Francisco Castejón
El porqué del petróleo barato
(Página Abierta, 238, mayo-junio de 2015).

 

El petróleo es clave en el transporte, la agricultura y muchos procesos industriales. La segunda parte de la revolución industrial se pudo producir por el hallazgo y explotación de este combustible versátil, fácil de almacenar y con gran capacidad energética.

El petróleo: escaso, clave para la economía y mal repartido

La mecanización de la agricultura basada en el petróleo permitió la llamada «revolución verde», dando lugar a un aumento enorme de la producción de alimentos en el mundo; si bien, estos no están bien distribuidos en él, ni están seleccionados con fines de optimizar la producción de nutrientes para acabar con el hambre o para garantizar una nutrición saludable. Al contrario, con el tiempo se va imponiendo una dieta muy rica en productos animales, que requieren muchos más recursos de agua, energía y terreno para ser producidos. Se puede decir, sin exagerar demasiado, que comemos petróleo. El nombre de revolución verde resulta especialmente cínico puesto que generó la aparición de un sector agroindustrial con fuertes impactos ambientales.

El transporte depende en gran medida (más del 95%) del consumo de petróleo y sus derivados. La globalización que, entre otros procesos, conlleva un aumento del transporte de personas y mercancías, se basa por tanto en el consumo de petróleo. Pero la clave del grueso del consumo está en la extensión del uso masivo del coche para transportarnos.

Los plásticos, que son omnipresentes en los objetos que nos rodean, proceden también del petróleo. El petróleo se ha hecho tan importante en nuestras vidas y en los procesos productivos que el crecimiento económico está  correlacionado con un aumento del consumo de petróleo. Como es básico en el transporte y en la producción de alimentos, las variaciones del precio del petróleo se reflejan en los precios de todos los productos.

Sin embargo, una materia prima tan importante para la actual civilización no resulta abundante. No es sencillo calcularlo, pero las reservas disponibles de crudo solo alcanzan para unas decenas de años, entre 40 y 50 al actual ritmo de consumo, dependiendo de las fuentes que se consulten.

El petróleo procede de la descomposición de los seres vivos, bastante bien distribuidos por la Tierra, pero solo se conserva en algunas formaciones geológicas capaces de atraparlo. Por eso está muy mal distribuido por el mundo. Y hay países muy demandantes que no tienen reservas de petróleo.

El hecho es que, por un lado, el consumo aumenta en los países industrializados, especialmente en los países emergentes, y, por otro, cada vez hay más población en el mundo que ingresa en los niveles de consumo y forma de vida occidentales. Por ello, la demanda crece y las reservas de petróleo no son capaces de aumentar al mismo ritmo que lo hace la demanda, y en consecuencia cada vez resultarán más escasas. A la gráfica que representa la evolución creciente de la demanda en comparación con el decreciente descubrimiento de nuevas reservas se la conoce como las fauces del cocodrilo, haciendo mención al riesgo que tiene nuestro modelo económico y el modelo energético en el que se basa. Es como si el cocodrilo de Peter Pan se acercase cada vez más al Capitán Garfio (1), con el reloj de éste en la barriga haciendo un tic-tac que recuerda que nuestras formas de transporte, producción y consumo tienen fecha de caducidad.

Además de la escasez de las reservas, hay que considerar la evolución de la producción mundial con el tiempo. Está admitida por los expertos la existencia del llamado pico del petróleo. Según esta teoría, elaborada por el geólogo experto en petróleo Hubbert, la producción podrá seguir aumentando al ritmo de la demanda hasta alcanzar un máximo. A partir de ese máximo la producción decrecerá y parte de la demanda quedará insatisfecha. El pico de Hubbert aparecerá antes que el fin de las reservas. No sabemos cuándo porque no se sabe a ciencia cierta cuántas reservas hay y porque cada vez hay mayor capacidad tecnológica para explotar algunos petróleos, como por ejemplo el fracking, pero casi nadie duda de que el pico de Hubbert aparecerá.  

Actualmente la producción puede responder a la demanda, puesto que hay reservas, capacidad de bombeo y de refino, pero en el futuro podría dejar de ser así si la demanda no deja de aumentar. Si esto llegara a producirse sin que se hayan tomado medidas correctoras, asistiríamos a grandes crisis económicas, políticas y sociales.

