Francisco Castejón
Independencia energética y soberanía.
El caso español

(Página Abierta, 202, mayo-junio de 2009)

            La energía y las materias primas para producirla son uno de los factores clave para el funcionamiento de un país. Sí, no sólo de su economía, sino del país como un todo. Podemos decir que nuestro desarrollo tecnológico, con todo lo bueno y lo malo que nos ha traído, se basa en un consumo constante de recursos y, en particular, de energía en sus diversas formas.
Dejo para otro momento el interesante debate sobre las bondades de la potente influencia de la tecnología en nuestra sociedad, en sus usos y costumbres y sobre si estas bondades han de ir acompañadas necesariamente de ciertos inconvenientes, y me centraré aquí en el análisis de la dependencia energética y sus efectos.

            En primer lugar, hay que ver para qué se usan las variadas fuentes de energía. Éstas no son un ente abstracto que se inyecta al sistema para que funcione, sino que están en formas diversas y, muchas veces, hay procesos industriales o productivos que sólo pueden ser alimentados por una fuente determinada de energía. Un ejemplo muy claro de esto es el transporte por carretera. Éste depende casi exclusivamente de los derivados del petróleo y, por tanto, el petróleo no puede ser sustituido por otras fuentes de energía para este uso. La sustitución del petróleo implicaría la transformación profunda del transporte, bien mediante el uso de otro tipo de vehículos, como los eléctricos, bien mediante el cambio radical en el tipo de transporte realizado mediante, por ejemplo, el uso del ferrocarril en lugar de la carretera. Otro ejemplo es el de la calefacción: no se pueden alimentar con electricidad o carbón las calderas de calefacción de gas, salvo que se cambiaran las miles de calderas domésticas que hay en un país. Por tanto, dependiendo de la estructura del consumo, no sólo se dan unas necesidades de energía sino unas determinadas formas de ésta.

            Además, hay que distinguir entre energía primaria y energía final. La primera es la cantidad de energía en cualquiera de sus formas que consume el país, mientras que la segunda es la energía que se consume localmente en los diferentes procesos concretos. Por ejemplo: una central de gas de ciclo combinado produce electricidad con una eficiencia que puede ser aproximadamente del 50%, lo que significa que por cada kWh útil producido (energía final) consume el doble en energía primaria procedente del gas.

La dependencia del sistema energético español

            Un problema endémico del sistema energético de nuestro país es la enorme dependencia del exterior. Por un lado, hay pocas fuentes domésticas y, por otro, tenemos una estructura del consumo muy dependiente del petróleo. En efecto, casi la mitad de la energía primaria que se consume en España procede del petróleo. Esto se debe claramente a que la mayor parte del transporte que se da en nuestro país se basa en el uso de la carretera, tanto para el traslado de viajeros como de mercancías. El resultado es que el 98% del transporte se basa en el consumo de petróleo. Y eso a pesar de que nuestro país prácticamente no produce petróleo.

            Una actividad muy importante en el consumo de energía es la generación de electricidad. Ésta es una forma de energía muy versátil y muy noble que permite usos diversos que van desde calentar los alimentos o la casa hasta la alimentación de sofisticados equipos electrónicos y ordenadores. Por su versatilidad y sus múltiples usos, la electricidad es, por tanto, clave en la marcha de la economía de un país, así como también resulta muy importante en la vida y la cultura de la población. La electricidad es, además, muy limpia allí donde se consume, aunque su producción y transporte produzcan en la actualidad fuertes impactos ambientales. Los derivados del petróleo son anecdóticos en la producción de electricidad, pues sólo el 0,8% de ésta se obtiene quemando fuel.

            En España, en 2008, la producción de electricidad se basó, en un 16,9%, en el carbón; un 31,8% procedió de las centrales de gas de ciclo combinado; un 18,3%, de los ocho reactores nucleares que funcionan en nuestro país, y nada menos que hasta un 30,7%, de las renovables. Éstas incluyen como principal fuente a la eólica, con una producción del 10,85%; la gran hidráulica ha producido el 7%; la fotovoltaica, el 1,5%, y la cogeneración, la minihidráulica y la biomasa han producido conjuntamente el 10,9% de la electricidad.

