Iñaki Urdanibia
Creacionismo versus evolucionismo
(Hika, 176zka. 2006ek apirila)

           
América, la del Norte, los USA vamos, en estos últimos años anda sumergida en una ola de neoconservadurismo (algunos hablan de leo-conservadurismo, en referencia al filósofo judío germano, que se refugió al otro lado del charco, Leo Strauss, base de apoyo de algunos de los más destacados neocons que por allá pululan); bandazo a la derecha, digo, que más que a una ola se asemeja a un tsunami de aquí te espero marinero. Desde que, tras la caída del muro de Berlín, Francis Fukuyama anunciase a bombo y platillo el fin de la historia, conformista acompañante del nuevo orden mundial pregonado por Bush senior, tras la victoria relámpago en la guerra del Golfo, una verdadera cruzada contra el eje del mal se desencadenó con furia, siguiendo aquello que dijese Carl Schmitt de que la política consistía en hallar un enemigo.

In God we trust

            Ya en la misma moneda se consagra la unión del money con la creencia religiosa. Somos ricos porque somos buenos, y somos buenos porque tenemos fe en Dios. No es banal recordar ciertas cifras recientes -y fiables al ser suministradas por Scientific American- que indican que el 94% de la población de por allá cree en Dios, el 85% se considera cristiana y pretende ser born again Christians (es decir, que aceptan a Jesús como su Salvador personal; significativas resultan en este orden de cosas las frecuentes declaraciones del iluminado Bush junior). Desde los tiempos primeros -en aquel libre mercado de lo religioso, que perdonaba todas las penas contraídas anteriormente, en otros horizontes, por los recién llegados- la perspectiva de una nueva frontera estructura el imaginario del pueblo americano: ayer, en busca de oro y en labor misionera; hoy, en busca de petróleo y con el evangelio en ristre; siempre en la misma línea que une el espíritu de conquista con la misión salvadora.
            La América profunda se ha ido forjando desde los orígenes en la esperanza religiosa, en un continuo renacer: la primera oleada fue la revolución de 1776, en la que la mayor parte de los fundadores eran devotos pastores convencidos de su papel evangélico; la segunda, llegó unida a la ascensión del Partido democrático, victorioso entre 1800 y 1830; la tercera, tuvo lugar a comienzos del siglo XX, de la mano del movimiento conocido como born again («nacidos una segunda vez») que supuso el masivo ceremonial de bautizos en las orillas de los ríos y una ola de fundamentalismo sin parangón hasta entonces; la cuarta, puede datarse en 1980 con la llegada a la Casa Blanca de Ronald Reagan alzado por la mayoría moral, del mismo modo que hoy esta revolución conservadora, de la Biblia y el fusil se realiza con un retorno a la moral unido a la lucha sin cuartel contra el imperio del Mal cuya encarnación obviamente ya no es la Unión Soviética; por último, a raíz del 11 de setiembre, la quinta alcanza el summum, pues se basa en la promesa de que salvando a EEUU -y sus sacrosantos principios civilizatorios- se salvará al mundo entero.
            Además de la furia guerrera de todos conocida, el rearme moral alcanza unas cotas sin igual al rebufo de la fecha fatídica nombrada: si ya en los años de Clinton dos organizaciones jugaron un papel fundamental, el Instituto Judío para los Asuntos de Seguridad Nacional (JINSA) y el Centro para la Política de Seguridad (CSP), muchos de sus miembros ocupan hoy cargos de responsabilidad en la actual administración Bush. Entre ellos Cheney, Rumsfeld y Wolfowitz -refiriéndose a ellos se ha solido hablar de nightmare team (el equipo de la pesadilla)-; de tales cerebritos (me había equivocado y había escrito cerebrutos) han salido iniciativas como el Proyecto para un nuevo siglo americano (1997), otro informe cuyo título es Reforzar las defensas de América (2000), han ido copando el Comité sobre el peligro actual, y el 26 de octubre de 2001 han sacado adelante el Patriotic Act que legaliza cualquier tropelía estatal, judicial, etc. en aras de la lucha contra el terrorismo.
            El hilo conductor de toda esta deriva muestra su continuidad desde las posturas de la Moral Majority -que apoyó a Reagan, y que posteriormente se integró en la Christian Coalition tan influyente hoy-, «organización política “provida, profamilia, promoral y proEstados Unidos” que movilizó a los americanos sencillos para oponerse a la pornografía, al aborto, a los movimientos en favor de los derechos de los gays y lesbianas, para apoyar un crecimiento de los gastos militares, defender la pena de muerte y el régimen de libre empresa, controlar la enseñanza… y poder elegir candidatos que compartieran dichos postulados» hasta los posicionamientos de The New World Order: «¿cómo puede existir la paz cuando borrachos, revendedores de drogas, comunistas, ateos, adeptos de la new age, adoradores de Satán, humanistas laicos, dictadores opresores, agentes de cambio rapaces, revolucionarios asesinos, adúlteros y homosexuales dominan el mundo?». Vamos, que hay que limpiar el mundo sin olvidarse de los de casa, claro.

