Gabriel Flores

Elecciones en Alemania

 

Faltan muy pocos días y no todo está dicho o hecho en las elecciones federales que se celebrarán el próximo 22 de septiembre en Alemania. Aún así, las encuestas electorales, todas ellas, señalan que Merkel va a ganar por tercera vez consecutiva. Existe todavía espacio para lo imprevisto, pero lo normal sería que Merkel fuese autorizada por el cuerpo electoral a formar la coalición de Gobierno que más le interese (los votos de los cristiano-demócratas de la CDU/CSU no serían suficientes) y siga como canciller otros cuatro años.

Desgraciadamente, los graves problemas ocasionados por las erradas e injustas políticas de extrema austeridad y devaluación interna impuestas a los países del sur de la eurozona, el aumento de la precariedad y de los sectores vulnerables en la propia Alemania y la mayor fragilidad del proyecto de unidad europea causados por la estrategia de salida de la crisis que ha impuesto el bloque de poder conservador que lidera y representa Merkel no son percibidos o valorados en su justa medida por buena parte de la ciudadanía alemana.

Este trabajo trata de responder a dos interrogantes básicos. Primero, ¿qué causas han contribuido a aumentar el liderazgo de Merkel y la confianza que le otorga el electorado alemán sin que, aparentemente, sufra ningún desgaste tras dos mandatos como canciller? Y segundo, ¿hasta qué punto la coalición política que finalmente se encargue de formar Gobierno apostará por la simple continuidad en la estrategia conservadora de salida de la crisis o podría ensayar una inflexión en las políticas de austeridad impuestas desde mayo de 2010?

Las reflexiones que siguen centran su atención en tres aspectos de las elecciones y sus potenciales repercusiones que constituyen otros tantos epígrafes.

En el primero, se examinan los sondeos de opinión y las encuestas electorales con objeto de valorar las posibilidades de victoria de las dos principales fuerzas políticas, el Partido Social Demócrata (SDP) y la Unión Demócrata Cristiana/Unión Social Cristiana (CDU/CSU), y las posibles coaliciones gubernamentales que pueden darse.

En el segundo, se analizan brevemente los programas electorales de los dos partidos que aspiran a ser el eje en torno al que se construya la nueva coalición gubernamental.

Y en el tercero, se describen los cambios ya iniciados por el actual Gobierno para reorientar el modelo de crecimiento de la economía alemana y las tendencias que apuntan a la consolidación de ese movimiento transformador en la próxima legislatura. También se intenta abordar la cuestión de hasta qué punto la continuidad de Merkel al frente del Gobierno puede suponer continuidad en las políticas y en la estrategia de salida de la crisis impuestas en los últimos años o es compatible con una relajación en las exigencias de austeridad que permita cierto grado de crecimiento económico a los países del sur de la eurozona.

1. Merkel en cabeza

Las encuestas electorales señalan que Merkel va a ganar por tercera vez consecutiva las elecciones generales alemanas. Victoria que también adelantan los sondeos de opinión pública al reflejar un amplio respaldo de la población alemana a lo hecho por Merkel; aunque, como se verá más adelante, no tanto a la labor de su Gobierno.

Dadas las debilidades, incoherencias y limitaciones mostradas por las instituciones europeas y el poder logrado en los últimos años por Alemania, ganar la cancillería también conlleva la opción añadida de seguir definiendo las líneas maestras del futuro de la UE. Por eso son tan trascendentales estas elecciones. Si en el caso de las últimas elecciones presidenciales francesas que ganó Hollande lo que estaba en juego era la posibilidad, frustrada hasta la fecha, de alentar la resistencia a las medidas de austeridad y trabar la estrategia conservadora de salida de la crisis; ahora, lo que se dirime es la posibilidad, cierta aunque improbable, de cambiar sustancialmente esa estrategia y marcar un nuevo rumbo cooperativo en la UE para los próximos años.

El vaticinio de la nueva victoria electoral de Merkel también se sustenta en el saldo favorable de la gestión de la crisis llevada a cabo, tanto en lo que atañe a la fortaleza y saneada situación que ofrece la economía alemana como al peso económico y político conseguido por Alemania y perdido por buena parte de sus grandes competidores de la UE, especialmente por la debilitada economía francesa y por el evidente deshilachamiento de una estrategia progresista que sigue intentando urdir Hollande.

¿Qué apuntan los sondeos de opinión y las encuestas electorales?

El último Eurobarómetro Standard 79, Primavera 2013 realizado por TNS Opinion & Social a lo largo del pasado mes de mayo y publicado en julio por la Dirección General de Comunicación de la Comisión Europea da algunas pistas sobre el estado de la opinión pública alemana y su posible incidencia en los resultados de las próximas elecciones. Según dicha encuesta, el 71% de las 1.554 personas de más de 15 años entrevistadas consideraba que su situación económica personal era buena frente al 14% que la calificaba de mala. Y en su juicio acerca de la situación de la economía alemana, el porcentaje de los que hablaban de buena salud aumentaba al 77% frente al 21% que la juzgaba como mala. Y eso en un contexto económico exterior que era valorado de forma negativa por la mayoría, ya que tan sólo el 28% apreciaba que la situación de la economía europea era positiva, mientras una impresión algo más benévola merecía la situación de la economía mundial que era considerada como buena por el 38% de los entrevistados.

Compárese esa opinión con la que expresaban las personas entrevistadas en España (un total de 1.011 encuestados) en ese mismo mes de mayo. Una mayoría apabullante del 99% manifestaba que la situación de la economía española era mala, frente al 1% que la consideraba buena; ni un mínimo porcentaje buscó refugio en el burladero del no sabe. Respecto a la situación de las economías europea y mundial, tan sólo un 11% de los encuestados en España consideraba que eran buenas. La situación personal no era juzgada de forma tan negativa, pero sólo el 38% de los encuestados en España la consideraba buena mientras una mayoría del 44% la consideraba mala, siendo paradójicamente en esta pregunta sobre la valoración que cada entrevistado hacía sobre su propia situación personal la que agrupaba en el no sabe un mayor porcentaje (el 18%), quizás porque entre las posibles contestaciones no se contemplaba la amplia ristra de matices que se sitúan entre una buena y una mala situación.

Con mayor calado político, la serie periódica de encuestas (Deutschland TREND) que ofrece la red alemana de medios públicos de comunicación (el consorcio ARD) revelaba los progresos de las preferencias a favor de la continuidad de Merkel como canciller: en apenas cinco meses (de diciembre de 2012 a abril de 2013) había ganado 11 puntos y lograba una aprobación del 60% de los encuestados. Sin embargo ese apoyo masivo ha retrocedido bruscamente en las dos últimas semanas y en la última encuesta de 12 de septiembre las preferencias por Merkel se situaban en el 49%. Entre diciembre de 2012 y abril de 2013, los apoyos del candidato socialdemócrata Steinbrück se despeñaban desde un prometedor 39% hasta el 25%; por el contrario, encuestas más recientes mostraban una tendencia al alza de los que preferían como canciller a Steinbrück que, tras su debate televisivo con Merkel, aumentaban hasta el 34%. Tendencia que no termina de consolidarse, ya que la última encuesta de 12 de septiembre reflejaba un nuevo retroceso de dos puntos, que llevaba las preferencias por Steinbrück hasta el 32%.

El Eurobarómetro Standard 79 reflejaba que la confianza en el Gobierno de Merkel era en mayo de 2013 bastante menor del 60% de los votantes que, según Deutschland TREND, prefería a Merkel como canciller. Tan sólo un 44% de los encuestados mostraba bastante confianza en su Gobierno, frente a un superior 50% que manifestaba su poca o nula confianza.

El último Eurobarómetro mostraba también el importante respaldo que presta la ciudadanía alemana a sus instituciones representativas. El porcentaje de encuestados que mostraba mucha o bastante confianza en el Parlamento alcanzaba un 47% del total, que escalaba hasta el 65% cuando se referían a las autoridades locales y regionales. A idénticas preguntas, en España tan solo el 8% de los encuestados decía tener bastante confianza en el Gobierno, que se reducía hasta el 7% en el caso del Parlamento y subía hasta un escaso 19% en relación a las autoridades locales y regionales.

Respecto a los partidos políticos, que tampoco en Alemania escapan a la tendencia general al descrédito, sólo inspiraban bastante confianza en el 25% de las personas encuestadas; reducido apoyo que en España se desplomaba hasta un insignificante 5%. La dureza con la que las personas entrevistadas juzgaban a los partidos políticos contrasta con el amplio apoyo que, en Alemania, recibe el funcionamiento de la democracia que es considerado como bastante satisfactorio por el 72%; por contra, en España ese grado de satisfacción respecto al funcionamiento del sistema democrático apenas alcanzaba el 23% y parece haberse debilitado aún más desde mayo hasta ahora.         

