Iñaki Urdanibia
Génesis y práctica de un genocidio
Hika, 215zka. 2010ko urtarrila.

• Saúl Friedländer. El Tercer Reich y los judíos (1933-1939). I. Los años de persecución.          Galaxia Gutenberg /Círculo de Lectores, 2009. 29 €.
• Saúl Friedländer. El Tercer Reich y los judíos. II. Los años del exterminio (1939-1945). Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, 2009. 39 €.
•Bruno Bauer / Karl Marx. La cuestión judía. Anthropos, 2009. 165 págs. / 14 €.
• Ricardo Calimani. Le préjugé antijuif. Tallandier, 2009. 381 págs. / 25 €.
•Élisabeth Roudinesco. Retour sur la question juive. Albin Michel, 2009. 331 págs. / 20 €.
• Ivan Segré. La réaction philosemite. Lignes, 2009. 258 págs. / 20 €.

            Transcurridos más de sesenta años, la cuestión del intento de exterminar a todos los judíos sigue vivita y coleando. El debate entre los historiadores continúa en la actualidad. Por una parte, los intencionalistas, y por otra, los funcionalistas. No es el lugar, ni el momento, para entrar a establecer clasificaciones ni valoraciones; el asunto queda lejos del propósito de estas breves líneas. Los primeros vendrían a ver en la Shoah la puesta en práctica tal cual de las doctrinas racistas de Hitler, mientras que los segundos vendrían a mantener que fue sobre la marcha -la guerra, etc.- como se desencadenó la atrocidad extrema hoy por todos conocida, excepto para quienes mostrándose negacionistas, ven en todo esto la mano secreta y siempre conspirativa del judaísmo internacional y la deformación de la realidad (Faurisson et compagnie). Quizá la verdad -y conste que no trato de recurrir al cómodo «en el medio está la virtud»- esté en una combinación de ambas tesis, pues como dice Saúl Friedländer: “la parálisis de los historiadores proviene de la simultaneidad y de la interacción de fenómenos enteramente heterogéneos: fanatismo mesiánico y estructuras burocráticas, impulsos patológicos y decretos administrativos, actitudes arcaicas y sociedad industrial avanzada”.

            Este último historiador americano que acabo de nombrar, y de quien acaban de ver la luz dos gruesos volúmenes tratando el tema, sorprende por el hecho de no nombrar -más que de fugaz pasada- a dos de los autores con obras esenciales al respecto: Raul Hilberg, autor de una obra de referencia ineludible, La destrucción de los judíos (hay traducción en Akal), y su compatriota Christopher R. Browning, autor de un documentado Orígenes de la solución final; el primero mantiene una postura que da a entender que la solución final fue una plasmación directa de lo que Hitler tenía en mente desde los primeros tiempos; el segundo, que se declara funcionalista moderado, pone el acento en las variaciones que se dieron sobre la marcha de la guerra (del plan de expulsar a los judíos a Madagascar o a Palestina, entre otros lugares posibles, a su afán por concentrarlos para acabar con ellos va un gran trecho), en especial de la campaña del Este, Polonia y con mayor peso la derrota que se comenzaba a vislumbrar en el frente ruso, en la decisión del führer de aplicar el “ojo por ojo y diente por diente”, ley del talión propia de los judíos, para que los muertos fuesen puestos por todos(sic). Los judíos tomados al por mayor, como rehenes, como chivos expiatorios.

            Los dos voluminosos tomos, que se dejan leer con facilidad, estudian el tema en su evolución, con todo rigor y documentación, y más en concreto en el segundo (que abarca de 1939 a 1945) se presta especial atención a las voces de las víctimas (Primo Levi, Klemperer -hermano del director de orquesta que hubo de salir por piernas de Alemania, y autor de un formidable trabajo sobre el lenguaje del III Reich-, Ana Frank, miembros de los sonderkommandos, etc.); el primero, cubre los preparativos del desastre total, desde la toma del poder por los nacionalsocialistas al inicio de la segunda guerra mundial.

            La mirada de Friedländer se abre en amplio abanico y así se ve la importancia de la ideología racista del padre fundador del invento, Adolf Hitler; mas a la hora de repartir responsabilidades en el desarrollo de los acontecimientos no excluye al papel nada desdeñable que jugaron los funcionarios de distintas profesiones (militares, médicos, ferroviarios, y burócratas de todo pelaje), las élites intelectuales, los pastores de distintos rebaños religiosos (la gama es amplia), y hasta las propias víctimas que a veces, con el fin de tratar de esquivar lo peor, cedían ante increíbles imposiciones (papel esencial jugaron en tal actividad cómplice los consejos judíos), sin olvidar a las grandes empresas (I.G.Faber, BMW o la Volkswagen). La instauración de las leyes de Nuremberg, que hizo que cantidad de judíos, y gente de izquierda, huyeran o se vieran reducidos a una discriminación infame, no molestaba, según parece, a la población germana en general; mas el maltrato y el exceso de medidas antisemitas tampoco parecía que les situase de manera ciega e incondicional al lado de la disparada ideología del partido gobernante. Destacable resulta cómo el antijudaísmo tradicional entre los cristianos hizo que, desde el santo Padre que vive en Roma (mejor los, ya que Pío XII brilló por su abominable silencio, por el camino preparado por su predecesor Pío XI) hasta otras capillas (protestantes, evangelistas, luteranos…), guardaron en su afán de salvar almas (las suyas) el pico cerrado, no vaya a ser que se inquiete a la bestia y luego de judíos pase a atacar jesuitas; infame también la colaboración de los franciscanos en Croacia, en la persecución de serbios y judíos, en estrecha colaboración con el gobierno de los ustachi, mezcla de racismo y catolicismo.

