Francisco Castejón
Biocombustibles.
Un sí cauteloso

(Página Abierta, 184, septiembre de 2007)

 

            Fue primero la energía eólica. La extensión a gran escala en España de esta fuente de energía comenzó en los años finales del siglo XX, y se vio sometida a los condicionantes de los sistemas económicos e industriales realmente existentes, como no podía ser de otra manera. Todos los factores que la rodean (fuerte crecimiento, construcción de parques muy visibles, etc.) la han  situado en el centro del debate, entre detractores e impulsores dentro del propio ecologismo organizado. Los primeros se centran en los impactos ambientales y en el modelo en que esa fuente de energía se está expandiendo, mientras que los segundos hacen hincapié en las bondades ecológicas de esta forma de producir electricidad. El resultado de estas diferentes posiciones puede verse en España en la extensión territorial de esta fuente de energía. Hay territorios como Navarra, Aragón, Galicia... donde hay una gran capacidad de generación eólica instalada, y otros, como Euskadi, donde no hay un solo megavatio eólico instalado.
            Está claro que si queremos poner en pie un modelo de desarrollo lo menos impactante posible sobre el medio ambiente, las fuentes de energía renovables han de encontrar hueco en el mundo que existe, con todas las contradicciones que ello acarrea. Esto es un indicio de que los debates sobre las fuentes renovables no son inocentes y los argumentos deben ser sólidos porque, finalmente, tienen consecuencias.
            Como se ha dicho, ahora les toca el turno a los biocombustibles. Esta fuente de energía aparece ya de forma realista como alternativa, aunque minoritaria, en los países industrializados. Recientemente, la UE ha decidido impulsar el uso de las renovables, incluidos los biocombustibles (1). Y más recientemente, el Ministerio de Industria español ha fijado porcentajes obligatorios de bioalcohol y biodiesel en las gasolinas y fueles que verteremos en los depósitos de los automóviles españoles a partir de 2008 (2), para que en 2010 los biocombustibles sean el 5,83% de los combustibles consumidos en España y así despegue esta fuente de energía y supere el magro 0,53% que aporta en la actualidad. Son fuertes indicios de que el uso de tal energía, destinada a la automoción, se va a ir extendiendo en los próximos años. A raíz de la imitación de exportaciones de maíz por parte de EE UU (el principal exportador de trigo y maíz del mundo) a México para dedicar parte de su producción a la fabricación de etanol, el debate sobre los biocombustibles sobrepasó al ecologismo organizado y saltó a la opinión pública. Y es que las tortitas de maíz, base de la alimentación de las gentes de dicho país, subieron de precio y repercutieron sobre las economías domésticas más depauperadas. La prensa habló del impacto de la fabricación de etanol a partir del maíz; sin embargo, no se cuestionó el hecho de que más de la tercera parte del consumo del maíz mexicano se dedica a la alimentación del ganado para producir carne.
            El hecho es que los diferentes elementos que rodean el debate sobre el uso de esta fuente de energía superan al ecologismo organizado y llegan a otros sectores sociales. No podía ser de otra manera porque, aunque una parte de los biocombustibles pudiera extraerse de los residuos forestales y de aceites usados, la mayor parte habría de obtenerse a partir de cultivos. Y es aquí donde intervienen numerosos factores que superan las consideraciones sobre balances energéticos. En el momento clave en que se está decidiendo el futuro de esta fuente de energía, se está produciendo un vivo debate, y numerosas voces, incluida la de Vía Campesina, cuestionan su uso por la manera en que se han extendido en el Tercer Mundo, en forma de monocultivos extensivos con fuertes impactos ambientales y basados en la explotación de los campesinos. Uso que también es cuestionado por algunos sectores del ecologismo activo. Creo, con las debidas prevenciones que se tratarán en este artículo, que los biocombustibles deben ser usados para reducir los efectos de la quema del petróleo y sus derivados, especialmente las emisiones de gases de efecto invernadero.