            Las renovables son, desde luego, de producción doméstica, mientras casi todo el gas y el 58% del carbón se importan en la actualidad, si bien las importaciones de este último dependen de los precios. También se importa el 100% del uranio consumido en las nucleares. Por cierto, que el pasado año se exportó el 3,5% de la electricidad producida.

            En estos momentos se puede decir, por tanto, que prácticamente las únicas fuentes de energía que no dependen de las importaciones en España son las renovables. Y también que la aportación de éstas al sistema eléctrico de nuestro país ha aumentado considerablemente gracias a la promoción que de ellas se ha hecho mediante regulación y sistemas de incentivos. Vale la pena pagar un sobreprecio por los impactos ambientales evitados y por las ventajas políticas que su uso aporta.

Energía, políticas y soberanía

            Ya se han producido varias veces situaciones en las que Rusia ha desafiado a la UE con amenazas de corte de gas. Durante el crudo invierno de 2008, varios países centroeuropeos vieron interrumpido su suministro, y lo mismo sucedió en 2007. En ocasiones por desacuerdos sobre el precio y en otras ocasiones para presionar a Ucrania. En 2007, la Unión Europea no estuvo a la altura de las circunstancias, pues no fue capaz de responder de forma unificada a las presiones rusas: Polonia y Alemania negociaron por separado en aquel momento. Si bien la UE ha presentado una postura más firme en la crisis de 2008, lo cierto es que el suministro energético es uno de sus tendones de Aquiles que limita el desarrollo político de la Unión. En ambas ocasiones hubo voces que, como siempre, intentaron arrimar el ascua a su sardina y defendieron la vuelta a la energía nuclear.

            Recientemente se han publicado algunos de los contenidos de un informe del CNI (*), donde se pone de manifiesto el peligro que supone para Europa la política energética de Rusia. Gazprom, la empresa estatal del gas rusa, está en negociaciones con los suministradores de Europa, Irán, Argelia, Nigeria, Venezuela, Brasil y Bolivia para influir sobre el suministro a la UE. Lo mismo ocurriría, según este informe, con los suministradores de petróleo. Si estas maniobras surtieran efecto, la dependencia europea del suministro de gas e hidrocarburos de Rusia será mucho más acusada que en el presente, en que ya es suficientemente alta, puesto que la UE importa el 30% del petróleo y el 35% del gas de ese país. Los intentos de Rusia podrían desembocar en la creación de una OPEP del gas dominada políticamente por ese país. Esto daría a Rusia un poder estratégico fuerte sobre la UE.

            La dependencia de España de los combustibles fósiles (petróleo, gas y carbón) rusos no es tan acusada, puesto que no importa gas ruso, pero sí importa el 25% del petróleo. Los intentos de Lukoil para entrar en Repsol se moverían en la misma dirección de controlar el suministro de hidrocarburos. Se da el caso también de que el 30% del uranio importado para los ocho reactores nucleares que funcionan en nuestro país procede de Rusia.

            Además de estos movimientos en el tablero geoestratégico, la dependencia energética puede motivar la necesidad de mantener buenas relaciones políticas con regímenes poco deseables que no respetan los derechos humanos y que mantienen sometidas a sus poblaciones. Dos ejemplos muy claros de esto son las relaciones con Argelia, que suministra el 40% del gas consumido en nuestro país, a pesar de que Buteflika no se ha caracterizado por su política democrática ni por el respeto a los derechos humanos, o la recepción honorífica de Teodoro Obiang en España, dictador centroafricano de Guinea Ecuatorial, para defender los intereses que Repsol tiene en la explotación de las reservas de petróleo de la zona. Es posible encontrar más ejemplos como éstos cotidianamente en las páginas de información internacional de los periódicos.

            No es baladí analizar la política exterior española en Latinoamérica y lo diferentes que son, por ejemplo, las relaciones con Venezuela, de la que se importa petróleo, de las tirantes relaciones que se tienen con Bolivia tras la nacionalización del gas y el petróleo.

