Gabriel Flores
Lecciones del caso griego

La economía griega se hunde porque los griegos no quieren reducir su bienestar hasta el nivel que marcan sus debilitadas capacidades productivas y competitivas. Grecia pretende seguir viviendo a costa de los préstamos y ayudas que obtiene de sus socios europeos. Ya habrán leído antes toda esa cháchara y la conclusión que intentan vender a la opinión pública europea: Grecia no volverá a crecer hasta que los griegos dejen de holgazanear y de gastar más de lo que pueden.

La ciudadanía griega aguanta como puede el chaparrón de mentiras e insidias que instituciones, líderes políticos y medios de comunicación europeos difunden sobre la economía más desequilibrada, frágil y empobrecida de la eurozona. Las clases trabajadoras griegas intentan parar y humanizar unos insoportables e inútiles sacrificios que sólo sirven para aumentar el paro y extender la pobreza. Tras varios años de austeridad tienen sobrada experiencia y saben que los recortes de ayer sólo han servido para empeorar aún más las cosas y justificar los recortes de mañana y más pérdidas de empleos y salarios.

Mientras la mayoría sufre, una poderosa minoría social aprovecha la crisis para acumular rentas y patrimonios y reforzar su ya enorme capacidad de decisión, utilizándola sin escrúpulos para conseguir mayores márgenes, más rentabilidad para sus grandes grupos empresariales y nuevos espacios para sus negocios.

Grecia es el símbolo del extravío de Europa. Apartados a un lado buena parte de los principios fundacionales y las políticas de cohesión social y territorial, en la UE priman la insolidaridad y la búsqueda de una competitividad basada en la reducción de los costes laborales y fiscales que nada puede arreglar porque traslada los problemas al resto de los Estados miembros. Europa requiere, para salir de la crisis y consolidar la unidad y el bienestar alcanzados, una apreciación más realista (menos ideologizada) de las causas estructurales e institucionales de la crisis económica de los países periféricos, políticas que repartan de forma equilibrada los costes y mayores dosis de cooperación y solidaridad entre los Estados miembros.

Lo que sucede en Grecia es la crónica del doble deterioro que desde hace más de dos años se está produciendo a cámara lenta ante nuestros ojos, el de la economía griega y el del proyecto de unidad europea. La resistencia de la sociedad griega frente a los injustos dictados del bloque de poder conservador que hoy gestiona los asuntos europeos y la alocada y antidemocrática gestión de los gobernantes griegos merece el elogio y el apoyo de todas las personas que aún creen en un proyecto de unidad europea sustentado en la solidaridad y la defensa de los derechos e intereses de la mayoría. El proyecto europeo que lidera el Gobierno alemán, arropado por las instituciones comunitarias, los mercados y la derecha conservadora, no merece la pena.

Se han empeñado en hundir la economía griega y lo están consiguiendo

Grecia ha reducido significativamente los graves desequilibrios de sus cuentas públicas y exteriores. Actualmente, los déficits público y corriente son menos de la mitad de lo que llegaron a ser en 2009, pero siguen siendo desequilibrios insoportables.
¿Cómo se ha conseguido reducir esos desequilibrios macroeconómicos? Mediante una estrategia de empobrecimiento generalizado de la población y caídas brutales de empleos, consumo de los hogares, inversión productiva e importaciones que han provocado una recesión que en el caso griego dura ya cinco años (2008-2012).

Los datos del desastre son inapelables. En los últimos tres años (2010-2012), la demanda doméstica ha caído alrededor del 23% (el consumo de los hogares y los gastos y transferencias corrientes del sector público en torno al 20%; la inversión productiva cerca del 50%). Desde el año 2009 hasta las últimas previsiones de 2012, el PIB ha sufrido un retroceso del 19,5%, la tasa de paro se ha multiplicado por 3 y alcanza niveles próximos al 25% (similar a los de la economía española), las importaciones han disminuido un 37,6% y las exportaciones, un 14,2%.

