Iolanda Pineda
Salt: un laboratorio social
(Página Abierta, 218, enero-febrero de 2012).

 

Transcripción de la intervención de Iolanda Pineda, exalcaldesa de Salt (Girona) en las Jornadas de Pensamiento Crítico celebradas el pasado mes de diciembre. No quedan recogidos aquí sus puntos de vista y explicaciones en el coloquio posterior.

A mí me gusta decir que Salt, por su peculiar situación, es un laboratorio de prácticas sociales. Salt es un municipio situado al sur de Girona, la capital. No tiene límite de continuidad con esta, pues se encuentra junto a ella y solo es una calle la que distingue una ciudad de otra. De hecho, entre 1968 y 1983, el municipio de Salt estuvo anexionado a Girona, hasta que en 1983 consiguió un decreto de segregación de la Generalitat.

Este hecho marcó bastante la historia de nuestro municipio. Porque mientras estuvimos anexionados a Girona, en la época del final del franquismo, fue uno de los barrios más discriminados y abandonados. Por eso tenemos muy en cuenta la fecha del 3 de marzo, que es el día que celebramos, en este caso, nuestra “independencia” de la capital.

Salt posee un término municipal pequeño: poco más de seis kilómetros cuadrados. Y de ellos, casi un tercio es un espacio de especial protección: huertas y dehesas en la ribera del río Ter. Actualmente tenemos una población de unos 30.000 habitantes, con una peculiaridad, y es que más del 40% son de origen extranjero.

Asentado en un terreno plano y fructífero que nació a partir de la agricultura hacia el año 875, Salt ha vivido varias oleadas migratorias y ha crecido a base de ellas. La primera gran época de crecimiento migratorio fue a finales del siglo XIX y principios del siglo pasado, a raíz de que la industria textil se instalase en nuestro municipio gracias a la fuerza motriz de una acequia amonar (un canal artificial), que daba en principio riego a la agricultura y posteriormente brindó la fuerza motriz para que las fábricas pudieran funcionar. En esa primera oleada migratoria llegaron los vecinos de poblaciones cercanas de la misma comarca, que pasaron de la agricultura a trabajar en la industria.

Entre los años cincuenta y setenta del siglo XX, Salt recibió la segunda oleada migratoria favorecida por el desarrollismo franquista y la especulación urbanística de aquel entonces. En poco espacio, en lo que ahora es el centro de la ciudad, se construyeron gran cantidad de pisos que sirvieron para albergar a los inmigrantes que llegaban del resto del Estado español, sobre todo de Andalucía y de Extremadura, que, básicamente, trabajaban en el sector de la construcción, en una importante industria cárnica y en el sector del textil. Antes de habitar los pisos del centro de Salt, muchos de estos inmigrantes habían vivido, en Girona, en situaciones infrahumanas, en barracas cerca del Montjuïc gerundense o en otros lugares. El crecimiento desaforado de Salt vino propiciado por el hecho de estar al lado de una capital media como era Girona. Con esta segunda oleada migratoria, la más importante,  llegamos a tener casi 20.000 habitantes.

Finalizaba el siglo XX y se iniciaba el XXI cuando hemos empezado a vivir la tercera oleada migratoria. Aquellos inmigrantes, mayoritariamente andaluces y extremeños, habían prosperado económicamente, subieron en el ascensor social, y fue entonces cuando algunos de ellos decidieron buscar vivienda fuera del centro, en mejores condiciones, en espacios más agradables, más libres, donde hubiera más equipamientos, mejor comunicación… Así fue como parte de los autóctonos se desplazaron a barrios de nueva construcción dentro del mismo Salt, o bien buscaron opciones en otras poblaciones vecinas.

Aquellos pisos que se abandonaron en el centro de la población fueron ocupados por una nueva inmigración, que esta vez provenía sobre todo de África –mayoritariamente de Marruecos, Gambia y Senegal– y también de Latinoamérica. Gran parte de esta nueva oleada de inmigrantes encontró empleo en la construcción, que era el sector en auge en ese momento (como se sabe, la burbuja inmobiliaria de estos años comenzó a mediados de los noventa y se prolongó hasta 2007).

