Heriberto Dávila
40 años de movimiento ecologista en Canarias.
Una historia necesaria por hacer
(Página Abierta, 166-167, enero-febrero de 2006)

 

La crisis ecológica mundial generada por la expansión de los sistemas socioeconómicos humanos casi hasta los últimos límites de lo conocido, caracterizada por la globalidad y la creciente irreversibilidad de los daños causados, por la modificación de los pasados equilibrios del planeta y la extensión de macrocontaminaciones ya no circunscritas a ecosistemas o regiones determinadas, sólo se hace evidente y palpable a partir de la segunda mitad de la década de los sesenta. Esta lenta pero creciente constatación de crisis se combina en nuestro archipiélago con una creciente percepción del gran cambio acaecido en Canarias con la llegada del desarrollo turístico, y las consecuencias que éste genera en todas las áreas: infraestructuras, urbanización de la vida cotidiana o pérdida de valores “tradicionales”.
En nuestro archipiélago también se dan algunas circunstancias importantes que determinan el tipo de ecologismo que hemos vivido. Algunas de éstas se podrían resumir en la fragilidad y limitación del territorio y, por ende, de los recursos, y la lucha que se ha desatado desde tiempos bastantes pretéritos por su control. Esta limitación del territorio provoca una marcada “topofilia” que se ve incrementada en tanto en cuanto el proceso de desarrollo se profundiza y se hace más evidente.
Además, a todo esto se une la lógica falta de libertad que generó el franquismo para dar posibles salidas o soluciones a esta época de cambios y conflictos a finales de los años sesenta y principios de los setenta.
En este contexto se va generando en Canarias la “toma de conciencia” sobre nuestra situación medioambiental y, a grandes rasgos, aparece poco a poco lo que denominaremos aquí movimiento ecologista.
La acción colectiva, las ideas y los discursos que se agrupan bajo el nombre genérico de ecologismo son tan diversos en Canarias (y en el resto de Occidente) que hacen dudar sobre la misma idea de un movimiento. Pero, como afirma Castells, «es precisamente esta diversidad de teorías y prácticas lo que caracteriza al ecologismo como una nueva forma de movimiento descentralizado, multiforme, articulado en red y omnipresente
» (1).
Antes de comenzar a desgranar la historia del movimiento en Canarias, quería hacer una referencia a algunas peculiaridades propias que le caracterizan en nuestro archipiélago, que no por evidentes dejan de tener una gran importancia. Algunas de éstas son la fragmentación insular, que complica sobremanera no sólo la coordinación entre los colectivos de distintas islas, sino también la coordinación con el resto del movimiento ecologista a escala estatal. La geografía también cobra una gran importancia con la fragilidad y limitación del territorio, que hace el deterioro del medio mucho más visible. De esta forma, los “hitos del proceso de desarrollo” (centrales, incineradoras, carreteras, etc.) son imposibles de ocultar: ninguna instalación importante queda a más de uno o dos kilómetros de distancia de la población, por lo que suele tener una incidencia directa sobre ella. Precisamente es esta visibilidad del deterioro y la cercanía de los afectados las que hacen al movimiento ecologista en Canarias tener una conexión muy importante con las preocupaciones cotidianas de los ciudadanos. Además, la importancia de las apuestas del Estado en la militarización del archipiélago (lanzaderas, radares, legión, campos de tiro, etc.), así como un creciente respaldo social al pacifismo, hacen del antimilitarismo y de la defensa del territorio contra los intereses militares –donde Fuerteventura y El Hierro se llevan la palma– un aspecto fundamental de la historia del ecologismo canario.