El precio del petróleo

En estas circunstancias, es de esperar que los precios del petróleo vayan creciendo, según esta materia vaya escaseando. Cabe esperar oscilaciones dependiendo de sucesos externos, como crisis, guerras en las zonas de producción o maniobras especulativas, pero estas oscilaciones se superpondrían a una tendencia creciente. Por ejemplo, se produjo un aumento del precio espectacular en el año 2008 cuando, a raíz de la crisis financiera, los inversores se refugiaron en las materias primas, incluyendo el petróleo, haciendo que el precio de éstas se disparara. De hecho, y de forma dramática, el precio de los alimentos se disparó en los mercados internacionales y el hambre en el mundo creció.

A pesar de ese encarecimiento esperable, nos encontramos con un momento en que los precios del petróleo han bajado sustancialmente. A principios de 2015 bajaron más del 60% respecto al precio de 115 euros el barril alcanzado por el petróleo a principios del verano de 2014, el máximo ese año. Aunque ahora se observa un pequeño repunte y el petróleo ha vuelto a superar los 60 dólares el barril de Brent.

La gran bajada que se ha producido no responde está vez a ningún suceso catastrófico específico, crisis o guerra. Es solo que los países que más reservas tienen del mundo se han puesto a bombear y a forzar así que los precios bajen en los mercados. Arabia Saudí, como principal productor mundial, y los emiratos de la península arábiga (Kuwait, Dubai, Qatar, Emiratos Árabes Unidos) tomaron la decisión de producir petróleo a bajo precio. Ni siquiera la muerte del rey Abdullah ben Abdulaziz de Arabia Saudí el día 22 de enero de 2015, impulsor de esta política, cambió lo que sucedía. De hecho, su sucesor y hermano, el actual rey Salman ben Abdulaziz Al Saud, se apresuró a asegurar en su mismo discurso de toma de posesión que este estado de cosas no iba a cambiar.

El aumento de la producción lo impulsó el ministro del petróleo, Ali al-Naimi, que lo fue durante el mandato del antiguo rey y que ha sido mantenido en su puesto por el actual. Si bien, esta decisión ha sido controvertida puesto que, aunque Arabia Saudí puede mantener el precio bajo, no puede prorrogarse de forma indefinida ya que, finalmente, también las finanzas saudíes se verían afectadas. De hecho el país ha reducido el gasto público, lo que incrementa el descontento popular. Además, la acción árabe en Yemen contra la revuelta Huthi ha forzado al país a aumentar su gasto en armamento, lo que requerirá un incremento de los ingresos del reino.

Las mayores reservas del mundo se encuentran, con diferencia, en la península arábiga, lo que otorga a estos países una enorme capacidad de producción y, por tanto, de control sobre los precios.

Esta maniobra saudí se produce sin el consenso de los países de la OPEP, un club internacional cuya finalidad es la defensa de los intereses petroleros, integrado por países muy diferentes, con intereses geopolíticos muy dispares. La desconfianza entre estos países aumentará y no será fácil que la OPEP actúe de nuevo de forma coordinada.

El día 29 de marzo, sin embargo, se produjo una modificación importante en la cúpula del Gobierno saudí que llevó, entre otros cambios, a la sustitución del actual ministro del petróleo. No obstante, este cambio parece más bien dedicado a asegurar la sucesión en la monarquía, y a colocar a personas más cercanas, que a un cambio real de la política energética a corto plazo.

Los efectos del bajo precio

Dada la opacidad del régimen saudí, no es fácil saber cuál es la motivación última de la industria saudí del petróleo para bajar los precios, especialmente porque estos bajos precios están teniendo múltiples consecuencias, pero sí se pueden analizar sus efectos en el mundo. Claramente, hay países beneficiados y otros perjudicados, así como sectores industriales beneficiados frente a otros perjudicados.

Aquellos países importadores de petróleo cuyas economías son muy dependientes de este combustible se van a ver beneficiados. Tal es el caso de la Unión Europea o, sin ir más lejos, de España. Aproximadamente, el 44% de la energía primaria que consumimos en España en 2013 procede del petróleo y sus derivados, importados casi en su totalidad (2). Este porcentaje alcanza el 50,8% si hablamos de energía final. Estas proporciones superaron el 50% de la energía primaria a finales de los 90 y principios de los años 2000, en plena fiebre de la construcción y las infraestructuras. El saldo bruto entre los productos energéticos importados menos los exportados supuso 41.900 millones de euros en España en 2013. Una contribución nada desdeñable a nuestro déficit por cuenta corriente. La recaudación impositiva del Gobierno con cargo al consumo de productos petrolíferos no compensa las desventajas que impone la fuerte dependencia del petróleo.

