Francisco Castejón
El fracking para la obtención de gas.
Un nuevo atentado ambiental

7 de junio de 2012.
(Página Abierta, 221, Julio/agosto de 2012).

Si estudiamos la distribución por fuentes del consumo de energía primaria en el mundo, nos encontramos con que el 80%, en números redondos, se basa en la quema de combustibles fósiles: gas, petróleo y carbón. El transporte y la generación de electricidad se llevan, con consumos casi iguales, la parte del león y suman entre ellos aproximadamente el 60% del total. El transporte, con una electrificación aún muy débil, se basa, sobre todo, en el consumo de petróleo y sus derivados.

Este modelo energético presenta dos problemas graves. Por un lado, la escasez de estos combustibles fósiles y, por otro, los graves impactos ambientales que genera su consumo, entre los que figura en primer lugar el cambio climático, con todas sus consecuencias en forma de escasez de precipitaciones, desertificación, carencia de recursos alimenticios, extinción de especies, aumento de fenómenos naturales violentos…

La escasez de gas y petróleo se nota en el hecho de que la oferta casi no puede seguir a la demanda. Ante un aumento del consumo, suben los precios y los países productores bombean más crudo y gas de sus pozos para satisfacer la demanda y ganar más dinero. Sin embargo, esta dinámica tiene un límite, y es el dado por el llamado pico del petróleo (1). Básicamente, este consiste en que los yacimientos de gas y petróleo alcanzan en su capacidad de explotación un máximo que no puede superarse y, a partir de él, su poder de bombeo disminuye.

De esta forma, lo mismo ocurrirá con la capacidad total de producción en el mundo: irá aumentando siguiendo la creciente demanda hasta alcanzar un máximo a partir del cual ya no podrá aumentar más y la producción no podrá satisfacer la demanda. Obviamente, existen grandes incertidumbres sobre cuándo se producirá este pico, tanto de índole tecnológica como sobre el conocimiento de las reservas disponibles, pero casi nadie duda ya de que aparecerá en algún momento.

La existencia del cambio climático, junto con otros impactos ambientales, debería por sí misma impulsarnos a cambiar de modelo energético y a que dejáramos de perforar las entrañas de la Tierra para obtener combustibles fósiles. Sin embargo, la situación es exactamente la contraria. Ante la escasez de gas y petróleo, las grandes corporaciones energéticas están buscando nuevos yacimientos de combustibles y nuevas formas tecnológicas para explotarlos, de tal forma que retrasen al máximo el momento en que la producción no sea capaz de seguir a la demanda.
Los petróleos y el gas no convencionales son las principales apuestas y es ahí donde aparece una serie de nuevas técnicas para la obtención de hidrocarburos, entre las que se encuentra el llamado fracking, o fractura hidráulica. Se trataría de alargar lo más posible la duración de las reservas de gas y petróleo echando mano de yacimientos cada vez más difíciles de explotar y, por tanto, cada vez más caros, con menor rendimiento y mayores impactos ambientales.

La desigualdad y sus implicaciones

Otro elemento a tener en cuenta para alcanzar plena conciencia de las dificultades a las que nos enfrentamos con el fin de cambiar el actual modelo energético es la enorme desigualdad en el consumo entre unos habitantes y otros del planeta. Cualquier solución que se ponga sobre la mesa deberá ser generalizable a todo el mundo. Y esto obliga, por un lado, a buscar fuentes energéticas de bajo impacto ambiental y que sean renovables o muy duraderas, y, por otro, a ensayar nuevas formas de generación de energía, de transporte y de consumo, de vida en suma, que nos permitan a todos vivir dignamente sin esquilmar los recursos de nuestro planeta.

Este debate no es sencillo, porque choca directamente con todo tipo de condicionamientos, tanto económicos como políticos y culturales, y se hace muy difícil saber cuántos kilovatios/hora son los mínimos para satisfacer las necesidades de una persona. Para avanzar en este debate, más bien habría que formularlo al contrario: tenemos que acomodar nuestras formas de vida a los recursos disponibles. Se trata de una idea un poco antipática, pero no está mal que tomemos conciencia de que existe este límite en nuestras vidas, entre otros muchos a los que ya nos hemos acostumbrado, como la finitud de la vida humana.