Las etapas del movimiento ecologista

Las primeras señales de este movimiento amplio las constituyen las ideas e inquietudes en 1966 en torno a lo que posteriormente fue la Asociación Canaria de Amigos de la Naturaleza (ASCAN) en la isla de Gran Canaria, una de las primeras asociaciones de este tipo en todo el Estado.
Establecer una tipología de este variado movimiento ecologista canario se muestra como una tarea bastante compleja no sólo por la complicación de “etiquetar” a cada uno de los colectivos o formas organizativas que se han ido gestando desde sus comienzos, sino también por la propia evolución que cada colectivo ha ido teniendo en estas décadas a partir de la transición democrática. De todas formas, nos atreveríamos a comentar que durante esos años setenta y ochenta, la gran mayoría de los colectivos, o las luchas de carácter ambiental, han tenido un origen marcado por su carácter conservacionista (2) o por la defensa de derechos básicos ciudadanos o de su propio espacio (3). Lógicamente, esto no quiere decir que estas características se mantengan “eternamente”, y, por otra parte, deberíamos decir que en realidad lo que se produce es una continua convivencia durante estas décadas de todas las tipologías del movimiento.
Podríamos caracterizar la primera etapa del fenómeno “ecologista” como fundamentalmente conservacionista. Esta etapa comienza, como hemos dicho antes, a finales de los sesenta y empieza a mutarse en los últimos años setenta. Son años de honda preocupación por la fauna, las plantas o los espacios naturales. Este período se caracteriza por la importancia de colectivos como ASCAN y ATAN (Asociación Tinerfeña de Amigos de la Naturaleza), pero también de pequeños colectivos que comienzan a nacer a mediados de los setenta y transforman poco a poco el panorama asociativo ecologista.
Estos dos colectivos, ASCAN y ATAN, tenían características muy parecidas; los dos comienzan su andadura en los mismos años y con temáticas similares, y los dos están conformados mayoritariamente por técnicos y sectores universitarios. Destacaron estas organizaciones por sus informes sobre aves y plantas en peligro de extinción, por su preocupación en torno a la problemática de los espacios naturales, y por desarrollar la primera propuesta para la declaración de parques marinos en las Canarias orientales. Estas campañas, lógicamente, sembraron una “semilla” que muchos jóvenes comenzaron a recoger.
Aunque en esta década persiste la defensa del medio natural y el paisaje, con los tímidos inicios de las libertades políticas, a partir de 1976, surgen asociaciones de diversa índole, preocupadas por temas de mayor contenido social, como el impacto del turismo o los residuos y la contaminación. Éstas comienzan a impulsar una “respuesta ciudadana” que predominará en los siguientes años. Es la respuesta que inicia la etapa medioambientalista, una etapa donde las clases medias urbanas tienen un gran protagonismo en la crítica a un modelo que cada día se les desenmascara de una forma más evidente. Se desmorona la “utopía urbana”, y estos sectores sociales son influidos además por las nuevas ideas que se respiran en estos años. El pacifismo, el nacionalismo y los valores identitarios se mezclan con las ideas ambientalistas, lo que transforma de una manera rápida el naciente movimiento ecologista. La forma de esta respuesta puede ser organizada de una manera más estable o bien puede ser esporádica en forma de plataformas o manifestaciones puntuales.
Así, en estos años nacen en Gran Canaria colectivos como Magec (1976) o Azuaje (1977), muy influenciados, sobre todo este último, por esa visión más amplia de la lucha ecológica. Magec y Azuaje fueron colectivos con un marcado carácter ecopacifista
,de un envidiable dinamismo, que organizó actividades y luchas variadas, como por ejemplo, campañas de limpieza de playas, contra los juguetes sexistas, a favor de los carriles bicis o contra la OTAN.
A mediados de los años setenta nace también el colectivo Aulaga en Fuerteventura que, con una base social primigenia de maestros y profesores, comienza la lucha en defensa de las dunas de Corralejo y extiende sus labores al pacifismo y el antimilitarismo.
Entre tanto, en Tenerife nacían varios colectivos a finales de los setenta y principios de los ochenta que combinaban los contenidos conservacionistas con la “ecología social”. El más importante de ellos fue el Movimiento Ecologista del Valle de la Orotava (MEVO). Este colectivo del norte de Tenerife nace en 1979, aglutinando diversos sectores sociales (como maestros, estudiantes universitarios, trabajadores de hostelería, etc.) bajo una honda preocupación por el deterioro urbanístico que se vive en la zona de La Orotava (4). Este colectivo vive una crisis interna en 1982 que lo hace desaparecer como tal, aunque muchos de sus componentes van a seguir vinculados al ecologismo activo.