Desde 1999 a 2007, en menos de una década, pasamos de tener un 6% de población inmigrada a cerca de un 43%. Y este fenómeno, básicamente, se debió, en mi opinión, a la existencia de un parque de viviendas asequible y al inevitable sentido gregario de las comunidades humanas. Cuando uno se marcha de su país persiguiendo mejores condiciones, busca a sus iguales en el espacio donde se encuentra y, evidentemente, un mercado de trabajo que les estaba dando ocupación a estas personas, aunque no en la misma población de Salt. Aquí se concentraron muchos inmigrantes porque se les ofrecía una vivienda asequible y porque había otros compatriotas. Muchos de ellos trabajaban en la construcción o en polígonos industriales que estaban situados en las inmediaciones de Salt, pero no en nuestra población. De hecho, Salt, que, como señalaba, tiene un término municipal muy pequeño, no dispone de espacio para situar muchas industrias, ni tampoco de un mínimo sector económico potente.

Entre los años 2000 y 2010 hemos crecido a un ritmo muy rápido, una media de mil habitantes por año [ver cuadro adjunto]. Ahora –el último dato del que dispongo es del 30 de noviembre de 2010– ya somos casi 32.000, de ellos, 17.000 españoles. Respecto a los extranjeros, por nacionalidades, solo de nacionalidad marroquí viven 5.000 personas en nuestro municipio; gambianos casi 2.000; de Honduras, 1.300; de Malí, 769; de Senegal, 570… Y así hasta llegar a 79 nacionalidades.

De estos datos se desprende que, a medida que crecía la población inmigrante, descendía la población autóctona. Pese a que nuestra población ha ido creciendo y habíamos pasado en menos de diez años de 22.000 a 30.000 habitantes, curiosamente, debido a este fenómeno de pérdida de población autóctona, y dado que los extranjeros no tienen derecho a voto, el censo electoral había disminuido y casi perdíamos concejales.A medida que los españoles iban prosperando económicamente, buscaron viviendas fuera del barrio Centro. Estas viviendas, que los autóctonos abandonaban, fueron vendidas a inmigrantes. Se trata de un proceso diferente al de otras ciudades, donde los inmigrantes se ven obligados a vivir en el extrarradio. Y estos son dos fenómenos que fueron retroalimentándose. Y a medida que la población autóctona se marchaba de Salt, llegaba población inmigrante. La población autóctona que se quedaba, luego, sintiéndose desplazada, buscaba vivienda fuera, aunque no pudiera comprarla, daba igual; la cuestión era poder marcharse. Yo denomino este fenómeno de “huida”; y el del que no pudo marcharse por la edad o porque ya no le daban más hipotecas fuera, con el nombre del “atrapado”.

Como se puede comprender por la exposición de estos simples hechos, se trata de un cambio poblacional muy importante en menos de una década, lo que supone una situación difícil de gestionar, por muy buena voluntad que cualquiera pueda poner por su parte y por mucha experiencia que hubiéramos tenido en oleadas migratorias anteriores y precedentes. Además, los Ayuntamientos no tenemos asignadas ni competencias ni recursos económicos para hacerles frente. No tenemos competencias ni en fronteras ni en otorgación de papeles. No tenemos competencias en muchas cosas, ahora, eso sí, tenemos que garantizar la convivencia y la cohesión social.

¿Cuáles son los problemas a los que nos enfrentamos actualmente? En primer lugar la densidad. Por eso he hecho especial hincapié en que somos un término municipal muy pequeño. Como ya he señalado, estamos hablando de seis kilómetros cuadrados, y, además, un tercio es espacio de especial protección y, por lo tanto, en él no se puede construir. Por ese motivo, en el barrio Centro, que es el corazón de Salt, en 0,4 kilómetros cuadrados se amontonaba una población de 16.000 personas, en el año 2005. Eso significa 36.000 habitantes y 17.500 viviendas por kilómetro cuadrado, una densidad altísima. Y en este barrio Centro, en estos 0,4 kilómetros cuadrados, casi el 70 o el 80% de la población que vive allí ya es de origen extranjero.

