Iñaki Urdanibia

El Castor, filosofía y género
(Hika, 196zka. 2008ko otsaila)

            El día 9 de enero de 1908 nacía una mujer que se haría célebre por sus escritos y por sus comportamientos comprometidos, al tiempo que intempestivos en las más de las veces, a lo largo de su agitada vida. Mujer que transcurridos cien años desde aquella fecha no ha dejado de estar presente, a pesar de su fallecimiento en abril de 1986, por medio de su vivo, e incitador, pensamiento, convertido por ella y por otras en motor para la acción reivindicativa.
            Ya desde su adolescencia puede verse en la hija mayor de la familia, ella, una dedicación poco acorde con lo que los roles sociales asignaban a las jóvenes de la época, entregada de cuerpo y alma a los estudios, pronto universitarios, brillando en ellos y hasta codeándose con los (masculino) más movidos y destacados de entre ellos, en estudios y en fiestas; recuerdo una biografía, editada hace como tres años por Circe, de las dos hermanas, es decir de su hermana, pintora, y de ella, Simone, en donde quedaba claro esto de lo que hablo, y hasta es más cómo el comportamiento discordante de la mayor iba a hacer que la pequeña se viese vigilada más de cerca para que no se saliese del redil de las gentes de orden de la que provenía la familia (“Las hermanas Beauvoir”). La libertad no se mendiga sino que se coge, eso es lo que hizo en su vida, como señalo, desde muy joven, Simone de Beauvoir: luchar por ser una mujer libre e independiente y no tener siempre a algún hombre por encima (Padre celestial, padre terrenal, cura, marido, por no referirme a otros comisarios de, o hasta hijos del género masculino. “Padre, padrone, padrenuestro” que dijese la otra.)
            Si como señalo, desde el principio se ve la implicación de la joven mujer por poner en práctica la libertad en su propia vida, el codearse desde que cursaba sus estudios de filosofía con algunos camaradas entre los cuales destacaba Jean-Paul Sartre con quien desde entonces no se separó, sí que la marcó. Es más mucho se ha hablado sobre la célebre oposición a agregadurías de filosofía, a finales de los veinte, que ambos habían preparado juntos, y a la que ambos se presentaron a la vez, y sobre todo mucho se ha hablado sobre el resultado de la oposición y su justicia o no: el primer puesto le fue concedido a Sartre el segundo, a la autora de El segundo sexo. No entraré en la pelea de a quién se le debería haber adjudicado cada uno de los puestos, posturas las hay para todos los gustos; es decir, para los dos.
            La sombra del autor de La náusea -a pesar de su pequeña estatura- era alargada, y su presencia brillante en el panorama artístico y filosófico hexagonal, lo que convirtió a su acompañante en eso, en la compañera de, siempre juntos en la calle, en los distintos actos públicos, en los sonados viajes -a veces recibidos como si se tratase de verdaderos jefes de estado-, en sus domicilios contiguos y en sus particulares amores (una reciente novela Sartre, roman, de Michel Antoine Burnier & Michel Contat, destacaba estas relaciones amorosas y la división ya clásíca entre amores contingentes y necesarios), sin cortar la libertad de los amores ocasionales propios; alguno de ellos, por cierto, dejó tanta huella en la mujer que hasta dio órdenes precisas para, en el momento de su muerte, ser incinerada con el el anillo de plata que le había regalado (los amores de Beauvoir -la “alocada ranita”- con su amigo americano -“el dulce cocodrilo”-, al que me estoy refiriendo, Nelson Algren, puede conocerse a través de las cartas, publicadas por Lumen).
            Y si hablaba de la sombra del compañero que de alguna manera ensombrecía la figura de la mujer, ha habido quienes han llevado más lejos esta afirmación hasta el punto de hablar de anulación y hasta de interferencias de la filosofía del primero en las obras de la segunda; hasta en su señera obra feminista, en la que se vería, según algunas críticas, el masculinismo del inspirador (Michèle Le Doeuff mencionaba ejemplos en un libro publicado en la colección verde de Cátedra: El estudio y la rueca, creo recordar).
