Iñaki Urdanibia: ¿Heidegger, filósofo nazi?

Iñaki Urdanibia
¿Heidegger, filósofo nazi?

«Los que se interrogan sobre el nazismo de Heidegger acuerdan siempre demasiada o demasiada poca autonomía al discurso filosófico: Heidegger se afilió al partido nazi, es un hecho; pero ni Heidegger I ni Heidegger II son ideólogos nazis».

                    Pierre Bourdieu. L´ontologie politique de Martin Heidegger.
           
Como si de un cumplimiento exacto del etorno retorno de lo mismo se tratase, cada equis tiempo salta a la palestra el recurrente tema del nazismo del muchas veces considerado como  uno de los más grandes pensadores del pasado siglo XX. Dicho fenómeno regular del que hablo se da de Pirineos arriba, de tal lugar para abajo, y al rebuf(ill)o, con cuatro simplonadas suele bastar: que si cómo separar la “intrínseca relación” del pensamiento  y el compromiso del filósofo (Savater dixit, tras sesudos análisis de alguna biblografía sobre el problema, en “Heidegger para la ética” en Etica como amor propio, 1988), otro - entre cabreado y aburrido- responde  que no  hay problema pues no hay nadie que a estas alturas sea heideggeriano, y además muchos filósofos podrían pensar en su propio comportamiento académico por acá y la introducción en tales ámbitos del Führerprinzip (y resumo al amigo  Ripalda, en un artículo titulado “Otra vez Heidegger”, publicado  en el diario Gara del 11 de julio de 2005); cierto es que algunos planteamientos más sosegados y serios sí se han solido dar al respecto (ahí están, por ejemplo, los ensayos de Félix Duque, y otros, en un libro, con título de resonancias lowithianas, aparecido hace algunos añitos en Serbal, Heidegger: La voz de tiempos sombríos).

El affaire Heidegger

Volviendo al escándalo cíclico que señalo, al affaire, y lo digo por el carácter francés del debate, hace dieciocho años apareció el libro de un chileno de nombre Farias, Heidegger et le nazisme -cosas de la vida editorial quisieron que viese la luz primeramente en francés para posteriormente aparecer las traducciones alemanas e hispana- que se centraba en los aspectos especialmente históricos para subrayar lo derechoso de los orígenes del filósofo visitado (ambiente familiar, geográfico, matrimonial,  tempranos discursos ultracatólicos que dejaban ver su onda antimoderna y tradicionalista germana), y su posterior compromiso abierto con el nazismo: rectorado, dimisión de tal cargo por su excesivo rigor nazi, mantenimiento del carnet hasta la disolución del movimiento, y…su posterior silencio. A decir verdad, el libro adolecía de una notable falta de hondura en lo que hace a la pretensión esencial: dejar claro el papel de la filosofía del autor de El Ser y el Tiempo (Sein und Zeit) en su compromiso politico, que parece ser es de lo que se trataba, y en lo que se empeñaba precisamente el autor de la obra de la que hablo, mas como señalo sin mucho tino; aspectos estos  últimos subrayados en aquel momento por los Aubenque, Fédier, Derrida, Lacoue-Labarthe, Lyotard, y obviadas tales deficiencies, por los Ferry & Renaut (Heidegger et les Modernes), Habermas, etc.