¿Se puede considerar que tales datos reflejan algún tipo de mejora? La economía griega ha experimentado una destrucción completamente ajena al más leve rasgo o impacto creativo. La significativa mejora de sus desequilibrios macroeconómicos es fruto del hundimiento de los salarios y el consiguiente retroceso de la demanda doméstica. Por esa vía, cabe esperar nuevas reducciones de sus déficits como resultado de una destrucción más intensa de actividades y empleos y un empobrecimiento aún más generalizado. De tal proceso sólo cabe aguardar una mayor deslegitimación de las instituciones y las formas democráticas de representación política, sin que pueda excluirse el surgimiento de formas extremas de expresión de la crisis social y política que evidencien el hartazgo de la sociedad ante el deterioro de las condiciones de vida que están provocando las instituciones comunitarias y los gobernantes griegos. 

La estrategia seguida para disminuir los desequilibrios de las cuentas públicas y exteriores de Grecia ha provocado retrocesos de la inversión productiva y el empleo que costará muchos años recuperar. Es una estrategia injusta e ineficaz que requiere para mantenerse de repetidos préstamos, planes de rescate y retóricos apoyos políticos exteriores que, en cada ocasión, ensalzan los enormes sacrificios que tendrá que seguir haciendo el país.

Nada se ha hecho ni se plantea hacer para mejorar las estructuras productivas de una economía que, desde su incorporación a la eurozona, ha intensificado su dependencia externa y su desindustrialización (el sector manufacturero apenas genera el 7,5% del PIB), al tiempo que consolidaba los rasgos propios de una economía periférica, muy débilmente capitalizada, nada sofisticada en su especialización exportadora y totalmente insolvente.
Los más graves problemas estructurales de la economía griega se han dejado y se siguen dejando al margen de todos los planes de reforma y, de este modo, las restricciones que atenazan el crecimiento potencial (entre otras, la muy escasa formación de la mayoría de la población activa, el insignificante esfuerzo de innovación, la mínima inversión productiva o el nulo progreso técnico) impiden que se aviste algún signo de recuperación de la actividad económica o el empleo a corto y medio plazo. Aún peor, nada se hace para buscar posibles soluciones a los graves problemas que afectan a la oferta productiva y condenan a los agentes económicos públicos y privados a una situación de insolvencia.

Se han empeñado en empobrecer a la población griega y lo están consiguiendo

Hace unos meses, Le Monde (Vie quotidienne en Grèce: "La rigueur a bouleversé nos vies", 14 de febrero de 2012) recogía testimonios enviados desde Grecia por personas que explicaban los impactos que estaban produciendo en sus vidas la crisis. Algunos de esos testimonios, escritos hace casi un año (las cosas han empeorado mucho desde entonces) permiten conocer de forma profunda y próxima algo de lo que está pasando.

Testimonio de Marine P., 42 años, Tesalónica: “Mi salario ha bajado un 38%, la factura eléctrica ha aumentado un 24% respecto al último año y mi factura de gas, otro 37%. En cuatro meses, el pan ha subido de 75 a 95 céntimos, la leche, de 1,18 a 1,46 euros. ¡No podemos seguir así! El rigor ha devastado mi vida cotidiana: como la mitad de la carne que comía antes, no voy al restaurante, compro muy poca ropa y solo en mercadillos y  rebajas, no voy de vacaciones desde hace dos años. Mis primos dicen que en el pueblo no han sentido apenas la crisis (salvo por la gasolina), mientras que para nosotros, en la ciudad, es un infierno.”

Testimonio de Georges T., 53 años, Investigador: “Atenas se ha convertido en una ciudad lúgubre y peligrosa. Para ahorrar energía, la ciudad está mal iluminada de noche. En las calles abundan las tiendas cerradas y los escaparates están llenos de pintadas. Cada día, los periódicos griegos publican mapas de la ciudad que indican los lugares en los que se han producido los últimos robos, agresiones o asaltos a casas. El invierno es muy duro. Las personas sin hogar se multiplican en el centro de la ciudad y buscan comida en la basura.