Pese a la popularidad y los apoyos que recibe Merkel, la base social que rechaza su continuidad es tan amplia como la que le sirve de apoyo. Sin embargo, más allá del simple recuento de las intenciones de voto, la aritmética política revela las enormes dificultades para alcanzar el imprescindible acuerdo que permitiría la formación de un nuevo Gobierno de coalición entre las fuerzas progresistas y de izquierdas que obtengan representación parlamentaria. Las tensiones y los obstáculos para que se materialice una alternativa progresista con posibilidades de gobernar son de gran envergadura, mientras que los márgenes de maniobra con los que cuenta Merkel para liderar diferentes tipos de coalición son muy superiores.

Los más prestigiosos e influyentes sondeos de intención de voto (entre otros, el Deutschland Trend de la ARD, los informes diarios que ofrece el Pollytix German Election Polling Trend , los sondeos semanales que realiza el Forsa Institute o, entre otros muchos, el Politbarometer que el grupo de investigación Mannheim hace para la segunda red de la televisión pública, ZDF)  mantienen una extraordinaria estabilidad en sus resultados y una gran similitud en los datos que ofrecen desde hace un par de meses: el partido cristiano-demócrata  que lidera Merkel (CDU) y su partido gemelo bávaro (CSU) obtendrían alrededor del 40% de los votos (superando ampliamente el 33,8% obtenido en 2009). Mientras sus actuales socios de Gobierno, los liberales del FDP, se derrumbarían hasta situarse alrededor del umbral mínimo del 5% exigido para obtener representación parlamentaria (nada que ver con los magníficos resultados del 14,6% de las anteriores elecciones). La prolongación de la actual alianza gubernamental no está, por tanto, asegurada.

La socialdemocracia (SDP) sería incapaz de levantar el vuelo y seguiría como principal partido de la oposición, estancado en cotas dos o tres puntos superiores a las del varapalo recibido en las anteriores elecciones federales (23,0% de los votos), en las que perdió más de un tercio de los votos obtenidos en 2005. La repetición de tan mediocre resultado cerraría al SDP buena parte de las opciones de liderar un nuevo Gobierno. Los Verdes ganarían peso electoral (mejorando el 10,7% logrado en 2009), con un avance limitado que en las últimas semanas parece difuminarse y que no permitiría obtener el respaldo parlamentario necesario para hacer viable la alianza gubernamental limitada al SDP y Los Verdes que ambos partidos prefieren. Por último, La Izquierda (Die Linke) perdería muchos votos, pasando del esperanzador 11,9% logrado en 2009 a un poco útil porcentaje de algo más del 8%.

No obstante, a pesar del descalabro de La Izquierda y de la escasa recuperación del SDP que indican los sondeos, aún hay posibilidades de que el conjunto de la representación política del espacio electoral de izquierdas y progresista (SDP, Los Verdes y La Izquierda) logre mejores resultados que la derecha del CDU/CSU y el FDP, haciendo plausible un Gobierno progresista de amplio espectro. Sin embargo, tal posibilidad es muy escasa. La Izquierda se ha encastillado en una posición radical que dificulta cualquier acuerdo al centrar en demasía sus críticas en el candidato y la dirección del SDP. Y aunque La Izquierda ha hecho valer en las últimas semanas su apoyo a la formación de un Gobierno del SDP con Los Verdes, su decisión cuenta con una importante oposición interna. Pero la responsabilidad de ese fiasco, en el caso de que efectivamente la suma de los votos progresistas sobrepasara finalmente a los de la derecha, no puede achacarse en exclusiva a La Izquierda; también la dirección del SDP y su candidato electoral han sido muy generosos en el levantamiento de obstáculos políticos prácticamente insalvables que dificultan extraordinariamente toda posible alianza gubernamental que incluya a La Izquierda o permita el imprescindible apoyo externo (sin participar en el Gobierno) de sus parlamentarios.

Así, la nominación de Steinbrück como candidato del SDP a finales de septiembre de 2012 no fue la mejor señal respecto a las intenciones mostradas con posterioridad en su programa electoral de acentuar los rasgos de izquierdas. Steinbrück fue ministro de Hacienda en el primer Gobierno de gran coalición presidido por Merkel y no se había distinguido hasta la fecha por su identificación con buena parte de los objetivos y medidas que recoge el programa electoral socialdemócrata. Además, en varias declaraciones recientes (la última vez en el debate televisivo con Merkel celebrado el pasado domingo, 1 de septiembre), Steinbrück ha rechazado explícitamente un Gobierno progresista tripartito e, incluso, el apoyo externo de La Izquierda a una coalición entre el SDP y Los Verdes. A modo de contrapartida, el candidato socialdemócrata tampoco se muestra a favor de repetir la gran coalición con la CDU/CSU, pero esa puerta no parece tan cerrada como la otra. 

¿Cómo puede tan significado representante del ala social-liberal del SDP dar credibilidad al giro a la izquierda que pretende el programa electoral socialdemócrata y hacer factible la posibilidad de una alternativa progresista? No es extraño, por ello, que mientras la preferencia de los votantes de la CDU/CSU a favor de Merkel como canciller es prácticamente unánime, ya que alcanza al 97% de los votantes de la CDU/CSU (tanto en los datos del Deutschland Trend del 29 de agosto como en los del 5 de septiembre), las preferencias a favor de Steinbrück entre los votantes del SDP era sustancialmente inferior y pasaban de un chocante 65% (en la encuesta del 29 de agosto) a un todavía chirriante 79% (en la del 5 de septiembre)

El Politbarometer de la ZDF de 13 de septiembre mostraba que del total de personas encuestadas, una mayoría del 29% se inclinaba por un Gobierno de gran coalición entre la CDU/CSU y el SDP, mientras la continuidad de la actual alianza de derechas entre la CDU/CSU y el FDP sólo era respaldada por el 19% y la coalición progresista entre el SDP y Los Verdes sólo obtenía un apoyo del 16%.

Más problemáticos, para las aspiraciones de los que respaldan una opción de Gobierno alternativa a la que representa Merkel, serían los resultados que mostraba el Politbarometer de principios de agosto, ya que desvelaba que, de no conseguir una mayoría capaz de sostener un Gobierno de coalición entre el SDP y Los Verdes, un 60% de los votantes del SDP se inclinaría a favor de una gran coalición con la CDU/CSU; mientras que entre Los Verdes, el porcentaje a favor de una coalición de su partido con la CDU/CSU era significativamente menor, aunque lograba un notable apoyo del 47%.

Una amplia coalición progresista entre el SDP, Los Verdes y La Izquierda no conseguía un respaldo mayoritario entre los votantes socialdemócratas (sólo el 31% apoyaba esta opción) ni entre los de Los Verdes (aunque el porcentaje, en este caso, alcanzaba un también minoritario pero significativo 41%)

En el caso de que la alianza con el FDP no otorgara una mayoría suficiente, tampoco los electores cristiano-demócratas hacían ascos a ensayar una nueva coalición con el SDP o con Los Verdes: un 58% de los partidarios de la CDU/CSU apostaba por formar una gran coalición con el SDP, mientras el 30% apoyaba una innovadora alianza con Los Verdes.  

Desde hace años, buena parte de la dirección socialdemócrata se plantea con ansiedad el problema de cómo mantener su posición central en el espacio político y la no menos importante tarea de no abandonar el determinante centro político en las manos exclusivas de la derecha. Preocupación razonable que no cabe menospreciar. Sin embargo, una cuestión esencial que no parece despertar ningún tipo de preocupación en esos mismos dirigentes es la de cómo afrontar los riesgos de quedar atrapados en un espacio social e ideológico previamente colonizado por la derecha. En efecto, Merkel y la derecha alemana han logrado, con un trabajo sistemático de propaganda, convertir en ideología hegemónica los mantras ultraliberales y su superficial comprensión de unos mercados idealizados en los que reina la libre competencia entre participantes que poseen la misma información y son capaces de premiar a los buenos agentes económicos, castigar a los malos, asignar eficientemente los escasos recursos disponibles y maximizar la utilidad o el bienestar del conjunto. Y al Estado, para que no estorbe esa imaginaria competencia perfecta, la derecha le reserva un poder regulador muy limitado y un papel de ayuda compasiva hacia los sectores (necesariamente escasos y con carácter temporal, según sus esquemas teóricos) que por voluntad propia desean vivir en los extrarradios del sistema o son arrojados por la competencia hacia los márgenes de la sociedad debido a su propia debilidad e incompetencia.

