Imanol Zubero

Medios y fines
(El Correo, 11 de febrero de 2007)

            Batasuna sigue dando vueltas a su vieja noria, pero el pozo está cada día más seco. Afirmar, como han hecho al presentar su propuesta de Autonomía Política, que la dramática anormalidad política vasca se explica por el acoso judicial y policial contra la izquierda abertzale y por la falta de voluntad política para alcanzar compromisos desacredita totalmente al proponente. En el ranking de acuerdos ciudadanos en Euskadi ocupa el primer lugar, con amplia mayoría y a mucha distancia del segundo, el ítem que afirma que ETA es el principal obstáculo para la normalización política y que exige su disolución incondicional. Luego vendrán otras cuestiones más discutidas (el cómo de esa disolución, la fisonomía política de esa Euskadi normalizada, etc.), pero en lo otro el acuerdo es casi unánime. Sólo la comisión negociadora de Batasuna parece no haberse enterado aún, lo que hace dudar de su capacidad de análisis, propuesta e interlocución.
            La revolución que esperamos del denominado MLNV no es la de sus fines sino la de sus medios. Aunque su situación residual resta energía cinética (capacidad ejecutiva) a sus proclamas, Eusko Alkartasuna defiende sin matices el programa máximo del nacionalismo vasco, orientado a la constitución de un Estado-nación que unifique los siete territorios históricos a través del ejercicio del derecho de autodeterminación. Pero lo ha hecho siempre practicando un compromiso firme en contra de la utilización de la violencia para lograr cualesquiera objetivos políticos, compromiso que mantuvo de manera ejemplar durante el conflicto de la autovía de Leizaran.
            El problema del MLNV no son sus fines, sino sus medios. Si los portavoces de Batasuna hubiesen reafirmado sus objetivos tradicionales -«Reivindicamos una Euskal Herria unificada, socialista y euskaldun, organizada como Estado independiente, autodeterminada de la opresión colonial de España y de Francia»- pero a la vez hubieran garantizado el uso exclusivo de medios pacíficos, exigiendo o anunciando el final de la actividad terrorista de ETA, su impacto hubiese sido bien distinto.
            Es verdad que la relación entre medios y fines se complica sobremanera en el ejercicio real de la acción política, de modo que lo que en teoría puede distinguirse con cartesiana claridad en la práctica acaba por vincularse de manera mucho más oscura. Hay fines políticos tan improbables o tan indeseables que su persecución irrestricta sólo puede apoyarse en la coerción mafiosa, la imposición totalitaria y la violencia terrorista. Pero por eso mismo, porque la relación práctica entre fines y medios es más complicada que lo que cualquier teoría pueda desvelar, no es responsable ni inteligente desestimar sin más la propuesta de Batasuna como si sólo fuese «lo mismo de siempre dicho de otra manera». El cambio en el lenguaje sobre los fines recogido por la propuesta -un lenguaje que quiere ser cívico y democrático, aliviado aunque sólo sea en parte de la pesadez historicista típica del nacionalismo- puede estar alumbrando ese esperado y exigido cambio en el ejercicio de los medios.
            Las patrias han sido siempre un artefacto propenso a movilizar las inclinaciones más agónicas de los seres humanos. No creo que pueda decirse lo mismo de un acuerdo de autonomía política dentro del Estado español.