Gabriel Flores
El paisaje político alemán tras las elecciones. Posibles
repercusiones en Europa y en la izquierda

Varias semanas después de que las urnas despejaran el panorama político alemán de estimaciones y conjeturas se mantienen muchas de las incertidumbres asociadas a la compleja negociación iniciada por Merkel para elegir una pareja gubernamental entre los dos candidatos disponibles, el SDP y Los Verdes. En la selección sólo participan dos de los tres posibles socios gubernamentales, ya que La Izquierda no cuenta con el beneplácito del resto de los actores que han vetado su participación en cualquier coalición de Gobierno federal.

¿Por qué los tres partidos progresistas o de izquierdas que tienen mayoría parlamentaria ni siquiera se permiten iniciar algún tipo de contacto para debatir los obstáculos que impiden su colaboración? ¿Por qué las diferencias entre el SDP o Los Verdes con la CDU/CSU no impiden alcanzar acuerdos sobre el reparto de carteras ministeriales y las políticas del futuro Gobierno federal y, en cambio, las diferencias con La Izquierda no permiten siquiera comenzar a hablar?     

Merkel pretende que el socio elegido se acomode a la música que ha elegido y le garantice que tendrá sumo cuidado en no darle ningún pisotón mientras dure el baile. Cada uno de los dos aspirantes recela de las intenciones y tragaderas del otro y parece atenazado entre el pánico de quedar fuera del Gobierno cuatro años más y el miedo a convertirse en una marioneta de la CDU/CSU, perder el favor de sus votantes y, finalmente, ser desechado por su socio de Gobierno.

Pese a la simpleza aparente de una elección binaria entre el SDP o Los Verdes, la negociación dista de ser simple, se desarrolla en varias partidas simultáneas, contiene multitud de variables y las ondas expansivas de un mal acuerdo podrían prolongarse durante muchos años para los partidos implicados y tener importantes consecuencias, tanto en la eurozona como en el heterogéneo y debilitado espacio político de la izquierda europea.

La batalla electoral desarrollada el pasado mes de septiembre, sus resultados y la gestión que se está haciendo de esos resultados dejan muchas dudas sobre las posibilidades y la capacidad de construir un proyecto europeo de izquierdas capaz de recuperar la hegemonía social.

1. Los datos de la jornada electoral

El resultado electoral del pasado 22 de septiembre aclaró el paisaje político alemán (ver Cuadro) en muchos y muy interesantes aspectos. Destaquemos algunos de los más importantes:

Primero. Merkel ganó por un margen de votos más amplio del previsto. Las encuestas anunciaban un apoyo a la CDU/CSU de alrededor del 40% y, finalmente, sus votos han alcanzado el 41,5% del total. Tras dos mandatos consecutivos, lejos de sufrir un mínimo desgaste, Merkel y la CDU/CSU cosechan mayor apoyo electoral: aumentan 3,5 millones de votos, 7,9 puntos en porcentaje y 72 parlamentarios más. La mayoría que obtiene la derecha alemana es tan amplia que sus partidarios subrayan la idea que ha arrasado en las elecciones, olvidando el detalle más importante: Merkel está cerca de la mayoría absoluta (311 escaños, a falta de 5 para alcanzar los 316 escaños necesarios), pero lo relevante es que no alcanza esa mayoría absoluta y que necesita al menos un socio (el SDP o Los Verdes) para dar estabilidad a su futuro Gobierno. Merkel, es verdad, tiene en sus manos todas las cartas para conformar la coalición que más le interese, pero no quiere jugar solo con sus cartas y pretende abrir su futuro Gobierno a algún socio que le garantice mayor estabilidad.


Cuadro: Resultados definitivos de las elecciones federales del 22 de septiembre

 

CDU/CSU

SDP

Izquierda

Verdes

FDP

AfD

Piratas

% de votos

 

 

 

 

 

 

2013

41,7

25,7

8,6

8,4

4,7

4,8

2,2

2009

33,8

23,0

11,9

10,7

14,6

-

2,0

Diferencia

+ 7,9

+2,7

-3,3

-2,3

-9,9

+4,8

+0,2

Nº de votos*

 

 

 

 

 

 

2013

18,157

11,247

3,753

3,243

2,082

2,052

0,959

2009

14,655

9,989

5,154

4,641

6,313

-

0,865

Diferencia

+3,502

+1,258

-1,401

-1,398

-4,231

+2,052

+0,094

Nº de escaños

 

 

 

 

 

 

2013

311

192

64

63

0

0

0

2009

239

146

76

68

93

-

0

Diferencia

+72

+46

-12

-5

-93

0

0

*En millones. Elecciones federales de 2009 y datos definitivos de las de 2013, según fuentes oficiales.

