Ion Arregi

20 de Marzo.Una civilización para la paz
(Hika, 152 zka. 2004ko otsaila) 

Recordar que el siglo XX ha sido señalado como el más sanguinario y necrófilo de la historia puede que no sea un plato de buen gusto, podría incluso ser calificado de apocalíptico; pero sus 120 millones de muertos, producto de las guerras y/o la conflictividad armada, suponen un drama contundente para los registros de la humanidad. 

La 1ª y 2ª guerras mundiales, con sus nuevos repartos territoriales, aportaron más del 50% de dicha mortandad, un considerable horror humano y la destrucción de ingentes medios materiales. Pero desde 1945 se han sucedido otros 160 conflictos armados -el 90% de ellos, en países pobres- que han añadido otros 50 millones de muertos, 50 millones de personas desplazadas, 30 millones de mutiladas, 300 mil menores movilizados en armas en 30 países o 120 millones de minas esparcidas por 74 países. Y hay más: en 2003, han sido unos 40 los conflictos armados, y casi todos continúan. 

Aun contando con lo relativo de esta estadística, qué duda cabe de que estamos hablando de una gravísima afección civilizatoria que no ha resuelto valores fundamentales como los que ha propagado: el bienestar y la justicia social para sus habitantes o la democracia y el respeto a los derechos humanos. Las luces del siglo XX han materializado en sobresalientes desarrollos científicos y tecnológicos; se ha dispuesto de enormes fuentes económicas y estructurales que han beneficiado a partes considerables de su población -aunque sobre todo ha generado grandísimas riquezas para selectas minorías-, pero en los terribles avernos de la marginalidad y la pobreza que alcanza al 80% de la población, se manifiestan repetidamente sus estremecedoras sombras: el hambre, la muerte, el analfabetismo, la guerra, la corrupción, la violación sistemática de derechos humanos o la ausencia de derechos políticos, como menú habitual.

El sistema económico actual acarrea problemas que se han demostrado irresolubles, y no se detectan voluntades correctoras para evitar la mundialización de la miseria.

CIVILIZACIÓN ARMAMENTISTA. En el lado de los países poco desarrollados o pobres, abundan complejas situaciones de enfrentamiento y de crueldad, guerras de signo inter-étnico, luchas por el poder, enfrentamientos religiosos, disputas para el control de recursos y riquezas, acaparamiento de tierras fértiles y ricas..., o de varias de estas razones combinadas, que alcanzan sobrecogedores niveles de violencia. Tan sólo la cuarta parte de los presupuestos militares empleados por los países del Tercer Mundo serviría para alimentar a las poblaciones hambrientas del planeta, según se ha escrito.

Las guerras calificadas de olvidadas son un suculento mercado para las transferencias de armas que Rusia, EEUU, Francia o Gran Bretaña realizan y que alcanzan el 70% del total. Por supuesto, las potencias occidentales no exhiben diplomacias de paz sino armas, artefactos destructores y manipulaciones para la obtención de influencias, control de fuentes energéticas y minerales y sabrosos beneficios. De igual manera, efectúan llamativas actuaciones de apoyo y deslegitimación, en función del momento, de regímenes y dictaduras sanguinarias, guerras de conveniencia, actuaciones que contravienen mínimos valores democráticos, y un sin fin de juegos malabares de los que Occidente se ha convertido en verdadero maestro.

Estas actitudes van unidas a otras en las que carece de importancia para la ética del sistema político de la democracia que la ONU constate el fracaso más estrepitoso de las políticas de desarrollo de la Cumbre del Milenio, indicando que 54 países son ahora más pobres que en 1990; que en 21 hayan aumentado los porcentajes de personas que pasan hambre, y en 34 la esperanza de vida se haya reducido. Durante la década de los 90, casi la mitad de los menos desarrollados estuvo inmerso en un conflicto armado y, de 25 países pobres, 18 se encuentran en similar situación en la actualidad.

Las armas de destrucción masiva, en cualquiera de sus estremecedoras variantes, o el sistema de defensa antimisiles USA, son receptores presupuestarios codiciados por gobiernos y lobbys armamentísticos depositarios de tecnología y capacidad de fabricación casi exclusiva. Potencias como EEUU, Francia, Gran Bretaña, Rusia o China se llevan la palma de su acumulación, y nadie entre los pequeños dispone de ellas sin el permiso de los grandes. Además, tanto en lo referido a armas nucleares como a biológicas, las potencias se abstienen de aceptar y obstruyen los recortes o limitaciones de las instituciones internacionales correspondientes, con lo cual los arsenales crecen y se sofistican de forma irrefrenable.