La revolución de Darwin

            En absoluta conformidad con la afirmación de Demócrito (siglo IV a. C) de que «todo lo que existe en el universo es el fruto del azar y de la necesidad», el geólogo, zoólogo, paleontólogo, y viajero contumaz (su vuelta al mundo a bordo del Beagle ha pasado a convertirse en un verdadero viaje mítico), publicó en 1859 El origen de las especies, y doce años después La descendencia del hombre y la selección sexual, libros enormemente documentados con los que armó la de dios, al ser la primera vez que el consolidado creacionismo -heredero del Génesis bíblico- era puesto contra las cuerdas.
            Los primeros en saltar, enfurecidos, en aquellos tiempos victorianos, fueron los jerarcas de la Iglesia anglicana, oponiendo las narraciones del arca de Noé y otros relatos de los textos supuestamente sagrados. Es célebre el horror del Obispo de Oxford a ser emparentado con un mono («¿es que usted desciende del mono por medio de su abuelo o de su abuela?» le preguntaba a Thomas Henry Huxley), y la gloriosa respuesta del naturalista, y defensor del evolucionismo no se hizo esperar(«¡prefiero tener por antepasado a un mono antes que a un ignorante!»).
            Pasados ciento cincuenta años, la polémica continua, adoptando eso sí otros ropajes más sofisticados, más vendibles para cualquier mirada mínimamente racional, y razonable. Todavía en 1996, Juan Pablo II, ante la Academia Pontificia de Ciencias (¡glup!), afirmó que la «teoría de la evolución es más que una mera hipótesis», para añadir a continuación que, «la evolución se aplica al conjunto del reino animal, pero a condición de que se excluya al hombre, ya que entre los animales y los humanos existe un salto fundamental que los procesos evolutivos no pueden describir en su totalidad».

El tío Sam retoca la ciencia

            Como hoy no parece de recibo recurrir a las pruebas de santo Tomás de Aquino acerca de la existencia de Dios (que si el Primer Motor Inmóvil, que si la finalidad, que si la causa eficiente, que si lo posible y lo necesario, que si los grados del ser…) y tampoco a la Biblia como autoridad en el campo de la ciencia, se disfraza el discurso en un tenaz empeño por arrinconar la teoría científica evolucionista (que se ha consolidado como paradigma –en el sentido de Thomas Kuhn- plenamente aceptado en el ámbito de la explicación científica de los orígenes humanos), teoría que afirma que las especies se modifican, que descienden las unas de las otras, que las modificaciones son graduales, que las separaciones tienden a divergir… y otras afirmaciones darwinistas y de sus seguidores (pertrechados de la genética, del mutacionismo, del descubrimiento del ADN y de los adelantos de la bioquímica), minimizando su seriedad -como señalaba- para tratar de reducirla a una de las hipótesis posibles. Ellos presentan otra -supuestamente igual de válida que la consolidada- que la designan como Intelligent Design: es decir, según ésta, un ser superior habría de estar necesariamente en el origen organizador, y en el posterior desarrollo, de los humanos. El empeño es obvio, exigiendo que su narración sea enseñada en pie de igualdad con la teoría evolucionista en las escuelas; lo que tratan es de reemplazar la ciencia materialista por una supuesta ciencia (?) acorde con las convicciones cristianas… mas sabido es que aunque la mona se vista de seda, mona se queda.
             Y si ya antes, en Arkansas en 1925, se juzgó a algún profesor por enseñar a sus alumnos la teoría de la evolución (proceso conocido como el proceso del mono) los creacionistas bajo distintas máscaras, periódicamente, tratan de reproducir el mentado proceso para que sus teorías puedan ser enseñadas en las escuelas con los mismos derechos que las teorías evolucionistas… ¡abran sitio a la ciencia de la creación, el ¡nuevo invento de los investigadores del científico Génesis!
            Nada nuevo bajo el sol: la sombra de la teoría del gran relojero sigue planeando. Recuerdo a un motivado sacerdote marianista que nos convencía al tiempo que dejaba estupefactas nuestras infantiles mentes al preguntar a ver quién podía creer que las cosas se hubiesen hecho solas, poniendo el ejemplo de la bóveda celeste, toda bien ordenada y colocadita y en armonioso movimiento, y terciaba sagaz… ¿alguien, en su sano juicio, creería que se ha montado todo solo si en una habitación dejásemos sobre la mesa unos modelos de las estrellas, los astros y planetas… y pasada la noche los vemos en el aire y funcionando con regularidad? Ya en tiempos del mismo Darwin, su joven y brillante colega Alfred Russell Wallace -más darwinista que el propio Darwin en la exposición del evolucionismo- hablaba de que quizá habría que recurrir a una inteligencia superior, a un cierto poder, a una causa desconocida, a iniciativas superiores (higher agencies), y a otras gaitas espiritistas que explicasen de modo definitivo las cosas…
            Los materiales que a continuación se presentan -tomados de un número extraordinario de la revista francesa Le Nouvel Observateur, «La Bible contre Darwin»- pueden servir bien para aclarar el debate que fundamentalmente se desarrolla en USA (no se ha de ignorar que, al menos hasta hace un par de años, en Israel tampoco se enseñaban las teorías de Darwin); textos que deberían servir para alimentar la discusión por acá, aunque la verdad parece que de Pirineos para abajo -en la persistente onda del famoso manifiesto de los catedráticos de la Universidad de Cervera que afirmaban sin sonrojo «¡Lejos de nosotros la funesta manía de pensar!»- parece que la única huella de estos temas se ha quedado en la etiqueta, plena de soleado humor hispano, de las musicales botellas de Anís del Mono.