Los inmigrantes que vinieron a Grecia hace algunos años en busca de trabajo se encuentran atrapados y no tienen medios para salir. Sólo intentan sobrevivir.”
Testimonio de Callie Adams, 45 años, Atenas: “Tengo 45 años, estoy casada y tengo una hija de 12 años. Diplomada en Ingeniería, trabajo desde 1992. En 2009 tenía un salario de 1.900 euros. Era suficiente para vivir decentemente, tenía un buen nivel de vida. Desde el 1 de noviembre de 2011, mi salario ha caído a 980 euros. Y los recortes continúan. Pero no me siento demasiado golpeada por la crisis. Mi marido tenía una pequeña empresa de transporte con dos camiones. Con la crisis su clientela se ha reducido. Ha sido necesario despedir al personal. El problema ahora es que no puede vender los camiones y sus correspondientes licencias porque el Gobierno ha anunciado que el sector será pronto liberalizado, sin dar más precisiones. Como resultado, nadie quiere comprarlos y hemos perdido los 25.000 euros invertidos hace dos años. Mi marido gana entre 400 y 500 euros al mes.”

Testimonio de Panagliota P., 39 años: “Diplomada en lenguas extranjeras, trabajo desde los 19 años. Hoy, con 39 años, todavía dependo económicamente de mis padres. Incluso trabajando cinco días por semana y ocho horas diarias, mi salario es de 700 euros al mes, cantidad insuficiente para alquilar un apartamento. Mis amigos están en la misma situación. Cuando nos vemos, hablamos de las nuevas reformas. Cada vez, esperamos, sin ninguna razón, que el nuevo plan de austeridad sea el último.”

Testimonio de Alexia H., 46 años, empleada de banca, Atenas: “El rigor ha devastado completamente nuestras vidas. Mi familia está formada por dos adultos y un niño. Hemos perdido los empleos en los que trabajábamos, desde hace veinte años en mi caso y desde hace catorce años, en el de mi pareja. Para encontrar un nuevo empleo, contamos con la suerte o la oportunidad que pueda brindarnos algún conocido. En menos de un año, los despidos se han triplicado y los subsidios, que eran de 450 euros, van a reducirse a 360 euros. Mientras tanto, el coste de la vida sigue aumentando. Los precios en los supermercados son a menudo tan caros como en Francia. Este año, muchos hogares no han tenido calefacción (el fueloil tiene un precio desorbitado) y muchas personas han dejado aparcado el coche (el precio de la gasolina es también muy alto). No se trata de una reducción del poder de compra, está desapareciendo.”

¿Qué han conseguido con la destrucción provocada?

Se habla a menudo, con razón, del fracaso de la estrategia de austeridad extrema que se ha impuesto a Grecia. Fracaso indiscutible si se tiene en cuenta que tanta destrucción económica y tanto empobrecimiento no han conseguido frenar el crecimiento de la deuda pública ni han ahorrado nuevos planes millonarios de rescate por parte de las instituciones europeas y el FMI.

La presión sobre los costes laborales para mejorar la competitividad de los productos griegos (tanto en los mercados europeos como en el mercado interno) y atraer más inversión extranjera directa no ha permitido ni un mínimo avance de las exportaciones ni un incipiente proceso de reindustrialización. La reducción del déficit por cuenta corriente o, incluso, el mantenimiento de los desequilibrios de las cuentas exteriores en sus menores niveles actuales serían incompatibles con cualquier forma de recuperación de la demanda interna y la actividad económica.

La deuda pública, cuya reducción sigue siendo el objetivo central de las políticas de austeridad, ha seguido aumentando a pesar de quitas, moratorias y programas de recompra. De hecho, la deuda soberana griega se incrementó desde 2008 en 62 puntos porcentuales, alcanzando el pasado mes de noviembre de 2012 un insostenible nivel próximo al 180% del PIB.

Grecia ha recibido recursos financieros multimillonarios por parte de la UE y el FMI que han contribuido a mantener las políticas de austeridad y ganar tiempo, pero no han  arreglado nada.