            Las políticas de todos los países se ven claramente mediatizadas por sus necesidades energéticas, y los Gobiernos se ven obligados a negociar con regímenes indeseables que, de otra manera, no serían admitidos en el club de las democracias. Sin duda no es éste el único caso de realpolitik al que asistimos, ni por parte de nuestro Gobierno ni por parte de otros que también dicen defender la legalidad internacional y la carta de la ONU. No será ésta la única contradicción a la que asistamos entre lo que se pregona –y sería deseable que se cumpliera– y lo que finalmente se hace. Sin embargo, es claro que el suministro de energía impone una enorme servidumbre por parte de cualquier Gobierno, pues no hay nada más impopular que el fallo del suministro que provoca apagones, con los consiguientes perjuicios, ni más dañino para las actividades económicas que la insuficiencia del suministro energético. También es cierto que la energía es el motor de muchos conflictos internacionales y que su dominio ha mediatizado fuertemente conflictos como el de Oriente Próximo.

            Sería deseable en éste, como en otros asuntos, que los Gobiernos tuvieran verdadera independencia para actuar según el mandato de sus ciudadanos.

Las soluciones

            Las soluciones a este grave problema pasarían por dos tipos de acciones, como no puede ser de otra manera: actuar sobre las fuentes y sobre la demanda.

            En referencia a la oferta, el remedio pasa por el aumento de la dependencia de las fuentes de energía domésticas y, siempre que éstas no sean suficientes, por la diversificación de los proveedores y de las fuentes energéticas. Las limitaciones a este tipo de actuaciones vienen de los usos de la energía que se derivan de la estructura de consumo de cada país. Como se ha visto anteriormente, no es directo el intercambio de unas fuentes de energía por otras: por ejemplo, el petróleo del transporte no puede ser sustituido en la actualidad fácilmente por otras fuentes de energía. Por tanto, la dependencia del petróleo no podrá reducirse en nuestro país salvo reduciendo drásticamente el transporte por carretera, lo que implicaría una profunda reconversión del transporte en general y la reducción de la industria del automóvil, con los consiguientes impactos sociales, o bien el desarrollo de vehículos eléctricos a gran escala.

            Un juicio parecido al que merece el uso del petróleo en el transporte cabe ser emitido respecto de la agricultura. En los países industrializados, la mayor parte de la agricultura está mecanizada y se basa, en un gran porcentaje, en el consumo de petróleo y sus derivados. Esta dependencia no va disminuir, salvo que la agricultura cambie profundamente o lo haga la maquinaria utilizada.

            Los desarrollos tecnológicos pueden aumentar esta flexibilidad favoreciendo el intercambio de usos energéticos. Por ejemplo, el desarrollo de coches eléctricos permitiría sustituir los derivados del petróleo por las variadas fuentes de energía que se usan para producir electricidad, como son las fuentes renovables. Sin embargo, actualmente se han suscitado apasionantes debates acerca de las ventajas e inconvenientes de esta posibilidad. Aunque no sea éste el tema del presente trabajo, sí se puede anticipar que los actuales niveles de transporte por carretera no son sostenibles ni se pueden generalizar ni con petróleo ni con renovables que alimenten los coches eléctricos.

            Además de actuar sobre la oferta, es básico hacerlo sobre la demanda: es importante reducir el consumo mediante medidas de ahorro y eficiencia y mediante políticas de toda índole que hagan que los procesos económicos requieran de menos energía para su desarrollo. Ni qué decir tiene que los valores y costumbres de la sociedad son también clave. Hay que impulsar el valor de la austeridad, del respeto al medio ambiente y, desde luego, a los demás.

            En 2008 la demanda de electricidad ha aumentado sólo el 0,88% respecto a 2007. Este magro aumento se debe en parte a las medidas que se han tomado y en parte a la crisis, que ha disminuido la actividad. Entre marzo de 2008 y marzo de 2009, la demanda ha caído un 7,5%, lo que sin duda se debe a la crisis económica. En todo caso, sí se puede decir que el sistema eléctrico español causa un 60% menos de CO2 por cada kWh producido que la media de la Unión Europea. Esto es el fruto del esfuerzo hecho para desarrollar las renovables a lo largo de los últimos doce años, especialmente en estas dos últimas legislaturas. Estos tibios avances en el ámbito de la electricidad no se han visto acompañados por unos similares en el sector del transporte. El grueso de éste se sigue haciendo por carretera y la disminución de la demanda no cabe atribuirla a las medidas tendentes a su reconversión ecológica sino únicamente a la crisis.