Otro de los problemas es el hacinamiento, que está relacionado con la vivienda y el espacio público. Las calles del centro de nuestra ciudad, con el tiempo, han cambiado la “coloración”. Cuentan con unas especificidades propias que, desgraciadamente, son peyorativas y evidencian el drama de situaciones graves y de una frágil cohabitación.

Como decía, una alta densidad de población en el barrio, donde conviven personas con raíces, tradiciones y costumbres muy distintas. También personas con situaciones económicas y familiares frágiles. Yo creo que el problema no es tanto la inmigración como la pobreza. Así, es frecuente el impago de hipotecas o cuotas de alquiler y de las cuotas a las comunidades de propietarios, lo que dificulta mucho la convivencia en ellas. Existen, por un lado, problemas de sobreocupación en viviendas; mientras que, por otro, van quedando viviendas vacías, un fenómeno más o menos reciente, de los últimos tres años, básicamente, porque las familias propietarias no han podido hacer frente a la hipoteca o al alquiler y han sido desahuciadas. Y, en ocasiones, estos pisos que están cerrados son ocupados de forma irregular. Y cuando digo “irregular” me refiero a que en muchas ocasiones los ocupan bandas que los utilizan para guardar productos que han robado, ejercer la prostitución o para el tráfico de drogas. Esta ocupación es la que genera los mayores problemas.
Como consecuencia de todo ello, se produce, obviamente, la degradación de este parque de viviendas, debida a esta falta de conservación, de mantenimiento de fincas: humedades, mal estado de las fachadas, problemas de higiene, de salubridad, desperfectos. Un entorno urbano, con mucha densidad, donde faltan espacios verdes, de ocio, aparcamientos, equipamientos...

Otro problema que observamos es la alta movilidad de la población. Quien viene a Salt no encuentra las condiciones favorables para su desarrollo personal y familiar, y cuando tiene ocasión busca alternativas en otras poblaciones. La movilidad provoca que haya poco arraigo en la localidad, que llega a considerarse un lugar de paso. Y en los lugares de paso, desgraciadamente, muchas veces no existe interés por cuidar las cosas,  porque no es donde vas a pasar una parte de tu vida. Quien logra tener un cierto estatus y situación considera que Salt no es un buen lugar donde vivir y se va. Y eso supone que  estamos perdiendo una masa social, más o menos preparada, que es importante, que es de calidad y que ayuda a equilibrar situaciones de pobreza.

Tenemos problemas graves en las comunidades de propietarios, que están desestructuradas, y que necesitan de intervención y de mucho acompañamiento por parte de la Administración. Y también, por ejemplo, tenemos el problema de las insuficientes conexiones de las viviendas a la red de agua potable. Salt, que se asienta en un terreno llano, tenía en su subsuelo mucha agua. De modo que cuando se construyeron estos pisos, en los años sesenta, no se conectaron a la red de agua potable, sino que cada comunidad hizo su pozo. Pero con el paso de los años las capas freáticas se han ido contaminando cada vez más, y es difícil garantizar la calidad de esa agua. Se han hecho diversas campañas para que se conecten a la red de agua potable, a la red general, y eliminen los pozos. Porque, además, los pozos también son una fuente de  problemas; no solo el que representan para la salud de las personas, sino el de su conservación. La gente pensaba que el agua era gratis, y no es así, puesto que el pozo también necesita de un mantenimiento.

Luego están, además, los problemas relacionados con el mercado de trabajo. Tenemos una tasa de paro en el municipio entre un 25 y un 26%. Es difícil disponer de encuestas que sean fiables sobre población activa, y a veces el porcentaje puede variar. Por lo tanto, lo que sí puedo decir es la cantidad de parados. En el mes de octubre de 2011 había 3.631 parados, o sea, un poco más del 10% de la población total, de los cuales 1.875 eran extranjeros no comunitarios; 93, extranjeros comunitarios, o sea, europeos, y 1.663 eran españoles. Por lo tanto, podemos establecer un perfil del parado: es un hombre extranjero, de entre 25 y 40 años, del sector servicios o de la construcción, de un bajo nivel formativo, y en algunos casos con problemas de analfabetismo. Debido a esa baja formación, son trabajadores de difícil inserción laboral en otros sectores que no sean el de la construcción. Y los extranjeros, que son el 40% de la población, sufren más de la mitad del paro.

