Francisco Torres

Los barrios “sensibles” y la revuelta urbana francesa
(Página Abierta, 165, diciembre de 2005)

Los problemas de fondo que muestran la actual crisis francesa son complejos y remiten a la conjunción de pobreza segregada, exclusión social y discriminación etnocultural que padecen los protagonistas de las revueltas, en su inmensa mayoría jóvenes franceses de origen magrebí y subsahariano. Este artículo se centra en los aspectos territoriales y sociales de la segregación y pretende aportar elementos para una mejor comprensión de este fenómeno en el caso francés: la banlieue de vivienda social, empobrecida y segregada, escenario de las revueltas.

El pasado 27 de octubre, Bonna y Zyed, dos menores vecinos de Clichy-sous-Bois, en las afueras de París, morían electrocutados al refugiarse en un transformador. Huían de la policía. Esa misma noche estallan los primeros enfrentamientos con los CRS y las quemas de coches. El ministro del Interior calificó de “chusma” a los jóvenes, lo que aumentó la ira y la rabia de éstos. En pocos días, la quema de coches, el destrozo del mobiliario urbano y de algunos edificios, así como los enfrentamientos con la policía se repiten en decenas de barrios “sensibles”. En tres semanas de conflicto, se han visto afectadas más de 300 ciudades, se han incendiado 9.071 coches y han sido detenidas 2.921 personas (sometidas a juicios rápidos como medida disuasoria) (1).
Pasados los primeros días de desconcierto, con Sarkozy actuando en solitario, Villepin esperando que la crisis perjudicara a su rival y Chirac en silencio, la envergadura de la revuelta forzó una respuesta cohesionada por parte del Gobierno. Primero, el restablecimiento de la ley y el orden. Asegurados éstos, deberán entrar en marcha las medidas sociales frente a la «discriminación estructural que impide la integración social» de los jóvenes airados, como admitió Villepin. Para conseguir el primer objetivo, el Gobierno decretó el estado de emergencia aplicando una ley de 1955 promulgada por la IV República para hacer frente a la insurrección de Argelia. Aunque posteriormente las medidas que contempla, como el toque de queda, se hayan utilizado bastante poco, la adopción del estado de emergencia tiene un profundo significado. Ahora el enemigo es interior, no está en las colonias, y las “clases peligrosas” están constituidas por los jóvenes franceses de origen magrebí y subsahariano que malviven en los barrios de no futuro.
En ese clima, de acuerdo con las encuestas, tres de cada cuatro franceses apoyan la medida del estado de emergencia. También hay un acuerdo, más o menos general, sobre la necesidad de adoptar medidas sociales respecto a la banlieue más pobre y estigmatizada. Villepin anunció una serie de medidas en materia de empleo, vivienda, educación y fomento al asociacionismo, en la línea de la “politique de la ville” que ya se realizaba. En bastantes casos, se trata de volver a los recursos existentes antes de los recortes en gastos sociales realizados por el Gobierno de Raffarin en 2002.

Los barrios “sensibles” y la segregación territorial

Desde hace un par de décadas, la banlieue, les quartiers sensibles (los barrios sensibles) y las cités HLM (Habitation à Loyer Modéré) aparecen como el espacio urbano caracterizado por la exclusión, la violencia y el estigma. Son barrios que padecen estos problemas y, al mismo tiempo, tienen una alta visibilidad mediática y constituyen un referente negativo en el imaginario colectivo francés. Cuando se pretende ilustrar la exterioridad social y cultural, los males de la Francia actual, se recurre a la imagen de la banlieue. Todos la entienden.