            En España hace ya tiempo que el Gobierno intenta diversificar sus proveedores de gas y de hidrocarburos. A pesar de que todavía la dependencia del gas natural (metano) de Argelia es demasiado elevada (el 40%, como se ha dicho antes), ha aumentado mucho la variedad de proveedores durante el último quinquenio. Para esto ha sido clave el hecho de que el gas no sólo se importa por gaseoducto, sino licuado en grandes metaneros. De esta forma se pueden buscar proveedores de gas, al igual que de petróleo, en cualquier parte del mundo. Uno de los problemas de esta opción es que ha obligado a la construcción de grandes infraestructuras portuarias que permitan el atraque de buques de gran tonelaje y calado. Asimismo obliga a construir plantas regasificadoras, donde convertir el metano líquido en gas, y de depósitos donde almacenar éste; y a ampliar la red de gasoductos desde estos puntos hasta las ciudades e industrias donde se consume. Alguno de los conflictos ambientales que se viven hoy día en España, como el del puerto y la planta regasificadora de El Ferrol o el del puerto de Granadilla (Tenerife), responden a los intentos de aumentar la capacidad de suministro de gas licuado.

            Además de los problemas políticos citados anteriormente, hay que tener en cuenta los problemas ambientales de las fuentes de energía convencionales. El cambio climático es, sin duda, el más grave y su solución pasa por la reducción del consumo de hidrocarburos, carbón y gas. La disminución del consumo de los combustibles fósiles no sólo reduce la dependencia política, sino que además favorece unas relaciones más sensatas con el medio.

            Las medidas de gestión de la demanda son clave para reducir el consumo de un país. Además del ahorro y eficiencia energéticas, son necesarias medidas que modifiquen la estructura del consumo. Por un lado, se trata de que las fuentes consumidas sean aquellas que se producen y, por otro, de que la estructura horaria del consumo se adapte bien a la de la producción. Estos cambios se pueden favorecer mediante regulaciones y política de precios. No basta, obviamente, con repartir bombillas de bajo consumo.

            El incremento de la participación de las fuentes de energía internas, que abundan en cada país, es una clara forma de reducir la dependencia exterior y sus consiguientes servidumbres políticas. Sólo que no muchos países están bien surtidos de las fuentes que hoy se consumen fundamentalmente en el mundo. En números redondos, el 80% del consumo mundial se satisface con combustibles fósiles y aproximadamente la mitad de éstos se integra por los derivados del petróleo. Como se sabe, éste y el gas están muy mal distribuidos por nuestro planeta, lo que da lugar a todo tipo de conflictos internacionales.

Las energías renovables

            En un país como España las principales fuentes internas son las renovables. Ya desde el Gobierno de Aznar se tomaron algunas medidas para favorecer el desarrollo de la energía eólica. Estas medidas fueron reforzadas decididamente por el Gobierno de Zapatero. En estos momentos, con 16.700 megavatios instalados, el 11% de la electricidad consumida en España que aporta la eólica convierte a nuestro país en el tercer productor del mundo en números absolutos. Las tecnologías desarrolladas son también internas, lo que ha permitido generar un rico tejido industrial que, además, es un gran exportador. A la eólica se le achacaba el problema de que el sistema eléctrico no podría funcionar bien con una alta penetración de esta energía, por el difícil control de la red y por la supuesta baja calidad de la corriente alterna producida por los aerogeneradores. Sin embargo, ha habido días especialmente ventosos en los que la eólica llegó a suponer el 45% de la electricidad consumida, sin problema alguno para la red y su control.

