Gonzalo Escribano
La geopolítica de la energía en un norte de
África más amplio y profundo

(Afkar/Ideas, 37, primavera de 2013).

El ataque a la planta gasista de In Amenas, en Argelia, ha mostrado que para España y, en general, para la Europa mediterránea, la gran frontera geopolítica de la energía sigue siendo la más cercana: la mediterránea. Las preocupaciones geopolíticas sobre el “gran juego” energético centroasiático, las promesas de la revolución de los hidrocarburos no convencionales, los equilibrios de poder en el Golfo Pérsico o la competencia de China por el acceso a los recursos, han absorbido en los últimos años la atención del pensamiento estratégico europeo. Mientras tanto, desde 2011 el norte de África viene atravesando una etapa convulsa que ha devuelto la atención al escenario energético regional, desde el futuro del Canal de Suez tras la revolución egipcia a la parálisis durante meses de la producción libia (incluyendo las exportaciones de gas a Italia por el gasoducto Greenstream), pasando por las dudas sobre la respuesta de política energética argelina a la ola de revueltas en la región.

Esta sucesión de acontecimientos ha aumentado considerablemente la profundidad geopolítica del norte de África, en el sentido de que ha agravado la percepción de riesgo, tanto en su mayor intensidad como debido a las nuevas manifestaciones del mismo. El ataque a la planta de In Amenas, a la que han seguido otros incidentes menores en la misma Argelia, refleja esa mayor profundidad geopolítica. Pero dada su interrelación con la crisis de Malí, apunta también a la extensión del escenario norteafricano al espacio sahelo-sahariano y al África occidental. Las tres subregiones parecen haber asumido dinámicas paralelas, si no comunes, y conforman un norte de África más profundo y más amplio, al menos desde la perspectiva de la geopolítica de la energía.

La dimensión sahelo-sahariana

El deterioro de la seguridad en el espacio sahelo-sahariano ha supuesto una preocupación creciente en los últimos años. Pocas veces un desierto ha estado tan poblado, en este caso de actividades ilegales que abarcan el terrorismo yihadista, tráficos ilícitos de armas, drogas, personas, contrabando de mercancías varias y secuestros. Los servicios de seguridad occidentales, pero también norteafricanos, llevan años alertando de las implicaciones que la profusión de estas actividades podría tener en el flanco sur europeo y, por tanto, en la propia Europa.

La situación alcanzó un punto insostenible con el control por parte de una amalgama de fuerzas yihadistas y secesionistas del norte de Malí y, posteriormente, con su avance hacia la capital, Bamako. La intervención franco-africana en Malí frenó una expansión que amenazaba con extender el santuario yihadista al África occidental y exportar la inestabilidad al Golfo de Guinea. La propagación de la amenaza yihadista a las instalaciones petroleras y gasistas del Golfo de Guinea, y su eventual coalición con el movimiento nigeriano Boko Haram, hubiese supuesto un deterioro adicional a las condiciones de seguridad en el África Occidental, ya precarias tras la renovación de los ataques a instalaciones nigerianas por parte del Movimiento para la Emancipación del Delta del Níger (MEND) y episodios esporádicos de piratería que han afectado a petroleros.

El ataque a la planta gasista de In Amenas mostró la vulnerabilidad de las infraestructuras energéticas situadas en los territorios desérticos del sur de Argelia, pero también de Libia y Túnez. Se configuraba, así, un sistema geopolítico que, en términos clásicos, podría describirse como un heartland sahelo-sahariano con capacidad para perturbar la seguridad energética de un extenso rimland que abarcaría desde el Canal de Suez hasta el Golfo de Guinea. Ese conjunto geopolítico agrupa productores que representan cerca del 10% de la producción mundial de crudo y un 6% de la de gas, con porcentajes superiores de las exportaciones mundiales. Además, alberga zonas poco exploradas y con gran potencial, tanto en Argelia como, sobre todo, en Libia y la costa atlántica africana, además de recursos no convencionales de gas en Argelia y Libia que se sitúan entre los mayores del mundo. A esto se suma la calidad de sus crudos y su cercanía a Europa, que se traduce en ventajas logísticas y convierte a estos países en socios energéticos naturales de la Europa mediterránea.