Como decía también, otro de los problemas relacionados con el mercado de trabajo es que tenemos un parque de viviendas, pero, en cambio, no tenemos lugares de trabajo. O sea, estamos aguantando el peso social de una población sin poder ofrecer una alternativa de actividad económica a una situación de desempleo de estas personas.

Hablemos ahora de la educación. Todas las escuelas públicas de nuestro municipio tienen un índice de población inmigrada por encima del 60%. Las escuelas públicas acogen entre un 60% y un 95% de niños y niñas inmigrantes. Muchos son nacidos aquí, pero no son españoles, son de origen extranjero. Además, a lo largo del año, debido a la reagrupación familiar y las distintas situaciones familiares, van llegando niñas y niños que se incorporan tarde al curso escolar. Por ejemplo, a lo largo del curso 2009-2010, de septiembre a mayo, se incorporaron 220 escolares en educación infantil, en Primaria, y 107 en Secundaria. La mayoría son niños y niñas cuyos padres son marroquíes, y que hablan una lengua distinta, lo que supone una complicación.

Hay que señalar que la población extranjera de 0 a 16 años ya supera a la española. El 70% de los nacimientos que se producen en nuestro municipio son de madre extranjera. Los españoles de entre 0 y 16 años son 2.898 y los extranjeros 3.671.

Existe un alto índice de fracaso escolar. Casi la mitad de los alumnos, cuando terminan la ESO, no se gradúan. En el curso 2009-2010, de cerca de 300 alumnos que terminaron la ESO, 150 no consiguieron graduarse y solo obtuvieron el certificado de escolarización. En esta situación, pocas posibilidades tienen de inserción laboral con garantías y condiciones. Y el hecho de que las escuelas públicas estén etnizadas provoca la huida de los padres autóctonos. Muchos de estos, ante el mal trago de escolarizar en una escuela pública donde creen que la calidad de la educación no va a ser buena y que su hijo o hija va a tener peores condiciones de escolarización y va a aprender menos porque los compañeros de clase son hijos de extranjeros, o que van a llegar niños a lo largo del curso, etc., optan por comprarse un piso en otro municipio. En Salt hay también tres escuelas concertadas de una única línea que no dan abasto para toda la población autóctona que quisiera escolarizar.

Esto supone que gente de mi generación (yo tengo 35 años) ha abandonado en gran parte nuestro municipio. Y la gente de mi generación, que con todos los esfuerzos de nuestros padres pudimos, quien más quien menos, estudiar una carrera o tener una posición social importante, nos encontramos con el mismo problema que indicaba antes: estamos perdiendo población mínimamente de calidad y con formación en detrimento de otra población que viene, que está en una peor situación económica y que tiene que empezar de cero.

Estos que he señalado son los principales problemas. Pero ¿cuáles son las soluciones?  Yo creo que, sinceramente, solo deben aplicarse políticas específicas para la primera acogida. En el caso concreto de Cataluña tenemos una ley que regula esto, que es la Ley de Acogida de las Personas Inmigrantes. Esta ley da legitimidad y cobertura al trabajo que hemos venido llevando a cabo todos los Ayuntamientos. Porque aunque esta ley se aprobó en 2010, era un trabajo que ya se venía desarrollando desde hace mucho tiempo.

Esta ley tiene como objetivo básico hacer efectivo el principio de igualdad y de cohesión social mediante la creación de un servicio de acogida, que está orientado a la promoción de la autonomía personal de las personas extranjeras inmigrantes. Ciertamente, estas personas inmigrantes que acaban de llegar a nuestro país se encuentran en una situación de desventaja por motivo del desconocimiento de la sociedad, de sus normas jurídicas principales o por falta de capacidades lingüísticas básicas. Y, por ello, todo lo que articula la ley de acogida hace referencia a dotar a estas personas de conocimientos lingüísticos –en este caso del catalán, básicamente, y también, evidentemente, del castellano–, conocimientos básicos de la normativa laboral, y también conocimientos de la sociedad de acogida en la que viven.