            Las otras fuentes renovables, aparte de la cogeneración, todavía están en una fase incipiente. La energía solar fotovoltaica, con unos 1.500 megavatios instalados, sólo aporta el 1,5%. Los sucesivos decretos que el Gobierno del PSOE ha promulgado para impulsar la fotovoltaica han tenido el problema de considerar al mismo nivel las instalaciones sobre tejado que aquellas que se hacen sobre el suelo, cuando las primeras son mucho menos impactantes puesto que no ocupan territorio extra. Este error está ya en fase de ser paliado en los futuros decretos.

            La energía solar térmica, útil para producir calefacción o agua caliente sanitaria, podría satisfacer el 30% de las necesidades internas y de los edificios; sin embargo, su desarrollo es de una lentitud exasperante. El Código Técnico de Edificación, que obliga a instalar renovables en los edificios de nueva construcción, no ha sido capaz de acelerar su implantación, puesto que se ha aprobado tras el gran boom de la construcción. Para mejorar la eficiencia energética de los edificios ya construidos, así como las instalaciones de renovables, éstos han de pasar por una auditoría energética, similar a las Inspecciones Técnicas de Edificios. Y sus resultados deberían ser vinculantes para los propietarios.

            La última forma de utilizar la energía solar es la termoeléctrica o solar de alta temperatura. Estas centrales se basan en el calentamiento de algún fluido mediante un campo de helióstatos a temperatura de ebullición y el vapor producido movería una turbina. En España existen ya proyectos por 500 megavatios de este tipo de centrales que aportarán en el futuro una parte considerable de la electricidad. Existen ya dos importantes líneas de investigación sobre esta fuente de energía que podrían dar frutos en breve: el aumento de eficiencia en la producción de electricidad y el almacenamiento de grandes cantidades de energía, al menos durante la noche.
El problema principal de las renovables es su almacenamiento. A veces no están disponibles (no siempre hace viento o sol) y es necesario desarrollar técnicas para almacenarlas cuando se necesiten. La fuente renovable que permite salvar esta limitación es la biomasa, que puede almacenarse sin problemas, aunque presenta el inconveniente de la baja densidad energética. Los biocombustibles podrían en el futuro paliar la enorme dependencia de los derivados del petróleo, pero su desarrollo está siendo extremadamente lento por su baja eficiencia energética y por los obstáculos puestos por las petroleras.

            Una mención especial en este debate merece la energía nuclear. ¿Proporciona de verdad, como defienden sus impulsores, independencia energética? El 100% del uranio que se consume en España es importado y, como se ha dicho más arriba, el 30% procede de Rusia. Además, todo el uranio se enriquece en el extranjero, mediante una tecnología de doble uso militar y civil. Hay que reconocer que el combustible nuclear es menos voluminoso que el petróleo y el gas, lo que permite su más fácil almacenamiento y facilita que las reservas de combustible en España lleguen a un año de consumo.

            Y no sólo se importa el combustible, también se importan las tecnologías centrales de los reactores. Si bien otros elementos de la central como los edificios civiles y la calderería de algunas piezas del circuito primario o los generadores de vapor ya se fabrican en España, no existe ninguna empresa que oferte reactores nucleares. No se puede afirmar, ni mucho menos, que la energía nuclear nos aporta independencia energética. Tampoco esta fuente de energía contribuye al desarrollo industrial y a la creación de empleo.

            En resumen, se puede decir que la independencia energética es un elemento clave para aumentar la autonomía política de un país y que, a menudo, la lucha por el suministro energético dicta políticas poco respetables. La diversidad en el abastecimiento es una forma de suavizar la dependencia.

            Sin embargo, las políticas que verdaderamente están siendo eficaces en España son las tendentes al desarrollo de las renovables, especialmente la eólica y la solar. En el debe de estas energías habría que apuntar el gran volumen de transporte en carretera que provoca una gran dependencia del petróleo y la necesidad de adoptar más medidas de ahorro y eficiencia. Las estrategias que fomentan las energías renovables y disminuyen el consumo, además de ser beneficiosas para el medio ambiente, permiten aumentar la soberanía del país.

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(*) D. López-Fonseca y A. M. Vélez (Público, 9 de abril de 2009).