Iñaki García Arrizabalaga
Tres años pasan rápido, ¿o no?
(Galde, 8, otoño de 2014). 

Tras tres años sin violencia terrorista quiero compartir varias constataciones y reflexiones que paso a exponer:

Se equivocaron los agoreros (algunos de ellos muy destacados políticos) que pronosticaban que ésta era una tregua trampa más que, como las anteriores, se desmoronaría más pronto que tarde.

Igualmente se equivocan los que en un ejercicio de absurdo lógico –no quiero ir más allá y pensar mal- afirman que ETA ha ganado porque Bildu está gobernando en algunas instituciones. ETA ha sido derrotada sin paliativos, porque ninguno de sus supuestos objetivos políticos ha sido alcanzado (¿qué ha sido de la famosa alternativa KAS?) y porque el asesinato ya no lo apoya nadie, ni siquiera dentro de su mundo (¿quién grita hoy? ¡ETA, mátalos!?).

Que Bildu gobierne algunas instituciones vascas es una expresión de la voluntad ciudadana expresada democráticamente en las urnas.  Nos gustará más o menos, pero es así de simple y así de radical.

Las víctimas del terrorismo (sea cual sea el grupo terrorista que las causó) tienen derecho a la verdad, a la justicia, a la dignidad y a la memoria, y aún queda mucho camino por recorrer en este terreno. Pero ello no significa que estas víctimas deban condicionar la política del gobierno  en materia antiterrorista o en asuntos penitenciarios, y mucho menos aún condicionar la aplicación de determinadas decisiones judiciales.

Las víctimas de abusos policiales tienen igualmente derecho a la verdad, a la justicia, a la dignidad y a la memoria. Su sufrimiento no se contrapone, a modo de balanza, al de las víctimas del terrorismo, sino que se suma: es sufrimiento humano que va en el mismo lado de la balanza. No reconocer a estas víctimas estos derechos supone un error y una injusticia mayúsculos, máxime si esa negación proviene de las propias víctimas del terrorismo.

Espero de cualquier preso que sale de la cárcel por colaborar con o ejecutar el asesinato que no eluda conscientemente la carga moral de sus actos y que no nos quiera presentar su auto-indulgencia como el precio a la renuncia a las armas. La decisión de tomar las armas no fue un recurso inevitable, como nos quieren presentar. Ha sido una decisión libre y soberana de cada uno de ellos, una decisión personal e intransferible en responsabilidades al conjunto de la sociedad o al contexto de la época.

La vía Nanclares está posibilitando que, a título individual, presos desvinculados de ETA reconozcan la injusticia del daño causado y hagan autocrítica de su pasado.  No comprendo por qué esta vía está paralizada. Entre que un preso etarra que queda libre diga al salir que “él no asesinaba, sino que sólo ejecutaba órdenes” y las declaraciones de Joseba Urrosolo diciendo que todas las acciones de Eta han sido un sinsentido, ¿con qué nos quedamos? Las organizaciones de víctimas del terrorismo dicen que para admitir la vía Nanclares debe darse la colaboración con la justicia. Hinquemos, pues, el diente a este asunto y aclaremos qué significa realmente “colaborar con la justicia”, porque hay visiones distintas de este concepto.

Frente a quienes abogan por conocer “la” verdad, yo apuesto por conocer las múltiples verdades de las personas que han sufrido los efectos del terrorismo y de la violencia, las múltiples verdades que permitan que la realidad sobre el sufrimiento humano en esta sociedad vasca durante estos largos años pueda ser una verdad completa, no parcial (no omita aspectos esenciales de la verdad), ni sesgada (no distorsione los hechos a su antojo).

Dicen que no hay que remover el pasado, que eso nos divide. En la batalla por el relato yo abogo por mirar con detalle y sin complejos a nuestro pasado para aprender de él lo que hicimos bien y lo que hicimos mal.

Mi última reflexión va para la izquierda abertzale: ¿para cuándo una revisión valiente y autocrítica del pasado? ¿Tanto cuesta decir: “nos equivocamos apoyando el asesinato y pedimos perdón a las víctimas del terrorismo y a la sociedad en general por ello”? Amparados en la excusa de que “el Estado también debe hacer sus deberes”, su estrategia parece ser dejar pasar el tiempo, que inevitablemente juega a su favor, porque la sociedad quiere pasar página cuanto antes, aunque sea que la página quede doblada o medio rota.  Si de verdad los dirigentes de la izquierda abertzale quieren  construir el futuro en sociedad, no pueden mirar para otro lado y actuar como si  algunas cosas no hubieran ocurrido, o como si su existencia no hubiese tenido nada que ver con ellos. Para curar una fractura abierta no vale con poner una tirita, algo que, a lo sumo, está haciendo la izquierda abertzale acudiendo a homenajes a algunas víctimas del terrorismo. Se necesita un buen traumatólogo que alinee las partes fracturadas y las una para reconstruir el hueso. Ojalá me equivoque, pero entre los dirigentes políticos de la izquierda abertzale no veo ningún buen traumatólogo, ni entre los que están en la calle ni entre los que incomprensiblemente están en prisión.

_______________
El padre de Iñaki García Arrizabalaga, Juan Manuel García Cordero, delegado de Telefónica en Gipuzkoa, fue asesinado en 1980 por los Comandos Autónomos Anticapitalistas.