible perfección.

Por otra parte, se producen cotidianamente múltiples incidentes por los fallos de los diferentes sistemas de seguridad y de control de las centrales. Estos incidentes, si bien pocas veces llegan a generar accidentes graves con fugas de material radiactivo, sí ponen de manifiesto que los sistemas de las centrales no son perfectos y que un encadenamiento de estos fallos, aunque improbable, puede dar lugar a un accidente severo. La acumulación de incidentes es un indicador de la falta de seguridad de las instalaciones nucleares. En las evaluaciones de la seguridad de las centrales, sin embargo, no se tiene en cuenta la acumulación de incidentes, y solo se consideran estos cuando son de extrema gravedad.

El hecho de que un suceso externo a la central pueda causar un accidente nuclear, introduce una enorme incertidumbre puesto que no parece sensato que uno se pueda preparar para cualquier eventualidad que se produzca en el mundo exterior. No es lógico pensar que se pueden prever todos los sucesos susceptibles de dañar los reactores de forma severa.

Las dificultades sufridas por Japón para controlar la situación en Fukushima añaden gravedad al asunto puesto que muestran que la energía nuclear es tan peligrosa que ni siquiera una potencia tecnológica de primer orden dispone de los recursos necesarios para afrontar un accidente de este tipo. Además, se trata de un país en que no se persigue a la gente por sus ideas y los grupos antinucleares tienen libertad de maniobra para mostrar su posición. De hecho, tras el accidente de Fukushima se produjeron grandes manifestaciones antinucleares y la televisión y los periódicos ofrecieron varios reportajes sobre la temática nuclear. Con todo, esta circunstancia no ha impedido, por ejemplo, las mentiras y la ocultación de información de TEPCO, la compañía propietaria de la central, durante los trabajos para controlar el accidente.

El riesgo nuclear

La vida moderna somete a la sociedad a riesgos e incertidumbres nuevas, que son fruto de actividades que antes no existían, facilitadas por las nuevas tecnologías.

La tecnología sirve para liberarnos de algunas incertidumbres y para aliviar sufrimientos. Los avances tecnológicos han servido, por ejemplo, para luchar contra la enfermedad, para darnos acceso a nuevas herramientas de comunicación, para eliminar algunos trabajos penosos en las sociedades industrializadas, etc. Pero algunas de estas tecnologías tienen efectos negativos sobre el medio ambiente que repercuten en nuestras vidas y nuestra salud. Por ejemplo, la quema de combustibles fósiles que se produce desde mediados del siglo XIX nos ha permitido gozar de las ventajas de unas fuentes de energía versátiles y fáciles de almacenar y transportar, como son el petróleo y el carbón. La movilidad motorizada, el acceso más fácil a los metales y a los plásticos son ejemplos de los logros alcanzados. Pero la quema de estos productos origina emisiones de gases que contribuyen de forma clara al cambio climático, lo que somete a la humanidad a un riesgo global nuevo.

Las tecnologías tienen mucha influencia sobre nuestras formas de vida y sobre muchas dinámicas sociales, a veces para bien y otras para mal. Pasando por alto el hecho importante de quiénes obtienen los beneficios económicos que otorgan los usos de unas u otras tecnologías, lo ideal sería obtener los bienes y servicios que precisamos con tecnologías lo más blandas y menos impactantes posibles.

El uso de la energía nuclear implica un riesgo ineludible e inasumible, como han mostrado los accidentes que se han producido a lo largo de la historia de esta fuente de energía. Ciertamente, la probabilidad de accidente grave con daños en el núcleo y con escape radiactivo es baja, por fortuna. Sin embargo, sus consecuencias son catastróficas y afectan a grandes extensiones de territorio y a un gran número de personas. Estamos ante un tipo de riesgo difícil de gestionar porque se produce por accidentes improbables e infrecuentes, cuya prevención resulta cara e incierta, y porque presenta potenciales efectos catastróficos.

Tanto la sociedad como los poderes públicos tienden a olvidar este tipo de riesgos y a acostumbrarse a vivir con ellos. Mientras no se produce el accidente, todo está bien. Por desgracia, los debates sobre la seguridad solo se suscitan en circunstancias dramáticas. Es necesario que ocurra un accidente como el que nos ocupa para que el problema venga al primer plano.