Esta realidad tiene su plasmación administrativa: las ZUS (zonas urbanas sensibles). Se trata de espacios –un barrio, un municipio, una parte de una aglomeración urbana– delimitados por los poderes públicos para la aplicación de la “politique de la ville”. De acuerdo con la ley de 14 de noviembre de 1996, se caracterizan por la «presencia de grandes conjuntos (urbanísticos) o de barrios de hábitat degradado y por un acentuado desequilibrio en vivienda y empleo» (2). Francia cuenta actualmente con 751 ZUS, de las cuales 717 se encuentran en la “metrópoli” (es decir, el territorio europeo del Estado francés). Estas últimas agrupan a 4,46 millones de personas, un 7,6% de la población total. Las ZUS acumulan los principales indicadores de precariedad y dificultades sociales. Uno de cada cinco hogares enclavados en una zona urbana sensible se sitúa por debajo del umbral de pobreza, cuando esta proporción es de uno a diez en el resto de Francia. Concentran un mayor número de familias numerosas (12,9%),  de hogares monoparentales (14,2%) y de vecinos extranjeros (18,6%). Los índices de paro son netamente superiores a la media nacional, en particular entre los menores de 25 años (24,5% fuera de los barrios sensibles, 40% en éstos). La mitad de los hogares de estos barrios reciben subsidios familiares y ayudas a la vivienda.
Estos barrios no constituyen un conjunto homogéneo y se dan situaciones urbanas y dinámicas sociales distintas. No todas las ZUS corresponden a las ciudades HLM periféricas. En provincias, la mitad de las ZUS se sitúan en los centros de las ciudades. En general, las ZUS de los centros urbanos suelen presentar una mayor heterogeneidad social; son barrios donde menudean los problemas pero que no han sido escenarios de revueltas urbanas (ni ahora, ni en el pasado). Otros barrios, en particular los de HLM en la periferia, responden a la imagen mítica de la banlieue: grandes torres de apartamentos, altos índices de paro, de precariedad social y de población de origen inmigrante (que en bastantes casos constituyen la mitad o más del vecindario), un amplio sector de jóvenes con trayectorias de fracaso escolar y una presencia de la pequeña delincuencia, fundamentalmente de subsistencia.
Sin embargo, antes de representar un problema, los grandes conjuntos HLM constituyeron una solución y un emblema de la modernidad. Durante la década de los sesenta y hasta mediados de los setenta, la République se convirtió en el mayor constructor de Francia y los bloques HLM reabsorbieron a la población de los bidonvilles (barrios de chavolas) y proporcionaron un alojamiento más digno para el éxodo rural, los franceses repatriados de Argelia y los inmigrantes portugueses, españoles, argelinos y de otros orígenes (3). Más tarde, la ley Barre de 1977 favoreció un proceso de sustitución de poblaciones. Los trabajadores con mayores ingresos, profesionales y funcionarios modestos que vivían en los HLM se orientaron hacia casas unifamiliares de mejor calidad, dejando su lugar a la población fragilizada por la crisis económica y a las familias de trabajadores inmigrantes. Si hasta los años setenta la banlieue HLM constituyó   una mejora dentro de un itinerario social ascendente, y así se percibió, esta realidad se modificó rápidamente. Aunque difícil de fechar, desde finales de los años setenta se inicia una dinámica segregacionista que conforma los HLM de la banlieue como el espacio social que hoy conocemos.
Con la crisis económica, la reconversión industrial y la dualización del mercado de trabajo, las situaciones de paro masivo y de ocupaciones precarias se concentran espacialmente en este tipo de barrios. Los HLM se convierten en lugar de residencia “obligado” para quien no dispone de otro recurso. Dadas sus escasas rentas y la existencia de prejuicios, la población de origen inmigrante, particularmente magrebí y subsahariana, tiende a ubicarse en estos barrios. Además, es aquí donde se concentra la inmensa mayoría de la vivienda social pública disponible. Así, aunque teóricamente se propugne la mezcla de población, la acción de las distintas Administraciones en materia de alojamiento tiende a consolidar el carácter inmigrante de una buena parte de estos barrios. Más todavía, el relativo abandono a nivel de servicios en la década de los ochenta, el aumento del vecindario pobre y extraño, la extensión del racismo popular y la creciente mala fama de este tipo de barrios generarán un fenómeno de huida de los franceses de souche (de pura cepa) y de los inmigrantes mejor integrados (españoles, portugueses, pero también asiáticos) que podían hacerlo. Se activa así una dinámica de segregación, un proceso que establece a la vez una distancia social y un separación física (Grafmeyer, 1994) (4).
