Ignacio Escolar
EL PSOE: Crónicas de una crisis

Asesinato en la ejecutiva federal
(eldiario.es, 29 de septiembre de 2016).

No hay precedentes. No se olvidará muy fácilmente. Aún no ha terminado la guerra total desatada en el PSOE y el partido y su credibilidad están ya heridos, muy gravemente. Hará falta perspectiva, algo de tiempo y una sonda de gran tamaño para medir la profundidad del agujero que ha dejado en el PSOE, en su militancia, en sus votantes y en toda la izquierda española el cañonazo de los críticos del partido contra el secretario general agonizante.

Pedro Sánchez no es completamente inocente en todo lo que está ocurriendo. Tiene especial mérito conciliar un rechazo tan visceral como transversal entre dirigentes del partido tan distantes como Madina y Susana, como Chacón y Rubalcaba, como Felipe y Zapatero. Es cierto también que, de considerarlos injustos, Sánchez debería haberse rebelado mucho antes contra los criterios que impuso el comité federal para las negociaciones durante la investidura. Es falso que el ‘no’ a Rajoy sea el único motivo del incendio. Y es igualmente criticable la estrategia negociadora que llevó a cabo en la pasada legislatura, empezando a pactar con Ciudadanos cuando su único aliado imprescindible era Podemos.

Puede también que Sánchez sea ambicioso, que busque controlar el partido, que piense en su supervivencia personal, que haya tomado decisiones equivocadas o arbitrarias, que escuche más a los que le dan la razón que a los que se la quitan, que se apoye en las bases para resistir a sus rivales internos o en otros dirigentes para restar poder a sus críticos... Que sea entonces exactamente igual que la mayoría de los líderes políticos que conozco del PSOE o de todas las demás fuerzas políticas.

Nada de todo esto justifica que el primer secretario general de la historia del PSOE elegido directamente por los militantes caiga con un golpe de mano de 17 dimisiones. Es desproporcionado. Es indefendible. Es propio de otro siglo. Es una estrategia cortoplacista y suicida. Es no entender a tus votantes ni el país en el que vives ni la situación política a la que te enfrentas ni las causas del deterioro del PSOE en estos últimos años.

El PSOE, como todo partido, tiene el derecho y la obligación de cambiar de líder si considera que el que hay no les vale. Pero no de este modo: con un golpe interno donde hace falta mirar con lupa los estatutos y contar al fallecido Pedro Zerolo como dimisionario para ver si hay ejecutiva o no, si hay gestora o no, si los de Ferraz son aún la dirección del PSOE o unos okupas a los que hay que desahuciar con la ayuda de la policía y un cerrajero.

Si realmente los críticos están tan seguros del respaldo masivo del partido en contra de su secretario general, ¿por qué no matar a Sánchez sin recurrir a este método? ¿Por qué no esperar al menos hasta el comité federal del sábado y que allí se pronuncie en votación una representación más amplia?

Si realmente Pedro Sánchez es un líder tan nefasto, tan desastroso, tan lamentable como ahora lo retratan quienes antes le apoyaron, ¿por qué no quieren confrontarlo en unas primarias?


El marrón de la abstención
(eldiario.es, 30 de septiembre de 2014).

“Hay que darle un Gobierno a España”, dice Susana Díaz, dice Alfredo Pérez Rubalcaba, dice Eduardo Madina y dicen todos los críticos con Pedro Sánchez que estos días han querido hablar. Todos lo dicen, pero casi ninguno termina la frase. Hay que darle un Gobierno a España… un Gobierno de Rajoy.

El debate sobre si el PSOE debe permitir la investidura del presidente de los sobres es perfectamente legítimo y entendible en ese partido. No creo que todos los dirigentes y votantes del PSOE que defienden la abstención estén a sueldo del Ibex o al servicio del PP. Hay un argumento muy pragmático para ello: que la izquierda podría pasar de Guatemala a guatepeor. Si no sale otro Gobierno alternativo –cosa que es difícil y no depende solo del PSOE– y se repiten elecciones, casi la única certeza es que le irá aún mejor al PP, y que Mariano Rajoy tendrá las manos mucho más libres. El año sin Gobierno, el año de las tres elecciones, terminaría así con Rajoy renacido y la izquierda más dividida e irrelevante.

