Iñaki Uribarri
Las entrañas de la crisis
(Hika, 202zka. 2008ko urria)

            La ingente información que vienen arrojando todos los medios de comunicación sobre la crisis desde agosto del año pasado es muy difícil de digerir para una persona normal, incluso para una persona bien informada. El resultado de esta difícil digestión, unido al hecho de que la información no va acompañada de explicaciones que indaguen en las razones estructurales de la crisis ha creado en la mayoría de la población sentimientos de perplejidad, vulnerabilidad, temor, etc. Este artículo sólo pretende proponer algunos pensamientos que, a quien esto escribe, le ayudan a orientarse en la maraña de la inflación informativa.

            La economía marxista ofrece buenas herramientas analíticas para comprender crisis como la actual. El capitalismo es un sistema traspasado por contradicciones internas, cuya existencia es todo menos rectilínea. Los ciclos industriales, con una duración entre 8 y 10 años y con sus fases de recuperación, expansión, crisis y recesión (o depresión), son realidades insuperables del sistema.

            Se han venido señalando cuatro tipo de causas que están en el origen de los ciclos industriales: la baja de la tasa de ganancia; la desproporción o desequilibrios entre el sector de bienes de inversión y el de bienes de consumo; el infraconsumo (provocado por la falta de demanda), y la sobreacumulación o sobreproducción. En los diversos ciclos se suele dar una combinación de alguna o de todas estas causas pero, sobre todo, son las dos últimas las que siempre aparecen emparejadas. Las crisis del capitalismo moderno son crisis de sobreproducción y son reforzadas por la incapacidad de la demanda de satisfacer la oferta realmente existente. La diferencia entre demanda y oferta se cubre a través de la expansión del crédito, de la generación de instrumentos financieros que permitan seguir produciendo y vendiendo.

            Seguiré las versiones de Walden Bello y Francois Chesnais para explicar esta crisis. Hay que partir de la época dorada del capitalismo contemporáneo (años 1945 a 1975). Éste fue un periodo de rápido crecimiento, tanto en las economías del centro como en las subdesarrolladas. Un crecimiento propulsado, en parte, por la reconstrucción de Europa y del Este asiático, tras la devastación de la II Guerra Mundial y, en parte, por el nuevo estado keynesiano, que se asentó sobre severos controles estatales de la actividad del mercado, uso agresivo de políticas fiscales y monetarias para minimizar la inflación y la recesión, así como un régimen de salarios relativamente alto para estimular y mantener la demanda.

            Este periodo terminó a mediados de los 70, cuando las economías del centro se vieron inmersas en la estanflación (bajo crecimiento e inflación). Se trataba sólo de un síntoma de una causa más profunda: la reconstrucción de Alemania y Japón, así como el rápido crecimiento de economías en vías de industrialización como Brasil, Corea del Sur y Taiwán añadió enorme capacidad productiva e incrementó la competencia global. La tasa de beneficio resultó erosionada.

            Para salir del atolladero de la sobreproducción, el capitalismo puso en pié tres estrategias: la reestructuración neoliberal, la globalización y la financiarización.

NEOLIBERALISMO Y GLOBALIZACIÓN

            La reestructuración neoliberal, iniciada en los 80 por Reagan en EE.UU. y Margaret Tatcher en el Reino Unido, y conocida como ajuste estructural en los países del Sur, tenía como objetivo recuperar la acumulación. Utilizó dos tipos de medidas: unas, dirigidas a remover las restricciones estatales al crecimiento y al uso y flujos del capital y la riqueza; otras, dirigidas a la redistribución del ingreso desde las clases pobres y medias hacia las ricas, con la teoría de que mejorando las rentas de quienes estaban en la cúspide de la pirámide social, mejoraría la inversión y la riqueza se derramaría por toda la sociedad.

