Gabriel Flores
Salir del euro o quedarse, ¿es esa la cuestión?
7 de Noviembre de 2012.

Desde el punto de vista del análisis económico, una de las consecuencias más curiosas de la crisis ha sido la de desvelar la enorme heterogeneidad que hoy existe en la eurozona. En los años anteriores al estallido de la crisis fueron en aumento las divergencias en las estructuras productivas de los Estados miembros y es más que probable que en los años venideros sigan agrandándose las fracturas. La Moneda Única, lejos de propiciar la convergencia, ha incrementado y consolidado los desequilibrios estructurales entre los países del euro.

Las diferencias en el terreno de la competitividad aumentaron como consecuencia del notable diferencial en la evolución de precios y salarios; pero lo peor de la heterogeneidad impulsada por el euro se concretó en la productividad. Mientras las economías del norte de la eurozona reforzaban su mejor posición de partida en innovación, progreso técnico, cualificación laboral de su población activa o nivel de gama de su producción y exportaciones, otras economías, las del Sur, marchaban en sentido contrario y experimentaban una intensa desindustrialización, incrementaban su especialización en actividades de bajo valor añadido que permanecían a resguardo de la competencia exterior, incentivaban el abandono temprano de los estudios por parte de jóvenes sin ningún tipo de cualificación laboral y descuidaban los recursos destinados a la innovación. 

Antes de abordar las ventajas e inconvenientes de permanecer o abandonar el euro y examinar qué opción ofrece mayores oportunidades o menores obstáculos al impulso del bienestar de la mayoría de la sociedad, convendría analizar las causas de esas diferencias estructurales y sopesar qué fracturas económicas y financieras tienen mayor relevancia. Señalaré en primer lugar las líneas generales y los aspectos que me parecen de mayor importancia en el análisis de la heterogeneidad estructural de la eurozona; posteriormente, entraré en la polémica sobre la cuestión de salir o quedarse en la eurozona para explicar mi opinión y las razones en las que se sustenta.

¿Cuándo surge y cómo se refuerza la heterogeneidad
de las estructuras productivas en la eurozona?

Desde que el 1 de enero de 1999 se introdujo oficialmente el euro como unidad de cuenta (su circulación efectiva se hizo realidad tres años después), algunos de los supuestos incentivos y ventajas que se asociaban a la puesta en marcha de una Unión Monetaria comenzaron a actuar: aumentó la circulación del ahorro desde los países excedentarios a los deficitarios y se aproximaron las tasas de interés del conjunto de los países del euro a las de las economías más potentes y equilibradas que, tradicionalmente, habían mantenido mayor estabilidad en los precios y tipos de interés.

Los flujos de inversión desde los países del norte hacia los del sur de la eurozona se multiplicaron, buscando oportunidades y mayores niveles de rentabilidad; pero, curiosamente, en lugar de impulsar la convergencia de las estructuras productivas, esos flujos financieros trabajaron en sentido contrario y reforzaron los sectores vinculados al ladrillo y los servicios a las personas en las economías receptoras de la financiación.

La desaparición del riesgo del tipo de cambio facilitó que los países del Sur explotaran intensamente unas ventajas comparativas desfavorables a la industria y a los servicios a las empresas de mayor valor añadido. La financiación abundante y barata proveniente de los países del Norte sirvió para ampliar las fracturas estructurales preexistentes.

Tras la apariencia de una convergencia de los niveles de renta media por habitante propiciada por un nivel de crecimiento del PIB superior en los países del Sur, se escondía un reforzamiento de la heterogeneidad estructural que estaba siendo alentado por el creciente endeudamiento de los agentes económicos privados, no de un sector público que por entonces mantenía equilibradas sus cuentas y reducía la cuantía de la deuda soberana. Esa convergencia en los niveles de renta por habitante se asentaba en un endeudamiento que no podía sostenerse en el tiempo y que, en lugar de promover una convergencia real de las estructuras productivas, afianzaba las divergencias.

El estallido de las burbujas crediticia e inmobiliaria paralizó los flujos de financiación externa e hizo evidente el carácter artificial o no sostenible de la aproximación de los niveles de renta.