Segundo. Los liberales del FDP, socios de Merkel en la coalición gubernamental que finaliza su mandato con estas elecciones, se quedaron en el 4,8%, muy cerca del 5% pero sin alcanzarlo. Pierden casi 10 puntos porcentuales (de los 6,3 millones de votos obtenido en 2009 pasan a menos de 2,1 millones) y dejan de tener representación parlamentaria en el Bundestag por primera vez desde la fundación de la República Federal de Alemania en 1949. El principal beneficiado del desastre electoral de los liberales ha sido, sobre todos los demás, la CDU/CSU, seguida a gran distancia por el SDP y el nuevo partido Alternativa para Alemania (AfD), ocupando los últimos puestos entre los agraciados por el infortunio de los liberales La izquierda y Los Verdes (según las estimaciones publicadas por el Consorcio de instituciones públicas de radiodifusión de la República Federal de Alemania, ARD)

Tercero. El SDP gana 1,26 millones de votos y consigue un 25,7% del total de votantes. Es el único partido con representación parlamentaria, junto a la CDU/CSU, que mejora los resultados de 2009; ganancia más bien escasa (aunque aumenta sustancialmente votos y escaños), pues supone su segundo peor resultado desde 1949.  La dirección del SDP debe digerir ese agridulce avance y negocia con la CDU/CSU las condiciones que podrían llevarle a participar en el nuevo Gobierno presidido por Merkel. 

Cuarto. Las otras dos fuerzas progresistas que obtienen representación parlamentaria, La Izquierda y Los Verdes, pierden en conjunto cerca de 2,8 millones de votos (a partes iguales) y 17 escaños (La Izquierda, 12 parlamentarios y Los Verdes, 5). La dirección de La Izquierda trata de compensar la pérdida destacando que se ha convertido en la tercera fuerza política de Alemania, tras la desaparición del FDP, y que se mantiene como segunda fuerza política en los länder de la desaparecida RDA (21,2% de los votos), por delante del SDP (18,8% de los votos). La dirección de Los Verdes pugna por convertirse en la pata que le falta a Merkel para formar su coalición gubernamental y resalta la importancia de esa oportunidad. La derrota sin paliativos de ambas formaciones incrementará sus divisiones internas y, tarde o temprano, llegarán las inevitables reflexiones sobre sus causas. 

Quinto. Alternativa para Alemania (Alternative für Deutschland, AfD) es un partido fundado hace apenas cinco meses que defiende la voladura controlada y ordenada de la eurozona en beneficio del interés nacional de Alemania. Logra un fuerte ascenso electoral que lo ha dejado a las puertas del Parlamento, tras alcanzar el 4,76% (algo más de 2 millones de votos). Los sondeos más favorables (los de Allensbach/FAZ de 20 de septiembre y los de Trend Research/Radio Hamburg de 17 de septiembre) mostraban un resultado electoral del 4,5% de los votos, pero en la mayoría alcanzaba como mucho el 4%. La emergencia de AfD  simboliza la insolidaridad que es capaz de generar el diagnóstico y el relato de la crisis que difunde la derecha europea y la búsqueda que han emprendido en la sociedad alemana sectores ilustrados y acomodados (que no fascistas o xenófobos) de una salida para Alemania y el resto de países del norte de la eurozona que permita soltar el lastre que representan las economías meridionales. Problema más complejo aún porque AfD ha sido capaz de recoger sus votos en todo el espectro político, desde la CDU/CSU hasta La Izquierda, aunque como parece natural sus caladeros más importantes han sido los partidos de derechas, el FDP y la CDU/CSU, aunque no hayan sido desdeñables los votos procedentes, por este orden, de Los Verdes, el SDP y La Izquierda (estimaciones elaboradas tras las elecciones por infratest dimap y publicadas por ARD-DeutschlandTREND). Entre los votantes de la antigua RDA, Alternativa para Alemania obtiene un 5,8% de los votos y supera con holgura el límite del 5%. El avance de AfD va a tener importantes consecuencias en el mapa político europeo y pocos dudan de que en el próximo Parlamento Europeo se abrirá un nuevo espacio político significativo para la derecha contraria al euro que, en algunos casos, podrá tener tintes ilustrados, pero en otros, manifestará abiertamente su carácter xenófobo y racista.

Y sexto. La abstención ha disminuido. Había bastante miedo a que la apatía ciudadana por lo que se jugaba en las urnas se incrementara como consecuencia de la escasa diferenciación entre los programas electorales de los dos grandes partidos, la confianza de la población que ha sabido ganarse la canciller Merkel y la muy buena opinión que manifestaba la mayoría de las personas encuestadas acerca de su situación económica personal y de su percepción sobre la calidad del funcionamiento de la democracia en su país. Sin embargo, la participación electoral aumentó hasta el 71,5%, casi un punto por encima del 70,8% alcanzado en las anteriores elecciones federales de 2009 o, lo que es lo mismo, en torno a medio millón de electores que se sumaron a los algo más de 43 millones de votantes en 2009.

En el paisaje que queda después de la batalla electoral se observa en primer plano a una Merkel segura y confiada que despierta pocos rechazos; y en segundo plano, una izquierda difuminada, dividida y sin un proyecto que le permita recuperar el apoyo de la mayoría social y la imprescindible colaboración entre sus diferentes componentes si, de verdad, pretende llegar al Gobierno y tener la capacidad de aplicar políticas de izquierdas orientadas a defender los intereses, derechos y necesidades de la mayoría.