Resulta difícil criticar la propensión de los dirigentes socialdemócratas a mirar y valorar el centro político y social, pero sí se puede criticar con razones de peso su desistimiento en la tarea de intentar atraer, y no sólo en los periodos electorales o cuando se está en la oposición, a los sectores que se identifican con el centro político hacia los argumentos y objetivos que son seña de identidad de la izquierda: la igualdad de oportunidades y la justicia social; la solidaridad organizada para garantizar trabajos, rentas y viviendas decentes para todas las personas; una oferta de bienes públicos suficiente y de calidad y una sociedad y un Estado comprometidos realmente con la cohesión social, territorial y económica y en la protección efectiva de los sectores vulnerables o en riesgo de exclusión; y respecto a Europa, el impulso de mayores niveles de cooperación entre los Estados miembros que resulten beneficiosos para todos y cierren la etapa de competencia de todos contra todos impuesta a partir de mayo de 2010 por el bloque de poder conservador que representa y lidera Merkel.

El desistimiento socialdemócrata a confrontar sus ideas y propuestas con las de la derecha para transformar y ganarse a la mayoría social explica en gran parte (así se puede inferir de los datos que muestran las encuestas de Deutschland Trend) un fenómeno curioso: pese a que el conjunto de la ciudadanía alemana reconoce al SDP mayores competencias que a la CDU/CSU en las tareas de promover una mayor justicia social (un 47% considera al SDP más competente en esa tarea frente al 20% que cree más capaz a la CDU/CSU) o a la hora de instaurar un sistema fiscal más equitativo (un 40% frente al 22%), tal ventaja no se traduce en una aproximación en los porcentajes de intención de votos de los dos grandes partidos. Tan extraño fenómeno está relacionado, sin duda, con el liderazgo y la buena imagen de Merkel, pero tal explicación no parece suficiente; probablemente, también habría que apuntar entre sus causas otro importante elemento: las preocupaciones de mayor justicia social o de más equidad en el reparto de la carga fiscal no tienen suficiente peso en una opinión pública que no las incluye entre los principales problemas que deben afrontar las autoridades y la sociedad alemana.

Según el Eurobarómetro Standard 79, los entrevistados en Alemania consideran que los dos problemas más importantes que debe resolver su país son la cuantía de la deuda pública (un 29% de los encuestados) y la inflación (otro 24%). Sorprendentemente, tales preocupaciones contrastan vivamente con una realidad que muestra saldos equilibrados de las cuentas públicas, una deuda soberana menguante que puede ser financiada a intereses reales nulos e incluso negativos (gracias a la aversión al riesgo que provoca en los inversores privados la penosa situación financiera y bancaria de los países del sur de la eurozona) y una inflación en mínimos históricos.

Por contra, la CDU/CSU (y no sólo Merkel) es percibida por la ciudadanía alemana como más competente en materia de gestión de la crisis financiera y del euro (un 47% frente al 23% que atribuye mayores competencias al SDP en este asunto) y tal percepción impulsa su mayoría electoral. Fenómeno que solo puede entenderse si se repara en la muy intensa labor desarrollada por la derecha alemana, con la ayuda entusiasta de una legión de economistas, para convencer a la ciudadanía de un diagnóstico de la crisis de la eurozona injusto y errado y un relato tan superficial como esquemático sobre las causas que la provocaron. Y mientras ese relato calaba en la opinión pública y las políticas de austeridad recreaban y acentuaban la crisis en los países del sur de la eurozona, el SDP sesteaba o, lo que aún es peor, daba su apoyo a muchas de las iniciativas parlamentarias del actual Gobierno de Merkel que plasmaban en acción política las lógicas consecuencias del diagnóstico de la crisis que realiza la derecha.

Así las cosas, tanto los votantes de Los Verdes como una parte de sus dirigentes se muestran más abiertos que los del SDP a una solución que sume los apoyos parlamentarios de los tres partidos de izquierdas o progresistas, aunque en ambos casos los apoyos a esa amplia coalición progresista siguen siendo minoritarios. La dirección de La Izquierda, por su parte, ya ha asegurado el futuro apoyo de sus diputados a una coalición gubernamental entre el SDP y Los Verdes. Llegado el caso cada vez más posible de que la suma de los partidos de izquierdas consiguiera la mayoría de los votos, las direcciones del SDP y de Los Verdes tendrían que valorar cuidadosamente su actual rechazo a involucrarse en una coalición gubernamental que requiera del apoyo parlamentario de La Izquierda. En caso de no facilitar la posibilidad ofrecida por las urnas de cambiar a Merkel y a su política, el SDP tendrían que dar muchas explicaciones a la ciudadanía alemana y europea que sufre los recortes, el paro y la pobreza crecientes que están ocasionando las políticas aplicadas por el bloque de poder conservador. Si se dan en las urnas los resultados propicios para promover un programa progresista de Gobierno que permita en la práctica desarrollar unas políticas que favorezcan a la mayoría de la sociedad alemana y romper con las fracasadas políticas de austeridad y devaluación interna impuestas a los países del sur de la eurozona con la aquiescencia de sus respectivos gobiernos, será muy difícil y costará mucho tiempo que los responsables de impedir ese acuerdo se recuperen del desprestigio y el descrédito ocasionados por su decisión.

Las encuestan cantan y dan cuenta de la muy buena opinión que la mayoría de la ciudadanía alemana tiene sobre el estado económico de su país y su propia situación personal, de la confianza que inspiran Merkel y la labor que ha llevada a cabo y de las muy escasas posibilidades aritméticas, a las que se suman los enormes impedimentos políticos levantados por unos y otros, para construir una amplia alianza gubernamental capaz de sumar los parlamentarios del SDP, Los Verdes y La Izquierda.

De paso, los sondeos revelan también un problema de envergadura que entorpece la gestión de la crisis de la eurozona: el abismo que existe en multitud de asuntos entre las opiniones públicas alemana y española. Abismo que representa bien el desencuentro entre las opiniones públicas de los países del norte y del sur de la eurozona a propósito del diagnóstico de la crisis, los problemas prioritarios que deben ser resueltos y la discutible eficacia de las políticas de austeridad.

Problema que adquiere mayor gravedad aún cuando se percibe que esas diferencias de opinión se ajustan bastante a la fragmentación económica, productiva y financiera que padece la eurozona. Más allá y más acá de las muy diferentes percepciones que mantienen las opiniones públicas de Alemania y España, se está produciendo una grave y creciente diferenciación de las estructuras económicas, especializaciones y modelos de crecimiento de ambos países y en las políticas que aplican sus respectivos gobiernos.

Merkel parece tener en sus manos todas las cartas para formar un nuevo Gobierno basado en la coalición que más convenga a sus particulares intereses, a su interpretación de los intereses nacionales de Alemania y a los objetivos que pretenden las poderosas fuerzas económicas, políticas, sociales y culturales que respaldan su continuidad como canciller. En definitiva, Merkel tiene muchas posibilidades de seguir marcando el paso y los límites de la UE. Ojalá me equivoque y la dinámica de los últimos días de contienda electoral aliente las posibilidades de las fuerzas progresistas y de izquierdas. Quizás en esta ocasión también ese verde árbol de la vida del que hablaba uno de los más importantes representantes de la cultura alemana de todos los tiempos sorprenda una vez más con un fruto inesperado.

2. Los programas electorales  

Aunque en España los programas electorales parecen ser valorados por la opinión pública como poco más que papel mojado, con razones y experiencias más que sobradas para ello, hay otros países democráticos en los que dichos programas despiertan mayor respeto y son considerados como compromisos que en caso de incumplimiento u olvido generan las correspondientes condenas morales y, llegado el caso, sanciones políticas. Países de nuestro entorno en los que la ciudadanía se muestra más consciente del papel esencial que le corresponde, tanto a la hora de depositar su voto como, a lo largo de toda la legislatura, al pedir cuentas y exigir responsabilidades y un elemental compromiso ético a sus representantes políticos.

No en todos los países democráticos la falta de respeto de las autoridades por los programas y los votos que les permiten gobernar llega a la desfachatez que se observa en España. El incumplimiento de los compromisos electorales no es la norma en los países con mayor raigambre democrática; tampoco debería serlo en España.

Algunos analistas explican que esa inobservancia, cuando se llega al Gobierno, de la palabra dada al solicitar el voto es la respuesta lógica a la imprevisibilidad del electorado. Tal interpretación es más que discutible, porque presupone una volatilidad electoral extrema que, en mi opinión, es inexistente y que, en todo caso, habría que demostrar. Es, además, una explicación poco consistente porque no encaja con las grandes diferencias en la amplitud e intensidad de los incumplimientos que se dan en países con características parecidas y niveles próximos de desarrollo. Antes que achacar la debilidad de la idea misma de programa electoral a causas tan imprecisas como el panorama líquido que caracteriza a nuestra época o una tendencia general que atiza la volatilidad del espacio político, deberían examinarse los muy desiguales niveles de calidad en el funcionamiento democrático que muestran países cercanos y sus causas.