Las asimetrías productivas entre norte y sur de la eurozona existían, claro está, antes de la puesta en pie de la Unión Monetaria. De hecho, buena parte de las diferencias estructurales son anteriores a la incorporación formal de las economías del Sur en el proyecto de unidad europea. Pocos analistas estarían en desacuerdo con la afirmación de que las asimetrías productivas en el seno de la eurozona se han mantenido a lo largo de todo el proceso de integración económica; otra cosa es dilucidar si las divergencias estructurales son ahora más fuertes que nunca.

Lo que me parece más discutible es la afirmación de que nunca ha existido en el proceso de integración económica europea una dinámica real de convergencia de las estructuras productivas de los Estados miembros. Me inclino a pensar que, al menos en el caso de la economía española, esa dinámica real de convergencia existió en los años inmediatamente posteriores a su incorporación en 1986 a la Comunidad Económica Europea (CEE). La convergencia en las estructuras productivas se inició antes de 1986 y  venía de la mano de la inversión extranjera directa, la creciente integración en el mercado europeo y mundial y una destrucción intensa de tejido productivo alentado por diversos procesos de reestructuración. Y siguió avanzando en los años posteriores a la entrada en la CEE, con el desarrollo de un nuevo tejido empresarial y una modernización productiva que afectó a sectores económicos relevantes, aunque su extensión fuera limitada y su intensidad, moderada.

Esa dinámica de convergencia real en los años inmediatamente anteriores y posteriores a 1986 se fue disipando al debilitarse los principios de cohesión social y territorial y su plasmación práctica en unos mínimos presupuestos comunitarios que, en lugar de aumentar, sufrían pequeños retrocesos. El golpe de gracia a la convergencia estructural vino de la mano de dos acontecimientos de gran calado: la creación del euro y la paulatina integración de los países poscomunistas en el proyecto de unidad europea. Es a partir de los últimos años del siglo XX cuando el proceso de convergencia no solo se paraliza, sino que es sustituido por el predominio de un movimiento contrario, de impulso de la heterogeneidad en las estructuras productivas que se mantuvo parcialmente oculto por la vistosa convergencia de los niveles de renta por habitante que abanderaron Irlanda, Grecia, España y los países de Europa oriental.

Desequilibrios estructurales y fracturas existentes en la eurozona

Algunos autores realizan un examen muy limitado de la heterogeneidad estructural de la eurozona. Así, identifican los desequilibrios estructurales con la pérdida de competitividad de las economías del Sur.

En esencia, lo que plantean es un relato que comienza con la aparición en escena de unos países del Norte que disponen de un exceso de ahorro y otros, los del Sur, que ofrecen oportunidades de inversión.

En la siguiente escena, el euro hace desaparecer todos los obstáculos a la circulación del capital y facilita que los países del Norte financien con su exceso de ahorro el exceso de gasto de los países del Sur. Alrededor del 7% de los recursos y rentas que utilizaban (gastaban e invertían) anualmente los países del Sur eran financiados por los países del Norte.

Posteriormente, en otra escena, el exceso de recursos captados por los países del Sur aumenta los niveles de endeudamiento de sus agentes económicos privados y presiona al alza precios y salarios, ocasionando pérdidas de competitividad y mercados.

En la cuarta y última escena, los países del Norte se niegan a seguir financiando a sus socios del Sur por las dudas más que razonables sobre su capacidad para pagar sus deudas. Y los países del Sur ya no pueden seguir gastando e invirtiendo más rentas de las que son capaces de generar, tienen que consumir menos, comenzar a desendeudarse y reducir sustancialmente salarios y precios para recuperar competitividad, aumentar sus exportaciones netas y lograr en el exterior, por la vía de del aumento de las exportaciones (y la reducción de sus importaciones), las rentas que antes obtenían mediante el crédito.

Ese relato superficial y parcialmente errado ha logrado dominar y anular otros análisis y está siendo utilizado para justificar la estrategia de austeridad y devaluación interna que se ha impuesto. Sin embargo, la sola descripción de las fracturas existentes en la eurozona desvela que los desequilibrios no se reducen a la pérdida de competitividad, no tienen su origen en esa pérdida ni pueden encontrar solución en una recuperación de la competitividad por la vía de reducir costes empresariales o, menos aún, recortar gasto público.