2. La dura tarea de asumir la derrota

Nunca es fácil, pero las organizaciones políticas necesitan admitir sus derrotas y asumir las consecuencias ante sus electores. Algunos líderes tienen que pagar con sus cargos y, a veces, con su carrera política. No siempre pagan todos o los principales causantes de la derrota, pero es una ley no escrita que para sobrevivir y poder recuperar la fuerza electoral y la confianza perdidas, las direcciones de los partidos deben personalizar la responsabilidad de sus fracasos y meteduras de pata, elegir a los chivos expiatorios e inyectar sangre nueva que reemplace a la vertida en el lance. 

En los partidos derrotados en las pasadas elecciones alemanas las dimisiones fueron inmediatas o apenas se hicieron esperar unos días; solo La Izquierda no parece haberse dado por aludida, pero acabará pagando lo que debe si no quiere alimentar su declive.

El FDP ha sido el gran derrotado en las elecciones y su presidente, Philipp Rösler, fue de los primeros en dimitir. El futuro de los liberales es más que obscuro, apenas cuentan con bases territoriales de poder político y deberán hacer frente a la presión añadida por la emergencia del nuevo partido Alternativa para Alemania (AfD). La gran coalición entre la CDU/CSU y el SDP podría darles un respiro, ya que les permitiría resaltar su perfil de abanderados del libre mercado y la libre empresa frente a un Gobierno al que tacharían, con propagandística exageración, de intervencionista y al que recriminarían su excesivo afán regulador. De cuajar la gran coalición, estaría obligada a hacer algunas concesiones sociales (salario mínimo o presión fiscal sobre las rentas más altas, por ejemplo), gestionar el final de las centrales nucleares e incrementar su compromiso con el euro y con las reformas institucionales comunitarias que requiere su mantenimiento.

Entre Los Verdes, las dimisiones tampoco se hicieron esperar y se ha puesto en marcha un relevo generacional de su dirección. Jürgen Trittin, líder de partido y co-presidente del grupo parlamentario anunció el martes siguiente a las elecciones su renuncia a dirigir el grupo parlamentario. También los dos copresidentes del partido, Cem Özdemir y Claudia Roth, han dimitido. Aunque la pérdida de peso electoral de Los Verdes es algo más suave que la sufrida por La Izquierda, su derrota es de gran envergadura. La disminución de los votos no solo debe tener como referencia los apoyos conseguidos en 2009, sino también el fuerte aumento de la intención de voto a su favor que se produjo tras el desastre nuclear de Fukushima en 2011, que llegó a rozar el 25% en los sondeos de opinión, y que tan solo dos semanas antes del 22 de septiembre superaba con holgura el porcentaje alcanzado en 2009.
En el SDP, la dimisión de su candidato se hizo esperar unos días, pero finalmente Peer Steinbrück utilizó la convención de su partido el 27 de septiembre para anunciar la renuncia a sus cargos en el partido y en el grupo parlamentario y la preparación de un final ordenado para su carrera política, aunque mantendrá durante algún tiempo su escaño en el Bundestag. El desdibujamiento político del candidato electoral del SDP confirma que, pese al aumento de los votos respecto a 2009, la dirección del SDP entiende el resultado como un fracaso y pretende que Steinbrück cargue en exclusiva con la responsabilidad de la derrota. Otros dirigentes, tanto o más responsables de la campaña electoral, lejos de darse por aludidos se preparan para afrontar los retos por venir. Así, los dos líderes más relevantes del partido, Gabriel y Steinmer, responsables de empujar a Steinbrück para que fuera candidato tras no atreverse a medirse con Merkel, continúan en sus cargos, bloquean la renovación de la dirección y pretenden seguir definiendo la estrategia del SDP en los próximos años. Frank-Walter Steinmer fue reelegido como presidente del grupo parlamentario socialdemócrata dos días después de las elecciones; y Sigmar Gabriel, presidente del partido, continúa cocinando con extrema prudencia los próximos pasos a dar por el SDP y tiene un papel relevante en las negociaciones con la CDU/CSU de cara a la formación de la nueva gran coalición gubernamental. 

3. ¿Por qué no hay negociación entre los partidos progresistas que tienen mayoría parlamentaria? 

Lo previsible (el triunfo de Merkel) ha sucedido, pero lo evitable (el tercer mandato de Merkel) no se va a impedir aunque haya fuerza política suficiente para ello. La suma de parlamentarios del SDP y Los Verdes (suman 255 escaños) con el apoyo externo de los 64 parlamentarios de La Izquierda alcanzarían una mayoría absoluta de 319 escaños frente a los 311 de la derecha conservadora.

