Francisco Castejón

Los efectos ambientales de la guerra contra Irak
(Página Abierta, nº 137, mayo de 2003)

Es evidente que la atención que se presta a los efectos de la guerra debe dedicarse en primer lugar a las personas. Los llamados eufemísticamente daños colaterales son una forma de referirse a las muertes o a la destrucción de la forma de vida de inocentes. Muerte y destrucción que darán lugar a millones de refugiados.
Las personas poco tienen que ver con las decisiones de sus Gobiernos. Y menos aún en países donde aquéllos no se eligen. Es, por tanto, tremendamente injusto que los pueblos sufran por las decisiones de sus gobernantes. La liberación del pueblo iraquí de su dictador, Sadam Husein, no debería haberse hecho a costa de someter a millones de personas a enormes sufrimientos.
Un aspecto clave de la guerra que estamos viviendo, como de cualquier otra, es el impacto que tiene sobre el territorio y el medio ambiente. Más allá de las inquietudes puramente ambientalistas, hay que considerar que los daños sobre el medio van a repercutir finalmente sobre la salud, la calidad de vida y los recursos económicos de las personas. Además, estos efectos ambientales van a ser persistentes, es decir, no sólo los sufrirán las generaciones presentes, sino también las futuras.
Se trata, pues, por un lado, de analizar la destrucción de ecosistemas en sí misma, que de por sí es lo bastante grave y además suele ser olvidada frente a la magnitud de las tragedias que se viven; y, por otro lado, de tener en cuenta los efectos que sobre la vida de las personas tiene la destrucción ambiental. Los efectos ambientales en forma de la destrucción de ecosistemas y la contaminación del territorio y de las aguas no deben ser desdeñados, por lo que suponen de hipoteca del futuro de las generaciones iraquíes y por los daños añadidos que suponen para la población inocente y, por qué no, para los animales.
Algunas afecciones sobre el medio tienen la característica de que sobrepasan las fronteras y pueden acabar afectando finalmente a los atacantes, sus aliados o a Estados vecinos que no intervienen en el conflicto. Los impactos globales fundamentales son los relacionados con el cambio climático y con las emisiones contaminantes, que pueden causar lluvias ácidas lejos de donde se han producido.
En la zona quedan algunos ecosistemas únicos y algunas especies en vías de extinción. La destrucción de estos ecosistemas o la desaparición de estas especies serán unos golpes a la biodiversidad que, no lo olvidemos, es un patrimonio de todo el planeta. Serían, pues, pérdidas que lamentará toda la humanidad.
Por otra parte, el territorio de la zona está severamente deteriorado y desertizado. La agresión sufrida agravará esta situación y provocará que se degraden las zonas más frágiles y que el desierto avance sin remisión. Los cambios en el clima local que este hecho ocasionará, afectarán sin duda a los países vecinos. Porque la desertificación provoca una disminución de las precipitaciones, con el consiguiente agravamiento de uno de los problemas endémicos de la zona: la escasez de agua.