Los biocombustibles y su eficiencia energética

            Los biocombustibles son un caso particular de la fuente renovable conocida como biomasa, llamada así porque se obtiene energía a partir de la materia que procede de los seres vivos. Son una fuente de energía renovable en estado líquido que podría ser quemada en motores de explosión, salvando así el concepto de automoción que tenemos en la actualidad, basado sobre todo en coches, barcos, camiones y aviones. Algunos de estos medios de transporte, como el avión, difícilmente podrían sustituir a los derivados del petróleo por otra fuente de energía que no sean los biocombustibles.
            Los biocombustibles se dividen, además, en biodiesel y bioalcoholes (el principal de éstos es el etanol, el alcohol normal y corriente que se encuentra en las bebidas). El consumo de biocombustibles que sustituyan a los derivados del petróleo permite reducir las emisiones de CO2, que contribuyen al cambio climático, porque el dióxido de carbono que se emite ya fue capturado previamente. También evitan las emisiones de plomo y de compuestos de azufre que luego darían lugar a las lluvias ácidas. El biodiesel se puede usar mezclado con el gasoil de los motores diesel, y los bioalcoholes se mezclan con las gasolinas. El biodiesel se obtiene a partir de aceites vegetales de plantas oleaginosas como el girasol, mientras que el bioalcohol se obtiene de la fermentación de la caña, la remolacha o los cereales. Además, se pueden obtener biocombustibles de residuos como los aceites usados.
            El problema de los biocombustibles es que su eficiencia es mucho menor que la de los derivados del petróleo a los que sustituyen. La forma de captar la energía solar es la fotosíntesis, proceso muy ineficiente. Efectivamente, podemos comparar la eficiencia de un panel solar fotovoltaico de última generación, que es capaz de transformar el 16% de la energía luminosa que llega a su superficie en energía eléctrica, con la de las plantas, que sólo fijan en sus tejidos, a lo sumo, el 3% de la energía luminosa que les llega. Este hecho implica que es necesario disponer de superficies grandes para obtener cantidades apreciables de energía. Es el gran inconveniente de la biomasa en general, y de los combustibles en particular, que además ha de basarse en un monocultivo por razones técnicas, lo cual representa otro motivo de inquietud desde el punto de vista ambiental.
            El hecho de que la eficiencia energética sea tan baja, tiene como primer efecto que la diferencia entre la energía empleada en la fabricación de los biocombustibles y la que se obtiene de su uso sea también pequeña. Para que esta diferencia sea positiva, para que se obtenga más energía de la que se invierte, es imprescindible cuidar al máximo todos los procesos que intervienen en su fabricación.
            Además, cuando el margen es tan estrecho, es imprescindible contarlo todo. Es lo que se llama análisis de ciclo de vida. En el caso de los biocombustibles habría que contar el agua, los fertilizantes, la maquinaria que se usa para recolectar los cultivos y el combustible consumido en estas operaciones, lo que se consume en la fábrica, etc.            
            Estos cálculos no son nada fáciles, y por eso, según quién los haga y la metodología que use, pueden variar desde valores negativos, según los cuales se perdería energía, hasta valores positivos. En concreto, es posible encontrar estudios en los que la energía total obtenida, divida por la invertida, es de 0,83 (3), hasta aquellos en los que este cociente alcanza valores de 1,5 (4). Estos valores del cociente entre la energía obtenida y la invertida se pueden comparar con los de los derivados del petróleo, que alcanzan la cifra de 100 en el caso de pozos clásicos surgentes. Estos valores bajan a 10 cuando los petróleos son pesados y de difícil extracción, o a 3, que es el cociente entre la energía que se saca y la que se invierte al explotar las arenas asfálticas de Alberta (Canadá). Algunos sectores de la economía ecológica dan credibilidad a los estudios más desfavorables y se oponen abiertamente al uso de biocombustibles (5). En todo caso, es imprescindible experimentar para ver cuál es realmente el balance energético y avanzar en la mejora de todos los procesos de producción de biocombustibles a fin de aumentar la eficiencia energética.
            La productividad de los diferentes terrenos es otro factor de incertidumbre. La cantidad de cereal o de aceite que se ha de cultivar dependerá, lógicamente, de la calidad del terreno, de si se cultiva de la forma apropiada, de si se riega o no y de los fertilizantes que se usen. Existe un baile de cifras, pero hay cierto nivel de acuerdo en las cantidades producidas.
            Existe también la posibilidad cercana de que se produzcan un par de rupturas tecnológicas que cambiarían radicalmente el panorama, facilitando la extensión de estos productos. Por un lado, se trabaja en la fermentación de la celulosa, lo que permitiría la obtención de alcohol a partir de la leña y evitaría los procesos de destilación, aumentando así la diversidad de plantas para obtener bioalcohol y abaratando el proceso. Y por otro lado, se está trabajando en la obtención de biopetróleo a partir de cultivos de algas que, además, fijarían el CO2 de la atmósfera.