Ahora, con amplio alboroto y promoción mediáticos, ve la luz otro libro que hace rebrotar el escándalo: Heidegger l´introduction du nazisme dans la philosophie. Autour des séminaries inédits de 1933-1935, de Emmanuel Faye. Si la filosofía consiste, como indica el filósofo liberal norteamericano Richard Rorty (autor entre otros, por cierto, de algunos análisis sobre Heidegger y Derrida, y lo digo porque les mete en el mismo paquete, en su Ensayo  sobre Heidegger y otros pensadores contemporáneos) en la capacidad de relacionar unas cosas con otras, podría afirmarse que el autor del libro-denuncia que acabo de nombrar cumple la definición hasta el exceso, en cierto sentido,  y lo digo ya que haciendo uso – como señala el título de la obra- de los seminarios de dos cursos, eso sí repitiéndose en muchas de las citas significativas y llamativas por su carácter explícito, y tratando de relacionar dichos materiales, junto a discursos y artículos de intervención de la época, con los textos más célebres del filósofo, parece llegar a lo que pretendía, y si no se fuerza un poco el texto para que funcione el CQFD (lo que era preciso demostrar); da la impresión de que el encaje de bolillos ejercido por Faye es llevado hasta el mismísimo abuso, y en algunos casos su capacidad de relacionar distintos conceptos filosóficos explícitos de Heidegger con otros conceptos más propiamente políticos, coincidentes en apariencia con los suyos, del nazismo, parecen brillar por sus contínuas acomodaciones interpretativas. Así Espíritu (Geist) pasará a significar, tras unas mareantes páginas,  sangre y suelo (Blut und Boden), o más directamente pueblo (Volk). Sin entrar en la profundidad de los análisis (o juegos malabares, según se interprete) planteados  en el grueso panfleto, sí que salta a la vista el empeño descarado, y a veces traído por los pelos, de pillar a Heidegger en nazi redomado, no como sujeto sino como filósofo (o mejor como “destructor” de tal actividad). Cosa nada difícil en lo que hace a lo primero, pues con los datos que se poseen al respecto, aún antes de la utilización de los materiales que Faye -según sus propias palabras- entrega en primicia, y en traducciones parciales, a los lectores franceses (cuestión que sus detractores niegan por ser, según ellos, materiales conocidos de antaño y estar exquisitamente mal traducidos y manipulados por Faye). El compromiso nefasto de Martín Heidegger para con el nazismo es claro, y ello sin recurrir a Victor Farias, por ejemplo, sino que ya en indagaciones anteriores lo habían aclarado hasta las entretelas Otto Pöggeler o Hugo Ott, por señalar dos de los autores más claros con respecto al asunto, y anteriormente por los testimonios de contemporáneos -colegas y alumnos- del mago de Selva Negra como Karl  Jaspers (Notas sobre Heidegger) o Karl Löwith (Mi vida en Alemania antes y después de 1933. Un testimonio); muchos de estos últimos materiales son vivencias personales que no entran en análisis del pensamiento filosófico, a no ser tangencialmente, del autor estudiado (que si el brazo alzado, que si los gritos rituales de rigor , que si la cruz gamada en la solapa, etc.), si exceptuamos, por ejemplo, Heidegger: pensador de un tiempo indigente de Löwith, o algunas  denuncias, salpicadas en cartas y artículos, de Herbert Marcuse, o el enfurecido trabajo de Günther Anders -primer marido de Hannah Arendt- On the Pseudo-Concretness of Heidegger, uno de los intentos más serios por desenmascarar la filosofía de la existencia heideggeriana, y que  aunque muy esquemático señala algunas vías para hallar el lado oscuro de Heidegger o, al menos, aquellos aspectos que dejaban las puertas abiertas a, por medio de la nebulosa conceptual, adosar las proclamas nacional-socialistas. Más ambigua resultó -a lo largo de toda su  vida- la postura de su alumna Hannah Arendt, que si se exceptúan