Ignasi Álvarez
Cataluña tras el referéndum.
Ahora toca ir a las urnas

(Página Abierta, 172, julio de 2006)

            Comencemos con una somera valoración de los resultados del referéndum sobre el nuevo Estatuto de Cataluña, celebrado el pasado día 18 de marzo.
El voto afirmativo sumó el 73,9%, mientras que el voto negativo alcanzó el  20,8% y la participación  rozó, sin alcanzarlo, el 50%.
            El análisis por comarcas confirma que los votantes del PP han alimentado gran parte del voto de rechazo al Estatut, como ya habían detectado las encuestas. Una mayoría de los votantes del PP han  secundado las consignas de su partido.
En lo que respecta a ERC, el otro partido que promovía el no, las encuestas ya apuntaban que cerca del 50% de los votantes de ese partido pensaban respaldar el sí. Finalmente, un tercio de los votantes de ERC desoyó la consigna del no. El voto negativo obtuvo en varias comarcas casi diez puntos menos que ERC en las elecciones de 2003. Los resultados eran claros, las valoraciones no tanto. ERC, en boca de Carod Rovira, se mostró autocrítico: «No hemos hecho las cosas bien».
            Radicalmente distinta fue la posición del PP, empeñado en deslegitimar la victoria del sumando la abstención al no, y considerando ilegítima la aprobación de un Estatuto con menos del 50% de participación.
Para el PSC, CiU e ICV, la victoria del era tan contundente como previsible. Para el inquilino de La Moncloa, que se ha implicado a fondo para que el Estatut saliera adelante, era también una buena noticia y un dolor de cabeza menos.
Una abstención por encima del 50% resulta bastante normal en ese tipo de consultas, pero sugería lo que era un secreto a voces: que el nuevo Estatuto no nacía del clamor popular de una sociedad movilizada al respecto.
            Resuelto el trámite, la atención de los partidos se centra ya en las elecciones. El anuncio de la retirada de Maragall introduce nuevos interrogantes. Los  resultados electorales tendrán distintos efectos en  la hipótesis probable de que el PSC no cuente con  un resultado que le permita rehacer un Gobierno de coalición. En ese caso, la seria acción política institucional de Iniciativa como socio del Gobierno se verá mal recompensada: quedará  reducida  a los ayuntamientos, que no es poco, aunque sea menos que la presencia institucional y política que ahora  tenía en el Gobierno.
            La renuncia de Maragall a presentarse como candidato parece  debilitar las oportunidades del PSC para seguir en la Generalitat, mientras que CiU mejora sus expectativas de volver al Gobierno en las elecciones de otoño. Sería una sorpresa que el PSC, con Montilla como candidato, pudiera obtener un resultado que le permitiera   formar un Gobierno de coalición. Que el tripartito no pueda reeditarse tranquilizará a quienes, en el PSOE, y también en el PSC, consideran que la alianza con ERC ha tenido un coste excesivo.

La despedida de Maragall

            A Maragall le hubiera gustado una participación por encima del 50%, pero haberse quedado rozando el 50% no parece que haya  influido en su decisión de no presentarse como candidato a la presidencia de la Generalitat, que parecía tener tomada hace tiempo.
            Maragall no tenía más opción que lograr como fuera la aprobación final del Estatut. En su opinión, eso justificaba con creces la conflictividad que ha marcado una legislatura que ha tenido también muchos aspectos positivos, a los que la omnipresencia del Estatuto ha restado visibilidad. Maragall, en la comparecencia para anunciar su renuncia, afirmó que los Juegos Olímpicos que impulsó como alcalde de Barcelona y la aprobación del Estatuto colman su trayectoria política: «He cumplido mis objetivos personales como partido y como Gobierno».
            Maragall se retira asegurando su entronización en la historia de Cataluña, sin arriesgarse a una posible derrota en las próximas elecciones. Anunció su decisión a altas horas de la noche a El Periódico de Barcelona antes de viajar a Madrid para reunirse con Zapatero. Evitaba de ese modo que el anuncio de su renuncia a presentarse como candidato a la presidencia de la Generalitat se hiciera en Madrid antes que en Barcelona, lo que no habría resultado muy acorde con la liturgia autonómica. Pero, sobre todo, evitaba dar pábulo a las insinuaciones, que tanto ERC como CiU han venido propagando, sobre  presiones de La Moncloa y del PSOE para que  no se presentara a la reelección. Tampoco el PSC se mostraba entusiasmado ante la idea de un segundo mandato de Maragall, y éste, probablemente, no estaba seguro de obtener un  resultado que le permitiera presidir el próximo Gobierno de Cataluña. Nunca ha ocultado Maragall que la idea de ejercer el papel de jefe de la oposición no le motiva lo más mínimo.
            Si algo debe la ciudadanía de Cataluña agradecer a Maragall es haber cuestionado la creencia, construida por Jordi Pujol a lo largo de sus  sucesivos mandatos, de que ningún partido podría tener la osadía de intentar deshacer la identificación patrimonial de Catalunya con CiU, y lograrlo. Él lo hizo.   