La situación es más que paradójica. Merkel cuenta con el apoyo y la confianza de una mayoría social que se muestra a favor de repetir la experiencia de otra gran coalición entre la CDU/CSU y el SDP y de que el nuevo Gobierno integre en su programa algunas de las propuestas socialdemócratas que cuentan con un apoyo mayoritario en la población alemana. Por otro lado, las tres fuerzas progresistas y de izquierdas dispondrían de mayoría parlamentaria, pero han perdido muchos apoyos electorales y no cuentan con el respaldo y la confianza de la mayoría social. La posibilidad de constituir un gobierno tripartito de carácter progresista es rechazada por la mayoría de la sociedad alemana.   

Existe, efectivamente, una mayoría absoluta de escaños progresistas que podría acabar con la estrategia de austeridad y devaluación interna para los países del sur de la eurozona que ha impuesto el bloque de poder conservador que lidera Merkel e iniciar un nuevo rumbo en la construcción de la unidad europea basado en la solidaridad y la cooperación entre todos los Estados miembros y en un reparto más equilibrado y justo de los beneficios y los costes que supone participar en la UE y compartir el euro. ¿Por qué, entonces, no  se plantean explorar la posibilidad de negociar entre las tres fuerzas progresistas y de izquierdas con representación parlamentaria un programa y un proyecto alternativos a los de la derecha conservadora?

En primer lugar, por los propios resultados electorales; más allá del reparto de votos y escaños entre los cuatro partidos que han conseguido representación parlamentaria. La CDU/CSU suma casi tantos votos como el conjunto de las opciones progresistas y de izquierdas (18,16 millones de votos frente a 18,24 que obtienen conjuntamente el SDP, Los Verdes y La Izquierda). El espacio electoral de la derecha no solo está conformado por los votos de la CDU/CSU, también por los más de 2 millones de votos conseguidos por el FDP y por gran parte de los 2 millones que respaldan a AfD. El espacio electoral de la izquierda, por el contrario, ha perdido más de un millón y medio de votos.

En segundo lugar, porque tanto el SDP como Los Verdes se han cansado de repetir durante la campaña electoral que no pactarían, en ningún caso y bajo ninguna condición, con La Izquierda. Dar un paso en dirección contraria a ese compromiso, más aún con la debilidad añadida por los resultados obtenidos por los tres partidos progresistas, exacerbaría las tensiones y divisiones internas que arrastran todos ellos y supondría un factor más de desconfianza y desprestigio hacia los partidos políticos y, más concretamente, hacia las izquierdas.

Y en tercer lugar (habría algunos motivos más, pero no se trata de cargarse de razones; sino de señalar los principales obstáculos que impiden un amplio acuerdo progresista), porque las encuestas de opinión revelan que la coalición entre las tres fuerzas progresistas cuenta con un apoyo minoritario en la sociedad alemana y ni siquiera consigue un respaldo mayoritario entre los votantes del SDP o de Los Verdes. La última encuesta ARD-DeutschlandTREND de 23 de septiembre sobre la coalición gubernamental que prefieren los electores alemanes muestra que el 64% de las personas entrevistadas considera conveniente o muy conveniente una gran coalición entre la CDU/CSU y el SDP (frente a un 34% que la considera poco o nada conveniente). Las otras dos coaliciones posibles despiertan más recelos que apoyos. La de la CDU/CSU con Los Verdes es apoyada por un 34% frente al 65% que la rechaza y la tricolor entre el SDP, Los Verdes y La Izquierda consigue aún menos apoyos, pues es respaldada por un 25% frente a un 73% que la rechaza o la considera poco conveniente.

En tales condiciones, la coalición gubernamental progresista no es factible. Ni siquiera la posibilidad de un Gobierno de coalición entre el SDP y Los Verdes que contara con el apoyo externo de los parlamentarios de La Izquierda. Opción que habría sido la única con mínimas posibilidades de ser explorada para intentar conformar un ejecutivo progresista. Con los resultados obtenidos, las posibilidades de inestabilidad institucional de un Gobierno con esos componentes serían demasiadas y los riesgos a asumir por las fuerzas políticas participantes en ese experimento excesivos.

Pero que haya muchas razones para explicar por qué las opciones progresistas no pueden ponerse de acuerdo para frenar e intentar acabar con la estrategia conservadora de salida de la crisis, no exime de responsabilidad a las direcciones de los tres partidos implicados. Porque las dificultades no sólo provienen de los malos resultados electorales obtenidos, los problemas más importantes surgen mucho antes, del tipo de campaña electoral y los compromisos adquiridos en ella y del trabajo de oposición realizado a lo largo de la última legislatura. Por no remontarse más atrás e indagar los orígenes de la actual decadencia del SDP y su vinculación con las políticas aplicadas durante los dos mandatos del canciller Schröder entre 1998 y 2005 (con gobiernos de coalición entre socialdemócratas y verdes) y el primer Gobierno de gran coalición entre cristianodemócratas y socialdemócratas presidido por Merkel entre 2005 y 2009.