algunos momentos de furia y despecho referidos en cartas a Jaspers o sus pinitos críticos en un texto de 1948 (“Heidegger y el existencialismo”, texto que luego fue suprimido de la edición posterior de las obras de la autora), mantuvo  una fascinación indisimulada hacia el maestro a lo largo de toda su vida, y a la vez un pacto de silencio con respecto a su compromiso, y ello a pesar de que -según sus palabras- «Heidegger ha hecho con su actuación política todo lo que estaba en su mano para prevenirnos de tomarle demasiado en serio»). Como ya señalaba, con anterioridad, desde el momento de los hechos y de los escritos que acabo de mencionar -escritos en sintonía con aquel “Demoler a Heidegger” que lanzase Walter Benjamin-, que Heidegger fue un nazi nadie en su sano juicio, y con un poco de conocimiento y honestidad, puede negarlo. El problema reside en ver si el pensamiento del autor de Los Himnos de Hölderlin es nazi, o inspiró a éstos; dicho de otro modo, si la filosofía de Heidegger es un artículo  tan nocivo y pernicioso que habría de prohibirse en el mundo del pensamiento. La embestida de Emmanuel Faye va por ahí,  y así lo comenta él mismo desde el comienzo de la obra, «entendemos probar que la cuestión de las relaciones de Heidegger con el nacionalsocialismo no es la de la relación entre el compromiso personal de un hombre que se hubiera extraviado temporalmente y una obra filosófica que hubiese permanecido casi intacta, sino la de la introducción deliberada de los fundamentos del nazismo y del hitlerismo en la filosofía y en su enseñanza». En resumidas cuentas, y sin extenderme pero sin tergiversar, diré que la empresa de Faye trata de avisar al personal, por de pronto de su país, de que está ante un pensamiento nefasto que lo único que puede suponer es la introducción, de tapadillo, de basura nazi en los establecimientos de enseñanza, y si se empieza por ahí luego se acaba con bestias pardas por las calles, ya que el problema del Ser, si se le despoja de la jerga cuasiesotérica de la que hablase Adorno, no sería en definitiva más que el problema de cómo ser más cabalmente nazi. Evítese pues su enseñanza, o al menos póngase el acento donde se debe al abordarlo, para evitar los contagios. Además de esta encomiable tarea que se toma en defensa de la sociedad, siguiendo los pasos de su padre, Jean Pierre, que ya había rastreado estos pagos, por ejemplo, en su Le piège. La philosophie heideggerienne et le nazisme, Emmanuel Faye en su libro viene a mostrar a Heidegger como una especie de guionista de Hitler, o, por momentos, como un filósofo tan nazi que se cabrea con los propios nazis -y dimite del rectorado- por la falta de autenticidad y radicalidad del movimiento que tendía hacia su amansamiento. ¡Y no  sigo!
 
¿Un pensamiento secreto?

Lo que sorprende, al menos al que esto escribe, es cómo cantidad de pensadores sin tacha en lo que se refiere a conservadurismo, y de una lucidez contrastada, hayan tragado los libros del pensador sin caer en la cuenta de que se hallaban ante un cúmulo de bazofia nazi; en qué pensaban mientras leían -y algunos se inspiraban en él- las obras de Heidegger, los Jean-Paul Sartre, Hans-Georg Gadamer, Emmanuel Lévinas, Hannah Arendt, Kostas Axelos,  Alain Badiou, Jacques Derrida, Michel Foucault, Giorgio Agamben,  Massimo Cacciari,  Gianni Vattimo,  Peter Sloterdijk,  Patricio Peñalver, Félix Duque, Felipe Martínez Marzoa, o  Manuel Sacristán (ahí está su soberbia tesis doctoral, Las ideas gnoseológicas de Heidegger), o todavía… el mismo Ernesto Che Guevara que para airear su mente leía, en sus tiempos libres, al maestro alemán (creo haberlo leído en unas pequeñas notas autobiográficas editadas precisamente por Revolución). O ¿es que Heidegger era un verdadero mago o   tan experimentado ilusionista, capaz de meter gato por liebre a cualquiera que a él se acercase?