La planta de In Amenas es el cuarto complejo de gas argelino por nivel de producción. Comprende un grupo de campos de wet gas o “gas húmedo”, gas natural que contiene hidrocarburos más pesados que el metano y que se recuperan en forma de gas condensado y gas licuado del petróleo-GLP. Está situada en la cuenca de Illizi, en el sudeste de Argelia y cerca de la frontera libia, muy próxima a otros campos del sudeste argelino y de los grandes campos libios de Ghadames. El complejo inició su producción en 2006 y produce unos 8-9 bcm (miles de millones de metros cúbicos) de gas al año, lo que representa cerca del 10% de la producción argelina de gas, y cerca de 55.000 barriles/día de condensado. Sonatrach exporta la producción íntegramente a Europa, básicamente a Italia mediante el gasoducto TransMediterráneo (Enrico Mattei), y sus socios, BP y la noruega Statoil, recuperan su inversión mediante la comercialización del condensado y el GLP. Si esos 8 o 9 bcm de gas natural se imputasen íntegramente a exportaciones, supondrían ingresos del orden de 3.000 millones de dólares al año.

Se trata, por tanto, de una instalación importante, con nuevas infraestructuras de compresión en desarrollo que debían entrar en funcionamiento en los próximos meses para mantener la producción. No hay información acerca del alcance de los daños sufridos por la instalación, pero tras las dudas iniciales sí se sabe por fuentes abiertas que el ataque había sido planificado meses antes de la intervención francesa en Malí, que los terroristas intentaron volar la planta de manera deliberada y que si no lo consiguieron fue por su desconocimiento técnico y, sobre todo, por el heroísmo de los profesionales que se negaron a restablecer el flujo de gas, lo que en última instancia costó la vida a muchos de ellos, pero probablemente salvó la de todos los demás.

La nueva geopolítica de la energía en el norte de África

El ataque a In Amenas tiene implicaciones evidentes para la geopolítica de la energía en la región. La invulnerabilidad de las instalaciones energéticas argelinas ha quedado en entredicho, siendo este un factor que diferenciaba históricamente la seguridad de sus infraestructuras de las de otros países del norte de África y Oriente Medio, expuestas con mayor frecuencia a sabotajes. Además, si un Estado fuerte como Argelia no ha podido controlar su territorio y vigilar sus fronteras, aumenta el riesgo de que se produzcan nuevas acciones semejantes en territorio libio, donde las fuerzas de seguridad no pueden prevenir ni reaccionar tan rápido como ha ocurrido en Argelia. Por otro lado, el ataque a In Amenas ha mostrado a los yihadistas la importancia estratégica y simbólica de las infraestructuras energéticas, permitiéndoles golpear simultáneamente los intereses de los gobiernos norteafricanos y occidentales. Pese a que Argelia reforzó inmediatamente la seguridad de sus fronteras y de sus instalaciones energéticas, el 27 de enero, apenas unos días tras el ataque a In Amenas, se registró otro en Buira, a un centenar de kilómetros al sudeste de Argel. El ataque pretendía volar el gasoducto que une el norte con el campo de Hassi R’Mel, el principal del país, con el resultado de tres muertos entre los guardias que vigilaban la infraestructura. Inmediatamente después, Túnez envió a sus fuerzas especiales para aumentar la protección de los campos del sur del país.

Aunque, como era de prever, Argelia actuó con la misma determinación de casos anteriores para desincentivar cualquier ataque semejante en el futuro, el coste de la toma de la planta de In Amenas puede tener consecuencias importantes a largo plazo. Argelia ya ha tenido dificultades recientemente para atraer a las compañías internacionales a su sector energético, dadas las limitaciones en las concesiones (que deben estar participadas mayoritariamente por Sonatrach) y unas condiciones fiscales poco atractivas. De hecho, consciente de las dificultades de atraer a las compañías extranjeras, el gobierno lleva meses anunciando la reforma de la Ley de Hidrocarburos y enviando mensajes, ciertamente contradictorios, acerca de una posible flexibilización de las condiciones de inversión en elsector energético, previsiblemente una mejora de la fiscalidad.