Problemas sociales y ambientales: precauciones necesarias

            A la hora de hablar de los impactos ambientales y sociales producidos por los cultivos de los biocombustibles, es necesario distinguir entre países industrializados en los que la agricultura es una actividad económica secundaria y a menudo subvencionada, y su uso y producción en países del Tercer Mundo, donde la agricultura es una actividad económica primordial que muchas veces se dedica exclusivamente a la alimentación. De entrada, cabe decir que, obviamente, se deberá dar prioridad a la alimentación sobre la producción de materia prima para la fabricación de biocombustibles. Sin embargo, este dilema no se produce todavía a escala mundial, puesto que existen, por el momento, excedentes de alimentos, aunque estén mal distribuidos.
            La producción de los biocombustibles requiere un estilo de cultivos que implica usos agrícolas industriales basados en la mecanización y el monocultivo, con los impactos sobre el campo que esto supone y con los riesgos que acarrea. El deseo de incrementar el rendimiento del terreno podría conllevar las tentaciones de regar los cultivos de secano o de usar fertilizantes, lo que exacerbaría la escasez de agua y aumentaría la contaminación provocada por el uso de los fertilizantes químicos. De esta forma, el balance energético positivo de la producción sería un hecho indiscutible a costa de generar otros impactos sobre el terreno. Habría que evitar este serio inconveniente controlando los cultivos para que éstos fueran lo más respetuosos posibles con el medio y, además, evitar que se rieguen los campos de secano.
            El uso de plantas transgénicas resistentes a los herbicidas y de gran capacidad productiva es otro de los riesgos. No debería apostarse por el cultivo de plantas modificadas genéticamente en tanto no está demostrado que el uso sea inocuo. Hasta la fecha, más bien parece lo contrario, que las plantas modificadas genéticamente se han hibridado con otros cultivos y que es imposible mantenerlas controladas.
            Otra posible tentación sería la importación de materias primas para fabricar los biocombustibles. Por un lado, estas importaciones descabalarían totalmente el equilibrio energético: la energía invertida en el transporte claramente desequilibraría el balance energético. Por otro lado, y lo que es más grave, hay que contemplar los efectos ambientales y sociales del cultivo de las plantaciones en los países de origen.             Estas importaciones se producirían, casi con toda seguridad, de países del Tercer Mundo. En estos países, los campesinos serían los últimos beneficiados de esta actividad agroindustrial; más bien al contrario, serían explotados. Ya conocemos ejemplos de grandes explotaciones agrícolas poseídas por terratenientes o empresas multinacionales y en régimen de monocultivo en grandes plantaciones. Algunas de estas plantaciones se realizan roturando terrenos de las selvas, roturaciones que ni siquiera repercutirían en la mejora sustancial del nivel de vida de los habitantes de la zona. En algunos lugares podría darse la paradoja de que la población no tuviera garantizada la seguridad alimentaria y que se dediquen tierras al cultivo de frutos y cereales que sirvan para permitir el uso del automóvil en los países industrializados.
            Un ejemplo que se ha citado anteriormente es el efecto del uso de biodiesel obtenido a partir del maíz en EE UU sobre México. El uso del 20% de la producción de maíz motivó la disminución de las exportaciones, lo que encareció el precio de las tortillas en México, hecho sufrido sobre todo por los más humildes. Para que los biocombustibles sean ambiental y socialmente admisibles, las importaciones de las materias primas para fabricar biocombustibles deberían ser prohibidas o disuadidas con medidas fiscales. De esta forma se evitaría que la calidad de vida de los habitantes de los países industrializados implicara un plus de sufrimiento sobre los pobres.
            Otro aspecto a tener en cuenta es si éste es el uso más apropiado del suelo en países en que la desertización es un problema. Se trataría en este caso de elegir entre dos bienes contrapuestos: la lucha contra el desierto o la producción de una fuente de energía que permite luchar contra algunos problemas ambientales. La decisión habría de tomarse en cada caso particular teniendo en cuenta el estado del suelo y la situación del medio rural en la zona en cuestión. Se ha argumentado que los residuos forestales, agrícolas y ganaderos podrían usarse para hacer compost y enriquecer los suelos más pobres, en lugar de destinarlos a usos energéticos. Sin embargo, esto implicaría el transporte del compost, lo que entrañaría unos impactos añadidos.
            En el lado positivo, habría que contabilizar los efectos de rehabilitación del medio rural que la introducción de este tipo de cultivos tendría. En un país como España hay unos 15 millones de hectáreas de cultivo abandonadas y, además, el medio rural está muy despoblado. La introducción de estos usos agrícolas podría ser un medio para fijar población rural y producir un desarrollo más armonioso. Éste sería un instrumento para la ordenación del territorio de suma utilidad.
            Las últimas políticas de subvenciones de la UE, acometidas tras reforma de la Política Agrícola Común (PAC), conllevan el establecimiento de pagos desligados de la producción (lo que permite cobrar una ayuda sin necesidad de cultivar). Esto se ha traducido durante el primer año de su aplicación en España en el abandono de más de 500.000 hectáreas o el cambio de cultivo en ellas. Las superficies de cultivo más afectadas en la actualidad son las de tabaco, algodón, maíz, remolacha y secanos de cereales y leguminosas. Por si esto fuera poco, las empresas de maquinaria y semillas esperan también caídas de ventas, y el sector agrario teme el hundimiento del empleo en el medio rural (6). Si la UE profundizara más en esta política, y en lugar del 75% de pagos desacoplados se pasara al 100%, como pretende la Comisión Europea, se calcula que el abandono pueda llegar al millón de hectáreas, con el consiguiente impacto negativo sobre la economía y el empleo en el medio rural. Claramente, los cultivos energéticos podrían ser una buena alternativa a estas tendencias.