Es comprensible que un filósofo judío  como Lévinas, con una innegable impronta heideggeriana, pudiese afirmar enojado que «se puede perdonar a muchos alemanes, pero hay alemanes a los que es difícil perdonar. Es difícil perdonar a Heidegger. Si Hanina no podia perdonar a Rav, justo y humano, aunque se tratase del  genial Rav, todavía menos se puede perdonar a Heidegger». También se puede entender que alguien (Paul Veyne) exclame con insolente desparpajo, «estamos molestos al tener que constatar que uno de los más grandes metafísicos que haya existido jamás haya podido ser también un despreciable imbécil». Parece de lo más normal, igualmente, que alguien afirme que, con respecto a Heidegger, sintiese  «una admiración que sin embargo, al mismo tiempo, no permanecía menos indemne -como por el efecto de una extraña “esquizofrenia” cuyo origen y  persitencia no han cesado hasta el momento de turbarme. Por lo menos». La explícita frase es de Philippe Lacoue-Labarthe en su Heidegger. La politique du poème (autor él mismo  también de un sagaz, y provocador, La fiction du politique. Heidegger, l´art et la politique), y en parecidos términos se han expresado Jaspers, Patricio Peñalver y todos -entre los que me incluyo- quienes sientan repugnancia por la barbarie nazi y por ciertos comportamientos y afirmaciones del gran pensador alemán; y acabo de decir gran pensador, lo cual puede empujarnos hacia el aconsejable pudor del pensar y la necesaria prudencia a la hora de creer en el absoluto poder del pensamiento… ¿Cómo un tan gran pensador deja de pensar lo fundamental o algunos de los aspectos esenciales de su época? ¿Cómo quien es considerado uno de los mayores,  y más innovadores, pensadores del siglo XX, es capaz de pensar tan mal? ¿Qué es eso que con tanto celo se explica en las clases introductorias de filosofía sobre la mirada crítica de la filosofía, que se aleja de la mirada ramplona del sentido común, ese saber de segundo grado que parece situarse por encima del propio al común de los mortales? ¿O tales grandilocuentes afirmaciones no son sino una mera defensa corporativista? (pero eso lo dejaré para otro día). 
Pero todavía habría más, aquello que apuntaba con rabia Vladimir Jankélévitch, «Heidegger es responsable no sólo de todo lo que dijo bajo el nazismo, sino también de todo lo que no dijo desde 1945» (Lo imprescriptible. ¿Perdonar? Con honor y dignidad),  ese atroz silencio -como lo calificó George Steiner- que tanto hizo esperar a Hannah Arendt, Herbert Marcuse, Hans Jonas, o al pobre Paul Celan, que al salir de la cabaña del maestro puso en verso su pesar («en La/ Cabaña/ escrita/ en el libro/ -¿qué nombres anotó/ antes del mío?-/ en este libro/ la línea de/ una esperanza, hoy,/ en una palabra que adviene/ de alguien que piensa,/ en el corazón») y todavía luego… se mantuvo la esperanza de que dijese algo en su “testamento” al Spiegel… ¡mas nada! Aunque, bien mirado, uno podría quedarse con las palabras de Pierre Bourdieu, que  podrían servir a modo de adecuada respuesta: «es quizá por la misma razón por la que ha rechazado explicarse sobre su compromiso nazi  hasta el final: hacerlo verdaderamente hubiera supuesto confesar(se) que el “pensamiento esencial” no había pensado lo esencial nunca, es decir lo impensado social que se expresaba a través de él , y el fundamento vulgarmente  “antropológico” de la ceguera extrema que solamente puede suscitar la ilusión de la omnipotencia del pensamiento» (L´ontologie politique de Martin Heidegger).

¿De qué hablan…?

