Ion Arregi

¿Renovadas esperanzas en Latinoamerica?

(Hika, 182-183zka. 2006eko, azaroa-abendua)

            Algo está sucediendo en América Latina que llama la atención de propios y extraños. Un buen número de secuencias electorales sobresaltan a los observadores y nuevos gobiernos con discursos que citan la justicia y a los pobres se instalan en palacios presidenciales abiertos desde siempre sólo a los de siempre. Hablan de la propiedad nacional de sus recursos, del reparto más equitativo de los bienes, de constituciones democráticas, nuevas relaciones internacionales de las que son deudores en quiebra, reclaman amistades leales con otros países vecinos y algunos desean tomar distancia con los planes económicos USA. Los medios citan aires progresistas y de izquierda y en los ambientes activistas aflora la ilusión perdida.
            Con diferencias entre sí, hay victorias electorales que son precedidas o acompañadas por el auge e incluso la envergadura de la exigencia y el plante ciudadano, -esto es algo muy resaltable- y en muchos de ellos, hay una marcada percepción social acerca de la importancia de apoyar candidatos comprometidos con la igualdad. Mucha gente históricamente desconfiada y abstencionista, mucha gente tradicional y ancestralmente marginada, ha pasado a considerar que es preciso advertir a los responsables para que se cuente con ella, que han de cambiar las cosas para vivir con dignidad, han decidido participar en las contiendas electorales y... también ganarlas. Y claro, está habiendo un efecto dominó que partiendo de este impulso logra materializarse. Una nueva hora de esperanza popular recorre la geografía latinoamericana. La lista abarca casi todo el continente a excepción de la isla fidelista donde no son de recibo ni la opinión crítica ni la alternancia, se combinan algunos logros con muchos imposibles, y los regímenes más conocidos de los EEUU, donde las penas son abundantes.
            Es notable la variedad entre los distintos gobiernos como para hablar de caminos unidireccionales. Son muchas las diversidades –grandes rivalidades incluidas- entre las nuevas administraciones al encarar sus realidades, en función de sus ideas e intereses, de manera muy importante, pero también del estado de sus economías, de sus recursos y bienes, de sus dependencias y equilibrios exteriores e interiores, de sus alianzas políticas, en sus relaciones con los EEUU, en la forma de querer cimentar su poder electoral e institucional junto a unos aparatos de Estado muy represivos y muy corruptos y unas fuerzas económicas que siguen erre que erre por las pistas de la usura.
            Existen cambios en las democracias latinoamericanas –las democracias parlamentarias son variadas en su calidad, en sus modos y usos-, formas que se alejan de los períodos dictatoriales continentales de los años 70 como respuesta a los focos revolucionarios y movilizaciones y a experiencias como la de Salvador Allende. Han quedado atrás y cargadas de sentimientos encontrados las guerrillas, las guerras revolucionarias y contrarrevolucionarias centroamericanas -persiste el caso colombiano en el norte del sur - y se avanza en relación a los tímidos intentos que se plasmaron en los 80, tras el período de las dictaduras, con toda una suerte de democracias parlamentarias corruptas y antisociales que han tenido el visto bueno USA.
            Queda mucho camino por delante. No se trata de confundir los regímenes de democracia política con el vigor de los derechos humanos pues es larga la lista de sobrecargos. Latinoamérica está considerada como el lugar de mayores desigualdades planetarias en relación a los recursos y capacidades productivas que posee, y el hambre, la miseria, el desempleo, las violencias y las desigualdades abundan.
            Los años 90 se han caracterizado por políticas que han empobrecido aún más a su ciudadanía, ha aumentado el estado de indefensión social mientras se han aplicado sin remisión los recetarios del FMI y del BM, se han privatizado amplios sectores de la economía y ha aumentado el expolio de recursos de todo tipo. Los EEUU han querido acotar su patio trasero con el Tratado de Libre Comercio absolutamente desequilibrado en su favor. Esta situación ha propiciado un aumento del rechazo y una decisión extendida en la opinión pública de construir gobiernos y parlamentos que atiendan sus demandas, se alejen de los pucherazos y las prevaricaciones.