            El segundo volumen, tan minucioso como el anterior, nos mete de lleno en los años más terribles, los del exterminio puro y duro. El recurso abundante a los testimonios de supervivientes y familiares de éstos hace que lo oral prime y que los sentimientos afloren por la subjetividad (no digo lo ilusorio o alucinado) de los que hablan, que provocan a su vez una sensibilización en el lector que conmovido irá avanzando en los pasos de la programación cada vez más perfecta de la muerte, de ancianos, mujeres y niños, o enfermos sin la menor piedad. Sometidos a un trato inhumano que les convertía en unos seres apropiados para la muerte… según los verdugos es que no eran ni humanos: eran rastreros, se vendían por unas migajas, antropófagos, chivatos… mal aseados. Una situación que como calificase, de manera oximorónica, Primo Levi era una locura geométrica. También veremos la pasividad o colaboración de los países vecinos: unos, mirando para otro lado y haciéndose los ignorantes acerca de lo que realmente sucedía allá y amenazando pero con suavidad de hecho; otros, colaborando abiertamente y prestando sus poderes al servicio del ocupante.

            El trabajo del historiador norteamericano pone al alcance del lector las tropelías cometidas, en sus inicios y en sus posteriores desarrollos. Lectura recomendable que ha sido premiada por el Pulitzer y por el Premio de la paz de los libreros alemanes subrayando que Saúl Friedländer “ha permitido a los hombres y las mujeres reducidos a cenizas hacer oír su queja, un grito. Les ha ofrecido una memoria y sus nombres”.

            LA CUESTIÓN JUDÍA. No hace falta ni decirlo que el genocidio orquestado por los nacionalsocialistas no es un episodio aislado, sí el más bestial y sistemático, pues los más y los menos con respecto a los judíos hunden sus raíces en la noche de los tiempos y extienden sus destellos hasta hoy, y hasta… siempre, pues en cierto sentido podría decirse -como alguien ha dicho ya- que la cuestión judía es como la herida eterna de la humanidad; “el antisemitismo, en una palabra -sentenciaba Sartre- es el miedo ante la condición humana”.

            Mil veces se ha subrayado -y me vienen a la mente las cifras aportadas por Jesús Mosterín en una breve obra publicada en libro de bolsillo de Alianza- sobre la pequeña cantidad que constituyen los judíos con respecto a la población mundial, y su enorme y desproporcionada -teniendo en cuenta dicho porcentaje- influencia en distintos ámbitos: religioso -allá en la zona de Judea, y alrededores, se fraguaron las tres religiones de Libro-, culturales y científicos, y baste ver el número de premios nobeles tanto de literatura como de física, por ejemplo; o ver en el campo de la filosofía y/o la política la cantidad de nombres propios suministrados: de Spinoza a Wittgensttein pasando por Marx, Einstein, Freud, sin olvidar a Walter Benjamín, Trotski, Rosa Luxemburgo, Adorno & Horkheimer, Arendt, Marcuse o… yo qué sé.

            La cuestión pues viene de lejos, y empapa así el pasado, el presente y el futuro. Y todo se complica desde el inicio: un nombre que indica un lugar, una etnia (por transmisión genética), una cultura y una religión, y que es nombrada con una serie de palabras que añaden más confusión al asunto si cabe: pueblo elegido, hebreo, judío, israelita, sionista, semita, etc. Por si esto fuera poco, la historia del siglo XX ha venido a empeorar las cosas: el llamado Holocausto y la implantación del Estado hebreo y la expulsión de quienes allá vivían. Y la continuación matonil: víctimas que se convierten en implacables verdugos de nuevas víctimas que afirma Edgar Morin.

            Hablar hoy de judeidad y/o de judaísmo sin contaminarse de inmediato por lo perpetrado en Europa en el siglo pasado -por señalar únicamente el momento en que se puso el listón más alto- o sin verse enturbiado por lo que sucede en Palestina parece -y lo es- misión imposible; al menos que uno quiera, con premeditación y alevosía, escorar las cosas, arrojando una mirada unilateral hacia la cuestión.