Será casualidad que ahora, en este mismo curso que viene, por primera vez en la historia de la universidad francesa, Heidegger ha sido introducido en el programa del escrito de la agregación de filosofía , al mismo tiempo  que acaba de desaparecer Jacques Derrida, Dominique Janicaud hace tres añitos, y que unos cuantos profesores universitarios-de supuesta tendencia heideggeriana- se retiran de la enseñanza… será debido  al azar digo, que coincida todo esto con la publicación del libro de Emmanuel Faye y la cancha mediática sobredimensionada que se le ha prestado hasta en revistas de amplísima tirada, con la participación,  comprometida a tope, de gente de la editorial y hasta del mismo padre del autor, acalorado hasta extremos insólitos, con orquestadas puestas en escena de conferencias, presentaciones de la obra,etc. ¿No será todo esto un movimiento de fichas por parte de ciertos sectores intereresados en limpiar  los medios universitarios  de ciertas enseñanzas, o de cierto  tipo de profesores, y también el intento de imponer  cierto control de aquello que es publicable, o no, a nivel   editorial y/o mediático? Alguien a estas alturas, pensará quizá que el que escribe ha sido atacado por una paranoia galopante, pues no;  por los derroteros que acabo de indicar se mueven ciertas voces autorizadas, entre las que se encuentra, por ejemplo, la del  autor de un entrañable texto, Paul Celan et Martin Heidegger. Le sens d´un dialogue, Hadrien France-Lanord.
Surgen de inmediato, ante el ruidoso lanzamiento de la campaña de la que hablo, y ante la fogosa combatividad de los protagonistas de ésta,  unas ciertas sospechas acerca del tremendo y desastroso peligro que pueda suponer la lectura de un autor como Heidegger, como preparador de un ambiente proclive a la destrucción de la democracia…¿es que queremos preparar gente para futuras experiencias totalitarias?, preguntan los Faye y compañía. Que Leviatán les pille confesados a quienes pretendiesen crear caldos de cultivo profascistas a través de la lectura de autores como Heidegger (o Carl Schmitt, o Ernst Jünger… que ya de paso también son metidos en el mismo lote, y, en consecuencia, atacados sin piedad), el  ambiente creado pudiera ser comparado, salvando las distancias y las dimensiones, a aquel tremedismo que aireaban  los sheriffs de la Casa Blanca cuando ponían el grito en el cielo por el terrible peligro que suponía para su seguridad nacional, y civilizatoria, la presencia cercana de la Nicaragua sandinista.
La operación no es nueva, ya que por la senda abierta por los nouveaux philosophes, y respondiendo a lo que gráficamente expresó Pierre Macherey: ¡vete de ahí que me pongo yo! (Histoires de dinosaure. Faire de la philosophie 1965-1997) refiriéndose a los autores ya nombrados más arriba, Ferry y Renaut, éstos,  en 1985, dieron a la luz un libelo de clarificador título (La pensèe 68. Essai sur l´antihumanisme contemporain), en el que, haciendo tabla rasa de las notorias diferencias entre los autores abordados, crearon la marca pensèe 68 para meter en el mismo saco a Foucault, Deleuze, Derrida, Althusser y Bourdieu, viniendo a acusarles de ser los responsables de la revuelta estudiantil, y su consiguiente disolución de valores sociales, al haber tomado como guías de su acción alborotada sus propuestas antihumanistas y tendentes hacia la barbarie totalitaria. A partir de esta señal de salida, le retour à l´ordre estaba servido, los ataques y desmarques con respecto a los autores nombrados (y algunos otros) no se  hicieron esperar y así ellos mismos -los autores del libelo- y algunos más, dejaron claro Pourquoi nous ne sommes pas nietzschéens; en la misma onda puede situarse el libro sobre Heidegger y los modernos que antes he nombrado, y en el que precisamente el ataque a las posturas antihumanistas ocupa un papel esencial y es que lo importante en toda esta operación editorial, profesional, y  mediática (en este caso con especial énfasis en Derrida), era marcar el enemigo a batir y no parar en su descalificación, en publicaciones, entrevistas, recurriendo a tergiversaciones, falsificaciones, medias verdades y enteras mentiras, convirtiendo a una serie de pensadores, y obras, en los causantes de todos  los males habidos y por haber: así, bajo la bandera del humanismo, de los valores democráticos, de la sacrosanta doctrina liberal, de la filosofía liberal de los manidos derechos humanos embisten-desde entonces- sin reparo, como decía, contra quienes puedan poner en duda el marco social, político y cultural, que