La tecnología y el ingenio pueden suavizar el límite y habilitar un cierto número de recursos disponibles, pero solo si se tienen en cuenta las restricciones impuestas por la sostenibilidad y la equidad. La apuesta por tecnologías energéticas menos impactantes y por fuentes renovables ha de ir acompañada de una reflexión sobre el consumo sensato y sobre el desarrollo humano.

Además de todo esto, nos encontramos con los enormes intereses económicos que se mueven en el mundo de la energía y el transporte: la industria del automóvil, las petroleras, las eléctricas, los constructores de infraestructuras… están muy poco interesados en que cambie el statu quo.

El fracking y sus impactos

Se dice que los ecologistas nos oponemos a todo. Que aparece una tecnología nueva y al poco tiempo ya tenemos una serie de grupos ecologistas en contra. Reconociendo la existencia de una desconfianza sistemática hacia la tecnología, presente en algunos sectores del ecologismo y que este autor no comparte, hay que admitir que las técnicas de obtención de gas mediante fracking hidráulico justifican con creces la oposición.
fracturación hidráulica

El gas y el petróleo convencionales han ido migrando en el subsuelo hasta acumularse en bolsas o en rocas que permiten su movimiento, y de las que es relativamente fácil extraerlos. Sin embargo, existen otros yacimientos de gas y petróleo en que estos se quedan embebidos en la roca, que no permite su migración. Se trata de yacimientos de esquistos y pizarras que pueden contener en sus poros cantidades respetables de gas. La forma de extraerlo sería fracturar la roca para que el gas pueda migrar libremente y así ser extraído por bombeo. El problema es cómo fracturar la roca.

La actual técnica de fracking o hidrofracturación se empezó a utilizar en 1990 en la Formación Barnett Shale de Texas (Estados Unidos). Estas técnicas de fracturación hidráulica se basan en la inyección al subsuelo de enormes volúmenes de agua a alta presión (100 millones de pascales o, lo que es lo mismo, unas mil veces la presión atmosférica) con una gran cantidad de productos químicos disueltos. Este fluido destroza las rocas y permite al gas o al petróleo migrar y ser extraído. La extracción se hace mediante perforación horizontal para aumentar al máximo el contacto entre el bombeo y el estrato de roca, que suele ser horizontal. Estas perforaciones horizontales superan fácilmente los 3.000 metros de longitud. Luego los impactos ambientales de esta técnica en el subsuelo pueden producirse lejos de la boca del pozo.

El enorme consumo de agua no es un problema baladí. Si bien el agua es necesaria para la obtención de hidrocarburos convencionales, en el caso del fracking este consumo se dispara. Estamos hablando de una inyección continua de unos 300 litros por segundo. De esta forma, el consumo total de un pozo de fracking puede oscilar entre los 7 y los 20 millones de litros de agua, frente a los 75.000 a 300.000 litros de agua para un pozo convencional.

Por otra parte, hay que considerar las sustancias que se introducen en el agua con la finalidad de que las fracturas no se cierren una vez rota la roca. Se trata aproximadamente de 380.000 litros de compuestos químicos que incluyen biocidas, surfactantes, modificadores de la viscosidad y emulsionantes, con diverso grado de toxicidad. La composición exacta de estos productos constituye un secreto industrial.

De todo el volumen de agua con sustancias peligrosas que se inyecta en el subsuelo solo se recupera entre el 50 y, en el mejor de los casos, el 70%. Esto significa que todas estas sustancias quedan en el subsuelo, contaminándolo.

Los riesgos son evidentes, porque, además del subsuelo, se podrían contaminar los acuíferos, con consecuencias evidentes para la vida. El agua tóxica recuperada se almacena en depósitos en superficie y se recoge mediante camiones cisterna. A continuación habrá que almacenarla por tiempo indefinido, sin saber cuál será su destino final. En este país tenemos ya la experiencia de la rotura de la balsa con compuestos químicos de la empresa Boliden, en Aznalcóllar (Sevilla). Luego no hace falta fantasear mucho sobre los riesgos que entraña este almacenamiento.