La profusión de grupos ecologistas

La década de los ochenta se convierte en una época de profusión de colectivos ecologistas de distintas dimensiones y características, en la que se van desarrollando sus propiedades. La lista de pequeños colectivos locales que nacen en esta época (de 1982 a 1992) y que tienen una corta vida activa (entre dos y cinco años) es bastante extensa. Sus diferencias derivan de las inquietudes de sus componentes y de las circunstancias peculiares del período en que se desarrollan en cada comarca o isla. Así, las distintas asociaciones que proliferan en La Gomera y La Palma manifiestan cierta propensión a abordar cuestiones referentes al modelo de desarrollo y a la ordenación del territorio (5). Las de Fuerteventura, como ya hemos dicho, imprimen a su acción un marcado carácter antimilitarista, además de preocuparse por cuestiones de gran relevancia insular (como el modelo energético). En las islas centrales los colectivos son muy variados, y su labor abarca distintos temas (como la contaminación marina, los problemas del litoral, el patrimonio histórico-cultural, la calidad de vida en la ciudad, la educación ambiental, etc.). Caso aparte supone la importancia del Guincho en Lanzarote, vinculado en sus orígenes a una figura de la importancia de César Manrique.
Junto a esta actividad asociativa más constante y estable, en Canarias, al igual que en otras zonas del mundo occidental, conviven otras fórmulas de organización social y formas de lucha, que en algunos casos nacen producto de la espontaneidad de unos vecinos y otras veces son fomentadas por la “oposición” política municipal; en suma, tienen objetivos concretos y una clara visión a corto plazo: en ocasiones, cuando acaba el problema, se acaba la lucha (6). Fue el caso, a mediados de los ochenta y principios de los noventa, de plataformas ciudadanas como la Coordinadora en Defensa del Rincón “Oponte al puente-Ponte al mar”; la lucha vecinal en oposición a la urbanización del palmeral de Santa Brígida, en Gran Canaria; la movilización por la playa de Valleseco (Tenerife), o los posicionamientos de la mayoría de vecinos de El Hierro o de Fuerteventura contra sendos radares militares en Malpaso y La Matilla. Destacables en este sentido fueron sin duda las movilizaciones desarrolladas por numerosos ciudadanos en defensa de las playas de Gran Canaria, que en el verano de 1988 lograron llevar con contundencia a la opinión pública las ideas de defensa de las playas como lugar de uso público, así como la necesidad imperiosa de su conservación.
Aunque había habido algunas experiencias conjuntas en distintas actividades o luchas, y también había habido intentos de coordinación entre colectivos en diversos momentos, no es hasta 1987 cuando hay un impulso decidido por parte de la mayoría del ecologismo canario en buscar fórmulas concretas para que se den mayores grados de unidad y coordinación.
Una de las primeras experiencias exitosas en este sentido son las I Jornadas “Salvar Canarias”, donde en Las Palmas de Gran Canaria, y a iniciativa e impulso de Veneguera, se reúnen por primera vez en la historia representantes de organizaciones ecologistas de todas las islas. Los organizadores centran el debate de estas jornadas sobre el sistema económico turístico imperante en el archipiélago y sus consecuencias,  además de las posibles soluciones que el ecologismo canario podía aportar.
En parte por esta clase de experiencias, y en parte por una mayor madurez del movimiento, los distintos colectivos ponen en marcha un proceso más estable de debate y coordinación que haga mucho más efectivas las luchas en defensa del patrimonio natural y cultural del archipiélago. En ese sentido, se convocan unas reuniones anuales, que se celebran rotativamente en distintas islas, y que se comienzan a denominar Asamblea del Movimiento Ecologista Canario (AMEC).
Durante el final de los años ochenta y principios de los noventa, la AMEC ha apoyado varias luchas, siendo de las más destacadas la campaña de apoyo a la Coordinadora “Salvar el Rincón”, ante los intentos de urbanización de ese espacio agrícola de La Orotava, para lo cual se ejerció la Iniciativa Legislativa Popular con el fin de proteger la zona, lo que llevó a la recogida de más de 15.000 firmas (7). Otra lucha que promocionó la AMEC es la extensión de la pelea de la Asamblea Irichen a todas las islas contra los intentos de modificar la Ley de Espacios Naturales de Canarias para urbanizar el Charco Verde (La Palma).
Lógicamente, pese a esta esperanzadora trayectoria, no faltaron momentos difíciles y de conflicto en este proceso.

