Isabel Santamaría

La salud sexual y reproductiva
de las mujeres inmigrantes

(Página Abierta, 179, marzo de 2007)

            Las mujeres inmigrantes que acuden a los centros de asistencia a la salud sexual y reproductiva se enfrentan a dificultades y trabas que en cierto modo parecían resueltas en nuestra moderna sociedad. Podríamos decir que estas nuevas mujeres están haciendo el recorrido que, en parte, las mujeres españolas hemos hecho ya a lo largo de los últimos 25 años.
            Existen lugares en donde es posible y casi obligado colocar un foco dirigido hacia partes íntimas y sustanciales de quienes acuden a ellos. Esto ocurre, por ejemplo, en un centro de asesoramiento y atención en salud sexual y reproductiva. Desde un lugar así se ve la parte más reservada y personal de la vida de la gente. Y esa parte que cada cual disfruta o sufre es la materia de trabajo del personal sanitario y profesional que se ocupa de la salud y los derechos sexuales y reproductivos.
            Hombres y mujeres –más  mujeres que hombres– plantean en este ámbito muchos de sus problemas más íntimos y que más trascendencia llegan a tener en sus vidas. Este campo de la salud se ocupa de todo lo que se refiere a tener hijos o no tenerlos; desear tenerlos o no desearlo; parirlos o abortarlos; poder o no poder tenerlos; desear tenerlos y no lograrlo; amar y gozar o no amar ni gozar; o ser o no ser amada o amado; o no gozar; o ser desamada o desamado y maltratada o maltratado. Definitivamente, una compleja materia de “trabajo”. Esto entronca, como decíamos, con una parte sustancial de las personas, de las parejas, de las mujeres. También incumbe a los hombres, pero, por lo que podemos apreciar en esos centros asistenciales, éstos aparecen muy pocas veces. Y debería importarles para sí mismos, algo en lo que insistimos como un reclamo, aunque pueda sonar a reproche.
            Y si hablamos de las mujeres, grandes han sido los cambios producidos en sus vidas en los últimos 20 o 25 años. Cambios que tienen su reflejo en esta esfera vital de la que estamos hablando. Existen pocos parecidos, en términos generales, y en la esfera íntima en particular, entre la vida de las mujeres de hace 20 años y la vida de las mujeres de ahora.
            En el tema que nos ocupa se han producido cambios muy positivos, que han venido de la mano de la despenalización de los anticonceptivos, la ley de divorcio, la despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo en algunos supuestos, la incorporación de las mujeres al mundo laboral, la autonomía conseguida, los ámbitos de libertad amplios logrados y la visibilidad y legitimación de su sexualidad.
            Entre otras cosas, estos avances tienen expresión, y así se perciben, en la madurez y decisión con que las mujeres cuidan de su salud, o se preocupan de su bienestar, también en el ámbito de la salud sexual. Se perciben actitudes y modos de vida que podríamos llamar saludables, con una mayor preocupación y responsabilidad por la prevención y el cuidado de sí mismas y un deseo de mejorar su vida afectiva y sexual.
            Sin embargo, siguen existiendo las dificultades de casi siempre; se podría decir que son dificultades antiguas: escasez de recursos para atender esta faceta de la vida de la gente, con la masificación y las listas de espera de los centros de atención; problemas de falta de información sobre los recursos; de equidad en el acceso a ellos; problemas de coordinación de los recursos de las distintas Administraciones; problemas, por ejemplo, en la obtención de los métodos anticonceptivos: por su precio o por la dificultad en obtener la prescripción facultativa, como es el caso de la anticoncepción de emergencia; fallos inherentes de los propios anticonceptivos; deficiente transmisión de la información por parte de los médicos y personal sanitario en su conjunto; dificultad de las usuarias para hacer un correcto cumplimiento del tratamiento, a veces complejo, a veces muy sencillo; falta de corresponsabilidad de los varones en los cuidados anticonceptivos. La lista de trabas no pararía aquí.
Es lo de siempre, las antiguas dificultades todavía no resueltas. Así que las consecuencias son antiguas también: embarazos no deseados, interrupciones del embarazo tampoco deseadas, infecciones de transmisión sexual.