Las industrias petroleras y la NGSA (Natural Gas Supply Association) de Estados Unidos afirman que hasta agosto de 2009 no se había confirmado ningún caso de contaminación de acuíferos. Y esto se debería a que el fracking se produce a 2.300 metros de profundidad, mientras que los acuíferos se localizan a decenas o centenas de metros desde la superficie. Sin embargo, los riesgos son evidentes: existe un peligro claro de accidente con fuga de las sustancias tóxicas a lo largo de la perforación y, en particular, al acuífero. Además, las industrias no se van a parar en mientes ante acuíferos que estén a la misma profundidad que los yacimientos, y la propia inyección de agua a enormes presiones puede ocasionar grandes modificaciones en el subsuelo, de tal forma que al final se dañe el acuífero.

Desde el punto de vista ambiental, estamos ante una auténtica aberración, con una serie de riesgos inmensos y una gran contaminación en el subsuelo y en la superficie. A pesar de todos estos riesgos, en Europa no existe una regulación específica sobre la técnica del fracking. Y eso a pesar de que un informe del Parlamento Europeo recomienda su regulación y que, al menos, se hagan públicos los componentes que se emplean en los pozos de perforación. La no revelación de estos compuestos y de los riesgos que entrañan viola la ley de acceso a la información en materia de medio ambiente.

Los proyectos en España

El gas de esquisto (shale gas en inglés) se extrajo por primera vez en el Estado de Nueva York en 1825 de un yacimiento somero y a baja presión, aunque la producción industrial no empezó hasta los años 70 del siglo pasado con motivo del descenso de producción de gas convencional en Estados Unidos. A partir de entonces se ha realizado una intensa actividad de investigación en este país que permitió que en los años 80 se considerara esta tecnología como comercialmente viable.

Desde entonces, el gas obtenido mediante fracking ha sido el componente de la cesta energética de Estados Unidos que más ha crecido en su aportación a la energía primaria total. De hecho, se estima que la generalización de la fracturación hidráulica ha aumentado las reservas probadas de gas en un 40% en cuatro años en ese país y que le permitirá pasar de ser importador neto de hidrocarburos a la autosuficiencia en los próximos cien años. Como vemos, se trata de una actividad estratégica.

A España también ha llegado esta inquietud. Se han encontrado reservas de gas de esquisto en Cantabria, País Vasco y en la cuenca del Ebro. Solo en el País Vasco las reservas totales comprobadas ascienden a 180.000 millones de metros cúbicos, lo que supone unas sesenta veces el consumo anual de esa comunidad y el consumo total de España de gas natural durante cinco años.

La prensa nacional publicó a bombo y platillo el descubrimiento de este yacimiento, pasando por alto los graves problemas ambientales que entraña su explotación. De hecho, en 2011, en España se han pedido ya once licencias de exploración de hidrocarburos que se sumaron a las seis de 2010. Cinco de ellas en el País Vasco, dos en Cataluña, y una en Murcia, Zaragoza, Guadalajara y Soria. Además, se han otorgado cinco permisos de exploración, y cuatro más están en fase de información pública. Entre las compañías que han solicitado licencias para la prospección de hidrocarburos no convencionales que se deben explotar por fracking están dos entidades públicas, el Ente Vasco de la Energía (EVE) y la compañía minera Hunosa, y tres compañías extranjeras. El Gobierno vasco, a través del EVE, tiene el 42% de la sociedad que se encargará de las prospecciones. La compañía tejana Heyco, con el 21,8%, y Cambria Europa, con el 35,3% restante, son los socios de EVE.

La inquietud se ha adueñado de los habitantes del País Vasco, Cantabria y del norte de Burgos, puesto que las prospecciones se llevan a cabo, además, en zonas de alto valor ambiental. Los Pirineos son también una zona con potencial para la explotación mediante fracking. La posición de muchos de estos yacimientos en la cabecera del río Ebro añade un punto más de inquietud: un escape que contaminara el río en su cabecera tendría unas consecuencias catastróficas aguas abajo para todos los cultivos y ecosistemas hasta la desembocadura. Lo mismo ocurriría con una contaminación del acuífero que se extiende por debajo del río.