Es en las HLM de banlieue donde se acentúan los índices de precariedad antes señalados. Asociados a problemas sociales, presentarse como vecino de uno de estos barrios es activar los prejuicios y dinámicas sociales cotidianas que reafirman la distancia y la discriminación. En igualdad de condiciones con los Jean Pierre o Jacques, el francés que se llama Mohamed o Mamadou y vive en estos barrios ha visto cómo su currículum de trabajo ha sido sistemáticamente pospuesto. Además de la discriminación, el sentimiento de vivir en un lugar que tiene mala reputación es muy importante y afecta a la propia autopercepción y a la relación con los otros (los que no son del barrio y no comparten unas características y vivencias comunes). Por otra parte, una vez iniciado, este tipo de proceso segregacionista tiende a retroalimentarse. Los problemas sociales, la discriminación étnica y el estigma residencial se refuerzan mutuamente, en particular entre los sectores del vecindario con una situación económica más precaria, una sociabilidad y recursos más centrados en el horizonte de su HLM, más sometidos a procesos de socialización en itinerarios vitales de fracaso social, y que sobreviven alternando el paro, los trabajos precarios y las ayudas sociales. Una parte importante de estos sectores son inmigrantes y franceses de origen argelino, marroquí y subsahariano. A la desigualdad social se añade la diferencia étnica y una identidad mestiza vistas con recelo, cuando no con abierto rechazo, por parte de amplios sectores de la sociedad francesa. Los adolescentes hijos de estos hogares son los que han protagonizado la reciente revuelta urbana.  

La quema de coches como violencia expresiva

El tipo de barrio descrito, la banlieue de HLM, ha sido el escenario social de la revuelta. En términos generales, son barrios donde a lo largo de la década de los ochenta y noventa se han dado algunos conflictos serios y estallidos de ira (si bien de forma muy episódica, con mucha menor intensidad y extensión, temporal y espacial, que la revuelta actual). Estos conflictos han tenido una génesis muy parecida: después de una actuación policial, con repercusiones graves (muertos o heridos) y vivida como una agresión intolerable e injustificada, los jóvenes del barrio se enfrentan a las fuerzas del orden, queman coches y destruyen el mobiliario urbano. El inicio y las formas de la actual revuelta han sido muy similares a otras anteriores; lo que llama la atención es su extensión. 
Se ha calificado esta violencia como “gratuita” o “sin sentido”, dado que los primeros y directos perjudicados son los vecinos del propio barrio, la gente más cercana y en similar situación. Sin embargo, esta violencia no surge del vacío. Es el producto de las tensas relaciones entre la policía y estos sectores de jóvenes y, en un sentido más amplio, la consecuencia de un entorno social construido en 20 años de proceso segregacionista, desigualdad etnificada y estigma social. El perfil de los jóvenes detenidos en los últimos disturbios es bien ilustrativo al respecto. Son chicos muy jóvenes, con una media de edad de 18 años, franceses de origen magrebí y subsahariano en su mayoría, con situaciones de fracaso escolar, familias desestructuradas y, en algunos casos, implicación en la pequeña delincuencia y el “trapicheo”.
Por otro lado, esta violencia no deja de cumplir algunas funciones. Constituye una forma de escupir el cabreo a la sociedad bien instalada, irrumpiendo, vía televisión, en sus salas de estar. Esta violencia expresiva, más allá de descargar la ira, persigue llamar la atención, interpelar a las instituciones y los gestores públicos, al resto de Francia. Los dos discursos se confunden en sus protagonistas. «Ya que somos escoria, vamos a dar trabajo de limpieza a ese racista» [en referencia a Sarkozy], afirmaba uno de los chavales (5). Otras argumentaciones son más utilitaristas. La quema de coches y la escaramuza urbana aparecen como la «única forma de que se nos preste atención» (6) y que se adopten medidas. Por otro lado, para determinados sectores juveniles masculinos de estos barrios, la quema de coches se presenta como una forma de autoafirmación tanto frente a la sociedad exterior –la Francia satisfecha de la que se sienten rechazados– como hacia el propio barrio, donde constituye una muestra de virilidad, una forma de hacerse un lugar en el espacio del barrio y ganarse el respeto de las pandillas y bandas.