            En el libro de Calimani se somete a exhaustivo análisis cómo ha avanzado el prejuicio antijudío a lo largo de la historia. Desde sus primeros pasos a su conversión en pueblo maldito por su escisión cristiana, marca que seguiría funcionando en la medida en que crecía el poder de la iglesia romana (¡gracias Constantino!). Las maledicencias continuaron presentes en la Europa medieval, ocupando también un papel esencial en los siglos posteriores; especial atención presta el italiano al siglo pasado y a las catástrofes puestas en pie por la aberración convertida en política racista. Se detiene el estudio también en el nacimiento del sionismo y en las relaciones posteriores del cristianismo y el marxismo, respectivamente, con el judaísmo. Se echa en falta, no obstante, una mínima mención al surgimiento del Estado de Israel y a sus posteriores extensiones colonialistas, de modo y manera que el antisemitismo creciente del que habla desde el principio, parece responder, en la actualidad, a ciertos fantasmas de algunos, sin subrayar la importancia que para países árabes, por simpatía solidaria y cultural, para emigrantes de grandes ciudades europeas y para anticolonialistas tiene lo que acontece en Palestina. Reparar en tal tema hace que el vocabulario se puede deslizar hacia en antisionismo en vez de al anti antes nombrado.

            EL CASO FRANCÉS. Precisamente un par de libros palían la ausencia que acabo de señalar: el de la psicoanalista francesa Roudinesco y el de Segré. En ambos se pone el acento en cómo los celosos custodios del Templo (Trigano, Finkielkraut, Milner, Taguieff… u Oriana Fallaci), que viven de la religión secular del Holocausto, ponen el grito en el cielo en cuanto se critica el comportamiento brutal del Estado de Israel, con la etiqueta de antisemitas para cualquiera que condene el expansionismo, y el comportamiento asesino del ejército judío (y valga la metonimia, ya que en la tierra usurpada sólo vive una parte de los judíos que en el mundo hay), argumentando ellos que lo hacen contra el terrorismo y en defensa de Occidente. Contra esta ola neoréac se emplean con brillantez militante, y clarificadora, los dos nombrados… distinguiendo además entre el antijudaísmo medieval que perseguía a los judíos y el antijudaísmo de las Luces que intentaba emancipar a unos seres que estaban privados de derechos. Surge también la distinción entre judíos etnicistas y universalistas, que no han mostrado remilgos en ser asimilados por los países de (supuesta) acogida tras la diáspora.

            BAUER Y MARX. A mediados del XIX, esos dos, por entonces, jóvenes hegelianos mantuvieron un debate acerca de la emancipación de los judíos; manteniéndose ambos, eso sí, dentro de una postura asimilacionista. La exclusión de los derechos por parte del Estado cristiano, y la imposibilidad para los judíos de ejercer ciertas profesiones (sirva a modo de ejemplo que el padre de Marx fue el primer judío en ejercer la abogacía, previa conversión a la iglesia evangélica) hacía que el tema tuviese una vigencia fuerte en aquellos años.

            Quien fuese maestro y amigo de Marx -luego sería atacado sin piedad por éste calificándole de san Bruno en La sagrada familia- publicó un par de estudios, que ahora se publican en castellano por primera vez, en los que viene a reclamar que el Estado se convierta en laico haciendo así que pudiesen convivir los judíos y los cristianos. Según él, más fácil lo tenían los cristianos, ya que al fin y al cabo la Ilustración era un cristianismo desacralizado, mientras que los judíos no habían vivido tal proceso, ni tampoco tenían la misma cultura que los cristianos habían implantado desde hacía tiempo en aquellos lares europeos. Ante esta propuesta de emancipación política, alza su voz Marx que considera la propuesta de Bauer como puro idealismo, reclamando una emancipación humana, es decir más de fondo, ya que lo religioso no era más que un reflejo de las relaciones políticas y económicas que hacían que los explotados y oprimidos creasen sus sucedáneos religiosos (el hombre crea a Dios) y políticos (el hombre concede al Estado todas sus prerrogativas). Es el momento en que el autor de El Capital todavía no era marxista y en el que da un giro: de situar en el centro el Estado a situarlo en el hombre, y más tarde en la sociedad civil que vivía atravesada por clases, etc. En el texto de Marx asoman ciertos estereotipos sobre los judíos, relacionándolos con el dinero y la usura, si bien basándose en el análisis histórico concreto de los más potentes financieros de la época y en otros síntomas inequívocos, no es falaz afirmar como él lo hacía que la sociedad burguesa debería poner un monumento a los judíos por haber hecho tanto por erigir una sociedad moderna que no se podría haber levantado más que con la judaización del cristianismo.

            Un estudio introductorio del profesor Reyes Mate sitúa la polémica y propone una lectura de los textos desde nuestro hoy, desde los tiempos posteriores a la Shoah (catástrofe) y a la desviación del sionismo inicial del Estado de Israel al someter su política, su ideario, etc. al criminal hecho citado.