Por otro lado, convendría no olvidar entre los factores que están propiciando la devaluación del significado de los programas electorales uno de los que está jugando un papel más importante en el deterioro de su credibilidad: la gestión de la crisis de la eurozona que está realizando la derecha europea. Varias son las consecuencias de esa gestión y todas ellas propician la pérdida de confianza de la ciudadanía en los partidos políticos y en sus promesas electorales: el vaciamiento de contenidos que experimenta la soberanía nacional, al menos en el ámbito financiero; la amplia indignación que provocan los recortes sin que existan mecanismos o hábitos de resolución democrática del desencuentro entre la opinión de la mayoría y las decisiones gubernamentales; las dificultades crecientes para ejercer un control ciudadano efectivo sobre las medidas que toman o no toman autoridades e instituciones nacionales; la inequívoca preferencia a favor de la toma de decisiones intergubernamental en detrimento de unos métodos comunitarios que permitirían una mayor relevancia de los compromisos electorales nacionales.

A pesar de todo, los programas electorales aún conservan un significado fuerte en muchos países de la Unión Europea, tanto para los partidos políticos que los aprueban como para una ciudadanía que los valora y muestra mayor grado de responsabilidad en las tareas de control y exigencia de cumplimiento. Por ello, conviene conocer los aspectos centrales de los programas que defienden los partidos políticos que en Alemania se disputan el voto de la ciudadanía; especialmente, las propuestas económicas de los dos partidos que tienen opciones reales de participar en la constitución de un próximo Gobierno que, no se olvide, va a seguir teniendo mucha influencia en lo que puedan hacer o no hacer las instituciones europeas y el Gobierno de España.

Las propuestas económicas electorales del SDP y la CDU/CSU   

El primer partido que aprobó y presentó en público su programa electoral fue, el pasado mes de abril, el SDP. La socialdemocracia centra su programa económico en los asuntos en los que se le supone mayores competencias que a la derecha: búsqueda de mayores niveles de justicia social y un reparto más equitativo de la carga fiscal y de los costes ocasionados por la crisis. Por contra, en las propuestas que abordan los problemas de la eurozona, el SDP  ofrece un perfil bajo y poco diferenciado de la derecha que se corresponde con su pasada actuación en este terreno, demasiado propensa a coincidir y apoyar las iniciativas presentadas por los gobiernos presididos por Merkel. La socialdemocracia alemana no parece pensar que para poner fin a la estrategia de salida de la crisis que está aplicando la derecha europea y a su concepción insolidaria de Europa hay que confrontar democráticamente a la derecha alemana y combatir políticamente sus propuestas.

Incluso en los temas en los que las diferencias con la derecha son más claras y resultarían  más favorables a los intereses electorales del SDP, los socialdemócratas parecen atenazados por un exagerado temor a que la propaganda de la derecha, que achaca al SDP una minusvaloración de los problemas que la ciudadanía alemana considera prioritarios, consiga reducir sus apoyos electorales. Temor que contribuye a difuminar sus rasgos específicos y a no distanciarse de las prioridades que la derecha ha logrado establecer en la opinión pública: en el terreno doméstico, mantener a raya la inflación, equilibrar los presupuestos del Estado y reducir el volumen de la deuda pública; y en el ámbito comunitario, la necesidad de establecer duras sanciones para impedir la propensión al gasto público que muestran los gobiernos de los países del sur de la eurozona y que ha causado, según el fantástico relato de la crisis que sustentan las corrientes neoliberales, la grave crisis que sufre el euro. La derecha ha logrado imponer un punto de vista según el cual la más mínima relajación en el rigor de los planes de ajuste y las medidas desreguladoras o la falta de credibilidad en los castigos a los incumplidores producirían la paralización de las reformas en curso, altos riesgos de volver a las andadas y déficits imposibles de financiar.

En torno a la pretensión de impulsar una mayor justicia social, el programa del SDP propugna establecer un salario mínimo legal en toda Alemania de 8,5 euros por hora, limitar las posibilidades de utilizar los contratos de trabajo a tiempo parcial, propiciar los empleos decentes y favorecer una reducción de las diferencias en los salarios que perciben hombres y mujeres con empleos y categorías similares.

Respecto al reparto de las cargas fiscales, plantea aumentar las tasas impositivas que gravan las rentas de las personas físicas de más de 100.000 euros anuales (desde el 42% actual hasta el 49%), incrementar las que recaen sobre las rentas del capital (del 25% al 32%), aprobar un nuevo impuesto sobre las grandes fortunas y crear nuevas tasas específicas destinadas a impulsar la inversión en educación e infraestructuras públicas. Con un sentido parecido, se propugnan medidas que logren una mayor contribución del sector financiero en la reparación de los impactos negativos provocados por la crisis y en la prevención de futuras crisis. Así, se aboga por establecer una nueva tasa sobre las transacciones financieras, separar los bancos de inversión y los de depósito o limitar las deducciones fiscales de las que disfrutan las indemnizaciones, primas y demás remuneraciones de los directivos bancarios.

Para sintonizar con la sensibilidad medioambiental que distingue a la ciudadanía alemana, cultivar su propio espacio electoral y, al tiempo, potenciar la alianza postelectoral con Los Verdes, el SDP se compromete a incrementar la participación de las energías renovables en la producción de electricidad hasta alcanzar un 40-45% del total en 2020 y el 75% en el año 2030.

En el terreno de las propuestas para superar la crisis bancaria y prevenir futuras crisis, las medidas que ofrece el programa socialdemócrata apenas se diferencian de las que ha defendido el Gobierno de Merkel: una autoridad única de supervisión de los grandes bancos vinculada al BCE y un fondo común de resolución de crisis bancarias que se constituiría mediante una tasa específica a pagar por cada entidad y que sería proporcional a la importancia sistémica, el perfil de riesgo o el nivel de endeudamiento de cada banco. El SDP no se pronuncia a favor de los eurobonos (emisión común de títulos de deuda pública) o de cualquier otra fórmula de mutualización de la deuda soberana como herramienta para hacer desaparecer la actual fragmentación de los mercados financieros y evitar los ataques especulativos contra las deudas de los Estados con mayores dificultades de financiación. Tampoco se pronuncia en contra. De hecho, en discursos y declaraciones recientes, varios líderes socialdemócratas se han pronunciado  a favor de los eurobonos, siempre que antes se aprueben mecanismos más estrictos de control sobre los presupuestos nacionales.

En la dirección socialdemócrata no parece existir un acuerdo a propósito de los eurobonos u otra medida parecida. Así, mientras una parte de los dirigentes socialdemócratas defiende esa solución, otra parte ha asumido el rechazo de la CDU/CSU a mutualizar las viejas deudas soberanas o bancarias y algunas de sus reservas a propuestas que impliquen compartir la totalidad o parte de las deudas que se generen en el futuro: antes de ni siquiera discutir la viabilidad o eficacia de cualquier modalidad de mutualización de futuras deudas debe contarse con instituciones comunes de supervisión y una condicionalidad blindada con un sistema adecuado de sanciones que actúe como incentivo, evite el incumplimiento de esas condiciones e impida que una nueva mayoría electoral reivindique la capacidad soberana de renegociar las exigencias y sacrificios admitidos por autoridades anteriores.

Antes de enfocar al programa de la CDU, vale la pena señalar un par de detalles de las propuestas económicas que defienden Los Verdes. Apenas una semana después de la presentación pública del programa socialdemócrata, Los Verdes aprobaban y daban a conocer su programa. Su característica fundamental es la gran similitud con el del SDP, tanto en las líneas generales como en muchas de las principales propuestas concretas de política interna (salario mínimo, mayor presión fiscal sobre las rentas altas y los grandes patrimonios, introducción de una nueva tasa sobre las transacciones financieras) o para resolver la crisis del sistema bancario (una autoridad europea de supervisión bancaria y un fondo de reestructuración de las entidades con problemas). Coincidencias que, como es lógico, van acompañadas y matizadas con un mayor énfasis en los problemas energéticos y climáticos y un mayor desarrollo y relevancia de las medidas propuestas para resolverlos.

El programa aprobado por Los Verdes junto a su declarada apuesta a favor de una alianza gubernamental con el SDP expresan un reforzamiento de sus propuestas más sociales, aunque está por ver si ese posicionamiento más claro en la izquierda concluye en una ampliación de los apoyos electorales progresistas o en un desplazamiento de parte de ese electorado hacia el voto que considere más útil.