Otras muestras de violencia expresiva de este tipo no han estado vinculadas a un incidente grave y previo con la policía, aunque la lógica de fondo sea similar. Es el caso de la quema “festiva” de coches. En la Nochevieja de 1997 más de 50 coches fueron quemados en las banlieue de Estrasburgo. La situación se repitió un año más tarde. En algunas banlieue de otras ciudades se imitó la quema, como  ritual de celebración con el fuego. Los hechos suscitaron no pocos debates. La mayoría los calificaron como la expresión extrema del vandalismo juvenil y una muestra de la falta de interiorización del mínimo de normas exigibles. Sin embargo, diversos estudios destacan que los chavales sabían perfectamente que no se debe quemar coches. No desconocían las reglas del juego, sino que las utilizaban para acceder a una visibilidad, vía televisión, de la que se sentían privados. “Nosotros también celebramos la Nochevieja”, podría ser su mensaje. Esta dimensión lúdica e identitaria se activaba sobre el fondo de la diferencia entre el rico centro de Estrasburgo, tan cerca y tan lejos, y la pobreza de su barrio (7).
Sea en su vertiente más conflictiva o más “festiva”, este tipo de conflictos expresa un malestar profundo y un sentimiento de frustración colectiva. Las dificultades económicas y la pobreza influyen, por supuesto, pero no parecen ser el detonante exclusivo (8). Lo decisivo es la conjunción de exclusión social, discriminación etnocultural y ciudadanía “normal” negada (como trabajador, como consumidor y como miembro reconocido de la sociedad francesa). Para Wierviorka (1999), este tipo de revueltas cabe entenderlas como la respuesta a la “dominación social” que padecen estos jóvenes sin perspectiva, individuos privados de individualización, de las posibilidades de construirse y afirmarse como individuos autónomos y reconocidos. De acuerdo con Lagrange (2001), la violencia de las revueltas urbanas francesas expresa tanto un “déficit de tener”, pobreza, como un “déficit de ser”, identidad valorada y reconocida (9). 
Volvamos a la revuelta urbana de las últimas tres semanas. No se ha tratado de una revuelta organizada. No hay nada que avale las reiteradas declaraciones de Sarkozy sobre la acción de bandas organizadas. Tampoco parece tener fundamento la vinculación entre la revuelta y algún tipo de organización islámica. Los jóvenes que participan en las refriegas y queman coches no están en las asociaciones del barrio, pasan poco por los centros juveniles y están lejos de los mediadores sociales. Por otro lado, la totalidad de las organizaciones islámicas francesas condenaron la revuelta, llamaron a la calma y, en diversos casos, adoptaron medidas para reconducir la situación en su barrio. Los actores de esta protesta son jóvenes sin organizar, más allá de sus grupos y pandillas.
La rápida extensión del conflicto, desde Clichy-sous-Bois a más de 300 ciudades en toda Francia, no muestra tanto la existencia de una organización como la extensión de este tipo de situación social: barrio de exclusión marcado étnicamente, chavales animados por similar rabia y sentimiento de injusticia, de exclusión y de rechazo. Además, el rechazo a Sarkozy en funciones de gran policía de Francia, ha constituido otro punto de unidad y de estímulo. La extensión del conflicto ha operado por mimetismo y emulación entre jóvenes de unos barrios y otros. Quemar coches como forma de protestar, de expresar su rabia, de aparecer en los medios de comunicación y conseguir, ellos también, sus cinco segundos de gloria televisiva (10).