También hay buenos argumentos para defender el no, no solo por una cuestión de pura coherencia; por cumplir con la palabra dada a tus votantes ante un candidato al que Sánchez llamó con razón “indecente”. Antes de rendirse ante Rajoy, hay que agotar todas las vías posibles de un Gobierno sin el PP y eso aún no se ha hecho a fondo –las posiciones de bloqueo pueden cambiar a medida que los distintos partidos cojan miedo a una repetición electoral–. Además, para el PSOE, es posible que sea incluso más dañino convertirse en la muleta de un presidente enfangado en la corrupción que unas nuevas elecciones cuyo resultado, aunque previsible, no está decidido.

Lo que es indefendible es apostar por la abstención y no decirlo: querer solucionar este debate con un golpe interno y una gestora para evitar así las críticas de la militancia y de los votantes, para que no te culpen de haber tomado tú la decisión. Para no pasar a la historia como el líder socialista que le abrió la puerta de La Moncloa a Mariano Rajoy.

Hablemos claro: lo que siempre ha pretendido Susana Díaz no es "pensar en España" antes que en el partido o ella misma. Es que fuese algún otro –a ser posible el propio Sánchez– quien se comiese el marrón de la abstención.

Susana Díaz pudo presentarse a las primarias del PSOE de 2014 y al final no lo hizo. No lo hizo por propia voluntad, no porque no quisiera liderar el PSOE. Su intención era distinta: llegar a la secretaría general del PSOE por proclamación, y no por competición. Que fuesen unas primarias a su manera, con una única candidata.

Para ello, en 2014, necesitaba que todos los demás candidatos de renombre se apartasen. Carme Chacón se apartó. Patxi López se apartó. Pero Eduardo Madina dijo que no se apartaba, a pesar de la tremenda presión que se desató contra él; hasta el rey emérito en esto se empeñó.

Como Madina no se rindió, Susana Díaz no pudo ser proclamada secretaria general sin competición, como pretendían la mayor parte de los barones y notables del partido. Así que no quedó más remedio que pasar al plan B. Ese plan B fue Pedro Sánchez, al que Susana Díaz apoyó a cambio de un compromiso: que le apoyaba en la secretaría general a cambio de que el candidato a presidente del Gobierno se decidiría en un año, cuando ella ya hubiese ganado en las urnas la presidencia de la Junta, en vez de heredarla, y estuviese en mejor posición.

Más tarde ocurrió lo que siempre ocurre en política: pones a alguien en el sillón y ese alguien después actúa como si fuese libre y no te guarda lealtad –exactamente lo mismo que hizo Susana Díaz con Manuel Chaves y Pepe Griñán–. Además, las cosas no sucedieron como muchos esperaban: el resultado de las autonómicas y municipales fue bastante bueno para el PSOE, que  recuperó gran parte de su poder institucional –a diferencia de las derrotas vascas y gallegas, nadie responsabilizó a Sánchez de aquellas victorias–. Además, Susana Díaz quedó atrapada en una investidura que llevó varios meses porque el PP se negó a hacer en Sevilla lo que ahora pide al PSOE en Madrid (abstenerse). Contra el pronóstico de muchos en el partido, Sánchez acabó siendo el cartel electoral.

La presidenta andaluza perdió el tren de las primarias de 2014. Pero no es la única vez que lo ha dejado pasar, siempre por idénticos motivos: por exceso de táctica y falta de valentía política. También pudo pedir un Congreso tras las elecciones del 20 de diciembre, y durante semanas barajó esa opción. Hubo todo tipo de planes y reuniones para preparar ese desembarco, pero de nuevo Susana Díaz no se atrevió.

Ahora estamos en un punto absurdo donde ambos bandos enfrentados supuestamente piden lo mismo: unas primarias y un Congreso. Pidiendo supuestamente lo mismo, hay unos que han preferido ganar la discusión por medio de un golpe palaciego con 17 dimisiones y una interpretación más que discutible de los estatutos, como si estuviesen en una peleíta de las juventudes socialistas y no intentando cambiar al primer secretario general votado por los militantes.

"Al secretario general del PSOE solo le puede cesar el Congreso o una moción de censura en el comité federal. Que yo sepa, el grupo Prisa no puede cesar al PSOE", dice Josep Borrell, y tiene toda la razón. 

Borrell también defiende que “no es una pelea de buenos y malos, es una lucha por el poder”, y en esto también acierta. Muchos de los enemigos internos del secretario general se los ha ganado él solito. Las mismas artes que aplica Susana Díaz y su gente contra Sánchez ha empleado César Luena contra prácticamente todas las federaciones. La escuela de ambos es también la misma: las juventudes socialistas. Un lugar que aplica en la política una selección natural similar a la que aparece en la novela de ciencia ficción ‘Los juegos del hambre’: metes a un montón de chavales en un coto cerrado, dejas que se maten entre ellos y al que sobreviva le nombras secretario de organización.