Las desventuras de ERC

            La decisión final de ERC de votar no en el referéndum del Estatuto ha coronado una serie de errores de los dirigentes de ese partido a lo largo de toda la legislatura, que se inició con el viaje a Perpiñán y siguió con la alegre quema de ejemplares de la Constitución española por parte de las juventudes de ERC, en un momento en que arreciaba la campaña del PP contra Zapatero.
            El consejero de Gobernación Joan Carretero, de ERC, iniciaba su tarea de demolición del tripartito arremetiendo contra Zapatero y obligando a Maragall a destituirle so pena de mostrarse como un presidente de Gobierno sin autoridad. En la última remodelación del Gobierno, Carretero impuso como nuevo consejero de Gobernación a un miembro destacado de su partido, imputado judicialmente por haber exigido una contribución a funcionarios y empleados de las consejerías controladas por ERC.
            La decisión final de ERC de pedir el no al Estatut, impuesta a la dirección por las asambleas de  militantes, fue la  vuelta de tuerca que precipitó el fin del tripartito. Paralelamente, ERC se había convertido en un aliado crecientemente incómodo para Zapatero, del que dejó de depender al contar con la oferta de apoyo parlamentario de CiU para sacar adelante el Estatut, con los recortes que fueran necesarios.
            Llama la atención la dudosa racionalidad política de las decisiones últimas de ERC. No sólo indica improvisación y desconcierto, fruto en buena medida de las presiones internas en un partido sin un liderazgo asentado y con muchas baronías territoriales. En ese contexto, la apelación a los militantes más ideologizados resulta tan sencillo como peligroso: todo lo que no sea el objetivo final, la independencia, puede ser tildado de tibieza o de traición. Un sector de Esquerra ha intentado hacer compatible el ideal independentista con el pragmatismo que implica formar parte de un Gobierno que, mayoritariamente, no comparte ese horizonte. Otro sector, por el contrario, estaba dispuesto a forzar la ruptura del tripartito. El no final de ERC, impuesto por las asambleas de militantes, con el apoyo de una parte de la dirección, ha  roto el frágil equilibrio dentro de ERC, forzándole a afrontar, a unos meses de las elecciones, un debate interno sobre la línea y el liderazgo del partido.
            Carretero y el sector que le apoya, que lograron imponer el no, se han apresurado ahora a hacer responsables a los actuales dirigentes del escaso apoyo que los simpatizantes de ERC han dado a la decisión de votar no en el referéndum, y han reclamado la celebración de una Conferencia para cambiar la dirección. Carod les ha recordado que no habrá Congreso hasta que toque, dentro de dos años. Ha afirmado también  la voluntad de ERC de estar presente en las instituciones.  Lo que exige pragmatismo y capacidad de negociación con otras fuerzas políticas, aunque éstas no compartan los ideales independentistas. Recordando la imposición del no por las asambleas de militantes, Carod afirma que ERC debe prestar más atención a las opiniones de los votantes de Esquerra que a las de los militantes.
            Carod defiende un modelo de partido orientado a ampliar su peso en las instituciones y no una fuerza política antisistema al margen de éstas. La propuesta de Carod, sus llamadas al realismo, casan bien con la cultura política de un partido de gobierno. Pero esa pedagogía política probablemente llega tarde, y no es nada probable que ERC pueda formar parte del próximo Gobierno de la Generalitat. Estando fuera del Gobierno, no es claro que el discurso pragmático que preconiza Carod pueda encontrar más apoyo en las filas de ERC que el discurso radical.