            La teoría del derrame se demostró falsa. Estranguló la demanda y generó enormes desigualdades, aunque (y en eso sí se anotó el capital un tanto extraordinario) acabó con la resistencia y debilitó extraordinariamente al movimiento obrero y a los sindicatos. Los resultados económicos de la reestructuración neoliberal no contienen éxitos: el crecimiento del PIB, que fue del 3,5% en los años 60 (media mundial), pasó al 2,5% en los 70, al 1,4% en los 80 y al 1,1% en los 90.

            La globalización, combinación de una acumulación extensiva con una rápida integración de zonas semicapitalistas, no capitalistas y precapitalistas a la economía global de mercado, iba destinada a ganar acceso al trabajo barato, a nuevas fuentes de productos y materias primas y a nuevas áreas de inversión. La liberalización del comercio, la remoción de obstáculos a la movilidad del capital y la abolición de las fronteras para las inversiones en el exterior, fueron sus instrumentos más utilizados.

            China es el caso más destacado de un área no capitalista integrada en la economía capitalista en los últimos 25 años. Una gran parte de las 500 corporaciones de la lista Fortune han desplazado parte de sus operaciones a China para aprovechar el precio chino. Obtienen allí entre el 40% y el 45% de sus beneficios. El problema con esta vía de salida del estancamiento es que exacerba la tendencia a la sobreproducción. La China de los últimos 25 años ha venido a añadir un volumen tremendo de capacidad manufacturera, lo que ha tenido por efecto deprimir los precios y los beneficios.

FINANCIARIZACIÓN

La financiarización, tercera vía de salida resultó vital para mantener y elevar la rentabilidad. Según F. Chesnais, una de las principales consecuencias y manifestaciones de lo que él llama la «muy larga fase de acumulación sin ruptura» (desde después de la II Guerra Mundial hasta la actualidad) es el nivel alcanzado y los mecanismos engendrados por la acumulación de capital de préstamos a interés, que se valoriza exteriormente a la producción de valor (economía real formada por la agricultura, la industria, el comercio y los servicios) y plusvalía, sin salir de la esfera de los mercados financieros.

            La reaparición de este tipo de capital a final de los años 60 fue el aumento de las ganancias no reinvertidas. Para que estos capitales no quedaran ociosos se abrió transitoriamente el mercado de eurodólares offshore en la City, hasta que la liberalización financiera orquestada desde Washington sentó las bases de los mercados de activos planetarios. Las otras dos grandes fuentes de acumulación de capitales financieros son las rentas basadas en las fuentes de energía o de materias primas, con la renta petrolera a la cabeza, y los fondos acumulados en títulos de los sistemas de jubilación privada. Mientras más importante pasó a ser la concentración del capital de préstamo a interés, especialmente en los Estados Unidos, más crucial se volvió garantizarle condiciones que le permitiesen concretar su pretensión de compartir la plusvalía, cuya masa debería estar en constante aumento. Una política monetaria consistente en tasas de interés bajas e inyecciones de liquidez ante cada sobresalto financiero pasó a ser el principal, si no el único, instrumento de política monetaria.

            La desconexión entre la economía real y la financiera, no es en el capitalismo un mero accidente o un problema de gestión de las finanzas. Es una necesidad provocada para hacer frente al estancamiento que genera la sobreproducción en la economía real. Desde la crisis mexicana de 1982 se ha producido una repetición constante de crisis financieras. 1982 fue el punto de partida de la crisis de la deuda del Tercer Mundo, fundamentalmente de América Latina. Le siguió el crack bursátil de mediana amplitud de Wall Street en 1987. En 1989 tuvo lugar la quiebra y la operación de salvamento público de las cajas de ahorro norteamericanas, que marcó el debut de una primera crisis mundial inmobiliaria. Su punto culminante es el crack de la Bolsa de Tokio y del sector inmobiliario en Japón, cuyas consecuencias todavía no han desaparecido.

            A comienzos de los años 90 se vivieron también graves crisis en los mercados cambiarios de Europa. En 1995 tiene lugar la segunda crisis de la deuda en México. El episodio siguiente, junio de 1997, tuvo como escenario Asia y se conoció como la crisis asiática. Afectó a siete países y tuvo incidencia en otros.