            Más allá de hasta dónde haya coincidencias y anhelos comunes entre políticos y ciudadanía, desconfiando de la voluntad de los poderes económicos y del Estado, a la espera de ver las derivas de todo este fenómeno, el referente de este pulso depende de la importancia que cobre la conciencia de esas sociedades y su capacidad para oponerse a la injusticia, su voluntad para sugerir caminos de igualdad y bienestar social y ensanchar el ámbito de las libertades.
            La segunda mitad del siglo XX estuvo repleta de operaciones revolucionarias y progresistas en América Latina. Algunas por la vía electoral y otras ensayando el asalto al Estado con sus mismas armas. Sucesivas experiencias, muchos sufrimientos y demasiadas derrotas. Los gobiernos locales y los EEUU han respondido siempre con métodos y fuerzas contundentes que han traspasado todos los límites humanos imaginables. Las experiencias revolucionarias han estado lejos de contribuir a los desarrollos sociales imaginados, en muchos casos al sufrimiento le ha sucedido la impotencia y a la desesperación la incredulidad. Políticos otrora revolucionarios y experiencias así mismo consideradas han estado en el ojo del huracán de la decepción.
            Los bienestares de una sociedad da la impresión de que tienen como condición la de bascular sobre el protagonismo de sus gentes, mediante la evolución y consolidación paulatina de sus derechos y calidad de vida. Sin ese protagonismo y enormes dosis de convicción parecen irreales construcciones emancipadoras. Los asaltos rápidos de minorías al poder, el vanguardismo entendido como exclusivo de los revolucionarios, las visiones simplistas de la economía y de la democracia, el caudillismo desmovilizador y las dosis de violencia a diestro y siniestro, se han demostrado inviables. La diversidad de pensamiento ha de caber en la democracia y esta es una lección para la derecha y la izquierda y muy mal apuntan ambos lados al pretender ser únicos y exclusivos garantes tanto de modestas como de ambiciosas misiones. La historia ya ha arruinado y fulminado demasiadas experiencias, vidas y confianzas como para seguir cerrando los ojos.
            Estas rutas evolutivas podrían ser vistas como maneras desesperadamente lentas de caminar, cargadas de desigualdades incluso, pero se ha demostrado que los atajos no existen. Ha habido muchos espejismos bajo pomposidades liberadores que han sembrado muchas adhesiones y confusiones vistos desde fuera y sufrimiento a quienes los han padecido. Experiencias ciudadanas que dibujen avances paulatinos acaso nos conduzcan en los hechos y no en la ficción más cerca de la utopía. Son casi impensables los movimientos de línea exclusivamente ascendente, más bien van y vienen e incluso son destruidos o pasan a la historia.
            Los dirigentes y gobernantes latinoamericanos elegidos faltarán a sus deberes si en lugar de responder a los sueños, animar, convencer y explicar las dificultades, caen en los pozos de sus apetencias particulares o sustraen el protagonismo civil. Parece obligado un tejido social que propicie la defensa de aquellos objetivos que considere importantes y agrande la democracia participativa sin obviar ni la crítica ni la presión en los difíciles equilibrios de fuerzas e intereses. Más que otras, meramente electorales o institucionales, e incluso revolucionarias, estas serán claves importantes para largos procesos que vayan asentando nuevas formas de relación humana y social. Aquí creo que radica la apuesta fundamental por unas construcciones que no sean sucedáneos de viejas fotografías desastrosamente tuteladas e ideologizadas justificadoras de grandes misiones, sino nuevos lienzos capaces de mostrar cambios de fondo, cambios acordes con los deseos de la sociedad. ¿Complicado? Eso parece.