La République y el vizconde demediado


Entre una parte importante de la gente progresista, la actual revuelta francesa suele explicarse por la globalización, la retirada del Estado social y la renuncia a políticas de protección y promoción para los sectores más vulnerables frente a la lógica desbocada del mercado. El título de un artículo de J. Ramoneda, “Del Estado social al Estado penal”, puede sintetizar ese tipo de opiniones (11). Se señalan, por supuesto, aspectos muy relevantes. Sin embargo, se abunda en el recurso a las fórmulas generales –la globalización, el neoliberalismo u otras– en detrimento del tema realmente importante: cómo estas tendencias generales y otros factores se forman y concretan en el caso francés, con una tradición d’État Providence y de modelo republicano de gestión de la inmigración. Es evidente que una y otro entraron en crisis hace ya un par de décadas. Con todo, la política social francesa continúa siendo una de las importantes en el marco de la Unión Europea (superior en prestaciones y cobertura a la española, lo cual, es cierto, no es mucho). Dicho de otra forma, el proceso francés no se puede identificar con el modelo de EE UU de autoritarismo de Estado y reino del neoliberalismo. Se trata de un proceso bastante más complejo y, en cierto sentido, bastante más inquietante.
En las últimas dos décadas, la République ha actuado como el vizconde demediado, el personaje de Italo Calvino que es partido por la mitad en el curso de una batalla y sus dos mitades sobreviven. Una, como el vizconde malo; la otra, como el bueno. La primera mitad es, ciertamente, el Estado penal y su autoritarismo, la seguridad como principio supremo que se consigue, sobre todo, con la ley y el orden (12). La otra mitad, la de l’État Providence, se ha concretado, entre otras actuaciones, en la “politique de la ville”, la política social dirigida hacia los barrios HLM de banlieue y sus problemas.

La “politique de la ville”

La intervención social en barrios, desde una lógica territorial, surge como consecuencia de los conflictos del verano caliente de 1981 y otras revueltas, limitadas, en algunas banlieues HLM en años posteriores. En 1981 se crearon las ZEP (zonas de educación prioritarias), y a partir de 1982 se iniciaron los primeros programas de “prevención veraniega” y de “desarrollo social de los barrios”. Se adoptaron una sucesión de medidas pragmáticas, con una serie de dispositivos que se deseaban provisionales. Sin embargo, estas medidas y organismos se consolidan y se transforman en una “politique de la ville” cada vez más institucionalizada. En 1991 se creó el Ministerio de la Ciudad.
A pesar de su nombre, la “politique de la ville” no se aplica a toda la ciudad, sino a territorios delimitados y considerados como zonas urbanas sensibles, con una orientación territorial de lucha contra la exclusión. Esta política que se plantea multidimensional se ha conformado como un conjunto muy heterogéneo de iniciativas e intervenciones, acotadas en el espacio, que abordan la rehabilitación de viviendas y la mejora de aspectos urbanísticos, la dinamización social y cultural, la escuela y la prevención del fracaso escolar, el empleo y la inserción profesional y la prevención de la delincuencia y la seguridad. Este amplio abanico de intervenciones que conforman, al menos en teoría, una acción global se ha pretendido poner en marcha desde el ámbito local, con una lógica de descentralización y de participación destacada de las asociaciones, buscando la implicación de la población (13).
La “politique de la ville” se define, a la vez, como una política social y una política urbana. A lo largo de más de una década, esta política ha tenido una diversidad de concreciones, consecuencia, entre otros factores, de los vaivenes de la política francesa. Con todo, se ha mantenido su pretensión de política global, de desarrollo social de unos barrios y de “reequilibrio urbano”, con cuatro grandes ejes de intervención: empleo y desarrollo económico, educación, seguridad ciudadana y renovación urbana.