La evaluación de la contaminación ambiental

No es fácil hablar en concreto de los efectos ambientales de esta guerra. En primer lugar, porque aún no ha terminado, y en segundo lugar, porque la información que tenemos es limitada: no en vano se dice que la primera víctima de las guerras es la verdad. Un equipo de expertos del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) ha salido a elaborar estudios de campo en Irak. Estos estudios incluyen la evaluación de la contaminación de los suelos, aire y aguas. Este grupo de expertos se ha comprometido, además, a hacer un seguimiento de los ecosistemas del país, muchos de ellos dañados ya previamente por la anterior guerra y más de una década de embargo. El informe que este grupo realice será de gran valor para evaluar los efectos de los que hablamos.
No obstante, podemos analizar las amenazas al medio ambiente que la guerra acarrea y sacar conclusiones de los efectos de la anterior guerra del Golfo, que se produjo en 1991, y del conocimiento de los ecosistemas iraquíes antes de comenzar este conflicto. Los dos elementos específicos que aparecen en el escenario de la guerra, cuyo impacto ambiental sobrepasa, además, la duración del conflicto, son los bombardeos con uranio empobrecido y la quema masiva de petróleo.
Irak alberga nada menos que 42 áreas importantes para las aves y un área de especies endémicas para las aves. Estas zonas se ven amenazadas por la invasión y por los bombardeos.
Irak conserva todavía una pequeña parte del rico humedal mesopotámico. Antes del conflicto de 1991, el 15% del territorio iraquí lo constituían los humedales. La riqueza en especies y recursos de estos ecosistemas eran tales, que existía la creencia de que el paraíso terrenal retratado por el Génesis se encontraba entre los ríos Éufrates y Tigris. La guerra del Golfo de 1991, con sus intensísimos bombardeos, y los más de 10 años de embargo han reducido los humedales a menos del 5% del territorio. Los expertos internacionales en recuperación ambiental sostenían que, con cuidados y mucho trabajo, era posible que los humedales se recuperaran a partir de los restos que aún quedan. Sin embargo, esta guerra puede afectarlos de forma irreversible y reducirlos hasta el extremo de que ya no sea posible su recuperación. Es, pues, posible que la actual guerra venga a firmar el acta de defunción de los humedales mesopotámicos. El paraíso terrenal se convertirá así en un paraíso perdido.
La quema masiva del petróleo produce emisiones de gases contaminantes. Sobre todo se emiten gases que contribuyen al efecto invernadero, lluvias ácidas y partículas. No es nada desdeñable su aportación al cambio climático. Cuando se escriben estas líneas, se ha producido el incendio de sólo unos 10 pozos petrolíferos, a diferencia de la primera guerra del Golfo, en la que el régimen de Sadam Husein consideró el incendio de pozos como un arma de guerra. El tiempo estimado para apagar el incendio de un pozo es de unos 40 días. Además, se ha producido la quema de petróleo en torno a Bagdad para defenderse de los bombardeos, con la consiguiente emisión de gases contaminantes.
La invasión en sí misma implica grave daño o la destrucción de los ecosistemas que las tropas tocan. El mero impacto mecánico de los pesados vehículos blindados agravará la situación de desertización, que es particularmente grave en Irak. Pero, sobre todo, serán las miles de toneladas de bombas y los 1.000 misiles que se han disparado sobre suelo iraquí los que más agudamente afectarán al territorio. El porcentaje de tierra desértica ascendía prácticamente al 75% de la superficie del país antes de empezar el conflicto. Los impactos de las bombas y el paso de los vehículos pesados acabarán por dañar gravemente los márgenes del desierto, haciendo que éste avance. La dificultad de recuperación de estas tierras se agravará fuertemente, convirtiendo el país en más desértico.
Además, estos vehículos mueven la costra superior del suelo del desierto, que es especialmente frágil. Esta costra protege de alguna forma al desierto de sufrir más erosión y mantiene fija la arena, evitando que se propague más allá de las lindes del desierto. Con la ruptura de esta costra se forman dunas de arena de gran movilidad, capaces de invadir tierras no desérticas, lo que puede causar la pérdida de más territorio fértil.
Los explosivos y las municiones, además del obvio efecto directo que tienen cuando se disparan, depositan contaminantes en el agua y en el suelo. Los proyectiles, al impactar, liberan plomo y otros metales pesados que resultan tóxicos para las personas y los animales. Y los explosivos producen cenizas tóxicas en el momento de la deflagración. Estas sustancias han contaminado ya las tierras de cultivo y los territorios habitados por la población. Su ingestión, bien a través de los vegetales que se cultiven, bien por la inhalación del polvo que se levante cuando se produzca movimiento de tierras, afectará a la fauna y a las personas, y producirá enfermedades tales como el plumbismo (en los animales) o saturnismo (en las personas). Por cierto, que, hasta la fecha, no se ha registrado ninguna contaminación química severa procedente de las hipotéticas armas de destrucción masiva de Sadam Husein.
Por otra parte, la contaminación química afectará al Éufrates y al Tigris, los dos grandes ríos que atraviesan el país, causando problemas a los habitantes y a las aves y peces. La contaminación arrastrada por las aguas pasará a las cadenas tróficas, aumentando la gravedad de la contaminación del suelo. El Éufrates y el Tigris son vitales para el mantenimiento de los ecosistemas iraquíes y para el suministro del agua de sus habitantes. La contaminación de estos ríos se distribuirá por todo el país, como ya ocurrió en la guerra de 1991, en que la ingesta de aguas contaminadas multiplicó por 10 los casos de tifus.
El 5% del territorio iraquí es costero. Son las costas las partes del territorio que más riqueza de biodiversidad presentan: numerosas especies de aves viven en las costas de Irak y Kuwait. Además, estas costas son refugio de miles de aves migratorias. La invasión masiva llevada a cabo por mar y el avance de las tropas han afectado a todos estos ecosistemas.