            A estas situaciones añadiríamos otras dificultades relacionadas con lo gravoso de la vida laboral, lo complicado que supone conciliarla con una vida familiar en paz; la doble jornada es una condena en parte debida a la falta de participación de los varones en las tareas domésticas.

La asistencia a  las mujeres inmigrantes

            Pero a los servicios de asistencia de estos centros acuden nuevas mujeres, diversas entre sí, provenientes de distintos lugares, algunos muy alejados del nuestro, con culturas muy diferentes a la nuestra, que piensan y sienten de otra manera, que usan palabras distintas a las nuestras para designar en castellano muchas cosas.
            En este relato de casos particulares que sigue a continuación, de mujeres con las que hemos tratado, cuyos nombres son también nuevos –Eskarly, Mairenisse, Yocari–, intuimos, vemos y percibimos dificultades que ya creímos resueltas y superadas, al menos en parte, y que en la vida de estas chicas, jóvenes de menos de 26 años de edad, provenientes de Ecuador, Perú, Colombia, Marruecos, mayoritariamente, pesan como si no se hubiera producido el recorrido de nuestros últimos 20 años. Es como volver a ver carencias, apuros y vivencias dolorosas que ya no solemos ver cuando tratamos con mujeres de nuestra sociedad moderna y desarrollada.
            Assia (1) es una muchacha muy joven, de unos 20 años. Quiere planificar, quiere un método de planificación. Está asustada, pues lleva tres meses con su pareja, como novios, y “como ya convive con él” no usan preservativo ni ningún otro cuidado. Dice que se fue a vivir con su novio y con los tíos de él porque querían estar más tiempo juntos. Le preguntamos que si está segura de su relación, puesto que decidió tan rápidamente la convivencia. Dice que no sabe, pero que prefiere estar con el chico para no sentirse sola. La asesora y educadora del centro de asistencia, que también es inmigrante, y que tiene una formación en este aspecto muy parecida a la nuestra, nos explica que son muy comunes los emparejamientos rápidos:
            –La gente siente una gran orfandad, necesitan sentirse en familia.
            –Ya, pero tan rápido, se preñará, y además seguro que los tíos y el chico necesitan una “mano femenina” en la casa –apostillamos.
            –Bueno, pero es como una transacción, viene bien a las dospartes.Insistimos en la evidencia de que ella va de sirvienta.
            –Ya, pero él la protege y ella es lo que más necesita ahora, junto con la anticoncepción.
            Así es como resuelve Assia esta situación. Lo bueno de este caso es que la muchacha logra gestionar una cita en el centro asistencial para poder iniciar un tratamiento anticonceptivo aunque, en su medio familiar y afectivo, se da por hecho que la pareja que se ama y convive ya no tiene por qué usar protección, protección anticonceptiva. Es como si ya no corriera ningún riesgo, de modo que la consecuencia lógica, entonces, es tener hijos. Después de la visita al centro asistencial, y de iniciar el tratamiento, decidirá si se lo cuenta a su pareja.
            De igual manera estaba Leydi Leticia, pero se enfadó con su novio. A partir de ahí comenzó a salir con amigas, iba al gimnasio, se lo pasaba muy bien. Trabajaba y, además, comenzó a estudiar. Estaba muy contenta. La asesora le dice:
            –Ves, linda, que no necesita que nadie le diga a usted que es bonita, ya usted sabe que es bonita, y así va a estar muy contenta, estudiando para su futuro.
            Luego, sin embargo, la chica vuelve con el chico y dice que se lo perdona todo, que ella sabe que estuvo con otras, pero que ahora siente que la quiere porque él desea que tengan un hijo. La asesora suele dedicar mucho tiempo alertando sobre estas maneras de mostrar amor por parte de los chicos, no porque no sea sincero el amor, sino porque raras veces estas tácticas de pareja funcionan.