Supuestamente, la discusión no es por el congreso ni por el método, sino por la fecha, y por quién manda hasta la fecha. ¿Por qué tienen tanto interés en esto? ¿Por qué montar un golpe palaciego tan desproporcionado y que tanto daño hace a todo el partido y a la izquierda en general? ¿De verdad la única manera que encontraron de cambiar al capitán era hundir el barco? ¿Y todo esto simplemente por la fecha del congreso? ¿De verdad?

El argumento de que no da tiempo a montar un congreso en tan poco tiempo es simplemente ridículo. Insulta a la inteligencia. Los críticos no tienen tiempo para preparar una candidatura a las primarias en dos semanas, pero son capaces de montar un golpe en dos días.

La primera razón por la que los críticos prefieren votar en unos meses y no ahora es para que el espinoso asunto de la abstención a Rajoy no entre en la campaña de las primarias y la responsabilidad sea colegiada, de la gestora, y no lleve el sello de Susana Díaz.
Si hay unas primarias y Susana Díaz se anima al fin a dar la batalla en campo abierto, tendrá por delante una complicadísima campaña donde no quedará ya más remedio que pronunciarse sobre que significa exactamente pedir “que haya un Gobierno en España”. Y explicárselo a los militantes.

La discusión de la fecha tiene otra derivada más. Si hay primarias y Susana Díaz se presenta y las gana, no es seguro que con eso logre evitar unas nuevas elecciones. Y a la presidenta de Andalucía no le interesa lo más mínimo enfrentarse en este momento al PP: iría a una derrota segura. Ésta es otra de las ventajas de que haya gestora por unos meses: así se garantiza que, en caso de elecciones, Susana Díaz no se tiene que quemar (apuesten por Ángel Gabilondo o una opción similar como candidato para perder).

Que sea Sánchez o una gestora quien lidere el partido hasta el congreso tiene otra consecuencia más: que será esa dirección quien más mano tendrá sobre el procedimiento elegido por las primarias, empezando por el voto por Internet. Si los militantes pueden votar desde casa, la influencia de los aparatos en las primarias será mucho menor.

Anoche, en su discurso sin preguntas ante la prensa, Pedro Sánchez aseguró que siempre ha pensado que lo mejor para el PSOE es votar no. Los críticos –y el propio Felipe González– afirman que miente, que esto no es así, que en privado decía que se abstendría y que después cambió de opinión.

¿Se refugia Pedro Sánchez en la militancia para mantenerse en el poder? ¿Apuesta por el no a Rajoy porque sabe que es una opción más popular entre sus bases? Es muy posible: si Sánchez hubiese defendido en público la abstención ya estaría muerto. Pero en ningún caso esto justifica un golpe “de sargento chusquero”. Menos aún cuando quienes critican su posición –con honrosas excepciones, como Fernández Vara– no aplican la más mínima valentía política: la de decir lo que se pretende hacer y defenderlo. Incluso si se corre el riesgo de perder. Incluso si no es la opción más popular.

El marrón de la abstención no es lo único que explica este lamentable golpe palaciego. Tampoco el porqué de la enorme cobertura mediática a esta operación, con el diario El País quemando en esta batalla gran parte de su credibilidad. Sin duda, hay otro motivo: que un Gobierno alternativo a Rajoy es muy difícil, pero no completamente imposible. Que los mismos que se burlan de Pedro Sánchez por intentarlo temen que esta vez lo pueda lograr. Que ese Gobierno solo sale si es con un pacto con Podemos. Y que el poder hará lo imposible para evitar, a cualquier precio, que Podemos llegue a gobernar. Incluso si el precio es sacrificar al PSOE.

No gana Susana Díaz, gana Mariano Rajoy
(eldiario.es, 2 de octubre de 2016).

Quienes ahora toman el poder en el PSOE conquistan un solar: lo que queda de Ferraz después del bombardeo, las consecuencias de unos actos que no han sabido calibrar.
Los críticos con Pedro Sánchez tenían razones y argumentos para plantear un cambio en la Secretaría General. Pero el procedimiento empleado, este golpe palaciego, y el lamentable desarrollo de la operación han dejado en evidencia todas las miserias de un partido que hoy sufre un desgarro brutal: una herida que toda la izquierda, todos los demócratas y todos los ciudadanos también pagarán. Todos, no solo aquellos que decidieron “coser el PSOE” a balazos, anteponiendo sus pequeños intereses personales a los de su partido, su militancia, su electorado y su país.