La federación ecologista Ben Magec
 
Aun así, este proceso de asambleas llevó casi inevitablemente a una forma de organización todavía más estable, la federación ecologista canaria Ben Magec. En la asamblea fundacional, celebrada en La Palma en febrero de 1991, firmaron como asociaciones fundadoras Altahay, ASCAN, el Colectivo de acción ecológica “Barrilla”, Cueva del Sol, Imidauen, La Vinca, Palo Blanco y Veneguera por Gran Canaria; ADENIH por El Hierro; Agonane por Fuerteventura; ATAN por Tenerife; El Guincho por Lanzarote; La Centinela por La Palma, y Guarapo por Gomera. Unos pocos meses después ASCAN y Barrilla se salen de la lista.
Con altibajos importantes, la organización de esta federación fue aumentando, y a partir de finales de los noventa da un giro importante. Deja de ser una simple coordinadora de “reuniones y campañas aisladas” para pasar a ser cada vez más una estructura organizada, que empieza a tener una importante presencia mediática y comienza a desarrollarse en sí misma como una identidad propia dentro del movimiento, donde la renovación generacional, el notable incremento de socios, la creciente infraestructura en Tenerife y Gran Canaria, así como la implicación en la confederación Ecologistas en Acción cambiarán su fisonomía para siempre.
De esta forma, estos últimos años han vuelto a demostrar la importancia de un movimiento social como el ecologista en Canarias, donde desde el año 1998 se han sucedido las manifestaciones y movilizaciones más importantes del archipiélago, y quizá de casi todo el Estado. En estos últimos años se han promovido cuatro iniciativas legislativas populares con un fuerte apoyo; manifestaciones contra el crecimiento turístico como la de Veneguera o Lanzarote, que congregaron a más de 10.000 personas cada una de ellas;  manifestaciones contra la política especulativa en el litoral, en el Frente Marítimo de Las Palmas de Gran Canaria y Granadilla, esta última con más de 60.000 personas movilizadas; o la que reunió a más de 10.000 canarios de todas las islas que se han concentrado contra la militarización de El Hierro.
Todo esto demuestra que el movimiento ecologista en Canarias no sólo está vivo, sino que será digno de estudio de historiadores en el futuro, como el movimiento social más importante del archipiélago en la transición entre el siglo XX y XXI.

______________________
(1) Castells, M. (1997), La era de la información. Vol. 2, El poder de la identidad
, Alianza Editorial, Madrid.
(2) Las definiciones de las organizaciones denominadas bajo este término son variadas según los distintos autores. Recogemos aquí una de Castells: «Se definen como amantes de la naturaleza y apelan a ese sentimiento en todos nosotros, prescindiendo de las diferencias sociales. Operan mediante las instituciones y utilizan a menudo la influencia política con gran destreza y determinación. Se basan en un amplio apoyo popular, así como en las donaciones de las elites acomodadas de buena voluntad y de las empresas (...) desconfiando de ideologías radicales y la acción espectacular que está en desacuerdo con la mayoría de la opinión pública» (Castells, 1997).
(3) Es lo que algunos autores como Ramón Folch o Riechmann llaman ambientalismo: «... Que luchan por un mejor ambiente y una mejor calidad de vida para los seres humanos, desde un punto de vista antropocéntrico». Folch, R. (1977), Sobre el ecologismo y ecología aplicada, Ed. Ketres, Barcelona; y Riechmann, J. y Fernández Buey, F. (1994), Redes que dan libertad, Paidós, Barcelona. Otros autores como Castells lo denominan como la movilización de las comunidades locales en defensa de su espacio, que «constituye la forma de acción ecologista de desarrollo más rápido y la que quizá enlaza de forma más directa con las preocupaciones inmediatas de la gente con los temas más amplios del deterioro ambiental» (Castells, 1997).
(4) La labor del MEVO en este tema de los espacios naturales fue de tanta relevancia, que el Cabildo de Fuerteventura le pidió a este colectivo que le ayudase en la catalogación de los espacios a proteger en la isla oriental. (Entrevista a Juan Pedro Hernández, en La Orotava en julio de 2002).
(5) Importante experiencia de unidad de acción y de debate fue la Asamblea Irichen, compuesta, a mediados de los ochenta, por varios colectivos ecologistas palmeros, que tuvo sus principales preocupaciones en la gestión de los espacios naturales y los residuos.
(6) Esto no quiere decir que las ocasiones de luchas de este tipo no hayan hecho brotar conciencia ambientalista en sectores sociales, y que de hecho algunos colectivos ecologistas se hayan nutrido de ciudadanos que han participado en ellas. Incluso algún grupo debe su fundación a una lucha de este tipo.
(7) Un hecho importante a destacar es que en la historia democrática de Canarias las iniciativas legislativas populares que se han presentado y han sido aceptadas en el Parlamento han tenido en su mayoría un claro cariz “ecologista”.

.