Héctor Anabitarte
Limones Gürtel en el viejo Cabildo de Salta
(Página Abierta, 225, marzo-abril de 2013).

15 de febrero de 2013. Argentina. Provincia de Salta. En el viejo Cabildo de esta bella ciudad que enamoró a Salvador de Madariaga, llegamos a la sede del Museo Histórico del Norte. Hoy se recuerda con un solemne acto al general Manuel Belgrano, que fue además el creador de la bandera nacional. Salta tiene una heroica historia de luchas a su espalda y está orgullosa de sus prohombres, entre ellos, el general Arenales, que posibilitó el desembarco del general San Martín (héroe en Bailén contra las tropas napoleónicas) y muy particularmente Güemes, el valiente montonero, omnipresente en calles y estatuas, y también su hermana, que se distinguió combatiendo a los godos, como se les llamaba entonces.

Pero nuestra presencia en este acto no tiene por objeto recordar viejas batallas sucedidas hace 200 años. En la ceremonia están presentes el gobernador, el obispo, el rector de la Universidad y otras distinguidas personalidades (es significativo que ninguna de estas personas tenga en su ADN ni un gen de los llamados pueblos originarios). En Salta, desde hace milenios, viven humanos. Ochenta años antes de que llegaran los castellanos en el siglo XVI, esta región fue invadida por el inca. Después de la conquista de las armas castellanas, se instaló un virreinato, y posteriormente a la independencia del imperio español y el nacimiento de la República argentina, estas gentes continuaron aquí sin ocupar ningún cargo ni detentar ningún poder. Gobernador, obispo, rector..., todos ellos tienen algo en común: son blancos, caucásicos.

Pero nuestra presencia aquí no es verificar una injusticia histórica, ni ensayar una hipótesis socioantropólogica sobre la marginación secular de los pueblos originarios de estos valles. Nos trae a Salta un tema que tiene que ver con España. Con la corrupción en España. Con el caso Gürtel o con el caso Bárcenas: tanto monta, monta tanto. Aquí, en Salta, en un latifundio que triplica la superficie de la ciudad de Barcelona, se encuentra La Moraleja (nombre que remite a la distinguida urbanización madrileña). La enorme finca (propiedad de Sanchís, el socio de Bárcenas, y de su hijo residente en Buenos Aires) está dedicada al cultivo de limones (Argentina es el primer productor mundial y los limones de La Moraleja son comprados en exclusiva por Coca Cola), y no sólo de limones, en donde trabajan 1.700 personas. La Moraleja ocupa (oficialmente) unas 30.000 hectáreas, pero, según nos han informado, es más que probable que se hayan adueñado  de otras 70.000. Llegamos a Salta para averiguar qué opinan sobre el escándalo que estalló en España y que llega hasta aquí, a miles de kilómetros y con un océano por medio.

Asistimos a este acto para tomar contacto con la responsable de prensa de la Gobernación, una señora joven, educada, pero evidentemente sorprendida. Ni siquiera utiliza la excusa de decirnos que no es el momento adecuado para la entrevista. Incluso manifiesta cierto desconcierto, como si desconociera  la existencia de La Moraleja, la próspera empresa fundada en 1978.

Hablamos con otra periodista de un medio local: parece sincera cuando expresa que nada sabe del tema. Cuando le mencionamos que La Moraleja se instaló en Salta en 1978, dice: «Ah, claro, en los tiempos del Proceso» (con este subterfugio de ecos kafkianos se suele denominar a la dictadura de Videla, para no llamarla por su nombre), dando a entender que no le parece nada raro la vinculación de los militares de  entonces (hoy la mayoría de ellos juzgados y encarcelados) con los dueños de La Moraleja. Cuando expresa que la corrupción, en Salta, es casi una costumbre, nos apresuramos a comentarle, empatizando, que en España también es práctica habitual.

El actual gobernador de Salta toma, a dos pasos de nosotros, una naranjada (los demás tomamos unos vinos riquísimos); es uno de los hombres más adinerados de la provincia, y muy amigo del anterior gobernador, Juan Carlos Romero, íntimo de Sanchís y de su esposa. Este antiguo gobernador, verdadero sátrapa local, fue quien acompañó en varias oportunidades al matrimonio español para “agilizar” gestiones y allanar inconvenientes legales para instalar la explotación limonera. Además es muy amigo del actual mandatario y es también una de las personas más ricas de la provincia.

La Moraleja promete una inversión de 50 millones de dólares en el transcurso de la presente década. Conviene subrayar que en la Salta gobernada por Romero se comentaba que éste no dudaba a la hora de modificar leyes para enriquecerse  hasta límites obscenos. «Vive como un rey», nos comentan. También conviene recordar que La Moraleja recibió del  Instituto de Crédito Oficial (ICO) 18 millones de dólares a fondo perdido (nunca los devolvió).
Poco a poco, vino a vino, nos vamos enterando de más cosas. Al parecer no sólo de limones viven Sanchís y Bárcenas. Un malintencionado (pero muy bien informado) nos aporta el dato sin comprometerse a valorarlo, dejando que seamos nosotros los que atemos los cabos y saquemos las conclusiones: en 1978, cuando imperaba el terror implantado por los militares (terrorismo de Estado a gran escala), lo primero que se construyó en La Moraleja fue una pista de aterrizaje. La periodista del diario local nos dice que todas las avionetas que llegan a Salta desde Bolivia son sospechosas de transportar cocaína y que deberían instalarse radares. Más claro, agua... con limonada. Ya en los años noventa un semanario argentino, El Porteño, denunció que en La Moraleja aterrizaban avionetas (con cocaína) provenientes del país hermano y limítrofe.

El evento en el Cabildo transcurre de manera distendida. Una señora, mayor ella, vestida a la usanza gaucha (gaucha, pero con posibles) se acerca al obispo, le besa el anillo y dice de manera muy educada y elegante: «Viva la patria». El obispo, agradecido (huérfano de Papa), sonríe. Oportuna interrupción la de la patriótica dama, ya que en el mismo instante el rector de la Universidad acaba de pedirle más aulas. «Se han matriculado muchos más alumnos que el año pasado», comunica, y el hombre de Dios (abandonado sin aviso por el pastor supremo que vive en Roma) no exclama como la señora gaucha “Viva la patria”, sino dice (dando un trago a su vino blanco): «Me lo pensaré, ya hablaremos». 

Dictadura genocida, gobernadores corruptos, narcotráfico, créditos que no se pagan, perfecto territorio para los Sanchís-Bárcenas. Finalmente, he de comentar que La Moraleja está estrechamente vigilada por personal de seguridad, nada debe entorpecer un trabajo tan bien organizado. Es más fácil colarse en Génova, 13 y ocupar un despacho.