Javier Álvarez Dorronsoro
Elecciones parlamentarias en el Reino Unido
Gobierno estable, escenario incierto

(Página Abierta, 238, mayo-junio de 2015).

David Cameron ha logrado un Gobierno tory monocolor y la mayoría parlamentaria. Sin embargo, varios problemas oscurecen esta victoria: el problema escocés, una situación económica contradictoria y la promesa de un referéndum para permanecer o salir de la Unión Europea para 2017.

El irresistible ascenso del SNP

La irrupción de los 56 parlamentarios del SNP (Partido Nacionalista Escocés) en el Parlamento de Westminster (1) es el capítulo final de una rápida evolución del electorado escocés desde el laborismo al nacionalismo. Para los analistas, el voto al SNP no sorprende a pesar de la paradoja de su crecimiento tras la derrota del referéndum. Antes de que el SNP alcanzara la hegemonía en Escocia el voto mayoritario era laborista. Aún en las elecciones generales de 2010 el Partido Laborista (42%, 41 escaños) aventajaba claramente al SNP (27%, 6 escaños), liderado entonces por Alex Salmond. A la altura del referéndum por la independencia, en septiembre de 2014, el SNP alcanzaba en los sondeos de opinión al Partido Laborista (34% SNP, 32% Labour Party). Un mes más tarde, el SNP doblaba las expectativas de voto del partido de Ed Milliband (52% SNP, 23% Labour Party). Varios factores han influido en este cambio tan notable: la crisis económica, el comportamiento del Parlamento de Westminster tras el referéndum y el liderazgo de Nicola Sturgeon en el SNP

Durante la crisis económica se acentuaron las políticas de austeridad. Una mayoría de los escoceses se mostró especialmente sensible a la erosión de los servicios públicos, en especial del  National Health Service (sanidad pública). Desde Escocia se percibía que el Labour Party estaba siendo cómplice de esta política, aprobando la orientación económica del Gobierno conservador-liberal demócrata de David Cameron.

Ante el referéndum escocés, laboristas y conservadores se volcaron en la campaña del «no» a la independencia de Escocia. Pero tardaron muy poco en mostrar que las promesas de última hora con las que alimentaron el rechazo de la independencia iban a quedar en el aire. La apresurada promesa de la devolution de poderes a Escocia iba para largo, si alguna vez llegaba.

La desconfianza en el Partido Laborista estaba servida. Hacía falta, para rematar el cambio, una líder nacionalista que estuviera cerca de las preocupaciones sociales que habían conformado la tradición laborista a través del tiempo. Nicola Sturgeon representaba claramente este acercamiento. «Margaret Thatcher fue la motivación de toda mi carrera política. Odiaba todo lo que representaba», afirmaba. Ella se identifica como socialdemócrata, habla del desmantelamiento de la industria, del desempleo masivo, de la desesperación y del miedo. Confiando en que Cameron no llegara a la mayoría absoluta, animaba a los laboristas a votar al SNP para obligar al Labour Party a gobernar «honestamente» en Westminster.

«Su discurso –decía un comentarista de The Guardian– es el típico que un político laborista habría querido hacer en Escocia y que un votante laborista escocés habría querido oír». También se ha dicho, y no sin razón, que ha conseguido que el SNP ocupe el lugar emocional de la tradición de izquierda con más vigor que el actual Labour Party.

El cambio experimentado por el SNP se ve como la evolución de un nacionalismo cultural hacia un nacionalismo «cívico» y «social». Una analista resumía así esta percepción: «Sturgeon ha desarrollado una visión del nacionalismo que arraiga su virtud en la justicia social, en lugar de en la identidad nacional».

La propia campaña electoral ha conducido al encumbramiento de Nicola Sturgeon. A finales del mes de abril el columnista de The Guardian Ian Jack anticipaba este resultado. En un lúcido artículo titulado «El triunfo de Nicola Sturgeon» aseveraba que la mujer más peligrosa del Reino Unido (así la había calificado el periódico conservador Daily Mail) se había convertido en el político más popular, no solo en Escocia, sino en el Reino Unido. Los sondeos de opinión lo atestiguaban (ver gráfico). Se entiende por qué, añadía el cronista de The Guardian Simon Hattenstone: «Se presenta como una amenaza para el establishment político, una amenaza para la  austeridad y una amenaza para la mayoría del Labour Party en Escocia».

«I just want to shake things up a wee bit» (yo solo quiero agitar las cosas un poquito), respondía Sturgeon a estos elogios. ¿Hasta dónde podrán cambiar ahora las cosas los parlamentarios escoceses en Westminster? La verdad es que la posibilidad de obligar a un Gobierno laborista a hacer políticas de izquierda se ha esfumado con la victoria aplastante de Cameron. Quizás quede el ejemplo, que no es poco, de que el discurso contra la austeridad ha contribuido a que el SNP arrase en Escocia y a que el Plaid Cymru (Partido de Gales) de Leanne Wood lleve tres diputados al Parlamento de Westminster. 

El nacionalismo inglés y el aislacionismo británico

Cameron y Milliband han hecho del SNP uno de los blancos preferidos de su campaña, con unas consecuencias en las que conviene reparar. El primero advertía que un Gobierno en minoría de Milliband permitiría que el Reino Unido fuera chantajeado por Escocia, con el consiguiente peligro de una ruptura de la nación. En la retórica conservadora la promesa formulada por el SNP de extender su política «progresista» al sur de la frontera de Escocia se presentaba como el equivalente a una nueva invasión jacobita (2). El segundo, Milliband, con el fin de evitar el derrumbe de su partido en tierras escocesas, aseguraba que jamás buscaría y permitiría el apoyo del SNP en Westminster. Ambos han contribuido a que el patrioterismo inglés fuera uno de los ingredientes de la campaña, insistiendo en la falta de legitimación de los votos nacionalistas (la hacían también extensiva al Plaid Cymru) que podrían condicionar la política del Parlamento de Westminster. Esta idea se ha traducido con frecuencia en el lema: votos ingleses para leyes inglesas.