Conclusiones

            Según lo dicho, y si se toman las precauciones necesarias, los biocombustibles son una fuente de energía que puede ayudar a reducir los impactos de nuestras actividades sobre el medio. Sin embargo, no se debe pensar que podemos mantener el actual nivel de consumo y transporte basado sólo en el uso de biocombustibles. Se calcula que la sustitución del 5,83% de todos los derivados del petróleo consumidos en España en 2010 supondrá aproximadamente una extensión de cultivos de unos 3 millones de hectáreas (7). Si pretendiéramos sustituir todo el petróleo por estos combustibles, tendríamos que multiplicar esta cifra aproximadamente por 17. Estaríamos hablando de unos 50 millones de hectáreas, una cifra absolutamente descomunal e irracional.
            Si tenemos en cuenta que los transportes pueden desbaratar el rendimiento energético y que, además, las importaciones procederían sobre todo de países pobres, también debería evitarse la importación de las materias primas para fabricarlos. Esto impone directamente una seria limitación a la sustitución de los derivados del petróleo por biocombustibles: sólo es admisible la fracción que de forma racional se pueda cultivar en el territorio del país en cuestión.
            En un país como España, el petróleo y sus derivados suponen aproximadamente el 55% de toda la energía primaria consumida. Además, aproximadamente el 75% de los derivados del petróleo se invierten en transporte y el resto va a usos agrícolas y ganaderos. No tiene sentido apostar para que todos estos consumos se basen en los biocombustibles; o sea, que resulta inevitable una fuerte reducción del transporte.