            Cabe de todos modos establecer netas distinciones entre las obras de ambos, y de los géneros más explorados, evitándose así las supuestas sombras y pudiendo hablarse, quizá con más propiedad, de complementariedad o hasta, si se tercia, de división de trabajo, y hasta de trabajo realizado en discusión y diálogo permanentes. Así si en su brillante texto autobiográfico, Las palabras (Les mots), el futuro filósofo, mostraba su deseo claro de querer llegar a ser escritor como Stendhal, y filósofo como Spinoza, y acabó siendo el filósofo existencialista par excellence, creador de escuela y de manera de vivir (y hasta de vestir), y representante paradigmático del pensador comprometido hasta sus últimos días, las pinceladas autobiográficas de la autora de Les Mandarins, que salpican tanto esta obra como prácticamente todas sus novelas y libros de memorias, dejan ver una escritora que opta más por exponer sus ideas y la crónica de sus tiempos (y ambientes) por medio de la novela, y haciendo constar además su falta de inspiración en el terreno de la creación filosófica; cuestión -harto discutible dicho sea de paso- pues ahí están sus filosofías puestas en acción, en incesante y tenaz trabajo por plasmar la libertad, por ser muestra de autenticidad y coherencia, y como muestra de lo que afirmo ahí están sus Por una moral de la ambigüedad -ensayo por dotar de una moral al existencialismo-, La vejez -defensa de tal época de la existencia como continuación del mantenimiento por parte de los individuos del compromiso y la libertad en cualquier edad-, ¿Hay que quemar a Sade? -los límites de la libertad individual, en contacto con los otros, tomando como medida al divino marqués-, o la ya nombrada El segundo sexo obra pionera del feminismo y de la lucha en pro de la emancipación de las mujeres de las opresoras redes de los poderes androcéntricos, falocráticos, machistas, o masculinos, o…como quieran nombrarse. Obra cuya tesis básica de que ºla mujer no nace sino que se hace”, neto despegue de la mera diferencia biológica, es apoyada y contrastada con distintos filósofos; no estando ausentes los análisis debidos al psicoanálisis, la sociología, y la aplicación de dichos saberes a los temas más acuciantes de la vida de las mujeres (la menstruación, la sexualidad, la violación, el embarazo, el aborto, el lesbianismo, etc.) Como muestra del habitual vanguardismo de la Iglesia a la hora de apoyar a las mujeres, el libro fue enviado directamente al Index librorum prohibitorum, pero es que a quién se le ocurre hablar de ciertos temas con semejantes descaro y desparpajo…¡A Simone de Beauvoir, y en 1949! Mas no quedaron ahí las reaccioness airadas ante la aparición de la obra nombrada: así, un representante de la derecha más mogigata, meapilesca y rancia, François Mauriac, llegaba -en el colmo de la obscenidad- a comentar a un periodista de Les Temps Modernes (revista de cuya dirección Beauvoir era una de las cabezas visibles) que conocía “todo sobre la vagina de su jefa” (no sería aplicable a este destacado pensador católico aquel dicho paulino de que “nada hay impuro para los ojos de los puros” ya que al contrario él convertía, con su sucia mirada, en impuro lo más puro, por lo que quizá le sería más aplicable algo así como con pan sueña el que hambre tiene), tal sujeto ya había señalado días antes en la prensa que estábamos ante un nuevo e inmejorable vomitivo (“hemos alcanzado literalmente los límites de la abyección. Es el bejuquillo que nos hacían insurgitar cuando éramos niños para que vomitáramos. Acaso sea éste el momento de la última náusea: la de la liberación”) ¡Pura escatología!; en el otro lado del espectro político, tampoco gustó el libro, así a Albert Camus le pareció un ataque que trataba de “deshonrar al macho francés” (¿quizá sería la visión solar-mediterránea del autor de La peste?), o el PCF, tan vanguardista y fino comme d´ habitude, se preocupaba seriamente porque las ideas de la autora no iban a gustar nada a los obreros de las fábricas y que sus ideas iban a hacer partirse de la risa a las obreras de Billancourt.¡Y así!