Además, se trata de un tipo de riesgo que afecta a miles de personas, cuya salud y formas de vida pueden verse gravemente dañadas, lo que introduce el problema de quién toma la decisión de asumirlo. Las personas que pueden sufrir los efectos de un accidente nuclear podrían, con toda justicia, reclamar su derecho a decidir si desean o no sufrir ese riesgo y si los beneficios que hipotéticamente otorga el uso de la energía nuclear compensan o no ese peligro.

No es de extrañar, por ejemplo, que las personas que viven en un radio menor a 10 kilómetros de las centrales nucleares españolas sean favorables a estas instalaciones porque reciben directamente compensaciones económicas por ello: en concreto reciben dinero de ENRESA (5) y, además, muchas de ellas trabajan en las centrales. Por tanto, las desconfianzas ante la energía nuclear se acallan localmente otorgando enormes subsidios a los pueblos situados cerca de las centrales nucleares. Paradójicamente, este dinero no se otorga por el riesgo, sino por la mera proximidad de almacenes donde se guardan los residuos radiactivos de alta actividad (6).

La decisión de asumir un riesgo debe ser tomada democráticamente. En nuestro país, por ejemplo, nunca se ha consultado a la población sobre el modelo energético y la asunción del riesgo que conlleva; en particular, no se ha consultado sobre la energía nuclear. Se podría argumentar que en algunos casos no es un debate sencillo, puesto que se trata de asegurar un suministro de energía eléctrica sin emisión de gases de efecto invernadero, aunque lleve la contrapartida del peligro de accidente, más otros inconvenientes de la energía nuclear como la generación de residuos o el peligro de proliferación nuclear. Sin embargo, se pueden elaborar alternativas que permitan prescindir de esta fuente de energía.

Los otros problemas de la energía nuclear

El accidente de Fukushima-Daiichi ha traído al primer plano el problema de la seguridad, pero no es este el único de los problemas de la energía nuclear. La oposición a las nucleares se ha basado en múltiples razones, suficientes cada una por sí misma para cuestionar la apuesta por esta fuente de energía.

Un problema que no solo preocupa a los ecologistas es el de la proliferación nuclear. Algunas de las técnicas nucleares son comunes para actividades civiles de obtención de energía y militares para  la fabricación de bombas atómicas. En concreto, el enriquecimiento del uranio y el reproceso del combustible gastado para obtener plutonio son actividades que pueden tener fines civiles y militares. La demostración de que este doble uso de algunas tecnologías preocupa a los poderes públicos es que existe un organismo dependiente de la ONU, el Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA), encargado de vigilar que las actividades nucleares no den lugar a la construcción de material para hacer bombas atómicas, y un tratado internacional, el TNP (Tratado de no Proliferación), que intenta limitar la proliferación.

El actual caso de Irán muestra a las claras la preocupación que las grandes potencias tienen ante estas actividades. En puridad, hay que decir que estas preocupaciones están bien fundadas: Irán es un país rodeado de potencias nucleares (Israel, Rusia, Pakistán, India y China), es el primer productor de gas del mundo y uno de los principales productores de petróleo. Es más que lícito preguntarse para qué querría ese país el acceso a la electricidad nuclear. Las centrifugadoras que se están poniendo en marcha pueden servir para fabricar combustible nuclear, pero también para fabricar material para hacer bombas atómicas. Una hipotética extensión nuclear permitiría que aparecieran más socios en el selecto club de los poseedores de armas nucleares. Ello introduciría más inseguridad y alejaría el horizonte de un mundo sin armas nucleares.

La gestión de los residuos radiactivos es otro de los problemas técnicos de la energía nuclear. Los residuos de alta actividad son radiactivos durante cientos de miles de años y todavía no existe un método definitivo para librarnos de estas sustancias. Todas las formas de gestión propuestas son, o bien provisionales, o bien consisten en almacenar los residuos una eternidad. Y es obvio que no se puede garantizar que ninguna obra humana dure tanto tiempo o que se puedan prever todos los sucesos futuros que podrían dañar el cementerio nuclear. La instalación de cementerios nucleares temporales va siempre acompañada de conflictos sociales, solo disminuidos por la oferta de grandes cantidades de dinero para comprar las voluntades de las personas (7).

