Isabel Rauber

Obama, 13 claves de su victoria
Buenos Aires, 11 de noviembre de 2008 (ALAI)


            Lo sobresaliente de la victoria de Obama no radica en su color. Él es un líder afrodescendiente y, en tanto que tal, estimula a que se proyecten en él –a su medida– las miradas que evocan a Martin Luther King Jr., Malcom X... Pero su proyección como figura política no se centró en ello; estuvo marcada por las banderas que levantó, los postulados que invocó y las puertas (oportunidades) que prometió abrir.

            No se presentó tampoco como alternativa al sistema; buscó su elección dentro del sistema (norte)americano, pensando y actuando como (norte)americano. Rescatar y resaltar el “espíritu (norte)americano”, apelar a sus mejores acervos político-culturales, fue precisamente lo que rubricó la fuerza cultural de su mensaje y constituyó el eje vertebrador de su estrategia para la victoria. El derrotero de su brevísimo camino a la Casa Blanca lo anuncia al mundo como un hábil estratega político. De ahí que resulte interesante destacar un grupo de claves que lo condujeron al triunfo.

            Desde su surgimiento como líder político, Obama tuvo claro que para llegar a ser presidente hay que sentirse presidente y actuar como tal. Para él, la presidencia no se protagoniza el día después del triunfo electoral, sino al revés: con las elecciones se corona lo que ya se es. Su discurso de 2004 así lo evidencia claramente: habló para todos, invocó los valores, el ideario y los imaginarios del legendario y ahora vilipendiado “espíritu (norte)americano”. Apoyándose en ello convocó a jóvenes y viejos, hombres y mujeres, ricos y pobres, blancos y negros, demócratas y republicanos… y así lo reiteró en el discurso que pronunció después de su triunfo. Esto lleva a otra clave:

            No sectorializó su participación ni su representación. No se asumió nunca como vocero o representante de los negros. No apeló a las armas de la justicia racial pretendiendo desde allí conquistar “el derecho” a la Presidencia. Haciéndose eco del fracaso de Jessie Jackson, por ejemplo, se presentó como (norte)americano, es decir, no como un negro, sino como un político con capacidad para representar a todos, como el presidente ideal de los (norte)americanos. Para ello,

            No se autoacorraló ni se dejó acorralar. Invocó valores omnipresentes, asentados (aunque relegados) en la idiosincracia (norte)americana: rescató al país de las oportunidades para todos, del reino de la libertad y de la democracia como vía. Y así lo mostró y demostró –entre otras cosas disputando por su candidatura desde las primarias.

            Consciente de que la fuerza de la política radica en la sociedad, confió su candidatura a la ciudadanía y no a los acuerdos –aunque los hubo con la cúpula demócrata–. No fue designado ni propuesto por un grupo, sino venciendo en la disputa democrática cuyos valores reivindica y encarna.

            No invocó cuestiones del pasado, no llamó a tomar revanchas, ni se refirió a los obstáculos. Mostró las posibilidades latentes presentes y futuras y convocó a sus conciudadanos a hacerlas realidad.

            Levantó con fuerza la idea de oportunidad y de cambio, siendo esta última la palabra más reiterada de su campaña. Y no por casualidad, sino porque es la piedra angular de cualquier posibilidad de salida de la inocultable crisis profunda en la que se encuentra el país y, más aún, el sistema capitalista que éste anima. Con ello,

            Supo identificar y llegar a los sectores sociales claves poseedores de la energía y fe necesarias para empujar el proceso en dirección al cambio y las oportunidades: los jóvenes y la clase media con ambiciones de movilidad social ascendente, muy golpeada por la crisis. Y no se equivocó: fueron la fuerza social central de la campaña y el voto a Obama.

            No se comprometió radicalmente con nada: no definió el sentido ni los contenidos de los cambios y las oportunidades; permitió que cada uno depositara en sus palabras un contenido propio. Con lo cual,

            Estimuló la fantasía presente o dormida y apeló a los sueños y la imaginación como vía para enfrentar el “realismo” aplastante y mediocre del mercado y el guerrerismo que invocaba MacCain, en su decadente convocatoria a profundizar el neoliberalismo.