            Leydi Leticia tiene modos distintos de sentir, su vida es distinta a las nuestras, los “asesoramientos-sermones” y los consejos de la asesora no calan en la muchacha, no parecen conectar con sus valores y  creencias, ni con la apreciación que tiene ella de sus propias necesidades. Acompañaremos a esta mujer en este recorrido, estaremos a la escucha. La asesora dice que la ha convencido para que tome los anticonceptivos. Ojalá no se descuide en el cumplimiento del tratamiento.
            Ross Giovanna ya tiene una hija a sus 22 años. Dejó la lactancia y quiere tomar la píldora. Le preguntamos si por el momento el papá colabora usando el condón. Nos dice que ya no está con el papá, que ahora convive con otro muchacho. La asesora inicia su “sermón-asesor”:
            –Oye, no le vayas a tener otro hijo al nuevo chico, ya tú sabes que todos quieren un hijo cuando nos aman, pero luego se les va el amor.
            Es difícil saber si Ross está de acuerdo o en desacuerdo con esto. Las chicas nunca nos contradicen, no nos “devuelven” fácilmente su pensamiento, es difícil saber qué efecto tienen los “sermones”. Escuchamos nuestras propias palabras, cargadas de “nuestras razones”, preguntamos qué les sugieren los argumentos.
            –No sé qué pensar –dice.
            –Pues sigamos pensando –sugerimos.
            Lo cierto es que tener hijos pronto es común en estas muchachas, a veces por deseo del chico y más dudosamente por deseo de la chica. Esto complica su vida, dificulta su capacidad económica, entorpece la disponibilidad para trabajar, para prosperar y para sobrevivir en general, dado el hecho de que en muchas ocasiones las muchachas se quedan solas con sus hijos sin el apoyo del padre, porque la relación no se consolida y el chico “desaparece”.
            En estas situaciones las chicas sufren mucho si el padre no da el apellido al bebé. Nosotras insistimos en que no es importante el apellido. Argumentamos que es mejor que el padre no figure como tal. Lo contrario es como otorgarle derechos. En el futuro podría ser fuente de problemas muy diversos. Las “madres solteras” se sienten humilladas, se sienten “putas”. La asesora razona que hoy en día no es importante estar casada o soltera para tener hijos.
            –Si a mí me dicen puta no me ofenden, yo ya sé que soy puta, me gusta lolear (2), y voy con quien quiero, nadie tiene que decirme quién soy, ni juzgar lo que hago.
            Otras muchas veces ellas desean tener los hijos. Es un claro deseo, bien definido, bien verbalizado, diríamos que es un deseo muy maduro. El que estas chicas hagan proyectos tan jóvenes para tener hijos es una cuestión extraña para nosotras, y muy rara en las mujeres españolas, que aplazan su maternidad incluso hasta los 30 o 35 años, cuando no más tardíamente.
            Las jóvenes ecuatorianas, peruanas, marroquíes, tienen sus hijos a temprana edad, forman sus familias con un altísimo sentido de la responsabilidad, con una altísima capacidad de trabajo. Hay que tener en cuenta que se hacen cargo de trabajos duros, como los de la limpieza de hogar o la hostelería, con jornadas largas y con horarios malos, sin festivos y con calendarios muchas veces a conveniencia del patrón o patrona.
            La propia situación laboral dificulta en ocasiones el acceso a los recursos públicos sociales o sanitarios que el Estado pone a disposición de los ciudadanos. Las dificultades para el acceso a estos recursos son diversas, y, en lo que apreciamos en lo cotidiano, influye claramente la misma falta de información de las usuarias, la burocracia para acceder a ellos y, lógicamente, la propia escasez de los recursos.

Dificultades en la obtención de recursos

            Pero hay otra parte en esa dificultad para la obtención de los recursos que tiene que ver con la propia disposición de los usuarios y usuarias en este caso.
            Por ejemplo, cuando una mujer decide interrumpir voluntariamente su embarazo, el servicio público de salud puede atender su demanda. Esto conlleva un trámite burocrático que puede parecer razonable. Si la mujer está empadronada y dispone de la tarjeta sanitaria de la Seguridad Social, la intervención se realiza gratuitamente organizando tres citas a esa mujer.