Todos los estudios suelen señalar las dificultades de realizar un balance de la “politique de la ville”, dado que constituye un conjunto de medidas heterogéneas, aplicadas de formas diferentes y con una diversidad de actores según los barrios o las ZUS. Con todo, se pueden señalar algunos aspectos. Una primera constatación es la paradoja entre la importancia proclamada de la “politique de la ville” y los limitados medios con los que se le ha dotado, apenas un 1% del presupuesto estatal (Avenel, 2004: 103). Igualmente, parece existir un amplio acuerdo en considerar que, si bien la “politique de la ville” no ha conseguido sus objetivos, sin ella la situación hubiera sido peor. De acuerdo con Avenel, se dan realizaciones que «no pueden ser menospreciadas». En términos generales, los equipamientos de servicios públicos de los barrios sensibles se han mejorado. Ya no constituyen territorios subequipados, aunque estén menos dotados en todo tipo de comercios. Igualmente se ha intervenido sobre la vivienda, mejorando su calidad y, en no pocos casos, realizando proyectos de reforma integral (que están suponiendo la demolición de las peores torres HLM y realojos en edificaciones con menor densidad). Además, la “politique de la ville” ha supuesto el surgimiento de nuevos profesionales, como “encargados de misión”, “agentes de desarrollo local”, “animadores” y “mediadores locales”. En muchos casos, este tipo de trabajo han constituido la salida laboral para una parte de los jóvenes hijos e hijas de estos barrios con niveles educativos, precisamente los que podían actuar como agentes de una pretendida concertación entre el Estado, el municipio y el vecindario. Al mismo tiempo, esta realidad ha constituido un elemento más de la etnificación de las relaciones en este tipo de barrios.      
En el debe de la “politique de la ville” hay que anotar sonados fracasos en tres dimensiones básicas. Los niveles de paro en estos barrios, particularmente entre los jóvenes, se han agravado en los últimos años, lo que consolida la figura del “insertable permanente”, con un horizonte vital marcado por la inactividad más o menos forzada, los trabajos eventuales y la relación de dependencia inhabilitante con respecto a los servicios sociales. Por otro lado, a pesar de los recursos invertidos en las zonas de educación preferente  (ZES), la mejora del éxito escolar y de la situación de los centros de educación no ha sido significativa. El fracaso escolar continúa siendo una característica de buena parte de los menores y adolescentes de estos barrios. Por último, aunque el asociacionismo no es menospreciable, la participación social que proclamaba la “politique de la ville” se ha resuelto más como «medio de gestionar los desordenes sociales, antes que reforzar las capacidades de los grupos para intervenir sobre sus condiciones de vida» (Avenel, 2004: 112).
Se compartan o no éstas u otras afirmaciones, la importancia y extensión de la revuelta actual muestran el fracaso de la “politique de la ville” en prevenir y erradicar la exclusión territorial estigmatizada de determinados grupos. Bien es cierto que la realidad no es uniforme. En unos casos, las medidas han constituido un apoyo para itinerarios personales de inserción normalizada. En otros casos, en la mayoría del vecindario de las banlieues más “difíciles” no han tenido ese efecto.
Las causas de este fracaso son múltiples, aunque podemos englobarlas en tres grandes bloques. Uno primero agruparía los obstáculos establecidos por el marco general más amplio, estructural, institucional y social. Así, por ejemplo, todos los estudios destacan los límites que supone la dualización del mercado de trabajo y la ampliación de la precariedad laboral (no como período de un itinerario, sino como perspectiva vital). Igualmente, en el plano institucional, cabría resaltar los efectos contrarios a la “politique de la ville” que ha supuesto y supone la cara autoritaria y represiva de la République.
Un segundo bloque de factores hacen referencia a los problemas de la “politique de la ville” como tal política social. Aparte de otros problemas, los debates desde esta óptica se han centrado en los efectos “perversos” y no deseados de las medidas aplicadas, en particular consolidar una relación de dependencia inhabilitante con los servicios sociales y el carácter estigmatizante que, dada la realidad francesa, han tenido algunas medidas de “discriminación positiva”.