La primera mujer filósofo

            La expresión es debida a la revista Paris-Match, a pesar del indudable carácter sensacionalista de dicha publicación fue una de las revistas de gran tirada en saludar con alborozo la obra de la que hablo, le dedicó siete páginas. Así se pronunciaba: “Una mujer llama a las mujeres a la libertad. Simone de Beauvoir es sin duda la primera mujer filósofo que ha aparecido en la historia de los hombres. Tenía que emprender la tarea de extraer de la gran aventura humana una filosofía de su sexo. Todos los problemas que caracterizan la preocupación de la mujer moderna: libertad de vivir, aborto, prostitución, igualdad de sexos, matrimonio y divorcio, parto sin dolor, etc. El acceso a la igualdad política, adquirido desde hace cuatro años, justifica que la eterna cuestión femenina sea tratada en términos modernos por una joven filósofo, fría y lúcida. Arremete contra todos los tópicos…”.
            No cabe duda que El segundo sexo es un libro -de mil páginas, por cierto- que ha tenido una influencia indiscutible en la vida y en el pensamiento de la sociedad. Desde luego, qué duda cabe que, mucha más que El Ser y la Nada o Crítica de la razón dialéctica, las dos obras filosóficas más destacadas de su compañero Sartre. ¿Pero a qué genero pertenece el texto del que hablo? ¿Es una novela, una confesión, un panfleto…? Si bien es cierto que Simone de Beauvoir se inclinó más por la escritura de sus memorias y de novelas (en las que vehiculaba la/s existencia/s), no parece justo, de ninguna de las maneras, ignorar su obra filosófica, luego abandonada por su propia decisión. Indudablemente el libro nombrado es una obra clave de la filosofía del siglo pasado; tanto si se mira la filosofía -ciñéndose a la etimología- como “amor a la sabiduría”, como si se interpreta tal disciplina como “búsqueda de la felicidad” -o modo de vida, etc.- El segundo sexo es un libro de filosofía con todas las de la ley, y con plenos derechos. Tales derechos parecen, sin embargo, negársele -a la obra y a la autora- en las historias, introducciones, diccionarios, materiales de enseñanza filosóficos; y a los hechos me remito y que nadie tema que no voy a pasar exhaustiva lista; baste con acercarse a los manuales clásicos de la rama nombrada para ver que la ausencia de la filósofa parisina es total, en algunos casos podría comprenderse pues no llega a abarcarse, en ellos, la época a la que pertenece (Bréhier, Severino), en otros, sin embargo no hay excusa: ahí están los Hirschberger, Ferrater Mora, Copleston, Störig, la historia de La Pléyade, Hottois, Cooper, Huisman, la de la Encyclopaedia Universalis, Bermudo, Delacampagne, Besnier, Descamps, Descombes, la de Châtelet en la que no es nombrada ni en la cronología bibliográfica final, Quintanilla, o la historia de la ética dirigida por Victoria Camps, cuya capítulo dedicado a Sartre lo escribe por cierto una feminista de pro -Celia Amorós- que bien podía haber prestado un hueco a las incursiones por la moral de la filósofa de la que hablo…) ¡y no sigo! En algunas obras se la nombra como “amiga de Sartre”, como “discípula de”, como “colaboradora”, vamos todo queda reducido a notas a pie de páginas en las que se recurre a ella, la “grande Sartreuse”, como la llamasen con maldad manifiesta sus enemigos, para reforzar la filosofía del maestro, en un claro papel de segundona. Decía Michèle Le Doeuf, en este orden de cosas, que en el caso del Castor se veía un claro ejemplo de poligénesis en la construcción de su obra, de manera que no era discípula de un solo maestro sino que su obra la iba tejiendo con materiales provenientes de varios filósofos, de distintas disciplinas, reivindicando así para ella el título de filósofa de pleno derecho; otra cosa será constatar que el mundo de la filosofía, entre otros, es un campo dominado por hombres. Más mérito habrá de atribuirse a esa mujer combativa que se atrevió a penetrar en campo adverso, aunque ello le pudiese suponer en algunos casos ver marcado su propio pensar por la influencia del campo -androcéntrico- visitado.       