Para poder llegar a la autonomía personal, concretamente desde Salt, teníamos los siguientes programas:

· Espacios de recursos de acogida.
· Programa de Acompañamiento a la Reagrupación Familiar, mediante el cual hacíamos un acompañamiento a quien pretendía reagrupar. Y cuando llegaba el reagrupado, a toda la familia.
· Servicio de atención al inmigrante. Básicamente es un asesoramiento de tipo legal.
· Un programa específico para jóvenes entre 16 y 18 años que eran reagrupados. Hasta la nueva ley de extranjería, estos jóvenes tenían permiso de residencia pero no trabajo. Y, además, con 16 años ya no se tienen que escolarizar. Por medio de este programa de acogida para ellos, básicamente, les enseñamos el pueblo y el idioma.
 · Programas de alfabetización, desde la escuela de adultos. Muchos ciudadanos, sobre todo de origen gambiano, senegalés y marroquí, son directamente analfabetos en su lengua de origen. No es difícil imaginar lo que supone alfabetizarlos en una lengua distinta de la de origen.

Fuera de este tipo de programas que llamamos de acogida, el resto de las políticas que a continuación explicaré se dirigen al conjunto de la población y, por lo tanto, no son beneficiarios única y exclusivamente los inmigrantes.

Por ejemplo, en el ámbito comunitario, hacemos mediación en las comunidades de vecinos cuando existen problemas de convivencia en ellas porque no se pagan las cuotas de la comunidad, etc. Para eso existe un Programa de Deudas Comunitarias, porque ante la situación de penurias económicas que están viviendo distintas comunidades de propietarios, y gracias en este caso a una subvención del Ministerio de Trabajo e Inmigración, comenzamos este programa. Yo lo denomino “plan de salvamento”, en ayuda de las comunidades de propietarios. No les damos el dinero para pagar la comunidad, pero sí que empoderamos a sus presidentes, a sus secretarios, les damos formación para que los vecinos se conozcan, sepan de la importancia de contribuir a una comunidad de propietarios; que si uno no puede pagar, cómo se puede organizar su economía familiar para contribuir, en la medida de sus posibilidades, a lo que es la manutención de la comunidad. Les implementábamos también un plan de viabilidad económica. Acompañábamos a los presidentes y secretarios a hacer el puerta a puerta para que los morosos pagaran. Y también, como decía, tratábamos de educar acerca de la necesidad e importancia de contribuir a los gastos comunitarios. O intentábamos que los vecinos, de forma rotativa, limpiaran la escalera y así se ahorraban un gasto.

En el ámbito educativo y laboral disponemos de una bolsa de trabajo, un servicio de orientación laboral y un programa de formación prelaboral. Porque muchos no podían ni siquiera acudir a un programa de orientación laboral o a un programa del Centro de Información y Formación Ocupacional al no saber leer ni escribir, y si no hacíamos el prelaboral no podían ir al otro.

Y elaboramos un proyecto para el conjunto de la población que se llama Proyecto Inicia, donde se asesoraba, se hacía un plan de viabilidad de empresa para quien quería montar una tienda, un negocio, lo que fuera. Y también disuadíamos a muchos que proyectaban hacerlo. Además, hicimos un programa de mediación comercial cuyo objetivo era cohesionar el comercio, trabajar el tema de horarios, los aspectos sanitarios y promover el comercio étnico como una oportunidad, no como una amenaza. Se trataba de que, por ejemplo, si un marroquí abría una tienda, la pudiese arreglar de forma adecuada para que no solo fuera un comercio destinado a los propios marroquíes, sino a todo el mundo.

Destinados a jóvenes provenientes del fracaso escolar, también tenemos un montón de recursos educativos: escuelas talleres, planes de calificación profesional, etc.