La bajada de precios es muy beneficiosa para la economía mundial en general: abarata los transportes, lo que finalmente se deja sentir en todas las mercancías (además de notarse en los viajes y de propiciar los intercambios para hacer negocios y el turismo); abarata también las obras que dependen de la maquinaria pesada, que interviene en todas las infraestructuras; y hace bajar la factura energética de la agricultura y ganadería. Con todo esto, la factura energética de la economía española se ha reducido fuertemente, hasta el extremo de que algunos economistas achacan un crecimiento del 1% del PIB a esta mera reducción de los precios del petróleo. Las predicciones del crecimiento del PIB del 2,5% de la economía española para 2015 se deberían más a la reducción de los precios del petróleo y a la bajada de la cotización del euro que a los esfuerzos de nuestro país.

El conjunto de la UE es también muy dependiente de la importación de hidrocarburos, si bien el grado de dependencia varía mucho de unos países a otros. Podemos comparar los casos de España o Grecia con el de Noruega, que es un país productor. En conjunto, este descenso de precios suaviza la crisis en la Unión y favorece la aparición de crecimiento en algunos países. Europa ha pasado de estar preocupada por la inflación a que daba lugar el alza de precios de los combustibles, a estarlo por el peligro de deflación que una bajada demasiado brusca podría causar. En un escenario de deflación, los países endeudados lo pasarían mal, neutralizándose los efectos positivos del descenso de los precios.

Los países exportadores que fían sus recursos económicos a la venta de hidrocarburos van a sufrir con esta merma de sus ingresos. Tres países están teniendo problemas especialmente: Rusia, Nigeria y Venezuela.

Dada la mala situación financiera de Rusia, los bajos precios están causando una notable merma de los ingresos estatales, lo que se traduce en un descenso de la inversión pública y en el gasto social. El fortalecimiento del nacionalismo y del sentimiento imperial ruso es una clara tentación para el Gobierno de Vladimir Putin, como obvio antídoto al posible descontento social. Para la crisis ucraniana esta situación sería nefasta porque en este país se jugaría, además, el orgullo ruso, sumado a los intentos de Putin de generar un cordón de seguridad alrededor de las fronteras de Rusia.

Otro gran damnificado es Venezuela, país que fiaba su estabilidad social a unos productos subvencionados para la mayoría de la población. La merma de ingresos por la bajada del precio del petróleo se fija en más del 50%, lo que dificulta que el Estado pueda mantener ese nivel de gasto. Aparece, por tanto, el desabastecimiento y se resiente el apoyo que el régimen podía tener. Si sumamos esto a las tensiones políticas y económicas internas, el resultado es que el país está sumido en una crisis de primer orden.

Nigeria es otro país que fía su economía en sus exportaciones de petróleo. Los problemas de gobernabilidad que este país tuvo antes de las elecciones y el avance de Boko Haram no están desconectados, seguramente, de la merma de los ingresos petrolíferos. 

Si hablamos de sectores económicos, es claro que la industria del automóvil y de las grandes infraestructuras se verá beneficiada, así como la agroindustria, que tiene un fuerte uso de maquinaria agrícola. Frente a las industrias que intentan obtener hidrocarburos por métodos alternativos: el fracking, la extracción de aguas profundas, incluido el Ártico, la explotación de arenas bituminosas y la posible extracción de hidruros de metano.

Por tanto, los intentos de producir hidrocarburos por otras técnicas, más caras que la mera extracción por bombeo, también sufrirán en este contexto de precios bajos. Por ejemplo, el petróleo extraído por fracking sólo es rentable a partir de unos 80 dólares el barril. Significa esto que las empresas que extraen hidrocarburos mediante esta técnica pierden dinero en estos momentos en que el barril Brent de petróleo está a algo más de 60.

La producción de gas y petróleo mediante esta técnica empieza masivamente en EE. UU. a partir de 2009, lo que motiva que este país tenga una creciente independencia energética y pueda, por tanto, liberar su política exterior del condicionante de garantizar su suministro. El creciente acercamiento a Irán, de mayoría chií, paralelo al distanciamiento de la suní Arabia Saudí, es un indicio de esta política de manos libres. La firma del acuerdo nuclear, que sitúa a Irán a más de un año de tener capacidad para fabricar bombas atómicas, es un potente indicio del cambio de alianzas en esta compleja zona. Aunque no es fácil saberlo, parece probable que el abaratamiento del petróleo sea una reacción de Arabia Saudí y los Emiratos a este cambio de alianzas impulsado por Obama.