El último de los principales actores políticos en aprobar su programa electoral ha sido la CDU de Merkel, que lo presentó a finales del pasado mes de junio. Tras asegurarse una poca discutida hegemonía en el electorado conservador y liberal gracias al reforzado liderazgo de la actual canciller, el objetivo central del programa económico de los cristiano-demócratas es desactivar a parte del electorado sensible a las preocupaciones sociales que tradicionalmente han sido bandera de la socialdemocracia. Para ello, la CDU/CSU propone un “Programa gubernamental para 2013-2017” que defiende medidas económicas que podrían ser respaldadas perfectamente por el SDP y sus votantes: un incremento de los gastos sociales en un amplio rango de 20.000 a 30.000 millones de euros anuales, un nuevo programa de inversión en infraestructuras públicas de 20.000 millones de euros y mayor inversión pública en educación. Es verdad que en esas promesas existe una debilidad evidente, pues no se especifica cómo se recaudará el dinero público necesario para financiar esas medidas y todo parece fiarse a un mayor crecimiento económico que facilite mayores ingresos públicos sin necesidad de imponer más cargas fiscales.

Las coincidencias con el SDP no terminan ahí. El programa de la CDU/CSU también se plantea el establecimiento de un tope en el alza de los alquileres de viviendas y, aún más importante, la introducción de un salario mínimo legal. Hasta la fecha, el salario mínimo se establece mediante la negociación colectiva en cada sector o rama que así lo acuerden, dándose un amplio abanico de salarios mínimos -inferiores en los länder que en el pasado formaron parte de la antigua República Democrática Alemana y en las actividades de servicios a las personas de menor capitalización y cualificación laboral- y sectores y territorios que no cuentan con ningún salario mínimo. Lo que ahora propone la CDU/CSU es extender a todos los sectores y ramas ese sistema de establecimiento de un salario mínimo, mediante la negociación entre las patronales y los sindicatos correspondientes. Hay que hacer notar que la derecha alemana, lejos de mostrar la obsesión de la derecha española por debilitar la negociación colectiva y a los propios agentes sociales, especialmente a los sindicatos de clase, actúa de forma pragmática y plantea objetivos de política económica y social que amplían las tareas de la negociación colectiva y sirven para realzar el papel de patronales y sindicatos.

Llegados a este punto, hay que subrayar cómo los cristiano-demócratas aceptan incorporar reivindicaciones e introducirse en terrenos muy vinculados a la socialdemocracia sin por ello  renunciar a sus planteamientos ideológicos ni a elaborar argumentos propios acordes con tales planteamientos. En materia fiscal, por ejemplo, el programa económico cristiano-demócrata se opone a incrementar la presión fiscal, establecer mayores cargas tributarias para las rentas más altas y las grandes fortunas o crear nuevas figuras impositivas, salvo una nueva tasa sobre las transacciones financieras que tiene una justificación ideológica propia, pues lejos de dejarse atrapar o influir por los argumentos que esgrime la izquierda, pone el acento en la intención de  limitar las distorsiones a la libre competencia y en la tarea de preservar los intereses de Alemania y de sus principales plazas financieras. 

Respecto a las medidas para solucionar los problemas de la eurozona, las diferencias con los planteamientos del SDP son, como ya se ha comentado antes, escasas y de poca monta, sin que en ningún caso puedan considerarse obstáculos que puedan impedir una nueva gran coalición. Es verdad que los cristiano-demócratas rechazan de forma explícita los eurobonos, pero ese potencial punto de fricción u otros aspectos secundarios de diferenciación entre las propuestas de ambos partidos serían pequeñas gotas de discordia en un barril de coincidencias que recoge parecidas medidas en torno a la unión bancaria o la consolidación fiscal a lograr por todos los Estados miembros y parecidos argumentos en defensa del euro o sobre la importancia de la eurozona para los intereses alemanes. Y ambos partidos plantean su disposición a que Alemania siga ayudando a sus socios europeos, siempre que tal ayuda esté sometida al cumplimiento de reformas y condiciones estrictas.

Como no podía ser de otra manera, el programa de la CDU/CSU pone también el acento en el avance de las reformas estructurales encaminadas a mejorar la competitividad de los países del sur de la eurozona mediante la reducción de los costes laborales y fiscales que soportan las empresas. Al utilizar esa equívoca e interesada expresión de reformas estructurales están refiriéndose a la necesidad (y la obligatoriedad) de proseguir la desregulación del mercado laboral, la devaluación interna y el recorte de gastos y bienes públicos que tan bien conocemos en España. Pero, ni siquiera en este terreno, el SDP defiende alternativas muy diferentes que no sean recomendar menores ritmos e intensidad en los ajustes que se exigen o mayores espacios para la negociación con los respectivos gobiernos nacionales y entre los agentes sociales. 

En definitiva, Merkel trata de aumentar la pasividad de los potenciales electores del SDP (sin renunciar, por supuesto, a disputarle parte de sus potenciales votos), aprovechando la debilidad del liderazgo de Steinbrück, las tensiones internas que aún suscita su figura y las escasas diferencias entre los respectivos programas económicos. La puerta para la renovación de una nueva gran coalición está abierta de par en par, con una importante diferencia respecto a la última experiencia de 2005 a 2009: los cristiano-demócratas se sienten pletóricos y en ascenso mientras el SDP sufre un fuerte desgaste ideológico y una evidente debilidad que reduce su credibilidad como alternativa de Gobierno, incluso entre una parte significativa de su electorado.

Las posibilidades programáticas de una alianza gubernamental de la CDU/CSU con Los Verdes también están presentes. El principal obstáculo ya fue parcialmente eliminado por Merkel cuando, tras la catástrofe nuclear de Fukushima, se comprometió a que Alemania quedaría libre de centrales nucleares en el año 2022. Objetivo alcanzable técnicamente, ya que en apenas una década, entre el año 2000 y el año 2010 (antes, por tanto, del maremoto que asoló Japón el 11 de marzo de 2011 y provocó el desastre atómico de Fukushima) la producción de electricidad proveniente de las centrales nucleares alemanas experimentó un retroceso notable. Según fuentes gubernamentales, la sustitución de la energía nuclear por energías renovables llevaría a estas últimas a generar en 2020 el 35% de la producción eléctrica y en 2050, el 80%.  No obstante, la alianza con Los Verdes se antoja menos interesante para Merkel que la gran coalición con el SDP ya que le proporcionaría un respaldo parlamentaria menos sólido, suscitaría menos apoyos internos en el seno de ambos partidos, despertaría más reacciones negativas en sus respectivos electores y podría facilitar un acercamiento entre las fuerzas de izquierdas en la oposición que acabara alentando una mayor resistencia social a las iniciativas de esa coalición gubernamental.

En todo caso, la primera opción de Merkel sigue siendo la de renovar la alianza con el FDP, pero el decaimiento de los liberales (buena parte de su electorado parece haber sido fagocitado por los cristiano-demócratas) puede impedir que obtengan  representación parlamentaria o, más probablemente, que ésta sea demasiado pequeña y no permita formar una mayoría suficiente.

Merkel necesitaba un programa electoral que permitiera barajar todas las opciones y ese programa es el que la CDU/CSU ha aprobado. El SDP sigue sin entender las razones de la postración en la que se encuentra y esa incomprensión se refleja en su programa electoral y en la propia nominación de Steinbrück como candidato a la cancillería.

3. Nueva fase en la crisis de la eurozona

Tras el estallido de la crisis financiera global, Alemania inició un cambio de su modelo de crecimiento que no ha recibido demasiada atención por parte de analistas o medios de comunicación de nuestro país. En las páginas que siguen se expondrán los rasgos esenciales de ese nuevo modelo de crecimiento que se afirma a partir de 2010 y las tendencias que actúan a favor de su previsible consolidación en los próximos años. Y en un segundo epígrafe se abordará la cuestión clave de si el probable escenario de reelección de Merkel como canciller significará la simple prolongación de la estrategia de salida de la crisis impuesta hasta ahora o es compatible con una inflexión en las políticas de austeridad.

Nuevo modelo de crecimiento en Alemania

Las principales bazas electorales de Merkel han sido la saneada situación financiera y la  fortaleza económica y política que muestra Alemania. Así lo percibe, según las encuestas de opinión pública, una mayoría significativa de la ciudadanía alemana.

El liderazgo político incontestable que Merkel exhibe en cada reunión del Consejo Europeo se plasma en las decisiones que adoptan las instituciones comunitarias, en la capacidad de exigir duros sacrificios a los países del sur de la eurozona y, no menos importante, en la concesión de algunas briznas de relajación en las estrictas políticas de ajuste que han permitido más tiempo, pero no menos sacrificios, para dar mayor credibilidad a la consecución de los objetivos de consolidación fiscal planteados.