El armamentismo destina abultados presupuestos militares para la creación y desarrollo de aparatos militares particulares en cada país y colectivos, como la OTAN o el proyecto de defensa de la UE. Los ejércitos consumen en su construcción y desarrollo una ingente cantidad de dinero público y los gobiernos promueven la fundación de grandes empresas con fuertes inyecciones financieras del erario público para la fabricación de armamento con tecnologías de última generación.

En conclusión, un desorbitado presupuesto militar planetario de más de 1 billón de dólares anuales es empleado para el fomento de la destrucción y el incremento de privilegios exclusivos mientras asistimos a espeluznantes situaciones humanas que requieren urgentemente el control de sus recursos e inversiones sociales para resolver problemas que le aquejan de forma crónica.

EL MENSAJE DEL MILITARISMO. El nuevo siglo se ha abierto cargado de miedos e incertidumbres. Los trágicos atentados del 11-S fueron respondidos con la Estrategia de Seguridad Nacional y la venganza contra Afganistán. Los impulsos imparables de políticos de extrema derecha estadounidense lanzados a la conquista del mundo emanaron tragedia y destrucción.

Irak fue el siguiente objetivo. Los discursos de la guerra, la agresividad, la justificación de miles de muertos inocentes por la propia seguridad o por la libertad, las sumas ingentes de gasto militar, son la continuación episódica de la ética cero de los políticos armados, que forman legión a lo largo del mundo rico y también del mundo pobre.

La seguridad es interpretada, como casi siempre a lo largo del siglo XX, en términos de fuerza militar. Casi ningún país se plantea las causas de las zozobras de la humanidad para lograr un planeta más habitable. Nunca hay razones de fondo para la paz.

Hoy, contante y sonante, tenemos un mundo islámico humillado por las intervenciones militares, acusado de terrorismo y buscados sus ciudadanos hasta los confines de la Tierra; el imparablemente sangriento drama palestino; muchos miles de muertos a contar en New York, Afganistán, e Irak; demasiados los países gratuitamente superpuestos en el punto de mira del cañón preventivo del Vigía de Occidente. También, y esto hay que tenerlo muy presente, demasiada sangre inocente provocada por quienes luchan contra los EEUU o Israel. Y el resto, un resto impresionante de guerras locales que escarba sobre las heridas abiertas del mundo subdesarrollado.

El discurso de la democracia y la defensa de la civilización occidental en palabras de Bush, Blair o Aznar se convierte en una ética macabra, sustentada en montañas de muertos y en la mentira como norma para justificar su rosario de injerencias. Son demasiadas las aristas del sistema político de la democracia que laceran libertades básicas de pensamiento, organización, libre circulación y presunción de inocencia con avales jurídicos. El derecho internacional y los derechos cívicos en todo el orbe planetario están bajo sospecha y son limitados y/o eliminados. Los amigos incondicionales y los pensamientos homogéneos tienden a ser valores fundamentales.

Tras el derrumbe soviético, una poderosa coalición internacional acentuó su vestimenta caqui, con una multiplicada exhibición militar y una agresividad fuera de toda duda en las guerras modernas del Golfo Pérsico y los Balcanes. El derrumbe del socialismo real no ha constituido un factor de paz y se ha convertido en una carrera por el liderazgo que los EEUU sólo contemplan desde el plano militar y fijando nuevos enemigos.

No obstante, son muchas las voces que destacan la mentira política de los agresores; es una opinión extendida a lo largo del mundo. No están muy claras aún las repercusiones de la invasión de Irak para los EEUU. Bush y su equipo están ante unas elecciones salpicadas de escándalos que incluyen la probada inexistencia de ADM en Irak. El ámbito de la economía contada a la baja, cargada de desfalcos y corrupciones, una agresión permanente a las ventajas sociales de la ciudadanía, un paro que crece y una pobreza contada en demasiados millones de habitantes. La pérdida del gobierno por la actual administración es una posibilidad.