Si persisten los bajos precios, es posible que se produzca un nuevo aumento del consumo que compense la moderación de la demanda creada por la crisis económica. Esto se traduciría en un aumento de los impactos ambientales del uso del petróleo, incluidos los vertidos, las mareas negras y el cambio climático. Y en que se aplacen las medidas con vistas a reducir la dependencia de este escaso combustible.

Librarse de la dependencia

Esta época de bajos precios debería usarse para intentar librarse de la enorme dependencia del petróleo en España y en la UE. Sería de una gran cortedad de miras quedarse en el aprovechamiento de los precios bajos para incrementar el PIB y no trabajar para cuando lleguen las vacas flacas y volvamos a enfrentarnos a los altos precios. Debemos pensar incluso en prepararnos para cuando la producción de petróleo no pueda seguir a la demanda. Los bajos precios del petróleo pueden ser usados, paradójicamente, para independizarnos de esta sustancia, dado que esos bajos precios dejarán más recursos disponibles.

La apuesta por tecnologías alternativas, como el fracking o la extracción en aguas profundas, no hace sino retrasar la agonía, a costa, además, de grandes impactos ambientales. Los numerosos proyectos de extracción de gas y petróleo mediante la técnica de fractura hidráulica en nuestro país no le otorgará independencia energética y servirán de coartada para no introducir cambios en nuestro modelo energético. Las prospecciones en aguas profundas en Canarias hechas por Repsol no arrojaron una riqueza petrolífera suficiente ni siquiera para realizar nuevas prospecciones, al menos en el actual escenario de bajos precios.

Reducir la dependencia pasa, lógicamente, por reducir el consumo y la omnipresencia del petróleo. Esto requiere de una multiplicidad de medidas que abarcan desde el transporte hasta nuestra dieta, pasando por el comercio internacional, la política de infraestructuras y la ordenación del territorio.

En cuanto al transporte, lo primero sería reducir las necesidades de transporte aumentando la accesibilidad y no necesariamente la movilidad. Significa esto ordenar el territorio y la ciudad de forma que no obligue a millones de personas a recorrer grandes distancias cada día para ir a sus lugares de trabajo, disponer de comercio y ocio cercanos que permitan los desplazamientos a pie o en bicicleta y favorecer el uso del transporte público, preferiblemente electrificado. Dada la apuesta de este y anteriores Gobiernos por el transporte por carretera, tanto de mercancías como de personas, que ha llevado a la construcción de miles de kilómetros de autovías, no resulta fácil cambiar nuestros  modos de transporte. Sin embargo hemos de caminar en la dirección de reducir el consumo de petróleo para transportarnos.

La producción agrícola que requiere el uso intensivo de maquinaria debería también ser revisada y se debería optar por medios de producción que reduzcan en lo posible la necesidad de petróleo y sus derivados. Todo esto, claro está, sin volver a una producción en formas preindustriales.

También debe investigarse en la sustitución gradual del petróleo por otras fuentes de energía. Como ya se ha dicho, la electrificación del transporte es un paso importante, ya que la electricidad se puede producir por otras fuentes de energía, incluidas las renovables: se debería considerar el aporte sensato de agrocombustibles. Para que esto último fuera un avance y no un retroceso ambiental, hay que mirar que estos combustibles se produzcan en condiciones ecológicamente aceptables: que no consuman agua, ni provoquen deforestación, ni impliquen la sustitución de tierras de cultivo en países en que la agricultura de subsistencia es clave.

En resumen, se muestra una vez más la capacidad de usar el petróleo como arma política por aquellos países ricos en oro negro. La forma que tiene cualquier país, y España y la UE en particular, de sufrir lo menos posible los avatares de la política internacional es reducir en lo posible la dependencia del petróleo. Los bajos precios del petróleo nos abren una oportunidad de oro para suavizar los efectos de la crisis, que siguen siendo terribles, y para ir poco a poco siendo más independientes de esta materia prima que resulta vital para el metabolismo de la economía.

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(1) Para vivir la angustia de Garfio recomiendo la obra original Peter Pan de James M. Barrie -a poder ser la edición prologada por Leopoldo María Panero-, mejor que la edulcorada versión de Walt Disney.
(2) Solo el 0,2% de la energía primaria procede del petróleo de producción nacional.