La buena situación financiera y macroeconómica alemana se expresaba en 2012 en unas cuentas públicas en equilibrio, con un ligero superávit del 0,2% del PIB, una deuda pública del 81,9% del PIB con una clara tendencia a disminuir y un fuerte desequilibrio exterior que se concretaba en un superávit por cuenta corriente del 7% del PIB.

Su fortaleza productiva ha permitido que Alemania evite la nueva recesión experimentada por la eurozona en 2012 (logrando un crecimiento anual del 0,9% del PIB frente al decrecimiento del -0,5% de la eurozona) y, previsiblemente, en 2013 (año en el que se espera una nueva caída del -0,7% del producto en la eurozona y un ligero crecimiento en Alemania de alrededor del 0,3%). Y lo que es más importante, mantiene una baja tasa de paro (situada actualmente en el 5,4%) a pesar del mínimo crecimiento económico y del aumento de la inmigración. Piénsese que en los últimos tres años, en un contexto de crisis global y desaceleración del crecimiento en los países emergentes, la economía alemana ha logrado generar un millón y medio de nuevos empleos. Hazaña que debe matizarse con los datos que indican que muchos de esos nuevos empleos son a tiempo parcial (alrededor de una cuarta parte en 2012) y están muy mal pagados. 

Tras el mismo nombre de austeridad, poco tienen que ver las medidas aplicadas a partir de mayo de 2010 por los gobiernos de Zapatero y Rajoy con las políticas seguidas en Alemania por el Gobierno de Merkel tras el estallido de la crisis global. La austeridad en Alemania no es la misma ni significa lo mismo que la austeridad impuesta a España sin que nuestros gobernantes de turno mostraran apuros por esa imposición o emitieran alguna señal de distanciamiento crítico o descreimiento sobre su eficacia.

Zapatero inició en mayo de 2010 y Rajoy prosiguió a finales de 2011 y amplificó después una política de recortes a troche y moche del gasto, la inversión y los bienes públicos que ha fracasado en su objetivo básico de reducción rápida y suficientemente intensa de los graves desequilibrios de las cuentas públicas. La austeridad, lejos de contribuir a superar la crisis, bloquea en la crisis a las economías del sur de la eurozona porque sólo mediante una insostenible y extrema presión sobre la demanda interna (recortando salarios y gasto público) se logra una precaria e insuficiente reducción de los desequilibrios de las cuentas públicas y exteriores.

La permanente presión que en España se sigue ejerciendo sobre los costes laborales empobrece a buena parte de la sociedad, prolonga la recesión y destruye de modo irreversible a corto y medio plazo factores de crecimiento potencial sin contribuir en nada a resolver los graves problemas de paro, estructura y especialización productiva que caracterizan al conjunto de las economías periféricas de la UE y que hasta la fecha han sido completamente ignorados. La austeridad no ha contribuido en nada a resolver de forma duradera los ingobernables desequilibrios exteriores que siguen amenazando a la economía española; simplemente, esos desequilibrios comerciales y por cuenta corriente se han amortiguado o tienden a desaparecer como consecuencia del retroceso de la demanda interna y las importaciones. Ni ha servido tampoco para aplacar la crisis financiera, cuya evidente tendencia al apaciguamiento desde el verano de 2012 hasta la actualidad debe ser atribuida fundamentalmente a las medidas aprobadas por el Consejo Europeo, aún pendientes de hacerse realidad, a las intervenciones y la política monetaria expansiva desarrolladas por el Banco Central Europeo y a las declaraciones de su Presidente destinadas a convencer a los mercados de su compromiso de intervenir, con todos los medios a su alcance, en defensa de la supervivencia del euro.

Al tiempo que se diseñaban las políticas de extrema austeridad y se extendía su aplicación al conjunto de economías del sur de la eurozona, Merkel iniciaba una revisión práctica del paquete de política económica aplicado en Alemania desde los primeros años del nuevo siglo. La intención era modificar de forma progresiva el modelo de crecimiento que había funcionado hasta ese momento y que, conviene recordarlo, no había sido fruto del diseño de un gobierno cristiano-demócrata sino de gobiernos presididos por el entonces líder del partido socialdemócrata Schröder.

El modelo de crecimiento que se consolidó a lo largo de los dos mandatos del canciller Schröder entre 1998 y 2005 (con gobiernos de coalición entre socialdemócratas y verdes) y que, posteriormente, hasta el estallido de la crisis financiera global, mantuvo el primer gobierno presidido por Merkel (de coalición entre cristiano-demócratas y socialdemócratas), estaba basado en dos pilares fundamentales: una fuerte presión sobre los costes laborales que impidió el crecimiento de los salarios reales durante años y una batería de reformas encaminadas a mejorar la calidad de la oferta productiva que logró fortalecer la base industrial, mejorar el ya alto nivel de gama de su producción y mantener la cuota exportadora en el comercio mundial (gracias, entre otros factores, a un contexto exterior caracterizado por el fuerte crecimiento que experimentaban, además de los países emergentes, España y otros países periféricos de la UE). Las empresas alemanas lograron de esta forma incrementar la inversión productiva, conservar sus tasas de rentabilidad y mejorar una competitividad sostenida antes en la calidad y el alto valor añadido de su oferta productiva que en el precio.

Tal éxito económico no estaba exento de contrapartidas que impulsaron la desigualdad social e impactaron negativamente contra los sectores más vulnerables. De hecho, Alemania (tanto en la antigua República Federal de Alemania como en la extinta República Democrática Alemana) se había distinguido durante décadas por el mantenimiento de una gran estabilidad en la distribución de la renta y bajos niveles de desigualdad social que sólo tenían parangón con los de los países escandinavos. La reunificación alemana supuso un primer e inevitable salto de la desigualdad por la incorporación de una población y unos territorios, los de la desaparecida RDA, caracterizados por niveles de renta y desarrollo muy inferiores; pero es durante los dos mandatos del canciller Schröder cuando las diferencias sociales y territoriales se dispararon. Así, el coeficiente de Gini que mide la desigualdad en la distribución de la renta aumentó en un 16%, pasando del 0,25 del año 2000 al 0,289 del año 2005; y la tasa de pobreza (medida por el porcentaje de hogares cuyos ingresos no llegan al 60% de la mediana del conjunto de los hogares) también creció con fuerza en esos mismo años, pasando del 10,4% al 14,6%. 

Bajo el liderazgo de Schröder se diseñó y aplicó un programa de reformas socioeconómicas denominado “Agenda 2010” que logró fortalecer la economía alemana a cambio de producir tan malas consecuencias sociales como, a la postre, debilidad y desorientación en el SDP. Curiosamente, en torno a ese año 2010 que daba nombre al paquete de reformas que ejemplificaba el giro hacia el reformismo liberal de la socialdemocracia alemana comenzó una doble transformación: por un lado, Alemania vira hacia un modelo de crecimiento con más peso de la demanda de los hogares, gracias al crecimiento de los salarios reales; por otro lado, a los países del sur de la eurozona se les exige aplicar duros programas de ajuste fiscal y devaluación interna encaminados a recortar el gasto público y reducir los salarios y otros costes laborales. 

Efectivamente, el ambicioso programa de reformas llevado a cabo o respaldado por la socialdemocracia alemana durante la primera década de este siglo (hasta el estallido de la crisis) se plasma en numerosos terrenos: reducción de las cargas sociales del Estado que favoreció al tiempo el control del gasto público y la disminución de la presión fiscal (en el caso del impuesto sobre las rentas de las personas físicas, el tipo máximo bajó del 48,5% al 42% y el mínimo del 19,9% al 15%); recortes en las prestaciones por desempleo y pensiones; retraso en la edad de jubilación; reducción de las prestaciones del sistema sanitario e introducción de modalidades de copago; desregulación del mercado laboral que introdujo los minijobs, alumbró diversas medidas de desregulación del mercado laboral y multiplicó el número de afectados por el deterioro de sus empleos, derechos laborales y rentas. Reformas que, como se ve por su simple enunciado, avanzan las medidas que a partir de 2010, en un contexto internacional muy negativo, fueron exigidas a unas economías del sur de la eurozona que habían experimentado una fuerte desindustrialización y una indebida especialización orientada (gracias a la financiación alemana, entre otras) hacia sectores y actividades insostenibles e inconvenientes, pero que ofrecían una rentabilidad más alta e inmediata.  

Muchas de las medidas que en los tres últimos años han ido imponiéndose a los países del sur de la eurozona comenzaron a aplicarse una década antes en Alemania por gobiernos presididos por Schröder, primero, y por Merkel, después. Eso sí, se trataba de la primera potencia industrial europea que desarrollaba una austeridad muy medida, en un contexto exterior muy favorable, de fuerte expansión del comercio mundial, y con el claro objetivo de favorecer los márgenes y la inversión productiva de las empresas para reforzar y modernizar su oferta industrial.