Otra vez el uranio empobrecido

El uranio empobrecido es un residuo procedente del proceso de enriquecimiento del uranio para ser usado como combustible nuclear o como material fisible para bombas atómicas. Se trata de un material débilmente radiactivo del que EE UU cuenta con unas 500.000 toneladas, a las que no sabe muy bien qué final dar. El uranio, al igual que el plutonio, es pirofórico, es decir, arde al contacto con el aire a altas temperaturas y se dispersa en forma de aerosol, pudiendo contaminar el terreno, las aguas o ser respirado o ingerido por las personas o animales. Y es aquí donde radica su peligrosidad.
Aunque el riesgo de irradiación externa es bajo, dada la baja radiactividad del uranio, las emisiones radiactivas desde dentro del organismo son de extrema gravedad. El uranio se desintegra emitiendo sobre todo radiactividad alfa, que es extremadamente dañina cuando se sufre desde dentro del organismo. Por si esto fuera poco, el uranio empobrecido aparece contaminado con otros isótopos radiactivos procedentes del reprocesado de combustible gastado, que son mucho más contaminantes, como el plutonio o el uranio-236.
Las características principales del uranio empobrecido son su elevada densidad (casi el doble que el plomo) y su gran resistencia al calor, que hace que se funda para temperaturas muy altas. Además, dada su condición de residuo, es tremendamente barato. Todos estos hechos unidos han hecho que el uranio empobrecido venga a sustituir al wolframio, un metal de similares densidad y resistencia al calor, pero mucho más caro.
El uranio empobrecido se usa como contrapeso en las alas de aviones, en los rotores de helicópteros, en los blindajes de los carros de combate y, cómo no, en la punta de los proyectiles que se usan para penetrar blindajes, llamados penetrantes.
El Ejército de EE UU posee multitud de armamento que usa el uranio empobrecido en la punta de sus proyectiles. Este material dota a estos proyectiles de una gran capacidad de penetración, por lo que se usa con profusión. Estos proyectiles son transportados por aquellos vehículos que se usan en la lucha antitanque o en los ataques a puestos fortificados. Los aviones A-10 y los helicópteros Apache son ejemplos de artefactos que cargan proyectiles de uranio empobrecido. Los misiles Tomahawk van también provistos de unos kilos de uranio empobrecido en su punta. El hecho de que, además, el uranio se usa para blindajes de carros de combate, contrapesos de aviones y rotores de helicópteros, hace que la cantidad de metal dispersado sea mucho más grande cuando estos vehículos son destruidos.
En la anterior guerra del Golfo se depositaron sobre el suelo iraquí entre 300 y 800 toneladas de uranio empobrecido. Los efectos de estos vertidos se han podido evaluar mediante estudios epidemiológicos, y son espeluznantes. En algunas zonas de Irak, las bombardeadas con mayor intensidad, el número de ciertos tipos de cánceres se ha multiplicado por 10, el número de abortos por 2,8 y el número de niños nacidos con malformaciones congénitas por 2. La contaminación del territorio y las aguas por uranio empobrecido se prolongará mucho más allá de la duración de la guerra. El uso masivo de estas municiones hace que las zonas de territorio contaminado sean muy grandes. La descontaminación se hará, pues, muy difícil. Se trata de afecciones que se prolongan mucho más allá de la duración de la guerra y que dejarán una secuela de sufrimientos y de empeoramiento de las condiciones generales de salud del país.
Pero el uranio empobrecido no sólo afectó a la población iraquí, sino también a los propios agresores. Según el International Action Center, presidido por Ramsey Clark, ex fiscal general de EE UU, casi 100.000 combatientes estadounidenses han sido afectados por enfermedades causadas por la contaminación de los proyectiles de uranio empobrecido. Estas enfermedades volvieron a aparecer entre los combatientes europeos que participaron en la guerra de Kosovo en 1991, y que se dio en llamar síndrome de los Balcanes.
La contaminación con uranio empobrecido se hace especialmente grave porque los ejércitos que usan este tipo de armas se niegan a reconocerla. De tal forma que el uranio empobrecido se dispersa por el medio sin control, y no se hace esfuerzo alguno por descontaminar las zonas bombardeadas.
Las armas de uranio empobrecido deberían estar prohibidas. Si no lo están es porque son altamente eficaces y baratas. Una ráfaga de proyectiles de relativamente pequeño calibre es capaz de destruir un carro de combate gracias a su extraordinaria capacidad de penetración.
En conclusión de todo lo expuesto hasta aquí, se puede decir que mal se libera a un pueblo de un tirano destruyendo su hábitat, su ecosistema y su riqueza natural, además de producir un enorme número de víctimas y una destrucción de su forma de vida.