En el ámbito educativo y de ocio, disponemos de un programa de mediación educativa para cuando surgían problemas entre familias y centros escolares, talleres de sensibilización para evitar y reconducir conductas de racismo y xenofobia y bullyng, programa de patios abiertos y juegos en las plazas para dar salida en el tiempo libre al ocio de los niños y niñas. Porque este es otro gran problema. Ahora es arriesgado que los niños y niñas jueguen en la calle. Con todo, es corriente que los hijos e hijas de extranjeros corran solos por las calles. Lo que produjo un incremento de accidentes de circulación por atropellos. Tuvimos que incrementar la educación vial en las escuelas por los problemas derivados del hecho de que esos niños iban solos por la calle y pasaban por donde no debían. Eso se solucionó, pero continúan estando en la calle, y eso a algunos vecinos les molesta. Por lo tanto, en horario extraescolar los patios de las escuelas están abiertos con monitores para que los niños se puedan dirigir ahí y puedan jugar mínimamente atendidos.

Promovimos, igualmente, un programa de mediación con la policía municipal, porque teníamos algunos problemas con adolescentes. No se han llegado a crear bandas urbanas, pero sí temíamos que apareciesen Y sabíamos que no podíamos acometer este problema única y exclusivamente mediante la policía y la seguridad. Por ello, tomamos como modelo una experiencia que se aplicó en Colombia con bandas juveniles, en este caso muy violentas. Se trataba de actuar, como digo, no solamente desde el ámbito policial, sino también con la mediación, para buscar soluciones en la ocupación de los espacios públicos.

En el ámbito de recuperación de espacios urbanos, estamos, desde el año 2005, dentro de un plan de barrios que se ha elaborado en Cataluña. Hemos podido invertir casi 15 millones de euros para reurbanizar calles y mejorar el espacio público. Gracias a ello también se puso en marcha la Oficina de Vivienda, creamos un centro cívico y pudimos conceder subvenciones a las comunidades de propietarios para poderse conectar, como dije antes, a la red de agua potable.

Conseguimos también un proyecto de transformación del centro de Salt, que era el Área de Renovación Urbana, un proyecto muy ambicioso que ahora ya no existe, desgraciadamente. Pero conseguimos firmar con el Ministerio de la Vivienda un convenio entre ministerio, Generalitat y Ayuntamiento –por el momento era de 27 millones de euros– para conseguir hacer esponjamiento en esta zona, es decir, solucionar los problemas de los que hablaba de densidad, hacinamiento. Se trataba de recolocar a la población, y para ello, esponjábamos, o sea, hacíamos desaparecer algunos bloques de pisos y recuperábamos espacio público. Esa era la idea. Un proyecto ambicioso que se quedó en el tintero. No obstante, conseguimos la primera financiación, que eran 27 millones de euros, que no es poco.

Se creó, asimismo, el Plan de Ciudadanía. A raíz de los hechos que sucedieron en febrero del año 2010, surgió una idea de los propios vecinos y de la sociedad civil –por cierto, una de las fortalezas de Salt es que tiene una sociedad civil muy activa, con muchas entidades en el ámbito cultural que hacen un buen trabajo–, que creían que debíamos reunirnos alrededor de una mesa para hablar de ciudadanía. Y así surgió la Mesa de Convivencia y Ciudadanía.

Hasta entonces, las asociaciones de vecinos –básicamente compuestas de autóctonos; por ejemplo, en la del Centro, con el 80% de población inmigrante, no figura ningún inmigrante en la junta– venían al Ayuntamiento solo para quejarse, para pedir y fiscalizar el trabajo que estábamos haciendo. Sin embargo, esta Mesa de Ciudadanía va más allá, trabaja con modelos de democracia participativa. De manera que el ciudadano no solo muestra su queja, sino que pregunta: “¿qué puedo hacer yo para que esto sea mejor?”. O sea, no deriva toda la responsabilidad a la institución y al Ayuntamiento, sino que se responsabiliza él también de proponer y actuar. Aunque el pleno de la Mesa de Ciudadanía actualmente se compone de asociaciones de vecinos, confederación de comerciantes, mesa de entidades extranjeras, se consultó a todos los agentes del territorio, desde técnicos del Ayuntamiento, entidades culturales, deportivas, comunidad educativa, partidos políticos, con el fin de que todas las voces estuvieran presentes en el diagnóstico y fuera lo más plural posible, y las soluciones propuestas también pudieran ser las más diversas.

