El Correo y Diario Vasco, 6 de agosto de 2019.
Bucear en lo que cada uno de nosotros hicimos cuando los tiros y las bombas formaban
parte de nuestro paisaje suele romper muchos espejos. Nadie dijo que recordar fuera
fácil. Pero eso es parte del proceso, quienes fueron en el mismo tren que ETA deben
adaptarse a un nuevo escenario, y si es por convicción mejor. Porque el ejercicio de la
violencia, o la defensa de la misma, embrutece y deshumaniza. De ahí que tengamos
que reconstruir pieza a pieza el paisaje moral que nos rodea.
En nuestro caso además, la ética adquiere una centralidad evidente. Porque aquí la
garantía de no repetición no se refiere tanto a la aparición de una nueva banda
terrorista, sino a la no repetición de los valores y las ideas que hicieron posible el tiro
en la nuca. En ese marco de preocupaciones la deslegitimación social de la violencia es
lo prioritario, por urgente, por determinante.