El combustible nuclear, el uranio, es no renovable y tampoco demasiado abundante. Al presente ritmo de consumo, en que la nuclear aporta el 6% de la energía primaria en el mundo, hay uranio al precio actual para unos 40 años, y muy caro (al triple del precio actual) para unos 100 años. Una extensión del uso de la energía nuclear reduciría estas reservas. Además, la minería del uranio es muy impactante y tiene repercusiones negativas sobre la salud de las personas que viven cerca de las minas y las fábricas de combustible.

La industria nuclear declara que está investigando en reactores que nos libren de estos problemas: que mejoren la seguridad, que reduzcan el riesgo de proliferación, que quemen los residuos radiactivos y que consuman menos uranio. Sin embargo, estos modelos de reactores no existen y los cálculos mas optimistas no prevén que estén listos antes de 2050, si es que se resuelven los problemas técnicos que conllevan.   Lo más sensato sería que no funcionara ningún reactor en tanto no se resolvieran estos problemas.

Además de los problemas técnicos, hay que considerar los efectos políticos y económicos de la apuesta por esta fuente de energía. Se trata de una tecnología muy intensiva en capital, lo que implica la creación de muy pocos puestos de trabajo por el mismo dinero invertido y la concentración en muy pocos agentes económicos del beneficio de las enormes inversiones que implica. Solo la banca puede prestar el dinero necesario para construir una central, y esta sería uno de los beneficiarios de la aventura nuclear. Además de los bancos, también se beneficiarían, lógicamente, las empresas que fabrican reactores, las de ingeniería y las de material eléctrico, casi todas ellas multinacionales extranjeras (8).

El precio del kilovatio/hora nuclear está falseado puesto que no se incluyen una serie de externalidades. Para empezar, no se paga cabalmente por el riesgo, ya que en esta actividad se tiene, por ley, responsabilidad civil limitada, es decir, no se cubrirían íntegramente todas las indemnizaciones por daños a terceros en caso de accidente. Tampoco se cubren los costes de la gestión de los residuos radiactivos, sencillamente porque no se sabe cuál va a ser su destino final. En España, el coste total ascenderá a 13.800 millones de euros hasta 2060, y nadie sabe lo que ocurrirá después. 

Del precio final, el 80% va destinado a la amortización de la construcción de la planta y el resto a la compra del combustible, a los salarios y al mantenimiento. Esta composición del precio explica el fuerte interés para alargar la vida de los reactores viejos, como es el caso de Garoña (Burgos); una vez amortizada la central, los beneficios se multiplican por cinco. También una de las claves para fijar el precio de la electricidad nuclear es el coste de la construcción de la central, que se encareció sustancialmente cuando se introdujeron las lecciones aprendidas en los accidentes de Chernóbil y Harrisburg y que se encarecerá más a raíz del accidente de Fuskushima-Daiichi, y de los tipos de interés del préstamo, que dependen de que se mantenga controlada la inflación.

Existe solución no nuclear

Los partidarios de la energía nuclear sostienen también que esta tecnología puede ser imprescindible para posibilitar que sigamos con nuestro de modo de vida y que miles de millones de personas accedan a unos niveles de vida similares a los nuestros. Sin embargo, cabe también preguntarse si es posible alcanzar esos niveles de vida sin las centrales nucleares.

Pero incluso cabe el interrogante de si vale la pena lograr ciertos niveles de consumo energético a tan alto precio ambiental. Es imprescindible una reflexión en la sociedad sobre el consumo y sus efectos. El ahorro y la eficiencia, junto con la austeridad como valor, deben ser centrales en un mundo con formas de vida más sensatas.

Por otra parte, aparecen ya de forma realista, entre la panoplia de posibles formas de producir energía, las fuentes renovables, con muchos menos impactos que las fuentes tradicionales. Algunas de ellas, como la eólica y la solar fotovoltaica, ya están perfectamente integradas en nuestro sistema eléctrico y, si bien otras aún no han alcanzado un grado de madurez suficiente, parece sensato profundizar en su desarrollo y perfeccionamiento, en lugar de empeñarse en resolver los problemas técnicos de la energía nuclear.

Si se quiere que la energía nuclear contribuya a satisfacer de forma significativa el consumo energético del mundo, tanto de los países industrializados como de los países pobres, es imprescindible un rápido crecimiento de la aportación nuclear. Un desarrollo nuclear del tamaño necesario para satisfacer el consumo de miles de millones de personas implicaría multiplicar la aportación actual de esta fuente de energía por un factor entre tres y cinco. Pero el uranio que se usa como combustible se agotaría a esos ritmos de consumo en unas décadas. Y, sobre todo, este aumento significaría multiplicar la producción de residuos, los riesgos de accidente y los riesgos de proliferación nuclear de forma inadmisible.