            Volviendo a los EE.UU., en la fase expansiva del ciclo de la nueva economía (empresas punto com), entre los años 1998 y 2001, se desarrolló la teoría y la gestión del actual régimen de gobierno de la empresa, que hace del valor accionarial el objetivo prioritario de las firmas (con las stock-options como estímulo para los ejecutivos). Los capitales de los inversores institucionales refluyeron desde Asia hacia sus bases de origen y montaron una burbuja sobre las empresas de Internet, que conocieron un crecimiento en flecha del valor de sus acciones. Cuando la burbuja Internet estalló a comienzos de 2001, el Nasdaq conoció un verdadero crack y la bolsa de Nueva York sufrió una seria caída y se mantuvo en niveles bajos hasta fines de 2002. Incluso las empresas que no corrieron la misma suerte de Enron o Vivendi, quedaron muy endeudadas y siguieron estándolo hasta 2003 o 2004. Las medidas tomadas por el gobierno de los Estados Unidos para contener este crack y apoyar aún más que antes al sector inmobiliario sembraron la semilla de la nueva burbuja inmobiliaria que estalló en agosto de 2007 y de la crisis financiera que nos acompaña desde entonces.

FUTURO

            La sensación de estar ante una crisis de magnitudes desconocidas en los últimos 75 años y su comparación con la crisis de los años 30 del pasado siglo, que desembocó en la II Guerra Mundial tiene su razón de ser, por más que expresiones como «esta crisis equivale para el capitalismo a lo que la caída del Muro de Berlín (1989) fue para el socialismo real», no sean nada apropiadas. A partir de 1989, el socialismo real comenzó a dejar de existir como modelo alternativo al capitalismo y fue absorbido por éste. La crisis actual no abrirá la puerta a un cambio de sistema económico sino, como mucho, a ajustes, de mayor o menor importancia, en la gestión del capitalismo.

            La desorientación con la que los gobiernos occidentales, los banqueros centrales, los economistas neoliberales y, en general, las clases dirigentes, están viviendo la crisis tiene que ver, en un escenario de corto plazo, con la duda sobre la efectividad de las políticas desplegadas para salvar a la banca, lo que equivale a salvar al sistema; y en un escenario de medio y largo plazo, qué remiendos habrá que aplicar a los tres pies que han sostenido al capitalismo en los últimos veinticinco años. O, siendo optimistas, qué nuevas estrategias de gestión puede poner en pie el sistema frente al neoliberalismo, la globalización y la financiarización.

            Yo creo que el neoliberalismo sí está tocado de muerte. No sólo su desprestigio intelectual es inmenso, sino que sus resultados ya están amortizados. Ha servido para mejorar la relación de fuerzas del capital, en la lucha de clases, frente a la clase obrera, pero no ha tenido eficacia económica, tal como se ha comentado en párrafos anteriores.

            La globalización es difícilmente reversible salvo que la crisis se profundice y se alargue mucho en el tiempo. Si esta perspectiva se instalara en la economía mundial, las soluciones estatales y el sálvese quien pueda podrían tener cabida a costa de un retroceso de la globalización. Pero, dejando de lado ese horizonte, improbable desde mi punto de vista, la asignatura pendiente es cómo gobernar la globalización para evitar que siga causando más problemas que los que resuelve. No hay instancias de poder institucionalizadas para tal tarea y la coordinación gubernamental que ha mostrado eficacia en la fase aguda de la crisis no es extrapolable a las situaciones normales.

            ¿Qué futuro le esperan a las finanzas? La vuelta a determinados tipos de regulación, controles, depuración, etc., está cantada, pero nadie osará colocar al sistema financiero al servicio de la economía real. Ése sí sería un giro copernicano en la gestión del capitalismo.

            Si creíamos que crisis como ésta nos colocarían mejor para denunciar este sistema por irracional e injusto y proponer cambios radicales, así como concitar protestas y luchas, no íbamos bien enfocados. Es obligado que abramos una reflexión, entre la gente crítica y alternativa, sobre las razones que explican la atonía de la contestación a la crisis.