La primera y evidente manifestación de la heterogeneidad en la eurozona es la gran dispersión de las tasas de interés y, como consecuencia, los altos costes financieros que soportan los agentes económicos públicos y privados de los países del Sur.

La segunda manifestación se refiere a la separación entre los países que obtienen superávits por cuenta corriente y los países deficitarios del Sur. La debilidad de los flujos financieros privados que circulan entre el Norte y el Sur y la ausencia de transferencias públicas alternativas impiden financiar los déficits exteriores y obligan a hacerlos desaparecer a corto plazo y, al mismo tiempo, a reducir los muy altos niveles de deuda externa.

La tercera manifestación está en el foco de la atención de autoridades y opinión pública: países que presentan un relativo equilibrio de sus cuentas públicas y países en los que siguen predominando fuertes desequilibrios y grandes impedimentos para avanzar en el proceso de consolidación fiscal y frenar el crecimiento de su deuda pública.

La cuarta y última manifestación que aquí señalaremos, quizás la más importante, indica las más que notables diferencias en las estructuras productivas y especializaciones. El menor y decreciente peso del sector industrial en los países del Sur se refleja en el escaso peso relativo del valor añadido y el empleo manufactureros. La creciente debilidad de la industria manufacturera está vinculada a las especializaciones productivas que se han afianzado en las economías del Sur y a una estructura de ventajas comparativas que privilegió el crecimiento de los servicios a las personas y las actividades industriales y de servicios vinculadas al ladrillo.

Antes que a la pérdida de competitividad generada por el crecimiento de precios y salarios, los desequilibrios y fracturas estructurales mencionados más arriba arrojan luz sobre dos procesos que han agravado la heterogeneidad de la eurozona.

Por un lado, un movimiento de reforzamiento de los servicios de menor valor añadido que, junto al proceso de desindustrialización, ocasionó en los países del sur de la eurozona un fuerte retroceso de la productividad global de los factores. La estructura de ventajas comparativas desfavorables a la industria y a los servicios a las empresas fue reforzada por la pertenencia a la eurozona y el crecimiento de los flujos financieros procedentes de los países excedentarios del Norte. En la actualidad, la pérdida de crecimiento potencial continúa, como consecuencia de la caída de la inversión productiva pública y privada, la disminución de los recursos destinados a superar la débil cualificación laboral y el escaso nivel educativo de una parte notable de la población activa y el retroceso de los gastos en investigación y desarrollo.
Por otro lado, unas debilidades e incoherencias institucionales de la eurozona que impiden gestionar los niveles de heterogeneidad que existen en su seno y que, al mismo tiempo, acrecientan esa heterogeneidad. Con su actuación y con la estrategia de salida de la crisis que han impuesto, los poderes e instituciones de la UE han agravado la crisis económica de los países del sur de la eurozona, han ampliado las brechas productivas que existían en su seno y han abierto un conflicto social y político de envergadura que amenaza la credibilidad, la consistencia y los apoyos sociales con los que contaba el proyecto de unidad europea.

¿Se puede reducir el debate a la decisión de salir del euro o quedarse?

Las políticas de austeridad y devaluación interna que se han impuesto para hacer desaparecer los déficits exteriores de los países del sur de la eurozona y equilibrar sus cuentas públicas no funcionan. Para ser efectivas requerirían un empobrecimiento mucho más intenso del que hasta ahora se ha impuesto, más masivo y más duradero en el tiempo. Sólo de esta forma, empobreciendo durante una larga etapa a la mayoría, manteniendo altos niveles de paro, reduciendo intensamente los niveles de renta por habitante y aumentando las desigualdades económicas y sociales entre una mayoría de damnificados y una minoría que concentrará aún más que ahora rentas y patrimonios, se podrían llegar a equilibrar cuentas públicas y exteriores. Todo lo que se puede esperar de las actuales medidas de recorte y austeridad es una extensión del empobrecimiento a nuevos sectores sociales y su prolongación en el tiempo

¿Puede ser aceptable social y políticamente ese empobrecimiento duradero y creciente? Eso es lo que está por ver y lo que se juega en esta crisis y en el conflicto social que comenzó a manifestarse públicamente hace dos años, gracias a la crítica y la resistencia impulsadas por el 15-M y a la mayor implicación en la movilización ciudadana de las grandes organizaciones sindicales. Desde entonces, la indignación y la denuncia de la gran estafa en la que se ha convertido esta crisis económica han ganado en amplitud, participación y respaldo social, a pesar de que los resultados electorales no terminan de reflejar en votos el muy amplio rechazo social a las políticas de austeridad ni el distanciamiento de buena parte de la ciudadanía con las instituciones y los representantes políticos.