No se puede conformar una alternativa frente a la derecha y a las políticas de austeridad si no se confrontan, en las instituciones, en las calles y en los medios de comunicación, su diagnóstico de la crisis y las políticas que aplican. Y en lugar de esa confrontación y distancia crítica, tanto Los Verdes como el SDP se han limitado en demasiadas ocasiones a callar o a dar su apoyo a las iniciativas parlamentarias de Merkel. Tampoco se puede conformar una alternativa a la estrategia de salida de la crisis que propugna la derecha conservadora cuando la principal preocupación es denunciar y poner en el punto de mira a otras fuerzas progresistas con la intención, supongo, de debilitarlas y ganar espacio social y electoral a su costa.       

4. El sinuoso camino hacia la gran coalición

La alternativa gubernamental que cuenta con el apoyo mayoritario en la ciudadanía alemana es la gran coalición. Merkel adelantó al día siguiente de las elecciones su disposición favorable al diálogo con los socialdemócratas y su voluntad de presidir un Gobierno estable que contara con el apoyo de la mayoría del Parlamento. El SDP, por su parte, esperó hasta el viernes 27 de septiembre, para escuchar la dimisión como vicepresidente del partido del candidato Steinbrück, aprobar el inicio de los contactos con la CDU y explorar las posibilidades de que Merkel incorpore parte de su programa y haga aceptable a sus afiliados y votantes la participación en un nuevo Gobierno de coalición. Como es fácil que Merkel acepte una parte suficiente de su programa, la dirección del SDP se cura en salud y se ha comprometido a realizar una consulta vinculante a todos sus afiliados sobre los términos del acuerdo. Quedan, por tanto, algunas semanas de negociaciones discretas antes de conocer los términos del acuerdo alcanzado, si es que la negociación llega a buen puerto, y de que los afiliados del SDP lo aprueben o rechacen. Esa opción, la consulta a las bases del SDP, es una muy buena noticia y una baza importante en manos de sus afiliados para poner freno a posibles desvaríos de la dirección e incorporar al debate de los costes de una u otra opción la opinión de la calle. 

Se pone así en marcha una compleja estrategia del SDP destinada a hacer compatible su presencia en el Gobierno de Merkel con la disputa de la cancillería en las elecciones federales de 2017, sin perder de vista la presión destinada a influir en la renovación de La Izquierda para posibilitar una futura amplia coalición progresista y sin que ninguno de esos movimientos dañe en demasía los intereses electorales de los líderes regionales del SDP que parecen más proclives a una mayor diferenciación con la CDU/CSU. La tarea es harto difícil, pues presenta altos niveles de incompatibilidad entre los diversos objetivos planteados. No parece, sin embargo, que haya otro camino mejor para Merkel ni para la actual dirección del SDP. La diferencia es que Merkel puede elegir la mejor de las alternativas posibles y la dirección del SDP sólo puede elegir entre opciones malas.

El problema del SDP no va a ser la falta de justificaciones para una u otra decisión. Las hay en abundancia, aunque cualquier opción incluye posibles consecuencias negativas y altos costes de oportunidad. El problema del SDP es que se la juega. Está en peligro su futuro como partido de Gobierno, muchas de sus opciones de seguir tocando poder y las posibilidades de recomponer su relación con sectores de izquierdas que están desorientados, descontentos y hartos. 

En mi opinión, la opción menos mala para el SDP y para el conjunto de las izquierdas alemanas y europeas sería la de mantenerse en el sitio donde la ciudadanía y sus propios errores lo han situado. Ejerciendo la oposición de forma muy distinta a como la ha ejercido durante el último Gobierno presidido por Merkel y apostando por una confrontación con la derecha que despierte y movilice a la izquierda social, logre defender desde la oposición los intereses y derechos de la mayoría, haga emerger una renovada mayoría progresista y de izquierdas en la sociedad alemana y contribuya a una colaboración de las fuerzas progresistas y de izquierdas. Debería ser una obviedad, pero no está de más explicitar que la opinión expuesta en los párrafos anteriores parte de una información insuficiente, fragmentaria y lejana que la sitúan en terrenos no muy firmes. 

Aunque la opción más probable es la gran coalición, todavía queda alguna remota posibilidad de que los socialdemócratas (o, en su caso, Los Verdes) no se presten a dejarse enredar en una coalición con la CDU/CSU presidida por Merkel en la que estarían obligados a jugar un papel subalterno respecto a las políticas y la estrategia de salida de la crisis diseñadas por la derecha conservadora. Esa posibilidad pasa por la consulta al casi medio millón de afiliados del SDP sobre la letra del acuerdo que finalmente alcancen las respectivas direcciones de la CDU/CSU y del SDP. Podría decirse lo mismo en el más improbable caso de que el acuerdo fuese alcanzado por la CDU/CSU y Los Verdes.

No me parece convincente la idea de que la presencia del SDP en un Gobierno presidido por Merkel y con clara hegemonía conservadora pudiera añadir frenos o cambios, significativos o de interés, en las políticas de austeridad.

En primer lugar, porque Merkel ya ha empezado a tantear la forma de matizar la austeridad o aligerarla en el caso de los países solventes del sur de la eurozona y porque ya ha introducido cambios en el modelo de crecimiento de la economía alemana que ya han empezado a tener alguna repercusión positiva en la actividad económica del conjunto de la eurozona. Sea con el SDP, con Los Verdes o en solitario, Merkel va a continuar introduciendo matices y realismo en la estrategia de austeridad.