            El primer escollo es el empadronamiento. La cosa no es fácil. Hay mujeres que ni siquiera saben que deben empadronarse. En otras ocasiones la mujer dice no disponer de tiempo para hacer el trámite porque su patrón o patrona no le da permiso durante la jornada laboral. Otras veces el problema lo origina el hecho de que viven en el mismo domicilio más personas de las que legalmente pueden empadronarse en él. En otras ocasiones el problema es el miedo al control que las autoridades puedan ejercer a través del registro del padrón.
            Jhony Geraldine, ante nuestro reproche por no estar empadronada, nos responde:
            –Es que ni modo, no me dejan tiempo, voy sin padrón, como un fantasma, así vamos muchos.
            Fantasmas sin padrón, es muy gráfico.
            La falta de información podemos percibirla en personas que ya llevan un cierto tiempo en nuestro país. Damaris ni siquiera hizo el intento de obtener los papeles en el último proceso de regulación extraordinario. Dice que le asusta mucho hablar con los españoles. No comprendemos muy bien sus trabas. La asesora de nuevo “sermonea”:
            –Pero mira, linda, las inmigrantes no somos tan tontas, no cruzamos el charco para hacer aquíla huevonada (3), usted pregunte si no sabe, así aprende.
            Wesly perdió su cita para la interrupción del embarazo, y cuando volvimos a verla había pasado un tiempo precioso. De nuevo vemos las dificultades. Como decíamos, son precisas tres citas. En el trabajo no es fácil obtener tres días, más o menos seguidos, para ir al médico. En estos casos está claro que la chica no le va a explicar al jefe el motivo de tanta libranza. Las chicas, a menudo, no conocen su horario de trabajo a medio o incluso corto plazo, porque no hay planillas y porque estos horarios cambian diariamente en función de las necesidades del servicio, así como los días libres, que bailan continuamente en las hojas del calendario.
            La asesora “sermonea” a Wesly:
            –Yo le arreglé la cita y usted falló. Cumpla, no conmigo, con usted misma. Si le dieron la cita para el jueves, ¿por qué no peleó por el sábado? Usted sabía que libraba el sábado. Tiene que pelear por lo suyo.
            No es raro que las muchachas se transmitan entre sí las dificultades para obtener ayuda, el mal trato, el no ser atendidas o el desprecio.  Esto las agarrota, se quedan con lo negativo. Se quedan con la parte complicada del proceso, con el miedo.
            La asesora nos explica que en muchos casos esta situación las conduce a prescindir del recurso. La asesora suele terminar sus sermones con un “peleen, reclamen, ustedes tiene el derecho”.
            Nos planteamos que los recursos están ahí. Disponemos de servicios públicos que, aunque escasos, con problemas, con inconvenientes y trabas burocráticas, están disponibles y van a ser útiles cuando los necesitemos. Es un derecho de los ciudadanos que el Estado nos provea de los servicios sanitarios, sociales y de otro tipo, propios de una sociedad desarrollada, moderna y opulenta como la nuestra; y es un deber de ese Estado proteger a la parte de la sociedad más vulnerable. La actitud de estas muchachas de no buscar, de no reclamar, no parece responder solamente a la timidez o el miedo, sino más bien, por lo que podemos observar en nuestra particular experiencia, a que desconocen que es su derecho disponer de esos servicios públicos, ya sean sanitarios, educativos, sociales; les falta la convicción de que pueden exigir, no conocen su derecho a exigir, no se creen con legitimidad para exigir, no se reconocen como sujetos del derecho a disfrutar de la protección del Estado en el que viven. A todo esto, la asesora lo llama falta de empoderamiento. Sus sermones tendrían que terminar con un “empodérese, linda”.
            Los casos más dramáticos son aquellos que en el ámbito de los servicios sociales se refieren a mujeres en riesgo de exclusión. Son situaciones infrecuentes, pero no tanto. A veces, podemos decir que estos casos “los vemos venir”.