Pese al desastre económico ocasionado, algunas mejoras de carácter económico y los reducidos sectores sociales beneficiados por el descalabro sufrido por la economía griega permiten entender parte de la lógica y los intereses que sustentan el mantenimiento de las políticas de austeridad. Las medidas de recorte brutal del gasto público y devaluación interna que han impuesto las instituciones europeas y gestionan los gobiernos nacionales no son acciones incomprensibles ni el resultado de una acción política aventurera e irresponsable, por mucho que puedan parecer absurdas y sea lógico  considerar que los gobiernos que gestionan las medidas de austeridad pecan de inconsciencia o irresponsabilidad en la valoración de las nefastas consecuencias sociales, productivas y políticas de las medidas que aplican. 

El retroceso del salario real por trabajador (en más de un 15%) y del empleo (en otro 15%) ha propiciado una intensa redistribución de las rentas que ha favorecido en exclusiva a los propietarios del capital. Resulta imposible encontrar un mínimo indicio de innovación o modernización de la oferta productiva, pero la importante recuperación de la productividad aparente del trabajo, debida exclusivamente a la destrucción de empleo y al fuerte retroceso de los salarios reales, ha ocasionado una muy importante reducción de los costes laborales unitarios que ha permitido ampliar los márgenes empresariales y aumentar los niveles de autofinanciación de los grandes grupos empresariales que han logrado de este modo reforzar su autonomía respecto a los préstamos bancarios.  Al igual que en España, los resultados de las grandes empresas después de intereses, impuestos y dividendos han experimentado un impulso extraordinario, aunque el restablecimiento de la rentabilidad deba considerarse todavía insuficiente para comenzar a revertir el proceso de destrucción del tejido empresarial y el empleo.

La situación macroeconómica de Grecia a lo largo de 2012 se ha degradado. Podría argüirse que la situación sería peor de no haberse producido tales rescates. Cuestión tan discutible como indemostrable. Hubiera sido posible experimentar una estrategia alternativa mucho menos costosa, de simple sostenimiento de sus déficits públicos mediante transferencias, de modo parecido a como se trata en cualquier país capitalista desarrollado a sus regiones más pobres y desindustrializadas. Acompañando esa estrategia con reformas orientadas a la modernización de las estructuras productivas y medidas de control del gasto público menos volcadas al hundimiento de la demanda de los hogares y la inversión productiva y más orientadas al mantenimiento selectivo de las actividades económicas más intensivas en trabajo o valor añadido y menos despilfarradoras de energía y materiales. Pero no se quiso hacer nada parecido entonces  ni se quiere ahora cambiar sustancialmente la estrategia impuesta.

Hay un hecho que muestra a las claras hasta qué punto los costes se han repartido desigualmente: a principios de 2012, el 64% de la deuda soberana griega estaba en manos privadas, tras la reestructuración y quita de marzo de 2012, el porcentaje bajó al 34%; finalmente, después de la última reestructuración y quita de diciembre de 2012, apenas alcanza un 15%. Evolución que muestra hasta qué punto los planes de reestructuración de la deuda soberana griega han sido muy útiles para facilitar que los especuladores realizaran otro gran negocio y para que los agentes económicos privados que detentaban la deuda soberana griega tuvieran más tiempo para provisionar y encajar paulatinamente parte de las pérdidas en sus cuentas de resultados y, finalmente, traspasar a instituciones públicas (BCE, FMI, eurozona,…) los riesgos asociados a nuevos procesos de desvalorización y probable impago. Bancos alemanes, franceses o belgas, que al comenzar la crisis detentaban importantes paquetes de deuda soberana griega, y los propios bancos griegos han sido los grandes beneficiarios de los procesos de reestructuración de la deuda pública de Grecia.

¿Hacia una suavización de la estrategia de austeridad?