             “Un hombre no habría tenido la idea de escribir un libro sobre la singular situación que ocupaban en la humanidad los machos. Que es un hombre es absolutamente claro (va de soi). Un hombre está en su derecho siendo un hombre, es la mujer quien se halla en una situación de desventaja…Él es el Sujeto, él es lo Absoluto; ella es el Otro”, y es en aquel contexto en el que Simone de Beauvoir se enfrentó a la arriesgada tarea de continuar en su empeño de ahondar una perspectiva de moral existencialista -tarea ya abordada anteriormente en sus Pyrrhus et Cinéas o en Por una moral de la ambigüedad- centrando ahora su femenina mirada en la condición femenina. Quizá la particularidad de la búsqueda beauvoiriana resida en poner el acento en la moral, aspecto dejado para más tarde precisamente por su compañero en El Ser y la Nada. En su marcha hacia la libertad absoluta con un agudo sentido ético, Simone de Beauvoir va a tratar de completar las carencias de su amigo (tapar los agujeros) en la contradicción entre libertad y necesidad; y así va a tratar de tomar el ejemplo privilegiado de la mujer como menor de edad bajo tutela masculina, y la construcción del arquetipo femenino como ser dependiente y entregado, status que no responde a ninguna esencia previa o eterna (el eterno femenino resulta una entelequia similar al alma negra o el ser judío) . La realidad femenina es una construcción social, y la filósofa va a reivindicar el riesgo de asumir la libertad por las mujeres sin tener que esperar a órdenes o responder a comportamientos consagrados como los correctos y/o adecuados.
            Ante la libertad absoluta y asituacional de Sartre en su obra antes citada (con aquel punto de partida de que “el hombre es una pasión inútil”), Beauvoir va a poner en litigio la libertad ligándola de manera tajante con la situación concreta, y para ello va a destripar el meollo de las relaciones entre opresores y oprimidas, tomando como apoyos al Hegel de Kojevé o al Marx de los manuscritos de 1844, y arreglando las cuentas con ciertas posturas antropológicas engelsianas (cerrando así cualquier puerta a la aceptación de un feminismo marxista). Por una parte, subyacería en la travesía de la filósofa, la dialéctica del dueño y el esclavo de la que la mujer queda excluida ya que no rivaliza sino que queda marginada, por su función reproductora, en un afuera de esa dialéctica, reducida a una cercanía grande con respecto a la naturaleza de la cual ha despegado sin embargo el hombre por medio de la cultura y sus actividades: caza, guerra, etc. Si el esclavo vence al dueño (o el proletario al burgués, en la lectura marxista y kojéviana), la mujer reducida a su función procreadora no puede vencer a su dueño pues el otro es partícipe necesario en el acto reproductor. Huye la filósofa de una explicación biologicista y lo hace por momentos cayendo en cierta mistificación trascendentalista hegeliana -poniendo en el lugar esencial: el reconocimiento de sí de la conciencia, de cuya lucha por cierto la mujer queda excluida por sus dedicaciones- mas no cesa en su empeño de pisar suelo y para ello se va a valer de las conceptualizaciones sobre el trabajo del joven Marx (Althusser pace!) y va a situar las puertas de la liberación femenina en la participación en actividades antes casi exclusivas de los hombres, en la integración en el proceso de producción y en la independencia económica subsiguiente va a hallar la autora una palanca importante para avanzar en la salida femenina de los marcos estrechos del cuidado de la prole, etc. En el trabajo los humanos al tiempo que transforman la naturaleza se transforman, se objetivizan, se constituyen a sí mismos; de ahí la importancia esencial de la presencia de la mujer en las labores productivas para dejar de ser un otro de los humanos masculinos y evolucionar, despegando de los aspectos que parecen tenerla enraizada en las cercanías de la animalidad. Así, y sin entrar en más detalles, se puede afirmar que la travesía beauvoiriana se apoya en una cierta lectura de Hegel, en una lectura marxista que le hace compartir, a su modo, su concepción de la filosofía de la historia y su antropología, y recurriendo al existencialismo fenomenológico, además de a algunas apoyaturas psicoanalíticas, con lo cual es obvio que la huella -o la sombra mentada- de su compañero queda absolutamente desbordada en el terreno filosófico.