            Frente a la chatura y mezquindad de “Joe el fontanero”, su discurso sencillo (pero no simple) apeló a la solidaridad y a la paz, e invocó a lo mejor de los hombres y las mujeres, sabiéndolos deseosos de recuperar su orgullo y autoestima como país, tan vilipendiados por la Administración de Bush. Todo ello fue signando su arrollador carisma.

            No se presentó como “el cambio”, sino como la oportunidad para hacerlo. Con lo cual convocó a millones a acompañarlo, para protagonizar entre todos la desafiante aventura de recrear América y el mundo.

            Esto significa, o puede significar, también, recrear las relaciones entre Norteamérica y Latinoamérica. Y con ello despertó esperanzas más allá de sus fronteras. Entreabre una delgada puerta hacia la posibilidad de poner fin al bloqueo a Cuba, hacia la posibilidad de cesar el injerencismo desestabilizador y golpista en los procesos de Bolivia, Venezuela y Ecuador (por sólo mencionar algunos), y construir interrelaciones diferentes con el continente, basadas en principios de respeto a las integridades y designios nacionales en todo el planeta.

            No habló para MacCain ni para Hilary. No habló para un sector social en particular. No llamó a votar a favor de algunos (un sector), ni  contra los otros (los republicanos), sino invocando el “nosotros”. Y con un lenguaje claro y directo se dirigió siempre a los millones de estadounidenses a quienes buscaba convocar.

Por todo eso ganó

            Indubitablemente, haber llegado a la cima del país más poderoso del mundo, hacerse cargo de una Administración que es sostén del entrelazamiento de acero entre el poder financiero y el militarismo guerrerista-imperialista mundiales, no deja mucho margen para pensar que Obama podrá “hacer lo que quiera”, aunque todavía no ha expresado exactamente qué es lo que quiere. Habrá que ver qué define y cómo se maneja, cómo hace para que los millones que lo votaron aprovechen las oportunidades que él abrió, o si, desdiciéndose, lo cocina todo tras las puertas de la Casa Blanca.

            Algunos se apresuran a tomar distancia y a vaticinar que su Gobierno será un desastre, que él es (o será) simplemente un instrumento del sistema. James Petras lo define como “el candidato de Wall Street” porque, para él, mientras “la esencia” del sistema no cambie, nada tiene importancia, y entonces prácticamente lo mismo le da Obama que MaCain... Otros se lamentan por la confusión que –aseguran– va a desatar, y otros alertan sobre su posible (y aparentemente inevitable) “traición”.

            La pregunta en tal caso sería: ¿traición a quiénes? Porque Obama no se planteó terminar con el sistema, ni reclamó la Presidencia como acto de justicia racial. No se postuló –reitero– como el candidato negro de los estadounidenses, sino como el candidato de todos los estadounidenses, es decir, como el salvador de los estadounidenses y su sistema social, económico, político y cultural, y también de su liderazgo mundial, pero redefiniéndolo y reconstruyéndolo desde un lugar y con modos diferentes al hasta ahora ensayado por los republicanos. No cabría entonces considerar una “traición” que se reúna y pretenda gobernar junto con algunos de ellos. Habrá que ver en función de qué políticas, con quiénes y cómo.

            Todavía no se estrenó en sus funciones; sin embargo, las dificultades, los obstáculos y las amenazas comienzan ya a disputarle el oxígeno que respira. Conociendo el historial del poder (norte)americano no resulta disparatado vislumbrar a Obama transitando por el corredor de la muerte. Pareciera recomendable, entonces, no precipitarse a realizar juicios absolutos y, para saber a qué atenerse, esperar.

            Isabel Rauber es doctora en Filosofía. Este texto es parte del artículo difundido por ALAI (Agencia Latinoamericana de Información).