No resulta exagerado considerar que la estrategia de austeridad y devaluación interna supone un enorme error que, además de injustas consecuencias sociales, ha provocado una irreparable y gratuita destrucción económica. Pero resultaría una valoración sesgada e incompleta, ya que hay que apreciar también que dicha estrategia está permitiendo abrir nuevos campos de negocio a la iniciativa privada y una evolución favorable de los márgenes empresariales como consecuencia de la pérdida de empleos, la reducción de costes laborales y fiscales y la mengua y el deterioro de la oferta de bienes públicos. La austeridad es una opción consciente que tiene dos objetivos centrales: disminuir los déficits de las cuentas públicas y exteriores y aumentar la participación de los beneficios en el PIB en detrimento de las rentas salariales. Y ambos objetivos están progresando adecuadamente.

Las medidas de recorte del gasto público suponen también una elección tomada con plena conciencia por el bloque de poder hegemónico que asume sus  costes económicos, en términos de pérdida de crecimiento potencial, empleo y tejido productivo y empresarial, y parece considerar que resulta inevitable la emergencia de una nueva restricción sociopolítica que adopta la forma de indignación ciudadana y resistencia social. Hay que suponer también que los valedores de la estrategia de austeridad han sopesado su capacidad para limitar el descontento social y desprestigiar o aislar los focos de resistencia y, en su caso, reprimirlos sin provocar una desafección irrecuperable de sus bases electorales. No parece, en cambio, que hayan medido la pérdida de calidad democrática que ocasiona una gestión que ignora y desprecia las justas críticas de la ciudadanía.

El andamiaje levantado para sostener las políticas de austeridad es, como se ve, frágil en exceso. Está fallando tanto por haber infravalorado sus costes económicos y productivos como por sobrevaloración de su impacto positivo sobre las exportaciones en un contexto europeo de recesión o muy débil crecimiento económico y en ausencia de políticas de modernización de las especializaciones y ofertas productiva de las economías más desindustrializadas. Y está por ver la capacidad de las autoridades nacionales para gestionar el conflicto social surgido en los países del sur de la eurozona que se está enquistando, sin que pueda descartarse su intensificación e, incluso, contagio a países de la UE menos golpeados por la crisis y por políticas de austeridad tan extremas como las que está sufriendo Grecia.

No sería extraño que el mayor equilibrio entre políticas de austeridad y reactivación económica por el que abogan el FMI y numerosas instituciones internacionales se plasme a lo largo de 2013 en una relajación de los ritmos y la intensidad de los recortes y ajustes presupuestarios. No deja de ser una anécdota significativa el respaldo explícito del rey de España a ese nuevo equilibrio en su último mensaje navideño.

Nada, en todo caso, que permita esperar cambios sustanciales en el curso ascendente del desempleo y la pobreza, Sí podría, en cambio, limitar su alcance y, como consecuencia, aliviar el conflicto sociopolítico, facilitar su control y abrir un nuevo escenario caracterizado por la posibilidad de ensayar fórmulas precarias de pacto social. Tampoco habría que descartar por completo la plasmación de limitadas iniciativas comunitarias de reactivación económica o, en ámbitos nacionales, la posibilidad de alcanzar  acuerdos en torno a propuestas socioeconómicas gubernamentales que podrían conseguir el respaldo de fuerzas políticas que hasta ahora manifestaban diferentes grados de distanciamiento o crítica con las políticas de austeridad extrema aplicadas. No parece que esos hipotéticos pactos puedan tener un calado suficiente para introducir cambios significativos en la estrategia de austeridad impuesta, pero favorecerían fórmulas de concertación nacional, suavizarían la destrucción de empleos y permitirían prolongar la espera de la salvadora reactivación de las economías del centro de la UE. Reactivación que, al menos en los próximos dos años, sería una sorpresa mayúscula ya que las previsiones de crecimiento del PIB de la eurozona oscilan entre el -0,1% que ofrece la OCDE y el 0,2% del FMI para este año de 2013. Al año siguiente las previsiones no mejoran en demasía, ya que se sitúan entre el 1,3% y el 1,2% que ofrecen ambas instituciones para el año 2014.

La menor inestabilidad de los mercados financieros en la eurozona y un ambiente económico internacional no tan desfavorable como el del segundo semestre de 2012 y la primera mitad de 2013 podrían contribuir también a esa ligera relajación de las políticas de austeridad. O, en caso de empeoramiento, a dificultarla.