Por último, pero no menos importante, el tercer bloque de factores se refiere a los problemas del modelo republicano francés desde el punto de vista de la identidad, la gestión de la diferencia cultural y la cohesión social, que tiene una de sus principales manifestaciones en la situación de los franceses de origen magrebí y subsahariano. Ciudadanos que ven estigmatizada y discriminada su identidad mestiza, franco-argelina, franco-marroquí u otra, al mismo tiempo que la identidad común –como ciudadano, trabajador y consumidor– les es negada en la práctica.  

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(1) De estos detenidos, 590 ya han sido condenados y encarcelados, según la Dirección General de la Policía francesa, que había desplegado 11.200 agentes (El País, 18 de noviembre de 2005).
(2) Esta ley tiene como título, y objetivo, un “Pacto de revitalización para la ciudad”. Véase Avenel, Cyprien (2004), Sociologie des quartiers sensibles. París, Armand Colin, p. 19 y ss. Buena parte de los datos citados en este artículo se basan en este volumen, una breve y buena síntesis de parte de los trabajos sociológicos más destacados sobre los banlieue de las dos últimas décadas.  
(3) Entre 1958 y 1973 se construyeron dos millones de viviendas, básicamente viviendas sociales de alquiler, enclavadas en ciudades HLM surgidas en las afueras de las ciudades y concentraciones industriales (Avenel, 2004). 
(4) “Regards sociológiques sur la ségrégation”, en Brun, J. y Rhein, C. (1993), La ségrégation dans la ville. París, L’Harmattan.  
(5) El País, 8 de noviembre de 2005. 
(6) El País, 9 de noviembre de 2005. Este tipo de argumentación, la revuelta como forma de conseguir más recursos, programas de actuación y ayudas para el barrio, se encuentra bastante extendido entre sus actores, tanto en la revuelta actual como en las anteriores (Avenel, 2004: 86).
(7) Las encuestas y estudios sobre los hechos de Estrasburgo destacan la importancia, en el discurso de los jóvenes, del sentimiento de pobreza resentida frente a la riqueza de otros barrios y otros franceses que, en estas fechas, se desborda (Avenel, 2004: 87).   
(8) En términos generales, los episodios de revuelta urbana y quema de coches se han producido más en las HLM que rodean a las ciudades más ricas (París, Toulouse, Estrasburgo), con una desigualdad más evidente y amplia que en las HLM enclavadas en regiones más modestas (Poitou-Charentes, Nord Pas-de-Calais).
(9) Véase Wierviorka et al (1999), Violence en France, París, Seuil; y Lagrange (2001), De l’affrontement a l’esquive. Violences, délinquances et usages de drogues, París, Syros.
(10) Diversas asociaciones y profesionales sociales en estos barrios solicitaron a la prensa que se retirara. En su opinión, la presencia de las cámaras constituía un estímulo para la quema de coches por parte de los jóvenes. 
(11) El País, 8 de noviembre de 2005.
(12) Este tipo de discurso se consolida a partir de mediados de la década de los ochenta, cuando la extrema derecha logró marcar la agenda política, tanto respecto a la obsesión securitaria como respecto a la inmigración. Desde entonces ha estado siempre presente, con mayor o menor intensidad, y con diferentes manifestaciones.
(13) La “politique de la ville” se muestra como una plasmación muy pragmática de la tradición republicana. Más que por el universalismo, se rige por la aplicación de medidas de “discriminación positiva”, como la dedicación de más recursos y dispositivos específicos, organizativos y profesionales, en un ámbito territorial. Por otro lado, frente a la tradición centralista y sectorializada de la política social francesa, se apostó, en línea con las tendencias dominantes en política social en la década de los noventa, por acentuar la descentralización, el carácter global, transversal y no parcializado de la intervención y la necesidad de implicar a las asociaciones locales. Para diversos aspectos de la “politique de la ville”, tanto urbanísticos como de política social, véase el volumen colectivo dirigido por Baudin, G. y Genestier, Ph. (2002), Banlieueus à problèmes, París, La documentation Française.