Y en segundo lugar, porque la participación socialdemócrata implica grandes riesgos de perder mucho y muy pocas opciones de ganar algo: diluiría la imagen y la presencia del SDP como alternativa; enconaría sus relaciones con La Izquierda, dificultando su futura colaboración; contribuiría a dar legitimidad a la estrategia de austeridad, con los matices que pudiera introducir en su aplicación y objetivos; debilitaría la resistencia y la movilización social; y, finalmente, por no alargar la relación de riesgos, añadiría nuevos obstáculos a la construcción de un proyecto europeo de izquierdas capaz de poner en primer plano la cohesión económica, social y territorial y la cooperación entre los Estados miembros de la UE.

Ojalá el debate en la socialdemocracia alemana se desarrolle en profundidad y con democracia.

La apuesta a favor de ejercer con rigor el papel de oposición parlamentaria y la consideración de esta opción como menos arriesgada o menos mala que la de participar como subalternos de la derecha conservadora requiere algunas matizaciones.

Primera, el grado de contrapeso que pudiera jugar el SDP con su participación en un Gobierno de coalición. En las actuales circunstancias no podría ser significativo, pero hay que verlo.  

Segunda, la capacidad del SDP para ejercer la oposición con rigor se puede presuponer, pero no está dada de antemano; sería muy positiva si lograse trabar en algún punto las políticas de austeridad y emprender, gracias a la mayoría progresista en el Bundestag, iniciativas que ejemplificaran una alternativa estratégica de salida de la crisis que hiciera compatible la defensa de los intereses de la mayoría con la oferta de mejores oportunidades para los sectores menos favorecidos de la sociedad y con la promoción de una Europa en la que los principios de cohesión económica, social y territorial predominaran y se asentaran en una financiación y unas instituciones comunitarias adecuadas.

Y tercera, Merkel cuenta a su favor con un arma de destrucción masiva de la oposición: la convocatoria de nuevas elecciones. Con la manifiesta debilidad por la que pasan las fuerzas de izquierdas, unas nuevas elecciones federales darían a Merkel la mayoría parlamentaria que no obtuvo el pasado 22 de septiembre. Me temo que la mera amenaza de nueva convocatoria electoral tiene tan importante peso específico que podría desbaratar las opciones de las corrientes que en el seno de la socialdemocracia alemana pugnan por definir un espacio propio y una estrategia alternativa de salida de la crisis que no pasen por la colaboración con la derecha conservadora.

5. Las posibles repercusiones para Europa

Los resultados de las elecciones alemanas y el reforzamiento de Merkel garantizan que no habrá cambios significativos o de alcance en la estrategia de austeridad ni en la vía de integración europea a paso de tortuga definida por la derecha europea, las instituciones comunitarias y los mercados. Da igual que participen en el nuevo Gobierno alemán presidido por Merkel el SDP o Los Verdes. Lo que podrían añadir a la línea principal de continuidad son matices. No habrá, por tanto, mayor integración política, sino más control de las instituciones comunitarias sobre los presupuestos, las políticas y las decisiones nacionales. No habrá un desarrollo federal de la UE o de la eurozona. El lento avance en la integración bancaria seguirá condicionado a la aceptación de mayores controles y un cumplimiento estricto de los compromisos adquiridos de saneamiento bancario, equilibrio presupuestario y consolidación fiscal; como consecuencia, la integración económica estará limitada por normas estrictas asumidas por los Estados miembros (no podrán existir transferencias institucionales de carácter permanente ni en grandes cantidades desde los países excedentarios del Norte hacia los países deficitarios del Sur) y la unión fiscal seguirá quedando fuera de los objetivos comunitarios a corto y medio plazo. Y a largo plazo ya se verá.

La incorporación del SDP a una coalición gubernamental con la derecha conservadora añadiría, sin duda, matices y pequeños cambios en la estrategia de austeridad. No podría ser de otro modo, porque las socialdemocracia necesitará explicar a su electorado que las renuncias tendrán algún tipo de contrapartida; pero a la postre, esos cambios son imprescindibles para mejorar la situación económica de la eurozona, ganar estabilidad sociopolítica y recuperar parte de la legitimidad perdida por las instituciones comunitarias y por la propia Alemania entre la ciudadanía europea y, especialmente, en amplios sectores sociales de los países del sur de la eurozona. Y esos imprescindibles cambios se llevarán a cabo hagan lo que hagan los socialdemócratas alemanes.

La presencia del SDP en el nuevo Gobierno de Merkel ayudaría a justificar la necesidad de flexibilizar los objetivos de las políticas de austeridad ante el electorado de la derecha y daría una respuesta positiva a los deseos expresados por una amplia mayoría social que comprende y aprueba una gran coalición, aunque pueda implicar algunos retoques menores en la política europea seguida hasta ahora por Merkel. Por otro lado, la presencia del SDP en el Gobierno alemán podría favorecer un acercamiento entre Alemania y Francia o, por lo menos, desautorizar la potencial resistencia que pudiera armar y liderar Hollande frente a unas políticas de austeridad suavizadas que estarían respaldadas por un Gobierno alemán en el que estarían integrados los socialdemócratas.