Gracias a esta Mesa de Convivencia y Ciudadanía se aprobó, en abril de 2011, el Plan de Ciudadanía. En este plan se contempla cuáles son las acciones, los planes y el calendario para su ejecución y quién debe responsabilizarse de ella. La mayoría de esas acciones y planes le corresponde al Ayuntamiento desarrollarlos, pero también hay asociaciones de vecinos que se han comprometido a llevar a cabo esa tarea. Yo creo que la virtud de este Plan de Ciudadanía es que está creado por la propia sociedad. Si bien el proceso ha sido dirigido desde el Ayuntamiento, surge desde la base y acerca a políticos y ciudadanos a un mismo plano propositivo, lo cual ya era bastante importante.

Cambiando de tercio, ahora pasaré a hablar de los hechos acaecidos y el surgimiento del racismo y la xenofobia en nuestro municipio. Y me referiré a tres momentos clave, tres acontecimientos clave que han marcado, en los dos últimos años, este surgimiento.

Al principio, frente a los extranjeros, se creó una situación marcada por una actitud ciudadana de prevención: “¿a qué habrán venido?”, “¿por qué están aquí?”, “¿qué están haciendo?”. Pero no iba más allá. De la prevención se pasó a la tolerancia pasiva: “todos tenemos trabajo, más o menos, no nos molestamos, no nos conocemos tampoco”; cohabitamos, no convivimos, nos toleramos pasivamente. Luego, cuando empezó la crisis económica, muchos pensaron: “a este le dan todo, todas las ayudas sociales son para ellos”. Es decir, una aversión hacia el inmigrante, ligada al hecho, en mi opinión, de que cuando a uno le cambia tanto su barrio, es normal también –eso tiene que ver con la empatía, con la asertividad, etc.– que al final se sienta mal. Pero de ahí al racismo y xenofobia hay un paso más allá que es el que se produjo a causa de unos hechos que comento a continuación.

El 21 de febrero de 2010, hubo una manifestación ante el pleno del Ayuntamiento que obligó a su suspensión. Unas 200 personas entraron en el recinto impidiendo la marcha de la sesión. Se quejaban de la falta de seguridad por los casos de robos en el municipio. Porque es verdad que en noviembre, diciembre y enero había habido un cambio de tipología de robos y se había pasado de robos en el interior de vehículos a robos en el interior de las viviendas y en los garajes, aunque no se produjeron casos de violencia contra las personas en ellos. No es que hubiera más robos, al contrario, había menos, pero, claro, eran mucho más graves. Por esta causa, habíamos aumentado la seguridad y había policías en las calles haciendo identificaciones a diestro y siniestro.

El pleno suspendido se volvió a convocar días más tarde, y sucedió lo mismo. En esta ocasión tuve que desalojar a dos o tres personas, que afuera, y estando presentes un montón de medios de comunicación, se enfrentaron con unos magrebíes, tras acusar a la comunidad magrebí de estar detrás de los robos. Hasta entonces, los manifestantes, todos blancos, no habían hecho alusión a negros ni a moros; simplemente se quejaban de la falta de seguridad.

Los magrebíes, que habían sido objeto de muchos cacheos policiales, se  pusieron muy nerviosos, y el mismo jueves por la noche se manifestaron delante del Ayuntamiento.  Al final, los magrebíes convocaron una asamblea el sábado siguiente. Yo me reuní con ellos dos días después para intentar que recobrasen la calma, y mediar en todos los ámbitos posibles para que nadie se manifestara ya más.

En mayo de ese año 2010, y aunque en 15 años no se había producido un solo homicidio en Salt, en algo más de una semana fueron asesinadas dos mujeres, víctimas de violencia de género, una marroquí y otra española. Estos hechos luctuosos, aunque no tenían nada que ver con los robos y la inseguridad, calaron mucho en el sentimiento de la gente.