            Mirta trabaja como interna en el servicio doméstico. Se queda embarazada. La chica tarda en pedir ayuda. En el camino tropieza con algún obstáculo –burocrático, económico, emocional o afectivo–  que la impide dar solución a su situación. Cuando llega a nosotras está de 34 semanas, a 6 semanas del parto. Es una situación calamitosa, pues  la chica no desea estar embarazada y la realidad es que en pocos días va a tener un hijo o una hija. A partir de ahí, Mirta pierde el trabajo; pare a su hijo; después del parto pasa a una casa de acogida dependiente de los servicios sociales, donde estará 3 meses. Luego ella tiene que buscar “habitación” en algún piso compartido. Esto es bien difícil, pues nadie quiere alquilar habitaciones a chicas con bebés porque dan problemas. El Ayuntamiento le subvenciona la guardería, y ella busca de nuevo trabajo. Todo muy complicado. Mirta va de un lado a otro, le cuesta salir adelante. La asesora dice:
            –Esta criatura llegó de esclava y acabó de mendiga, dependiendo de los servicios sociales para no morir de pena.
            Lo de esclava en el caso de Mirta puede ser casi literal. Su madre la colocó en un avión para que trabajara en España y mandara el dinero. Se trata de una familia muy numerosa, misérrima, que ve en la emigración de una de las hijas una opción de supervivencia. Mirta vivía en la casa de los patrones como empleada de hogar, y mandaba casi todo el dinero a su familia, que adeudaba el coste del billete de avión. Trabajaba por nada. Su sueldo no era suyo.
            En muchos casos, sin embargo, las chicas que atendemos nos cuentan su aventura, su viaje, su salida del país de origen. Intuimos su fuerza, su valentía, su firme decisión de buscar una vida mejor. Muchas mujeres construyen aquí, en nuestro país, su futuro. Hacen un recorrido muy difícil, con grandes trabas, pero que sortean con más o menos habilidades; es un recorrido muy arriesgado, pero que ellas culminan. Las chicas que atendemos son muy jóvenes, salen de sus pueblos, toman un avión, aterrizan en un país extraño para ellas. A veces tienen apoyos, otras veces no. Trabajan duramente, en trabajos poco cualificados, ingratos. Forman sus familias, tienen hijos.
            Nuestros prejuicios e ideas preconcebidas nos dificultan entender sus valores, comprender su modo de pensarse y verse a sí mismas. Eso exige de nosotros estar a la escucha para comprender lo que piensan, lo que sienten, lo que son.
            Sus vidas son duras y difíciles, y las experiencias que van viviendo les ayudan a madurar, a producir cambios. Aprenden sobre la marcha cosas nuevas. El ir resolviendo problemas, las conversaciones que mantenemos, los asesoramientos-sermones, les van dotando de herramientas para pelear en este mundo complejo. Quizás podamos decir que lo que hablamos les facilita sentir la legitimidad de su presencia. Alguien que dispone de poco, da mucho valor a aquello que va obteniendo. Así, sus pequeños logros les hacen sentirse con más dignidad.
            De nuevo nos parece estar viendo un viejo proceso, un viejo camino para estas mujeres, parecido al ya recorrido por otras mujeres desde hace años en nuestro país, en el que todo ha de ser ganancia para ellas y sus familias. Ganancia y mejora en sus relaciones afectivas, familiares, en su presencia social, en lo laboral, en lo personal, en lo íntimo.
            Hakima, musulmana magrebí, acudió a la consulta la otra tarde, no para hablar de riesgo de embarazo o enfermedades de transmisión sexual, sino para hablar del placer y el goce en las relaciones sexuales. Nos hizo sentir muy contentas, por su inquietud, su curiosidad, su ánimo vital, por la visión que de sí misma tenía como ser digno.
            Hakima deseaba disfrutar de un mundo al que había llegado no hacía mucho tiempo, que ella intuía lleno de posibilidades para lograr una vida mejor.
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(1) Los relatos son reales, pero los nombres de sus protagonistas son ficticios.
(2) Lolear, en el modo de hablar de las mujeres de Colombia, significa pasear por las calles como diversión, mirando a la gente o los escaparates, sin rumbo fijo.
(3) Estupidez.