             “Todo sujeto se manifiesta de forma concreta a través de proyectos que le trascienden, no realiza su libertad más que a través de la perpetua superación por otras libertades; la única justificación de la existencia presente es su expansión hacia un futuro de infinitas posibilidades. Cada vez que la trascendencia cae en la inmanencia, la existencia queda reducida al en-sí, y la libertad a la facticidad. Esta caída es una falta moral si es consentida por el sujeto. Si le es infligida, se convierte en una frustración y una opresión; en ambos casos supone un mal absoluto”. Con este clarificador programa filosófico de partida, Beauvoir trata de dar armas a las mujeres para que tomen los medios para reconocerse como alteridad y como sujetos libres. Entrega el arte de ser otras, de ser segundas…y combatir la sumisión del primero, del uno mismo, de los varones. Puede así afirmarse que la obra de la que hablo es una de las obras del pensamiento francés -no solo- más importantes del siglo pasado, y ello tanto desde el punto de vista del feminismo como desde una óptica filosófica. Es obvio, no obstante, que Simone de Beauvour no habría escrito la misma obra a mediados del siglo pasado que si lo hubiese hecho en la actualidad; y lo digo ya que las críticas han llovido sobre su obra desde ópticas feministas al señalar las deficiencias de la postura de la pensadora al tomar tal cual ciertas doctrinas de Hegel o Marx, sin limarlas de sus aspectos androcéntricos, del mismo modo que dio por buenas las conclusiones de la antropología o los estudios de la prehistoria y de la etnología de la época. Desde entonces ha llovido mucho y los conocimientos sobre los últimos de los aspectos señalados han avanzado cantidad, dicho lo cual, Simone de Beauvoir indudablemente se apoyó en las teorías más progresistas y avanzadas de su tiempo.
            Sea como fuere, Beauvoir entregó una filosofía viva que sirvió, y sirve en gran medida ya que la sombra de El segundo sexo es alargadísima e inevitable al hablar de estos temas, de bandera de lucha, y de compromiso para muchas mujeres que fueron despertadas del sueño dogmático masculino, para vivir como personas integrales, y no como floreros (¡ay Kant!), ni como hombres defectuosos o incompletos, que dijesen los Aristóteles o santo Tomás de Aquino, ni como seres de cabellos largos e ideas cortas (Schopenhauer dixit), ni como las ayudantas (secretarias…) de, alejando a las mujeres del que parecía, hasta entonces, su inevitable triángulo (Kinder, Kuche, Kirche: Niños, Cocina, Iglesia)… y en tal combate, Simone de Beauvoir dejó además de su obra, su propio ser de mujer comprometida, infatigable, creadora y apoyando los combates de los humanos (combatientes argelinos, disidentes del Este, prisioneros, emigrantes, organizaciones y/o periódicos prohibidos, etc.) Así fue Castor, apodo con la que se la conocía y que le fue puesto jugando con el vocablo inglés (Beaver) por uno de los componentes del grupo de amigos de l´Ecole Normale Supérieure (Nizan, Maheu, Sartre)… como se lo explicó el segundo de los nombrados “los castores van en grupo y tienen espíritu constructor”.