La receta militar, el armamentismo ilimitado, la cara de perro con los amigos históricos, la traba constante al desarrollo de los demás, una desmedida especulación financiera, la ausencia de diplomacias de paz y de consensos..., son fórmulas que se usan y tienen rentabilidad en ciertos momentos, pero que parecen inviables combinadas y sostenidas en el tiempo. Y más aún cuando el gigante deja ver también debilidades productivas notables, déficits comerciales y fiscales y flojeras monetarias. Estas razones actúan en sentido contrario y puede que contribuyan a la búsqueda de otros equilibrios entre los señores de la guerra y los sostenedores del sistema social actual, las potencias mundiales que por primera vez han roto sus consensos.

CULTURA DE PAZ Y COMPROMISO ANTIBELICISTA. Una cultura integral por la paz contra el armamentismo y el militarismo requiere una opinión pública que promueva un completo desarme y el desmantelamiento de los aparatos militares. Más allá de expresar su oposición a una u otra guerra en concreto, aspecto éste sin duda positivo, exige una mirada más profunda sobre toda la cadena militarista que nos rodea y que es presentada como imprescindible para conservar nuestra seguridad y bienestar actuales.

Tales ideas justifican los complejos militares productivos, la construcción de ejércitos modernos y las alianzas supranacionales. Concluyen, con una lógica aplastante, la necesidad de disponer y derivar fuertes recursos económicos al armamentismo, formar parte de los selectos clubes que disponen de ADM y emplearse a fondo contra el figurado enemigo que nos amenaza. Y estas ideas consiguen hacer mella en partes importantes de la población que dan su apoyo a políticos belicistas. Con mucha más fuerza aún en los casos de guerras promovidas bajo el paraguas protector de la ONU, como en el caso de Afganistán o anteriormente en Yugoslavia y el Golfo.

La resolución de conflictos está muy alejada del belicismo; tampoco puede provenir de la injusticia y los desequilibrios sociales. La guerra es una prolongación de la pobreza, un adherido permanente de las miserias y de la falta de derechos humanos. La seguridad en sentido estricto, como bien deseable para todas las poblaciones del globo, sólo tiene garantías si es considerada a partir del bienestar y el respeto de todas las partes. La educación en los ámbitos sociales y en los medios de comunicación requiere reflexiones de signo contrario a la aplastante locura militarista que envuelve tantos y tantos discursos y hechos oficiales.

MOVIMIENTO POR LA PAZ. El movimiento pacifista internacional se encuentra ante retos muy importantes que deben empujar mucho más allá de la movilización mundial prevista para el 20 de Marzo lanzada desde Mumbai.

Una nueva sociedad de naciones, construida entre iguales y con capacidad para dirimir equitativamente los conflictos debe sustituir a la actual ONU, construida desde la desigualdad y al gusto de los vencedores de la 2º Guerra Mundial. Una nueva óptica debe acabar con tanta hipocresía y arbitrariedad. No se atisba esta posibilidad en la actualidad, pero son demasiados los países sufrientes que inician movimientos diversos de oposición a las decisiones de los grandes.

Sería muy importante que se tomaran medidas en la comunidad internacional para hacer firmes los objetivos acordados de la Declaración del Milenio relativos a la pobreza.

Es preciso poner en pie un sistema global de desarme, eliminación de los aparatos militares, riguroso control y paulatina eliminación de las ADM, reconversión de la industria militar en civil, volver todos esos recursos económicos y tecnológicos al servicio de la sociedad.

Urge la universalización de la expansión y protección de los derechos humanos para todas las poblaciones, eliminando todas las leyes y prácticas que supongan su vulneración.

Oriente Medio precisa políticas de paz y descolonización, abandono de Irak de los EEUU y sus aliados, acuerdos viables que resuelvan el drama palestino, poner fin a la violencia e iniciar la reconstrucción y la convivencia.

La cuestión del petróleo ha de abordarse desde un prisma crítico a su actual explotación. La comunidad internacional es consciente de la necesidad de un consumo sostenible y la diversificación de las fuentes energéticas.

El trabajo por la paz exige buscar en las raíces de los problemas, y expandir sus objetivos entre la opinión pública para que los haga suyos bajo un nuevo punto de vista más cabal y profundo que las contingencias guerreristas coyunturales y por encima de los problemas puntuales.