El nuevo rescate y las dos reestructuraciones de la deuda soberana griega en 2012

Aunque probable y necesaria, la relajación de las medidas de austeridad impuestas a Grecia y al resto de países periféricos de la eurozona no va a resultar una tarea fácil. Las intervenciones de la Troika (Banco Central Europeo, Comisión Europea y Fondo Monetario Internacional) en Grecia a lo largo de 2012 nos proporcionan algunas pistas sobre las dificultades que entraña la tarea, inexcusable en el caso griego, de aligerar la carga insoportable de la deuda pública y flexibilizar los objetivos de consolidación presupuestaria.

Grecia ha soportado ya dos planes de rescate (en mayo de 2010, el primero, y en marzo de 2012, el segundo y último por ahora) que suman un total de 240.000 millones de euros, cantidad enorme si se compara con los 200.000 millones de euros que supone su PIB.

El segundo plan de rescate de marzo del año pasado se vinculó a una reestructuración de la deuda pública en manos de tenedores privados (aceptada por los poseedores del 95,7% de un total de 206.000 millones de deuda pública en manos de agentes económicos privados) que aceptaron una quita del 53,5% de su valor nominal. Al tiempo que se emitían nuevos bonos que retrasaban los vencimientos y reducían sus tasas de interés.

La reestructuración se saldó con una reducción instantánea de la deuda soberana de 105.000 millones de euros (en torno a la mitad del PIB); pero esa reducción de la deuda fue también instantáneamente compensada por los nuevos préstamos acordados por el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF) y el FMI, de los que buena parte (48.000 millones de euros) estaban destinados a recapitalizar los bancos griegos y otra parte significativa a financiar el propio plan de reestructuración de la deuda e incentivar la participación de la banca privada extranjera en el plan de reestructuración.  

En diciembre de 2012, la segunda operación de reestructuración de la deuda soberana griega en manos privadas fue menos ambiciosa que la de marzo, fundamentalmente porque la cuantía de la deuda pública en manos privadas se había reducido considerablemente. El FEEF concedió un préstamo extraordinario de 10.000 millones de euros destinado a recomprar la mitad de los 60.000 millones de euros que en ese momento detentaban los inversores privados (alrededor de 17.000 millones de euros en los activos de los bancos griegos y entre 15.000 y 16.000 millones, en manos de otros inversores nacionales y extranjeros). En esta ocasión la quita alcanzó un 68,5% del valor nominal de los bonos afectados y el sector público consiguió eliminar alrededor de 20.000 millones de euros (un 10% del PIB) de su deuda.

¿Ha servido para algo la multimillonaria financiación comprometida en esos planes de rescate y reestructuración de la deuda? Para muy poco o casi nada. Si a principios del año 2010 la deuda pública griega representaba el 129,7% del PIB, dicha ratio fue aumentando hasta rondar el 180% antes de la segunda reestructuración de deuda de diciembre de 2012. Tras el nuevo rescate y las dos reestructuraciones de deuda realizados en 2012 el porcentaje de la deuda pública sobre el PIB sigue situado en niveles próximos al inasumible 170,6% que alcanzaba a principios del 2012.
Los dos objetivos esenciales de los rescates acordados por la Troika apenas han variado tras la nueva reestructuración de la deuda, se trata de reducir la ratio de la deuda respecto al PIB hasta el 124% en 2020 (con una pequeña ampliación del margen respecto al 120% establecido  previamente) y de alcanzar un déficit primario (sin considerar los costes financieros) del 4,5% en 2016 (con una prórroga de dos años respecto a la fecha aprobada con anterioridad). Así las cosas, si todo va bien, Grecia conseguiría alcanzar en 2020 el insostenible nivel de deuda pública que justificó en mayo de 2010 el primer rescate y los innumerables sacrificios posteriores. Ese es el balance preciso de la estrategia de austeridad. Se va a necesitar toda una década de pobreza, desigualdad y paro masivos para volver a colocar la deuda pública griega en el mismo punto de partida que fue utilizado para imponer las políticas de austeridad.