En este contexto, ya de por sí preocupante para el país, un deterioro de la percepción de seguridad por parte de las compañías extranjeras, muy sensibles a la seguridad física de sus empleados, puede complicar la logística de su actividad a corto plazo y, sobre todo, afectar negativamente a futuros proyectos de exploración y desarrollo en las zonas del país consideradas más expuestas. Esa situación se extiende a Libia, donde la incertidumbre respecto a la actitud del gobierno para con las compañías internacionales y su capacidad para controlar la seguridad de las instalaciones ya planteaba dudas importantes.

España interpelada

La creciente profundidad geopolítica de un norte de África ampliado tiene implicaciones energéticas importantes para España. En primer lugar, las empresas españolas están muy presentes en la región, si bien la planta atacada se encuentra muy alejada de los campos con intereses españoles. Cepsa evacuó preventivamente a su personal de los campos de Rhurde el Kruf, en la cuenca de Berkié, y Rhurde Rumi, en la cuenca de Berkine, aunque ambos se encuentran muy al norte de In Amenas. Los campos de Reggane Nord explotados por el consorcio que lidera Repsol en participación con Sonatrach, RWE y Edison, núcleo del proyecto gasístico del sudoeste (Southwest Gas Project), se encuentran también muy alejados geográficamente de la instalación atacada. En este sentido, y considerando el incremento de la seguridad de las instalaciones energéticas que previsiblemente se derivará de este incidente, no parece que los intereses inmediatos de las empresas españolas corran riesgos significativos.

Tampoco parece que puedan peligrar los abastecimientos argelinos de gas a España (alrededor del 40% de las importaciones españolas de gas en volumen y cerca del 45% en valor), ni al resto de Europa (Argelia es el tercer suministrador europeo de gas, tras Rusia y Noruega). Es cierto que, según el operador de red italiano, los suministros argelinos decrecieron del orden del 15% tras el ataque, pero en circunstancias normales la situación debería gestionarse con relativa facilidad. Respecto a España, la buena diversificación de los suministros de gas y la capacidad de GNL minoran el riesgo de desabastecimiento. Si ampliamos el foco para incluir el Golfo de Guinea, el norte de África ampliado supone casi el 60% de las importaciones españolas de gas, procedente básicamente de Argelia (40,8%), Nigeria (15,5%) y Egipto (2,5%). En el caso del petróleo, representa casi el 30% de las importaciones españolas: 15% de Nigeria, 8% de Libia (y en ascenso) y alrededor de un 6% de Argelia. España también se abastece de uranio de Níger, pero apenas en un 18%, y como ocurre con gas y petróleo, sus importaciones están muy diversificadas; nada que ver con la elevada dependencia francesa, que realiza casi la mitad de sus importaciones de uranio de minas controladas por empresas francesas en Níger.

Pero la capacidad de gestionar crisis puntuales en el corto plazo no debe conducir al conformismo a más largo plazo. La fuerte interdependencia energética con la macro-región norteafricana muestra que España, y la UE, no pueden permanecer ajenos al deterioro de la seguridad en el espacio sahelo-sahariano. Aunque los riesgos energéticos inmediatos parezcan gestionables en un primer análisis, obligan a los grandes importadores de la región, entre los que se encuentra España, a diseñar una estrategia creíble para afrontarlos. El ataque a In Amenas sugiere que una crisis persistente en el Sahel no podría dejar de tener efectos de desbordamiento sobre la seguridad energética conjunta de productores y consumidores en el Mediterráneo Occidental y, en ausencia de la intervención francesa en Malí, en el Golfo de Guinea. Al menos, así lo interpretan los mercados de crudo, que registraron alzas de precio importantes tras el ataque a la planta argelina.