a ellos tanto les complace, y  de hecho vienen a ser designadas como las bestias negras a derrotar, al ser la  representación de  las voces disonantes que enturbian el complaciente karaoke establecido. En tal picota, sitúan, estos polices de la pensèe (la expresión se debe a Lyotard y Rogozinski) al llamado pensamiento postmoderno o postestructuralista,  a los defensores de otros modos de pensamiento (a penser autrement invitaba Foucault) más radicales, más libertarios, más rebeldes y a sus conceptualizaciones y maestros: Hegel, Marx,  Nietzsche, Heidegger… los pensadores antes nombrados como representantes de éstos últimos , y como encarnación del maldito totalitarismo, del no respeto a los derechos humanos, del irracionalismo más absoluto, vamos… como artífices del reactualizado asalto a la razón que desarmando y desbrujulando a la plebe con respecto a los valores occidentales facilitarían el camino a terribles dictaduras, y a innúmeros males. El empeño por acabar con los pensadores sixties, que zancadilleaban los principios asentados en la solidez -y centralidad- del individuo, poniéndolos en duda, erosionándolos, tal es la encomiable y benefactora empresa que a la vez es una lucha de largo aliento, y así tras los episodios referidos, vino el affaire Sokal & Bricmont y su lucha cientista contra los impostores franceses. Como diría Deleuze, siempre ha habido Tribunales, o de la Fe, o de la Razón.
Es significativo, en este orden de cosas, que en el libro de Emmanuel Faye que ha reavivado la polémica, se comience haciendo hincapié en las críticas heideggerianas al sujeto cartesiano (cogito ergo sum), a Kant, y a las pretensiones universalistas occidentalistas … de ahí, no se sabe por qué ineluctable y necesaria ley lógica, se seguiría de manera automática -según este moderno partícipe en este nuevo comité de salvación pública - la falta de consideración a los individuos (¡fíjense después de la muerte de Dios, la del hombre!), y la atracción al localismo tradicionalista y a las diferencias, y de tales lugares sólo se puede derivar hacia  la perdición,  el caos,  la catástrofe, y, como culminación, el Totalitarismo; del mismo modo que no se sabe  a santo de qué con la labor deconstructora (Destruktion) de la metafísica occidental, Heidegger haya provocado -como afirma,  seguramente obnubilado por el fragor del combate y la furia resistente, Dionys Mascolo-  el odio a la filosofía (La haine de la philosophie), cuando  es obvio- y no es preciso subrayarlo- que Heidegger ha despertado, e inspirado, muchas pasiones filosóficas, y muchos de sus libros han servido para adentrarse en enriquecedoras lecturas de textos filosóficos clásicos, y en una revisión de algunos sacrosantos principios heredados, abriendo, de ese modo, nuevos caminos inexplorados  a la tarea del pensar.
También es significativo, y coincidente a tope, que cierto tipo de literatura crítica, hacia las ideas y autores atacados, acaba covirtiéndose siempre en una cerrada defensa de la democracia, del individuo, y de los valores liberales, y tratando de no dejar   espacio a veleidades que puedan tratar de ampliar los marcos participativos, o plantear otras formas de democracia más multitudinarias; ahí están a modo de ejemplo  de la literatura  que señalo un par de libros recientes: Los hijos de Heidegger de Richard Wolin y Pensadores temerarios de Mark Lilla. Salvando las distancias de la valía de las obras -indudablemente de más provecho la primera-, ambos profesores americanos se centran en la cerrada defensa de los valores liberales de su país (y de sus áreas de influencia), contra las posturas que trataron, o tratan, de hallar otros modos de organización social y  que todos ellos acabaron en el totalitarismo, ya sea po vía nazi-fascista, ya sea por vía  marxista. El respeto  a los valores establecidos es la  única manera de que la humanidad viva en armonía, los intentos de traspasar los límites impuestos, lo único que llevan es al abismo. Estos  dos nombrados, junto a Rorty en América, Habermas y Apel en Alemania, Ferry y Renaut en Francia han limitado el quehacer filosófico a la defensa de la Democracia realmente existente y  sus valores, del Hombre, de la Verdad, de la  Razón, de la Tolerancia, de los Derechos humanos…y todo lo que en su nombre se haga, hasta, si es el  caso la guerra, bienvenido sea. Más allá solo está el vacío. Las tropelías, y los lados oscuros de las democracias occidentales, el colonialismo, las invasiones, las amenazas, los golpes de estado financiados…¡pelillos a la mar!