            Es cierto que, desde los círculos económicos y empresariales encargados de comercializar las tecnologías que se van desarrollando, sólo se piensa en medidas expansivas, en poner sobre la mesa más y más fuentes de energía que permitan satisfacer las necesidades del crecimiento económico. Sin embargo, es claro también que es imprescindible adoptar medidas que tiendan a disminuir y a racionalizar el consumo. La disminución del transporte implica actuar en campos diversos como el urbanismo, la gestión del territorio, las pautas de consumo, etc. Las medidas necesarias han de ser por fuerza tomadas desde el poder político y pueden ser tanto de carácter fiscal y económico como basadas en las simples regulaciones. Por ejemplo, en el caso que nos ocupa, el Gobierno obligará por ley a mezclar biodiesel y bioalcohol con gasóleos y gasolinas.
            Además, la defensa de los biocombustibles requiere también pedir que se tomen medidas estrictas para garantizar que se reduzcan al máximo sus impactos: no convertir en regadío cultivos de secano, no importar materia prima para fabricar biocombustibles, evitar las especias transgénicas, etc.
            A menudo, en los debates sobre el patrón energético late una discusión más profunda sobre el modelo de sociedad que cada cual tiene en la cabeza y la forma de transición a ese modelo. Jorge Riechmann lo expresa de forma muy poética: «Hemos pedido un cambio de civilización, y nos ofrecen porcentajes de biodiesel» (8). Creo que se le puede contestar a mi amigo Jorge Riechmann que no se debe hablar de modelos de civilización sin hablar de porcentajes. Tenemos la obligación de explicar qué necesidades energéticas nos parece razonable cubrir, teniendo en cuenta el derecho a cierta calidad de vida de todos los habitantes del planeta. Y también cómo pensamos que esas necesidades energéticas han de cubrirse, qué porcentaje de cada fuente de energía ha de contribuir en la cesta del abastecimiento.
            Se trata de un debate árido, pero obligado si queremos que nuestras posturas sean creíbles en la sociedad. Además, no podemos esperar a que se produzcan profundos cambios sociales y políticos para ir tomando medidas que mitiguen los efectos negativos de nuestras acciones.

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Notas:

(1) Francisco Castejón, PÁGINA ABIERTA nº 178, p. 35.
(2) R. Méndez, El País, 10 de junio de 2007, p. 45.
(3) Citado en la Referencia 5: Pimentel, D., T.W. Patzek, (2005): “Ethanol Production Using Corn, Switchgrass, and Wood; Biodiesel, Production Using Soybean and Sunflower”, Natural Resources Research, 14, pp. 65-76. Este trabajo complementa y actualiza investigaciones previas del propio Pimentel. Véase, por ejemplo: Pimentel, D., (2003): “Ethanol fuels: energy balance, economics and environmental impacts are negative”, Natural Resources Research, 12, pp. 127-134; y “Ethanol fuels: energy, security, economics and the environment”, Journal of Agriculture, Environment and Ethics, 4, pp. 1-13. En un plano más general, véase también el excelente texto de: Giampietro, M., K. Mayumi, y J. Ramos-Martín, (2006): “Can biofuels replace fossil energy fuels? A Multi-scale integrated analysis based on the Concept of societal and ecosystem Metabolism: part 1”, International Journal of Transdisciplinary Research. Vol. 1, nº. 1,  pp. 51-87.
(4) Y. Lechón, H. Cabal, C. Lago, C. De la Rúa. R. Sáez, y M. Fernández. “Análisis del ciclo de vida de combustibles alternativos para el transporte”. Informe CIEMAT/ESYME/04-45201/12, Madrid, 2006.
(5) Óscar Carpintero. “Biocombustibles y uso energético de la biomasa: un análisis crítico”, El Ecologista nº 49, Madrid, 2006.(6) Vidal Maté, El País Negocios, 8 de octubre de 2006.
(7) Algo más de 1.134.000 hectáreas  para el bioetanol y 1.950.000 hectáreas para el biodiesel, con cultivos de secano.
(8) Con los ojos abiertos. Ecopoemas (1985-2005), Ediciones Baile del Sol, Lanzarote, 2007.