La aplicación de la “Agenda 2010” supuso la consolidación de un giro del SDP hacia el reformismo liberal de cuyos impactos sociopolíticos negativos aún no se ha recuperado. Las consecuencias sociales de la agenda de reformas se concretaron en una extensión del empleo indecente en los segmentos con menor cualificación del mercado laboral y, en un primer momento, desaparición de actividades y empleos poco intensivos en capital, tecnología o conocimiento. Y al tiempo, la vulnerabilidad se convirtió en una amenaza cierta para nuevos sectores sociales, aumentó la fragmentación social, se consolidó la desigualdad territorial que ya había supuesto la incorporación de los länder de la antigua RDA y se debilitó la demanda de los hogares debido al nulo crecimiento de los salarios reales, la escasez de crédito y el estancamiento del precio relativo de sus activos financieros y reales. Problemas socioeconómicos cuya importancia relativa debe situarse en el contexto alemán; es decir, son problemas de entidad, pero que se producen en el seno de una gran potencia industrial que se encuentra entre las más desarrolladas del mundo, es capaz de ofrecer altos salarios y buenas condiciones de vida a gran parte de las clases trabajadoras y sigue manteniendo un potente Estado de bienestar sustentado en unos presupuestos que siguen siendo importantes (el 45% del PIB, tanto desde el lado de los gastos como de los ingresos públicos, en 2012), pese al retroceso experimentado durante la pasada década, y siguen estando muy por encima de los ingresos públicos recaudados por España (el 36,4% del PIB) en 2012.

A partir de 2010, el crecimiento económico alemán se basó cada vez más en el consumo de los hogares, fenómeno posible gracias al aumento de los salarios nominales por encima de la inflación y con una intensidad más cercana al ritmo de mejora de la productividad del trabajo. Un aumento de los salarios reales que, además, estuvo acompañado del incremento en el precio de los activos y una disminución sustancial de las tasas de interés que disminuía la carga financiera de agentes económicos públicos y privados.  

Curiosamente, Alemania no marcha en los últimos años en el mismo sentido que recomienda y exige, a través de las instituciones comunitarias, a los países del sur de la eurozona. Así, las previsiones para 2013 y 2014 mantienen la tendencia observada en los 3 años anteriores: las exportaciones netas reducen su contribución al crecimiento de la economía alemana (ya que las importaciones crecen algo más que las exportaciones y se reducen los superávits comerciales) y la demanda interna pasa a ser el motor principal de la expansión del producto. 

No obstante, la recesión de la eurozona y las incertidumbres que afectan a la reactivación del conjunto de la economía europea actúan como plomo que dificulta el vuelo de la economía alemana; por ello, tanto su saneada situación financiera como su envidiable estructura productiva sólo le han permitido en el último año y medio resistir a la recesión que padecen muchos de sus socios del euro.

Todo parece indicar, en todas las combinaciones posibles de coalición electoral tras las elecciones del próximo 22 de septiembre, que van a proseguir y a consolidarse los cambios ya iniciados por el actual Gobierno en el modelo de crecimiento de la economía alemana. Y que el correspondiente impulso de la actividad en la economía alemana seguirá aliviando a la economía europea, sin que por ello pueda hablarse de fin de la crisis de la eurozona ni, siquiera, del final de la recesión en el conjunto de los países del sur de la eurozona.

¿Nuevos matices o nueva estrategia de austeridad en la eurozona?

La probable continuidad de Merkel al frente del Gobierno alemán no debe interpretarse como prolongación de las medidas de austeridad impuestas hasta ahora a los países del sur de la eurozona. Merkel va a seguir, muy probablemente, marcando el paso y los límites de la UE, pero tal hecho no implica, necesariamente, simple mantenimiento de la estrategia de salida de la crisis que ha imperado en los últimos años.

Alemania y la eurozona requieren un giro que facilite la compatibilidad de esas políticas con la consecución de cierto nivel de crecimiento, consolide el fin de la segunda fase recesiva de la crisis en la eurozona y promueva una mayor implicación de las instituciones europeas, no sólo del BCE, en la gestión de los problemas y en el diseño de medidas que no estén orientadas exclusivamente, como hasta ahora, a evitar la implosión del euro o cuidar los intereses de los acreedores. Y Merkel, en sus declaraciones y por lo que señala el “Programa gubernamental para 2013-2017” de su partido, parece dispuesta a realizar esa inflexión.

Algunos pequeños pasos dados en los últimos meses en la eurozona (anuncios de medidas de apoyo a jóvenes parados, préstamos baratos a pequeñas y medianas empresas o emisión de bonos para financiar la mejora de infraestructuras europeas) podrían indicar que la idea de una unión presupuestaria que conduzca a un presupuesto común de mayor entidad que el actual no debe descartarse por completo y hay alguna opción de que pueda acabar abriéndose paso lentamente; siempre, claro está, que las exigencias de control, equilibrio en las cuentas públicas, saneamiento del sistema bancario y cuadro eficaz de sanciones se pongan en acción y sean efectivas en todos los Estados miembros.

La continuidad de Merkel tampoco presupone repetición de la coalición con los liberales del FDP que hasta ahora le servía de soporte parlamentario. No hay que excluir y Merkel no excluye ninguna opción; tampoco la de una gran coalición con la socialdemocracia para la que en realidad, como se ha visto en el epígrafe anterior, no hay grandes obstáculos programáticos. Incluso no sería descabellado pensar que la coalición con el SDP no sólo es factible, también podría ser conveniente para gestionar la austeridad y facilitar la acción programática que plantea el programa cristiano-demócrata, tanto en el ámbito doméstico alemán como en el de la UE, en una nueva fase de consolidación del nuevo modelo crecimiento de la economía alemana y matizada rectificación de prioridades en la acción comunitaria. Además de lo que esa gran coalición pudiera aportar en la aplicación, con formas y consecuencias menos traumáticas que hasta ahora, de los nuevos programas de rescate y asistencia financiera que tras las elecciones alemanas se llevarán a cabo. En primer lugar a Grecia, cuya situación de insolvencia ya es reconocida, pero no sólo a Grecia, ya que en los próximos meses habrá más crisis soberanas y bancarias en otros Estados miembros y nuevas reestructuraciones de deudas públicas y bancarias. 

De todo lo anterior puede extraerse una conclusión: las próximas elecciones alemanas van a suponer un parteaguas en la eurozona. Podría tratarse del principio del fin de las políticas de austeridad, si el conjunto de las fuerzas progresistas y de izquierdas con representación parlamentaria se avinieran a formar o apoyar la constitución de una nueva coalición gubernamental de progreso. Pero lo más probable sigue siendo que Merkel mantenga la cancillería con una u otra coalición, ponga fin a la etapa de austeridad extrema y promueva una nueva fase que sin suponer una ruptura con la estrategia conservadora de salida de la crisis impuesta hasta ahora ensaye fórmulas de relajación que hagan compatibles pequeñas dosis de crecimiento con la consecución de menores desequilibrios macroeconómicos y supongan un respiro para las economías del sur de la eurozona. Alivio que difícilmente permitirá que los países del sur de la eurozona puedan plantearse el inicio de las reformas estructurales que de verdad son imprescindibles y de las que apenas se habla: modernización de unas estructuras y especializaciones productivas que apunten a una solución duradera y sostenible de los problemas de falta de empleos decentes y menores posibilidades de acceder a unas condiciones de vida y trabajo dignas. Tareas y objetivos que deben estar en el corazón de la agenda de prioridades de la UE si se pretende recuperar un proyecto integrador y solidario de unidad europea.

Mantener las fracasadas políticas de austeridad supondría perseverar en el tremendo error de creer que basta con los recortes para equilibrar las cuentas públicas y sobra con la reducción de los costes laborales para que el aumento de las exportaciones compense el hundimiento de la demanda interna y equilibre la balanza por cuenta corriente de los países del sur de la eurozona. Creencia que choca con todos los datos y evidencias que muestran la necesidad de aprobar un tercer rescate para Grecia, la frágil situación de las economías periféricas de la UE y la pobre y precaria reactivación de las economías más potentes y saneadas.

Europa tiene otra necesidad imperiosa: reducir la inestabilidad sociopolítica provocada por la dureza de las políticas de ajuste y devaluación interna impuestas a los países del sur de la eurozona y por una creciente opinión que identifica el euro con una ratonera destinada a perpetuar el paro y la pobreza y ha dejado de considerar el proyecto europeo como un instrumento de cooperación y solidaridad destinado a aumentar el bienestar colectivo, mejorar las condiciones de vida y trabajo de la ciudadanía, sin excepciones ni exclusiones, e impulsar la cohesión económica, social y territorial.