Menos de un año después, el 8 de enero de 2011, un menor de edad marroquí que estaba interno en un centro residencial de menores (era un menor no acompañado) y era conocido por la policía –lo llamaban Spiderman, porque ayudaba a mayores marroquíes a hacer robos en el interior de viviendas; era el que escalaba– fue visto por la policía conduciendo una moto. Lo empezaron a perseguir, con tan mala suerte que se cayó por un patio de luces. Mientras estaba en la UCI, porque no murió en el acto, una semana después, un grupo de chavales –una docena, aproximadamente– de entre 12 y 16 años se manifestaron delante de la policía municipal al grito de “policías cabrones que matáis a los menores”, y empezaron a quemar contenedores. Quemaron en menos de dos horas quince contenedores y al día siguiente  quemaron cinco coches y nueve motos en varios lugares del municipio. 

A raíz de estos hechos, las entidades cívicas de Salt, las asociaciones de vecinos y las entidades extranjeras –o sea, la sociedad civil, no el Ayuntamiento–, hartas de esta situación y ante la imagen que estábamos dando en los medios de comunicación, decidieron manifestarse pacíficamente el 22 de enero bajo el lema “Queremos vivir en Salt en paz y bien” (dos días antes de la manifestación murió el menor marroquí). La manifestación transcurrió en silencio y sin incidentes, pero con mucha tensión.

No obstante, la situación no acaba aquí, sino que la mañana del domingo 13 de marzo de 2011 fue encontrado por los servicios de limpieza del Ayuntamiento un joven de 23 años llamado Óscar Cruz con una herida en la cabeza en una plaza pública del centro. Este joven fue traslado al hospital de Salt y, tras una primera inspección médica, y puesto que debía esperar a que le atendieran y le hicieran las pruebas médicas, no quiso esperar y decidió volver a su casa. Y a la vuelta a casa habla con un amigo y con su tía, con la que vive, y les cuenta a ambos que quien le ha propinado el golpe en la cabeza es un “moro”. El chico se va a dormir y, el lunes por la tarde, la tía, extrañada de que no se levantara, va a verle a su habitación y se lo encuentra muerto. La autopsia confirma que la causa de la muerte había sido la herida que sufrió en la cabeza.

El lunes 21 de marzo, que era otro día de pleno, porque desde el mes de febrero de 2010 no hubo un pleno sin manifestación, los amigos y familiares de Óscar convocan una concentración y un minuto de silencio en su memoria ante el Ayuntamiento. La concentración se convierte en una histeria colectiva de insultos y amenazas hacia mí y hacia la policía. Insultaban sin tregua e intentaron asaltar el Ayuntamiento. La manifestación terminó delante de mi domicilio, utilizando la muerte de ese chico para dar rienda suelta a su ira contra los inmigrantes magrebíes. Al final resultó que quien le clavó un punzón en la cabeza fue un colombiano, no un magrebí. Pero ya valía todo, ya daba todo igual. Estos fueron, como decía, los hechos que provocaron que esa aversión hacia los inmigrantes se convirtiera en racismo y xenofobia.



Iolanda Pineda, abogada, fue alcaldesa de Salt entre junio de 2007 y junio de 2011. Propuesta por su partido, el PSC, junto a José Montilla, recientemente ha sido elegida por el Parlamento de Cataluña senadora de representación autonómica.

El cambio de Gobierno municipal

En las elecciones municipales celebradas en Salt el 22 de mayo de 2011, de un total de 21 concejales a elegir, CiU obtuvo nueve (uno más que en 2007) y la alcaldía, mientras que el PSC tuvo que conformarse con seis (tres menos que en 2007). Plataforma per Catalunya, formación de tinte racista y xenófobo, que se presentaba por primera vez, consiguió tres concejales. Por su parte, IPS-PA se adjudicó dos concejales y el PP uno. La abstención en Salt en estos comicios se situó en el 42,6% (4,5 puntos menos que en 2007).