Los retoques en las políticas de austeridad comprenderían acciones internas con muy variados objetivos: que no haya tantos empleos indecentes en una potencia industrial y tecnológica como Alemania; que los ingresos públicos aumenten algo más y permitan ampliar las políticas de protección social, la calidad de los bienes públicos y las inversiones productivas de las administraciones públicas que pudieran tener algún interés económico nacional; que las clases trabajadoras se beneficien algo más de las ganancias de productividad y la mejora de sus rentas permitiera un impulso de la actividad económica; etcétera.

Y, lo que más nos interesa en este apartado, acciones externas de cara a la UE y el euro encaminadas a reducir la presión que ejercen las políticas de austeridad y devaluación interna sobre los países del sur de la eurozona solventes entre los que habría que situar a España o Italia, con pocas dudas, y quizás también a Portugal. Grecia es un caso muy diferente que necesita reestructurar su deuda pública y medidas de apoyo a largo plazo que le permitan recuperar su solvencia. Acciones que repercutirían de forma positiva en la economía alemana y que añadirían legitimidad a la vía de integración económica y al proceso de unidad europeos que defiende el bloque de poder hegemónico que lidera Merkel. También, medidas orientadas a lograr una aceleración en las medidas ya aprobadas en torno a la unión bancaria y a la capacidad de intervención del BCE en el caso de que se produzca cualquier rebrote de crisis presupuestaria o bancaria en los países del sur de la eurozona.
Tras las elecciones alemanas, no han escaseado las opiniones entre  las gentes de izquierdas de nuestro país que consideran que el reforzamiento del liderazgo de Merkel va a suponer manga ancha para endurecer las políticas de austeridad imperantes. No comparto tal opinión.

En la eurozona, el fracaso de las políticas de austeridad en todos los objetivos que sirvieron para intentar justificarlas es de tal calibre que el bloque de poder conservador que las diseñó y las impuso está tanteando desde hace meses, bastante antes de las elecciones federales alemanas, cómo modificar los perfiles y contenidos más destructivos de los recortes. A mi entender, lo más probable es que Merkel y su próximo Gobierno (más aún si finalmente entran el SDP o Los Verdes) rebajen la austeridad extrema impuesta a los países del sur de la eurozona y promuevan una nueva fase que sin suponer una ruptura con la estrategia conservadora de salida de la crisis permita seguir ensayando nuevas fórmulas de relajación en las políticas de austeridad que hagan compatibles pequeñas dosis de crecimiento con la consecución de menores desequilibrios macroeconómicos, supongan un respiro para las economías del sur de la eurozona y abran una válvula de escape a la indignación y el conflicto social que se han incubado.

No se trata de esperar que esa mayor precaución en la intensidad de la austeridad exigida a las economías del sur de la eurozona vaya a dar solución a los graves problemas existentes. Tampoco cabe imaginar que el bloque de poder hegemónico en la UE adquiera de pronto la capacidad y la voluntad de superar las deficiencias institucionales de la eurozona y las debilidades productivas pendientes de resolver en las economías del sur de la eurozona. No cabe esperar ningún cambio sustantivo en la línea dominante de favorecer a los acreedores y a las (grandes) empresas: reducción de los costes laborales; desregulación del mercado laboral para permitir una más rápida y barata adaptación a la coyuntura de cada economía nacional o sector productivo y una mejora de su competitividad vía precios; aligeramiento de las cargas fiscales y sociales que soportan las empresas y las rentas del capital; mercantilización de los bienes públicos que puedan contar con una demanda solvente; etcétera.

Para lograr un cambio sustancial en la estrategia de salida de la crisis y promover medidas progresistas de generación de empleos decentes, defensa de los bienes públicos y protección social suficiente para los colectivos más vulnerables o con mayores riesgos de exclusión social hacen falta fuerzas sociales y políticas renovadas que, en buena parte, aún están por construir y articular. Y un trabajo más sostenido en el tiempo que se lleve a cabo sin esperar a la próxima convocatoria electoral.

6. Las posibles consecuencias en la izquierda

La campaña electoral alemana y los resultados electorales muestran enseñanzas que deberían ser valoradas en detalle y con más información de la que ahora está disponible o es accesible. Adelanto algunas ideas provisionales. 

Las elecciones no solo se pierden en la campaña electoral o el día de la votación. El SDP empezó a perderlas mucho antes, evitando confrontar las ideas y las políticas de la derecha, apoyando gran parte de las iniciativas y propuestas políticas de la CDU/CSU (especialmente en lo que se refiere a Europa y al euro) y renunciando a la tarea pedagógica de denunciar cada una de las iniciativas de la derecha alemana gobernante y de insertar esas denuncias en la crítica razonada a un proyecto estratégico de salida de la crisis tan errado como injusto, tan antipopular como antieuropeo. Defender una alternativa a la estrategia conservadora no puede reducirse a resaltar los rasgos más sociales de un programa electoral. Menos aún, si la cara que se elige para representar esos rasgos es la menos indicada, por su largo currículum en defensa de otros valores y propuestas y por talante personal.