En la medida que ese futuro de pobreza y paro masivos se va concretando y convirtiendo en presente, más amplio es el número de personas que consideran insoportable e inaceptable permanecer en la eurozona (y, por tanto, en la UE) sin expectativas de mejora ni esperanza en que otras políticas sustituyan a las duras e injustas exigencias actuales que tantos costes económicos y sociales provocan. Si no hay cambios significativos en la estrategia de austeridad, esa tendencia cobrará fuerza y pondrá en entredicho la configuración y los perímetros actuales de la eurozona e, incluso, la subsistencia del propio euro.

De hecho, cada vez más analistas relevantes se pronuncian a favor de realizar ese debate y se manifiestan por una salida del euro de los países periféricos para escapar de la ratonera en la que la estrategia de austeridad está convirtiendo a la eurozona.

En mi opinión, la discusión hoy no debería centrarse en la disyuntiva entre permanecer o salir del euro; antes bien, me inclino por un debate en el que la reflexión se centre en los cambios que hay que promover para permanecer en la eurozona y qué hay que negociar para que la salida, de producirse, no supusiera un desastre similar al que implicaría permanecer en las condiciones actuales.

Sólo después de apurar la opción de modificar el rumbo político que han impuesto las instituciones y poderes que dominan la UE y de desvelar, mediante la movilización y el debate social, su intransigencia y las insoportables consecuencias económicas y sociales del futuro de pobreza y paro que ofrecen las políticas de austeridad, sería inteligente pronunciarse por una salida del euro que en ningún caso cabe considerar como una buena solución ni, menos aún, como una opción exenta de problemas y costes. En todo caso, la opción de salir del euro incorpora mayores incertidumbres e incógnitas que la opción de permanecer.

A estas alturas de la crisis y de la imposición de medidas de austeridad y recorte debería reflexionarse sobre la conveniencia de diversificar la apuesta: el caballo de permanecer en el euro en las condiciones y con las políticas actuales nos lleva a la catástrofe y aunque el caballo de la salida del euro no es una opción más fácil ni es seguro que pueda conducir a la economía española a un futuro mucho más brillante hay que empezar a barajar esa opción, ya que ofrece una pequeña posibilidad de escapar del callejón sin salida que reserva la estrategia de austeridad a los países del sur de la eurozona.

Resumo mi propuesta. No estaría de más iniciar la reflexión colectiva en torno a los costes, incertidumbres y oportunidades que ofrecería la salida del euro. Sin embargo, el análisis que en estos momentos me parece más fructífero debería centrarse en desentrañar las fracturas productivas y sociales existentes en la eurozona y precisar las políticas y cambios institucionales que podrían propiciar, a largo plazo, una reversión de las divergencias y, a corto plazo, una mejor gestión de la heterogeneidad en las estructuras y especializaciones productivas de los Estados miembros. Y al tiempo, hay que seguir denunciando las medidas de austeridad y apoyando la consolidación de una ciudadanía más consciente, más activa en defensa de sus derechos y más exigente con autoridades e instituciones para que apliquen políticas efectivas a favor del empleo, la protección social y una mayor cohesión social y territorial.

Los costes de abandonar la eurozona… y la UE

La desaparición del euro tendría unos costes enormes para todos los países que forman parte de la eurozona. Costes económicos, comerciales y financieros. También, costes políticos asociados al fracaso de un proyecto tan ambicioso. Por eso es tan difícil que la explosión de la eurozona se produzca, incluso considerando la posibilidad de que su desaparición se hiciera de forma ordenada y pactada entre todos los socios. Otra cosa, algo más probable que la anterior pero también muy problemática, es el desenganche de algunos socios del sur de la eurozona. La salida de Grecia sería un problema de envergadura difícil de encajar, especialmente en el plano político, pero en ningún caso comparable a las muy negativas consecuencias que tendría la salida de España o, no digamos, de Italia. Por eso, me parece también bastante poco probable que cualquiera de esas salidas, incluida la de Grecia, se produzcan; por mucho que tales abandonos voluntarios o forzados se hayan barajado de forma bastante irresponsable por algunas autoridades alemanas y comunitarias.    