La consecuencia más directa del espectáculo que ha dado el PSOE estos días es que Mariano Rajoy ya puede fumarse un puro con total tranquilidad. El primer partido de la oposición aún está dividido sobre si es buena idea abstenerse o votar que no. El debate está disparado y, después de este espectáculo, prolifera quien ahora argumenta que no queda otra que ir a elecciones por el qué dirán.

Tal vez se vote. Tal vez no. El drama es otro: que ya se ha perdido para siempre la pequeña posibilidad de cualquier otro Gobierno que no pasase por Rajoy. En su victoria aplastante, el presidente de los sobres incluso puede elegir menú: disfrutar de la rendición del PSOE o forzar una repetición electoral que lleve a toda la izquierda a una derrota aún mayor. Hasta esta semana, el PSOE habría podido imponer algunos requisitos para su abstención; ahora será el PP quien en la práctica ponga las condiciones. Por eso es Mariano Rajoy, y no Susana Díaz, el gran vencedor.

Tras la gestora, es posible que la presidenta andaluza tome del todo el poder de Ferraz. Que gane las primarias dentro de unos meses, si es que se celebran. Que al fin se convierta en secretaria general. Pero la imagen de Susana Díaz entre sus propios compañeros y potenciales votantes ha quedado achicharrada en esta operación. Susana ha ganado el mando, pero no la autoridad.

Las últimas horas de la caída de Pedro Sánchez han puesto en evidencia lo peor de la política, todas las marrullerías de unos y otros: las peleas por el poder a cualquier coste y las pequeñas miserias de un partido y de quienes en él encuentran su forma de ganarse la vida, y se juegan en guerras como esta su supervivencia personal. También en el bando de Pedro Sánchez, cuyo comportamiento del último día demuestra en gran medida por qué el secretario general ha conseguido aunar tantísimos críticos en su contra. No fue solo porque presione y maniobre el poder económico, que lo hace. No fue solo porque una parte de sus rivales querían que se comiese el marrón de la abstención, pero sin ellos mancharse. No fue solo por el miedo de una parte del establishment a que Sánchez pudiese lograr, a la desesperada, un pacto de Gobierno con Podemos y una investidura con los independentistas: esta posibilidad, y no la repetición de las elecciones, era su principal temor.

El lamentable retraso de tantísimas horas para que el comité siquiera pudiese empezar se debió a dos cuestiones más propias de la parodia de una asamblea en la facultad: cuál era el orden del día y cómo se iba a votar. Los de Susana Díaz argumentaban que el orden del día era el de un Comité Federal ordinario porque eso era lo que había aprobado la ejecutiva del lunes, aún completa. Los de Pedro Sánchez, que el orden del día era el de un Comité Federal extraordinario: el que planteó la ejecutiva en funciones el viernes y que revocaba el del lunes. El debate era bastante ventajista por ambas partes y relevante a la par porque un comité ordinario tiene ruegos y preguntas, y en ellos se puede plantear una moción de censura. Pero en un comité extraordinario solo se podía votar lo que pretendía Sánchez: si había un congreso o no. Y Sánchez había dicho una cosa y la contraria sobre qué pasaría si perdía la votación: que no dimitiría si perdía (el miércoles en eldiario.es) y que dimitiría si perdía (el viernes en rueda de prensa sin preguntas).

En cuanto a la manera de votar, los escollos eran dos: si el voto era secreto y si podía votar la ejecutiva en funciones. Los de Sánchez pedían voto secreto porque pensaban que así podrían evitar la presión de los barones y ganar algunos votos más. Y es cierto, como decían los críticos, que el voto secreto ni aparece en los estatutos ni es lo habitual en un Comité Federal. Pero también es cierto, como decían los de Sánchez,  que –hasta que llegaron las primarias– los delegados de los congresos socialistas elegían al secretario general con voto secreto, y éste no era un Comité Federal muy normal.

Respecto a la ejecutiva en funciones, los críticos planteaban que ni Sánchez ni nadie de su equipo más cercano podía votar, ya que la dimisión de los 17 que se habían ido el miércoles dejaba sin puesto a los otros 18 que aún seguían. Para resolver la cuestión, pedían que decidiese la Comisión de Garantías: un órgano de cinco personas donde los críticos tenían la mayoría. El planteamiento era bastante cuestionable. En palabras, de José Antonio Pérez Tapias: "La Comisión de Garantías es como el Defensor del Pueblo, no puede dirimir cuestiones del Constitucional".