El SDP puede empezar a perder las próximas elecciones desde el mismo momento en que se preste, como parece probable, a participar en un gobierno de coalición presidido por Merkel. La posición del SDP sigue siendo de extrema debilidad y necesita replantearse su posición política y repensar su estrategia partidista en el seno de la izquierda alemana y europea. Creer que puede recuperar la hegemonía social que comenzó a perder hace años participando en un nuevo Gobierno de coalición presidido por Merkel es poco más que un deseo de improbable cumplimiento. Pensar que puede ayudar en algo a la recuperación de la base social de izquierdas o a la mejora de sus relaciones con La Izquierda participando en una alianza gubernamental con la derecha es un disparate. El SDP podría y debería contribuir a la rectificación de algunas actitudes políticas de La Izquierda (como el innecesario sectarismo o el discutible y controvertido nivel de ruptura con lo que representaron los sistemas de tipo soviético y su escaso compromiso práctico con los derechos humanos y las libertades democráticas), pero la participación del SDP en un Gobierno con evidente predominio de la CDU/CSU impediría cualquier tipo de acercamiento.  

No se trata tan solo de lograr una renovación y una mejora de las relaciones entre partidos progresistas que permitan generar fuerza social y política, al tiempo que se abre una vía que pudiera facilitar a medio plazo la suma de los votos y parlamentarios de izquierdas. Cuestión de suma importancia si se pretende tener alguna posibilidad, en Alemania o en cualquier otro país europeo, de conseguir gobernar, aplicar políticas de izquierdas y responder a las necesidades de la mayoría social.

Se trata, sobre todo, de que esa colaboración entre partidos de izquierdas aliente los imprescindibles movimientos de rectificación que son necesarios en todas las organizaciones progresistas y de izquierdas. Y se trata, también, de que esa cooperación en el desarrollo de un amplio movimiento social de resistencia a los recortes y al empobrecimiento sea capaz de desbaratar la estrategia conservadora de salida de la crisis e implique cambios que mejoren y enriquezcan la propia identidad de las izquierdas.  

Las inevitables diferencias y críticas entre las opciones de izquierdas y progresistas deben tener un límite. No se puede favorecer que la derecha siga gobernando y practicando políticas de recortes, incluso cuando no alcanza la mayoría parlamentaria, como ahora en Alemania, y siga beneficiando en exclusiva a una minoría.

Las diferencias son tan inevitables como positivas. Más aún cuando resultan esclarecedoras, facilitan la ampliación de los apoyos sociales a los planteamientos progresistas o refuerzan una acción política, social y sindical encaminada a impedir la subordinación de las instituciones públicas y la política a intereses minoritarios y elitistas. Pero las diferencias también pueden ser perjudiciales, sobre todo cuando se promueve el encastillamiento de esas diferencias en posiciones beligerantes hacia otras opciones progresistas; en cuyo caso, deberían despertar el rechazo de las personas de izquierdas y, en primer lugar, de los propios afiliados, simpatizantes y votantes del partido que se permita alentar esa beligerancia.

La participación del SDP como segundón en un Gobierno presidido por Merkel restaría legitimidad a las izquierdas europeas en su pretensión de presentarse como alternativa a las políticas de austeridad impuestas a partir de 2010 en la eurozona y, entre nosotros, a los por ahora frustrados intentos del PSOE de constituirse en la alternativa al PP. No son pocas las personas de izquierdas que piensan que tal hecho podría actuar a favor de las opciones políticas y sociales situadas a la izquierda del PSOE, menos comprometidas en la aplicación de las políticas de austeridad, menos vinculadas a la corrupción y más proclives a sanear las instituciones y mejorar la calidad democrática en el funcionamiento, la transparencia y el control ciudadano de partidos políticos y sindicatos.

Al margen de que el PSOE se merezca o se haya trabajado con excesivo celo el desapego que muestran sus votantes, no estoy nada seguro de las consecuencias benéficas de un mayor deterioro de los socialistas; antes bien, me siento más inclinado a pensar que la consolidación del declive del PSOE supondría un nuevo retroceso del conjunto de la izquierda.

La necesaria reinvención de la izquierda no pasa tanto por un mayor deterioro del PSOE como por el fortalecimiento de un movimiento social con capacidad para desbaratar la estrategia conservadora de salida de la crisis y de influir positivamente en la renovación del conjunto de las organizaciones de la izquierda política, incluido el PSOE. No tengo ni idea de si tal camino es aún practicable, pero antes de apostar por discutibles y arriesgadas estrategias destructivas con hipotéticas capacidades creativas me parecería más sensato emprender modestas actuaciones de renovación y reciclaje que limitaran al mínimo posible los impactos demasiado agresivos con los frágiles ecosistemas sociales e ideológicos de la izquierda.