Podemos imaginar lo que supondría una extensión de la energía nuclear a países sin las mínimas garantías democráticas, sin transparencia y con fervientes deseos de contrarrestar el poder nuclear de los países que en la actualidad poseen bombas atómicas. Se puede argumentar que países como Irán tienen el mismo derecho que sus vecinos a poseer bombas atómicas. Pero, desde luego, lo sensato sería avanzar en el desarme de las potencias nucleares, no en el acceso a la bomba de los países que no la poseen.
Debemos trabajar para desarrollar alternativas al modelo energético de hoy en día. Si la única alternativa es la energía nuclear, entonces no hay solución.

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(1) La escala Ritcher va de 1 a 10 y mide la intensidad de los terremotos en el epicentro, independientemente de los daños que provoquen. Lógicamente, la intensidad de los temblores disminuye al alejarnos del epicentro, por lo que puede asegurarse que la central de Fukushima-Daiichi no sufrió un sismo de grado 9. También está claro que los reactores ya sufrieron daños con el terremoto, en contra de lo que sus operadores manifestaron en un principio. Esto se descubrió en una entrada a los reactores que hicieron los trabajadores en la hora que pasó entre el terremoto y el tsunami, y en la que detectaron cantidades anómalas de vapor radiactivo.
(2) La dosis radiactiva máxima es 1 mSv/año para el público general. En Japón se ha adoptado como límite para el público la dosis permitida para los trabajadores expuestos (20 mSv/año) con el fin de no tener que evacuar a cientos de miles de personas durante largo tiempo, aunque suponga someter a la población a estas dosis, lo que sin duda repercutirá en la salud pública.
(3) El mapa de dosis radiactiva que recibirán en un año las personas que viven en esas zonas lo ha calculado el Departamento de Energía de EE UU (DOE) basándose en una estimación de la radiactividad escapada. Este mapa muestra una pluma de altas dosis en dirección noroeste, aquella en que soplaron los vientos, y muestra altas dosis a distancias hasta los 50 kilómetros y un aumento sustancial de dosis hasta distancias del orden de 80 kilómetros. Estas estimaciones parecen ser inferiores a las reales puesto que apareció posteriormente un artículo escrito por científicos suizos en colaboración con otros de la Universidad Politécnica de Cataluña en que muestran que la cantidad de yodo radiactivo escapado era el doble que la calculada inicialmente, y la de cesio, 2,5 veces.
(4) Se mejoraron, entre otros, las contenciones y sus sistemas de venteo, se introdujeron nuevas redundancias en los sistemas de refrigeración de emergencia, etc.
(5) ENRESA es la empresa nacional de residuos radiactivos, de titularidad pública, y se encarga de la gestión de todos los residuos radiactivos así como del desmantelamiento de las instalaciones nucleares y radiactivas. ENRESA se financió desde su fundación, en 1984, hasta 2005 con un porcentaje del recibo de la electricidad que iba del 0,8% al 1,2%, lo que suponía unos 90 millones de euros al año. A partir de aquel momento las nucleares pagan un canon por kilovatio/hora producido. En total, y hasta 2070, según los planes existentes, el canon pagado por las nucleares alcanzará aproximadamente solo el 20% del total.
(6) En la actualidad, los residuos de alta actividad, el combustible gastado, se guardan en las piscinas de las nucleares, con la excepción de las centrales de Trillo y Zorita (Guadalajara), que tienen sendos almacenes individuales en superficie.
(7) Hoy se planea construir un almacén transitorio centralizado (ATC) en el pueblo conquense de Villar de Cañas. Sería este el fin de un largo proceso que, en esta última fase, empieza en diciembre de 2004. Durante todos estos años se han producido numerosas protestas en todas las zonas candidatas a la construcción del ATC. ENRESA pagará unos 6 millones de euros al año a los Ayuntamientos próximos al ATC.
(8) Una excepción a esto es la empresa ENSA (Equipos Nucleares, S. A.), radicada en Santander y perteneciente al SEPI. ENSA fabricó, por ejemplo, los contenedores del cementerio nuclear temporal de Trillo, pero no es capaz de fabricar los principales componentes del reactor.