Un último comentario aclaratorio. El objetivo de este artículo sobre las próximas elecciones en Alemania no es adelantar un vacío y poco útil ejercicio de previsión sobre la probable victoria electoral de Ángela Merkel, sino contribuir al análisis de los importantes cambios que producirán las próximas y transcendentales elecciones alemanas y los posibles escenarios que pueden fraguar en Alemania y en Europa tras la constitución del Gobierno que cuente con mayor respaldo parlamentario. La izquierda social, sindical y política debería valorar con sumo cuidado lo sucedido en la campaña electoral alemana y la nueva situación que surja de sus resultados y de la gestión que hagan de los votos los principales partidos políticos.

Ojalá que estas reflexiones también pudieran ayudar en algo a desprenderse de algunas telarañas mentales que corresponden a una fase de la crisis que está a punto de terminar y a poner a punto nuevos argumentos y formas de presión y crítica ciudadana que se acomoden con más realismo y mordiente crítica a la inflexión de la estrategia de salida de la crisis que prepara la derecha (con el apoyo y los matices que pudiera aportar, en su caso, la participación de la socialdemocracia alemana en la nueva coalición gubernamental) y al inminente final de la segunda  fase recesiva de la eurozona.

Aunque esa inflexión en la estrategia de austeridad y la probable reactivación económica de baja intensidad no supondrán el final de la crisis económica e institucional que padece el conjunto de la eurozona y a pesar de que llegarán más tarde y con menor incidencia a la economía española, la derecha gobernante del PP va a tener tiempo y herramientas suficientes para aprovechar y atribuirse la nueva coyuntura económica que puede afirmarse en los próximos meses.

Poco importa que esa coyuntura económica, algo más positiva que la de los últimos años, cierta relajación en la prioridad del ajuste fiscal o un mayor espacio para las políticas comunitarias de impulso del crecimiento y lucha contra el paro juvenil no puedan ofrecer soluciones para los graves problemas de desempleo, escasa capitalización del sistema bancario y aumento de la morosidad en sus balances, altos niveles de endeudamiento (externo e interno, público y privado), desindustrialización o inadecuada especialización productiva que debe afrontar y superar la economía española.

La derecha española parece pensar que una ligera y precaria mejora de algunos indicadores económicos puede transformarse, con una buena campaña publicitaria, en una señal que anunciaría el principio de la reactivación y el fin de la crisis. Y lo peor es que tal creencia pudiera ser cierta si las izquierdas, los sindicatos de clase y los movimientos ciudadanos que resisten los recortes y defienden los derechos y las condiciones de vida de la mayoría no ajustan sus críticas y mejoran la argumentación en defensa de una estrategia alternativa de salida de la crisis capaz de afrontar los graves problemas estructurales que presenta la economía española y las deficiencias de su sistema político con el fin de restablecer las prioridades de generar empleos decentes, mejorar las condiciones de vida de la mayoría, proteger de modo efectivo a los sectores vulnerables y en riesgo de exclusión, sanear las instituciones políticas y alcanzar unos niveles suficientes de calidad en el funcionamiento del sistema democrático.  

        

PS.: Pollytix German Election Polling Trend ofrece diariamente un informe sobre los resultados de todos los sondeos de intención de voto con un ámbito federal publicados en los 20 días anteriores. Los datos del último informe disponible a 15 de septiembre son similares a los ofrecidos a lo largo de toda la campaña electoral: los partidos de la derecha parlamentaria (o de centro-derecha, si se prefiere) recogerían un total del 44,9% de los votos y las izquierdas (o, si se prefiere, las fuerzas de izquierdas y centro-izquierda progresista) con posibilidades de conseguir representación parlamentaria obtendrían otro 45,1%.

En las derechas, la CDU/CSU alcanzaría un 39,7% y el FDP, un 5,2%. En las izquierdas, el SDP recibiría un 26,0%, Los Verdes, un 10,6% y La Izquierda, un 8,5%.

Los datos anteriores son una media ponderada (en la que el peso relativo de los diferentes porcentajes depende del número de personas entrevistadas en cada encuesta) de los resultados de un total de 15 sondeos de intención de voto publicados entre el 29 de agosto y el 15 de septiembre a muestras representativas del conjunto del electorado alemán que sumaban un total de 25.857 personas encuestadas. La igualdad en los apoyos que reciben los dos grandes bloques (44,9% frente a 45,1%) y la amplitud del abanico de porcentajes que se atribuyen a cada partido autorizan a pensar que el resultado final sigue estando muy abierto.

 

 

% máximo

Instituto demoscópico

%  mínimo

Instituto demoscópico

Media ponderada

CDU/CSU

41,0

Infratest dimap/ARD

39,0

Emnid/BamS

39,7

FDP

6,0

FGW/ZDF

4,0

INSA&Yougov/Bild

5,2

Total derechas

47,0

 

43,0

 

44,9

SDP

28,0

Infratest dimap/ARD

23,0

Forsa/Stern&RTL

26,0

Los Verdes

12,5

Allensbach/FAZ

9,0

Forsa/Stern&RTL

10,6

La Izquierda

10,0

Forsa/Stern&RTL

7,0

FGW/ZDF

8,5

Total izquierdas

50,5

 

39,0

 

45,1

AfD

4,0

Emnid/BamS

2,5

Infratest dimap/ARD

3,2

Piratas

3,0

Emnid/BamS

2,5

Infratest dimap/ARD

2,7

Otros

6,0

Infratest dimap/ARD

3,0

INSA&Yougov/Bild

4,0

Fuente: Pollytix German Election Polling Trend. Junto a cada porcentaje máximo o  mínimo se nombra al instituto demoscópico que ha realizado la encuesta. Cuando varios sondeos de opinión coinciden en el mismo porcentaje, sólo se menciona a la empresa responsable de la encuesta más reciente. http://pollytix.eu/pollytix-german-election-trend 

Al tratarse de una media ponderada de los resultados de las encuestas publicadas en los últimos 20 días, el impacto de los acontecimientos más recientes queda difuminado y no es posible percibir con nitidez los cambios de tendencia de última hora. No obstante, tras el debate televisivo entre Merkel y Steinbrück se aprecia un significativo avance de La Izquierda y del SDP (que parece lograrse a costa de Los Verdes), y un deterioro de la CDU/CSU. Sirvan como ejemplo de esa evolución reciente las últimas encuestas realizadas por Forsa para el semanario Stern y la televisión RTL.

 

Estimaciones del voto de derechas

Fecha de  publicación

CDU/CSU

FDP

Total derechas

Tamaño encuesta

Trabajo de campo

11.09.2013

39%

6%

45%

2.500

03.09–09.09

04.09.2013

40%

5%

45%

2.502

27.08–02.09

28.08.2013

41%

5%

46%

2.501

20.08–26.08

21.08.2013

41%

6%

47%

2.502

13.08–19.08

14.08.2013

40%

5%

45%

2.500

06.08–12.08

07.08.2013

40%

5%

45%

3.003

29.07–05.08

31.07.2013

41%

5%

46%

2.501

22.07–26.07

24.07.2013

41%

5%

46%

2.500

15.07–19.07

17.07.2013

41%

5%

46%

2.502

08.07–13.07

10.07.2013

41%

5%

46%

2.503

01.07–05.07

03.07.2013

41%

5%

46%

2.501

24.06–28.06

 

 

Estimaciones del voto de izquierdas

Fecha de   publicación

SDP

Los Verdes

La Izquierda

Total izquierdas

Tamaño encuesta

Trabajo de campo

11.09.2013

25%

9%

10%

44%

2.500

03.09–09.09

04.09.2013

23%

11%

9%

43%

2.502

27.08–02.09

28.08.2013

22%

11%

10%

43%

2.501

20.08–26.08

21.08.2013

22%

13%

8%

43%

2.502

13.08–19.08

14.08.2013

23%

13%

8%

44%

2.500

06.08–12.08

07.08.2013

23%

14%

7%

44%

3.003

29.07–05.08

31.07.2013

22%

13%

8%

43%

2.501

22.07–26.07

24.07.2013

22%

12%

9%

43%

2.500

15.07–19.07

17.07.2013

23%

14%

8%

45%

2.502

08.07–13.07

10.07.2013

22%

15%

9%

46%

2.503

01.07–05.07

03.07.2013

22%

14%

9%

45%

2.501

24.06–28.06

Fuente: Serie semanal de encuestas realizadas en los últimos meses por el Instituto de investigación social Forsa Institute. http://www.wahlrecht.de/umfragen/forsa.htm

 

En cualquier caso, todavía faltan los últimos y decisivos momentos de la campaña electoral. Un pequeño acontecimiento puede sumar o restar unas décimas e inclinar la balanza a favor de una u otra coalición gubernamental. La solución o, al menos, la parte de la solución vinculada al recuento de los votos depositados la conoceremos en muy pocos días.