Lecciones a extraer del caso griego

Dos importantes enseñanzas cabe extraer del trato dispensado a Grecia por las instituciones comunitarias en 2012.

Primera lección, los rescates y las políticas de austeridad no están orientados a resolver los problemas de falta de músculo industrial y perjudiciales especializaciones productivas y exportadoras de los países periféricos que están en la base de sus graves desequilibrios macroeconómicos y consiguientes problemas de insolvencia o falta de liquidez.

Los objetivos son otros: por una parte, reducir la inestabilidad financiera hasta niveles que permitan restablecer la circulación de los capitales privados entre los países de la eurozona; por otro, facilitar la gestión de una eurozona muy heterogénea en sus estructuras económicas, financieras y productivas sin abrir paso, en el corto plazo, a cambios institucionales sustantivos que impliquen una mutualización automática o sin contrapartidas de la deuda; y por último, perpetuar las actuales jerarquías en la eurozona, tanto las de carácter económico como las relacionadas con la capacidad de decisión (e imposición). Los sueños de una Europa en la que prevalezcan los intereses y objetivos comunes y la cooperación para lograrlos se desvanecen, provocando con su evaporación un desplazamiento hacia la insignificancia de la solidaridad y las políticas de cohesión social y territorial que se suponían cimientos del proyecto europeo.

Segunda lección, Alemania considera inaceptable la explosión del euro y asume, no sin resistencias y polémicas internas en el bloque de poder que sostiene a Merkel, la tarea de apoyar financieramente a una economía que da muestras inequívocas de una insolvencia que implicará la no devolución de los préstamos que está recibiendo y la necesidad de seguir financiando sus desequilibrios de forma prolongada. Se pretende que ese sostén financiero siga estando condicionado a la aplicación de unas políticas de austeridad que generan y perpetúan déficits públicos y corrientes y, por consiguiente, inestabilidad económica. La estrategia de austeridad intenta disminuir la inestabilidad financiera con recortes y disciplina, pero provoca destrucción de actividades económicas y pérdida de empleos que generan nuevos desequilibrios financieros y exigen nuevos programas de rescate y nuevos planes de reestructuración de la deuda pública. La austeridad es una estrategia fallida que no podrá prolongarse en sus formas e intensidad actuales por mucho más tiempo.

Es en ese carácter contradictorio de la estrategia de austeridad y devaluación interna donde reside su mayor debilidad, puesto que no puede resolver los desequilibrios económicos, financieros y productivos que existen en los países periféricos ni puede aspirar, por ello, a superar la actual heterogeneidad de la eurozona ni a gestionar, sin cambios institucionales sustanciales, la diversidad de situaciones, intereses y problemas presentes en la eurozona.

Es también ese carácter contradictorio el que fundamenta la sólida sospecha de la mayoría de la población sobre la inutilidad de los duros e injustos sacrificios que se le están exigiendo.
 
En resumen

El objetivo del sostén financiero que está recibiendo Grecia no es facilitar un proceso de reindustrialización y modernización de su estructura productiva que permita a largo plazo equilibrar sus cuentas y superar la actual situación de insolvencia del conjunto de sus agentes económicos públicos y privados. Los objetivos son de menos vuelos, pero no por ello están resultando más fáciles ni menos costosos. Y se pueden resumir en los dos aspectos siguientes: por un lado, evitar un agravamiento de la inestabilidad financiera de la eurozona que llegue a cuestionar la pervivencia del euro; por otro, obligar a Grecia y al resto de países periféricos a realizar reformas estructurales que reduzcan los costes empresariales, aligeren el peso del Estado de bienestar y sitúen los desequilibrios macroeconómicos en niveles manejables. En definitiva, es un intento muy medido de retornar de forma paulatina (acompasando el ritmo de las ayudas comunitarias a la realización efectiva de las reformas estructurales que se exigen) a una estabilidad financiera que permita disminuir y gestionar, no superar, la heterogeneidad de estructuras y la consiguiente diversidad de problemas que existen en la eurozona. No está nada claro que puedan lograrlo.