Henrike Knorr

Ahora que el tumor desaparecerá
(El Correo, 20 de abril de 2006)

            Dentro de Vasconia, pero más fuera de ella, es frecuente que en estas últimas semanas le pregunten a uno por el alto el fuego de ETA. Se diría que entre los vascos (ahora se dice 'vascos y vascas') la esperanza está ya consolidada, salvo en ciertos ámbitos donde reina la incredulidad total o parcial. Pero los forasteros quieren saber, y muchos nos muestran su verdadero afecto, deseándonos lo mejor. Ciertamente algunas cosas que me han llegado estas semanas, por un conducto u otro, me han emocionado.
            Y, sin embargo, algo que debería haber desatado la euforia lo hemos recibido aquí con un sentimiento mayoritario más cercano al alivio que a la ilusión. La razón es clara: desde hace muchos años nos han dado tantos palos, hemos tenido tantas desilusiones, que, a la vista del probable fin de la violencia, preferimos pensar: '¿Menos mal!', más que '¿Ay, qué felicidad!'.
            Miras atrás y piensas en el fin del franquismo, cuando reinaba, entonces sí, la ilusión. Alguien puede decir que éramos unos ilusos, y hay que darle su parte de razón. Esperabas la llegada de la democracia, pero con dolor seguías viendo que la sangre seguía corriendo, absurdamente, irracionalmente, con una transición lentísima (por ejemplo, cuatro años desde la muerte del dictador hasta el Estatuto de Gernika, cuando se podía haber reestablecido lo que el fascismo había arrebatado por las armas). Eran tiempos en que se escuchaba (o mejor, se adivinaba) lo del 'Algo habrá hecho', referido a los que caían asesinados o heridos, o eran secuestrados. Por fortuna, junto a otras personas de bien, más jóvenes, habías conocido muchas otras pertenecientes a aquella generación de la II República, nada proclives a la violencia, y con un sentido elegante de la política, y recordabas lo que uno de ellos, el industrial vitoriano Patxo Agirre, culto y sensato en su vasquismo abierto y a prueba de terremotos, te decía por entonces: «Al final, el franquismo, con su comportamiento dictatorial, ha influido en los jóvenes vascos».
            Ibas a las manifestaciones o concentraciones, en aquellos primeros años nada multitudinarias, o firmabas manifiestos, en contra de la violencia. Pero la maquinaria mortífera continuaba. ¿Por qué? ¿Para qué? Muchos vascos, y no pocos fuera de nuestro País, aplaudían a los violentos o al menos a su periferia. Creían en la necesaria presencia y actividad de ETA como una especie de 'Coyote', restaurador de la justicia y defensor de los indefensos. Claro que muchos caminos del contraterrorismo eran igualmente oscuros (torturas, GAL, etcétera). El panorama internacional era favorable a los proviolentos. Se entronizaba al Che Guevara, se cerraban los ojos ante las barbaridades del maoísmo y sus copias, se hablaba con desprecio de la 'democracia burguesa', había cierto halo seductor en las pistolas y en las bombas. Lo ha dicho el escritor Massimo Carlotto, antiguo ultraizquierdista, famoso en Italia por un error judicial que le mantuvo años en la cárcel; hablaba de Italia, pero sus palabras pueden ser aplicadas a otras partes: «Mi generación ha tenido una relación romántico-rebelde con el crimen», ('Avui', 12 de febrero de 2006).
            Y ahora parece que el tumor de la violencia desaparecerá de Vasconia. Retirado el tumor, podremos plantear algunas cuestiones fundamentales, y quizá ante todo cómo hacer posible la continuidad de Vasconia y su cultura, por encima de fronteras político-administrativas. Podremos discutir también de absurdos como el anacrónico caso de Treviño, enclave burgalés en Álava, enclave cuyos dos ayuntamientos llevan más de medio siglo (por no remontarnos más) reclamando volver a nuestra provincia. Discutiremos abiertamente de los despiadados ataques a la naturaleza y al paisaje, recordando que «el paisaje es sagrado», como escribió acertadamente Naipaul, el Premio Nobel de Literatura. Debatiremos sobre los barrios feísimos y los bárbaros derribos de la hora actual, y ya no hay franquismo para echarle la culpa; la mayor parte de las atrocidades arquitectónico-urbanísticas a esta parte del Bidasoa se han cometido después de 1975. Por no citar más que las cuatro capitales, se han desfigurado salvajemente la Cuenca de Pamplona y los entornos de Vitoria, Donostia y Bilbao, y el general Franco poco o nada tiene que ver con eso. Después de aquellos años de disparates arquitectónicos no han venido otros de cuidado y mimo hacia formas de construir dignas y humanas, salvo raras excepciones, y debemos preguntar qué hacen las autoridades, el Colegio de Arquitectos Vasco-Navarro y nuestra semidormida sociedad. Trataremos también de la suciedad que todo lo ha invade: ciudades con miles y miles de pintadas, campos, montes, playas y cunetas con toneladas de basura, espectáculo diario insufrible.
            Y, sin el tumor, será también el momento de hablar de la sociedad misma. Costará extraer igualmente muchos malos hábitos, producto directo o indirecto del matonismo y la chulería. Tampoco será fácil que vuelvan la cortesía y la educación, empezando por lo más elemental: saludar, pedir por favor, dar las gracias. Será duro pelear por la vuelta al respeto hacia los espacios públicos. Harto habrá que trabajar para suprimir la increíble picaresca social, que se lleva miles y miles de euros, y se lleva también, con sus efectos demoledores, la confianza en las instituciones y en el control del dinero de todos.
            Será necesario asimismo que la política cambie de arriba abajo, empezando por suprimir sin más ese enorme disparate de las listas cerradas en las elecciones. Las universidades públicas no puede seguir mendigando dineros, y han de erigirse valientemente en la vanguardia activa de la larga batalla por la cultura, en estos tiempos de descarada barbarie. ETB debe refundarse urgentemente, dejando de ser esa caricatura de la televisión con que soñábamos. La Sanidad no debe empujar más a la resignación de la gente (ahora se dice 'de los ciudadanos') por el retraso en las consultas.
            Y tiene que ser igualmente la hora del euskara. Han sido años de sermones eufóricos, señalando estadísticas y sacando a la luz esas procesiones anuales de las fiestas de la lengua, ocultando realidades nada halagüeñas de todos los días. La lengua vasca puede y debe ser, sí, objeto de mérito en los empleos. Más importante es que llegue al corazón de la gente, y que despierte en ella referencias de literatura y de música, de la Euskal Herri gozoa ('dulce Euskal Herria') por la que suspiramos, y ecos de civilización. Hay que dignificar el euskara, vehículo para pedir un taxi o para hablar de la Filosofía, tras siglos de desidia y persecución por propios (sí, por propios) y por extraños.
            Hay que hacer tantas cosas, ahora que el tumor desaparecerá