Continuar en el euro, con la estrategia de salida de la crisis que se ha impuesto, tiene también unos costes enormes para los países del Sur y para la mayoría de sus ciudadanos. Los líderes europeos están construyendo una Europa invivible e insoportable para las clases trabajadoras de los países del sur de la eurozona. Con la actual estrategia de austeridad, por no funcionar no funcionan ni las ventajas asociadas a una Unión Monetaria. Las diferencias en las tasas de interés se han multiplicado, los mercados financieros y el crédito bancario están segmentados, los flujos de capital no circulan entre los Estados miembros. Si la eurozona no aporta ninguna de las ventajas que se presumen en una Unión Monetaria y sólo ofrece a las clases trabajadoras y a una parte de los Estados miembros desventajas, empobrecimiento y desesperanza en el futuro será muy difícil que los países del Sur mantengan la apuesta por su permanencia.

Ahora bien, reconocidas esas nefastas consecuencias de la permanencia en la eurozona en las actuales condiciones, hay que reconocer también que la salida del euro no presupone beneficiosos evidentes ni implica necesariamente costes menores a los que supondría permanecer.

Además del inevitable coste asociado a la reintroducción de una nueva moneda, que no sería el de mayor impacto, la salida del euro perjudicaría en varios aspectos a los países que optaran por ella. 

En primer lugar, la devaluación de la nueva moneda en relación al euro implicaría ventajas a la hora de exportar, pero también encarecimiento de las importaciones. Aunque resulta imposible calibrar el resultado final de ese doble impacto sobre exportaciones e importaciones en el saldo por cuenta corriente, puede afirmarse que cuanto más reducido sea el tamaño de la industria de los países que abandonen el euro mayor repercusión tendría la devaluación en el encarecimiento de las importaciones. En todo caso, los imprescindibles procesos de reindustrialización y modernización de la oferta productiva seguirían estando, al igual que en el caso de permanecer, en la agenda de las políticas y los objetivos prioritarios.

En segundo lugar, dada la muy importante cuantía total de la deuda externa de España (casi 1,8 billones de euros, que fundamentalmente deben los agentes económicos privados) y de la deuda externa neta (cerca de un billón de euros, es decir una cifra próxima al PIB que genera anualmente la economía española), sería obligada la negociación de un largo periodo de mora en el pago de la deuda y, con toda probabilidad, una quita importante sobre su monto total, independientemente de su origen o legitimidad. Habría que negociar esas cuestiones, ya que actuar unilateralmente, sin anteponer o intentar ningún tipo de negociación, supondría un aislamiento y represalias difíciles de afrontar.

En tercer lugar, el sentimiento de fracaso social y nacional, el abandono de las ilusiones de modernización que se suponían asociadas a la incorporación al proyecto de unidad europea y la responsabilidad de los representantes políticos y las instituciones del Estado en ese fracaso multiplicarían las incertidumbres, acrecentarían hasta niveles insospechados la inestabilidad política y social y podrían llegar a afectar de forma imprevisible a la ya frágil cohesión social y política que hoy existe.

Tampoco saldrían indemnes los países que se mantuvieran en la eurozona. Tendrían que afrontar la revaluación del euro, ocasionada por la salida de economías más frágiles y menos saneadas, y la previsible pérdida de exportaciones hacia los países que se desenganchen del euro y devalúen sus nuevas monedas. Deberían encajar las pérdidas de sus activos exteriores, es decir la pérdida de sus derechos de cobro sobre agentes económicos públicos y privados que no podrían pagar y se verían obligados a aplazar el pago de sus deudas. También tendrían que afrontar los costes políticos derivados del fracaso de la incorporación al proyecto europeo de los países obligados a abandonarlo y el coste económico de una eurozona menguante que implicaría, además de pérdida de mercados de exportación, menos oportunidades de inversión.

Resumo mi posición. ¿Hay argumentos bastantes para plantear ya la salida del euro? En mi opinión, no. ¿Hay razones suficientes para defender la permanencia en la eurozona, independientemente de las políticas que se apliquen? En mi opinión, tampoco.