Así las cosas, cualquier pensamiento crítico que se precie,  ha de combatir contra la voz de su amo, impuesta por las fuerzas que aman el gregarismo y la pasividad conformista, y ha de suponer un intento por extender y profundizar los hoy, todavía, pertinentes y actuales valores ilustrados: autonomía, libertad y capacidad reflexiva para enfrentarse a todas las formas de uniformización conformista con lo que hay, en un permanente combate guiado por el objetivo nietzscheano de dañar la estupidez bajo todas sus formas: culturales, políticas o religiosas. Y todo esto que afirmo es lo que se encuentra en los filósofos a los que trata de acorralar el pensamiento dominante, acérrimos defensores del actual estado de cosas. Dos frases pueden servir para aclarar el camino que señalo: una, de Michel Onfray: «ni humanismo, ni derechos del hombre, ni caridades asociadas, ni vuelta a las grandes virtudes proclamadas y reiteradas al modo de derviches giratorios, la filosofía radical quiere una potencia de acción efectiva y no una compasión moralizadora verbal y verbosa, estéril y esterilizante» (Politique du rebelle.Traité de résistance et d´insoumission); la otra, de Gilles Deleuze: «cuando  alguien pregunta para qué sirve la filosofía, la respuesta debe ser agresiva ya que la pregunta se tiene por irónica y mordaz. La filosofía no sirve ni al Estado ni a la Iglesia, que tienen otras preocupaciones. No sirve a ningún poder establecido. La filosofía sirve para entristecer. Una filosofía que no entristece o no contraría a nadie no es una filosofía. La filosofía sirve para detestar la estupidez, hace de la estupidez una cosa vergonzosa. Sólo tiene este uso: denunciar la bajeza del pensamiento bajo todas sus formas… hacer del pensamiento algo agresivo, activo y afirmativo. Hacer hombres libres, es decir, hombres que no confundan los fines de la cultura con el provecho del Estado, la moral o la religión. Combatir el resentimiento, la mala conciencia, que ocupan el lugar del pensamiento» (Nietzsche et la philosophie).
Con respecto al affaire Heidegger, volviendo y finalizando, sin duda que continuará (à suivre que dirían los franceses, pues el asunto siempre se ventila en el Hexágono). Eso sí, sería deseable que los acercamientos al tema no  fuesen unilaterales, rechazando las versiones y profundizaciones de pensadores que han trabajado el tema a fondo y con probada solvencia, no se escorasen hacia la anulación, la condena o la censura de autores y pensamientos, no  tratasen de organizar purga alguna (significativos son, en este orden de cosas, los encasillamientos inquisitoriales que establece Emmanuel Faye en la propia bibliografía de su obra), sino a impulsar los caminos de la reflexión y el discernimiento, aunque a veces -la partida se juega en otro lado- esos caminos no lleven a ninguna parte… Quizá en este caso  suceda lo que señalaba el propio Heidegger, «en el bosque, hay caminos que, las más de las veces cubiertos de neblina, se detienen de repente en lo no abierto. Se les llama Holzwege. Cada uno sigue su propio camino, mas en el mismo bosque. A menudo, parece que uno se junta con el otro. Pero no es más que una apariencia. Leñadores y forestales los conocen bien. Saben lo que quiere decir estar en un Holzweg, en un camino que no lleva a ninguna parte». ¡No sé, no sé!