Durante horas, el debate estuvo bloqueado entre ambas mitades del partido con pequeños avances y nuevos retrocesos. Los críticos no querían ceder, pero los de Sánchez mantenían el control sobre la mesa del comité por dos a uno y tampoco cedían. Durante más de ocho horas el Comité Federal no pudo avanzar. El empate colapsó por un enorme error de Pedro Sánchez que muchos de los críticos tacharon de pucherazo: intentar iniciar la votación en una urna por la vía de los hechos cuando aún no estaba pactada esa decisión.

El planteamiento de su ejecutiva de pedir voto secreto era razonable. No lo fue intentar imponer el voto en una urna sin pactarlo con los demás. Con ello, Sánchez perdió a varios de sus defensores de estos días –como José Antonio Pérez Tapias o Josep Borrell–, y cosechó ante los críticos una derrota aún mayor. Tras el episodio de la votación secreta frustrada, la resistencia de Pedro Sánchez se hundió. Los críticos solo necesitaban el 20% de las firmas para plantear una moción de censura, pero recogieron más de la mitad: 129 de 253. La mesa del comité –mayoría pedrista por dos a uno– se negó a permitir la votación, de nuevo con el argumento de que el comité federal era extraordinario. Y al final, ya rendidos, los de Sánchez aceptaron la votación a mano alzada de la propuesta del congreso, incluyendo los votos de lo que quedaba de Ejecutiva. Y en ella Sánchez perdió.

Quienes creen en el PSOE que lo ocurrido estos días no es tan grave, no es para tanto, no es tan tremendo o que muy pronto se olvidará cometen otro error más.

Los navajazos en política han existido siempre. Los rebeldes han tomado así Ferraz porque es la fórmula habitual: con mucha táctica, mucho juego sucio y poca valentía. Está en su naturaleza, como en la del escorpión. Exactamente las mismas artes que aplicaron aquellos que resistían en Ferraz. Las traiciones, las conspiraciones, los golpes bajos o las presiones han sido siempre la fórmula habitual de alcanzar el poder en estas organizaciones especializadas justamente en eso: en luchar por el poder.

Es terrible la contradicción: quienes gestionan la democracia no creen en la democracia para solucionar sus conflictos. Creen más en el poder. Pasa en el PSOE, pasa en IU, pasa en Podemos y pasa en el PP. Es lo que aprenden desde pequeños, en los juegos del hambre de las juventudes. Es su forma habitual de trabajar e incluye, para el derrotado, la posible reinserción. Hace dos años, Rubalcaba perdió la anterior guerra; hoy ha sido parte destacada en esta nueva conspiración.

Por eso, cuando urdieron sus planes, los críticos no reflexionaron un poco más sobre las consecuencias, hoy evidentes, de su acción. Iban a matar a Sánchez con las mismas triquiñuelas de siempre, ni menos ni más. Las mismas que emplea Susana Díaz en Andalucía. Las mismas que gastaban Pedro Sánchez y César Luena en Madrid. Las mismas con las que se la jugaron a Eduardo Madina en las primarias. Las mismas que emplearon hace casi dos décadas contra Borrell.

No calcularon que Sánchez estaba en mitad de la plaza, rodeado de focos y bajo permanente observación. No midieron que no podían matar a Sánchez al estilo de la vieja escuela, como en su momento arrinconaron internamente a Zapatero; o como hicieron descarrilar a Carme Chacón en aquellas primarias de 2011 que jamás se llegaron a celebrar. No evaluaron las consecuencias de derrotar por esta vía al primer secretario general del PSOE elegido directamente por la militancia; un líder arrinconado por los suyos que, en el último momento, decidió lanzar el último órdago para continuar.

La novedad no estuvo en los navajazos, sino en su impúdica exhibición, provocada por la torpeza de los amotinados y por el momento de excepción: por la sospechosa unanimidad de la prensa a la hora de explicar lo malísimo que es Pedro Sánchez y lo buenísimo que es para el PSOE y para España la muy responsable abstención. Al menos son coherentes en algo: la prensa pide la gran coalición porque esa misma prensa –en sus calcados editoriales, en sus simétricas portadas–, hace ya mucho tiempo que la firmó.