No vale la pena empeñarse en el fracking

Dadas sus características, el rendimiento típico de un pozo de gas de esquisto decae bruscamente después del primer o segundo año de explotación. Para las magras aportaciones que cabe esperar del fracking, vamos a sufrir una gran variedad de impactos y riesgos ambientales. Es mejor caminar hacia un modelo energético más limpio, más justo y menos impactante. Es lo que se conoce como segunda revolución industrial, pendiente aún de emprenderse.

La apuesta por estas arriesgadas tecnologías no hace más que prolongar de forma inadmisible un modelo energético dañino e injusto. Además, lo hace con gran gasto de recursos naturales, de investigación y, simplemente, económicos. Por ejemplo, aunque el gas de esquisto está llegando a ser una importante fuente de energía en Estados Unidos y, cada vez más, en el mundo, su coste de extracción en cabecera de pozo se sitúa entre los 3 y 4 dólares por cada millón de BTU (2), mientras que el coste de extracción de gas convencional oscila entre 1 y 2 dólares por cada millón de BTU. Aunque, claro, cada vez es más difícil encontrar estos yacimientos de extracción barata.

Por otra parte, las centrales de gas son hoy en España las principales opositoras al desarrollo de las renovables, puesto que son desplazadas por ellas en los picos de producción renovable. Por ley, siempre que existe producción renovable, entra en la red, obligando a apagar centrales de gas. De esta forma, las centrales de gas funcionan menos horas y tienen menos capacidad para amortizarse. Por este motivo, los explotadores de las centrales de gas de ciclo combinado ejercen una eficaz oposición contra el desarrollo de las fuentes renovables de energía.

Asimismo, la potencia nuclear instalada marca un límite para la expansión renovable. Una nuclear es muy lenta de apagar y encender, por lo que funciona de forma continua. Ante el exceso de producción no queda más remedio que vender la potencia renovable o, si no hay comprador, simplemente se tira la energía producida. De esta forma ha habido ya varias ocasiones en que el sistema eléctrico español se ha visto obligado a tirar literalmente varios miles de megavatios de potencia renovable.

No tiene sentido persistir en los errores y agarrarse a las tecnologías basadas en la quema de combustibles fósiles a cualquier precio. Es mejor dejar esas preciadas sustancias en el subsuelo para usos futuros más sensatos, como la industria del plástico y los nuevos materiales.

El empeño en la explotación del gas mediante fracking o en el bombeo de los hidrocarburos en yacimientos situados en zonas de alto valor ecológico no vale la pena, puesto que no hacen sino retrasar un tiempo la aparición del pico del petróleo. Es más sensato profundizar en los cambios en el modelo energético. Quienes antes empiecen a realizar estos cambios mejor estarán preparados para los tiempos que llegan.
En España se hizo un importante esfuerzo en el desarrollo de renovables en los años anteriores. Sin embargo, este desarrollo ha experimentado un súbito freno al suprimirse el apoyo económico a estas fuentes de energía y apostar en su lugar por el apoyo al carbón nacional y la explotación de hidrocarburos mediante el fracking.
Parece más sensato cambiar el modelo energético y, de paso, el productivo, de forma ordenada, evitando los graves conflictos sociales y la crisis que se producirían al acabarse los combustibles fósiles. El cambio de modelo productivo es, además, un excelente motor económico que podría ayudar a salir de la crisis.

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(1) Este concepto lo introdujo el geofísico Marion King Hubbert en 1956. Él perteneció a la industria petrolera y trabajó en la Amerada Petroleum Company durante dos años, mientras se sacaba el doctorado, y posteriormente lo hizo para la Shell Oil Company. Después de retirarse de Shell en 1964, trabajó como experto geofísico en el United States Geological Survey. Hubbert se dedicó a explorar los límites de las explotaciones de los campos de petróleo, prediciendo con exactitud cuándo se produjo el pico de producción en Estados Unidos. Murió en 1986. En la actualidad existe una asociación internacional llamada ASPO (Association for the Study of the Peak Oil, Asociación para el Estudio del Pico del Petróleo) que recoge aportaciones de numerosos expertos para intentar fijar el tiempo en que se producirá el pico y los efectos que esto tendrá. Su página web es: http://www.peakoil.net.
(2) La BTU (British Thermal Unit) es una unidad de energía que se usa habitualmente en la explotación de gas. Un millón de BTU equivale a la energía que liberan 28,26 metros cúbicos de gas natural al quemarse.