El nacionalismo inglés no caminaba solo, lo hacía también en compañía del aislacionismo británico. Un tercer partido, el UKIP, agitaba aún más estas aguas turbulentas. Indicadores de  esta deriva han sido: la insistencia en el control de la inmigración (muy exagerada en la campaña del UKIP, pero aceptada como una necesidad de «sentido común» por laboristas y conservadores); la agitación a favor  del fortalecimiento de la Defensa (compartida por laboristas, conservadores y UKIP), para lo cual la actualidad del conflicto de Ucrania, el peligro de Rusia y los desmanes del Estado Islámico han facilitado el camino, arremetiendo de paso contra la pretensión de escoceses, verdes y nacionalistas galeses de erradicar los submarinos nucleares Trident. Por último, también ha jugado un papel importante la demarcación de distancias con Europa, subrayada en especial por UKIP y el partido tory.

El temor en el electorado, inducido a través del peligro de un Parlamento sin mayoría en Londres y de un Gobierno laborista condicionado por una minoría escocesa, quizás explique la abultada victoria de los conservadores. Sin embargo, el Gobierno mayoritario de Cameron no disuelve la anomalía escocesa. Sturgeon, en la perspectiva de un Gobierno laborista en minoría con el apoyo externo del SNP, insistió una y otra vez en que las presentes elecciones no eran para decidir la independencia de Escocia, asegurando que había aceptado el resultado del referéndum; pero, a la vez, recordaba las reivindicaciones recogidas en su programa. «Propusimos en nuestro manifiesto las competencias que requerían ser transferidas a Escocia: competencias sobre el empleo, el salario mínimo, los impuestos empresariales y sobre el Estado de bienestar, las palancas que debemos tener en nuestras manos para hacer que nuestra economía crezca y genere más puestos de trabajo y para hacer frente a la pobreza de manera más efectiva».

Es posible que Milliband de haber ganado las elecciones hubiera prestado mayor atención a estas reivindicaciones amortiguando la tensión independentista. ¿Las escuchará Cameron? Es improbable, y entonces ¿hasta cuándo las aspiraciones nacionalistas escocesas encontraran un lugar en el seno del Reino Unido?

El ascenso de un nacionalismo de izquierda complica también la vida al Labour Party. Analizando las causas de su derrota, personalidades influyentes del partido aconsejan tornar a la senda del Nuevo Laborismo de Tony Blair: volver la mirada hacia las clases medias y moderar más su discurso. De seguir tales consejos, el Partido Laborista va a encontrarse en la paradójica situación de derechizarse para recuperar votos en Inglaterra al precio de debilitarse aún más en sus bastiones tradicionales de Gales y Escocia, en los que su electorado exige una política más enfrentada a la de austeridad de los conservadores.

Cameron y la economía

El Gobierno tory se enfrenta a una situación económica complicada. En 2014 el Reino Unido experimentó un crecimiento del 2,8%, más que ninguno de los países del G-7 (1,5% fue, por ejemplo, el de Alemania y 0,4% el de Francia en ese mismo año).  La tasa de paro es 5,6%, la más baja desde 2008. El déficit comercial es notablemente alto (6,7% del PIB), debido a la debilidad de la exportación de productos manufacturados y  compensado (muy dependiente, por tanto) por las inversiones financieras externas. La deuda pública es alta, del 80,4% del PIB, y también lo es la privada. El déficit del país, 5% del PIB, es todavía elevado. Osborne, ministro de Economía,  prometió alcanzar el equilibrio presupuestario para 2020. Para ello, Cameron tiene el propósito de habilitar un paquete de recortes del gasto de cerca de 30.000 millones de libras y economizar 13.000 millones de libras en la seguridad social, lo cual augura más austeridad.

El relativo optimismo de algunas de estas cifras enmascara otra realidad. La desigualdad se ha incrementado. El 16,6% de los británicos se encontraba en 2014 por debajo del umbral de la pobreza. Más de un millón de personas acuden a los bancos de alimentos.

El Gobierno conservador ha creado dos millones de puestos de trabajo en 5 años, pero ha despedido a funcionarios de los servicios públicos. El empleo ha sufrido un deterioro notable. El contrato «zero hours» (cero horas), del que se habló bastante en la campaña, es un ejemplo de ello. Se trata de un contrato -por llamarle de alguna forma- según el cual el trabajador o trabajadora, sin salario alguno, debe estar a la espera de ser llamado a realizar equis horas de trabajo que serán abonadas por la empresa a la que el empleado está ligado por un compromiso de exclusividad (no puede aceptar en ese tiempo contratos con otras empresas). En 2014, 700.000 trabajadores (principalmente de sanidad, agricultura y servicios) estaban ligados por este tipo de contrato. Una muestra clara de la degradación que ha experimentado el trabajo es que muchas personas que acuden a los bancos de alimentos tienen trabajo.

Políticas de austeridad y «salida de la crisis» han tenido lugar al mismo tiempo. Sin caer en la falacia de creer que la primera ha sido causa de la segunda, debido a su coincidencia, uno puede pensar que ambas son compatibles, pero cabe preguntarse ¿qué precio se ha pagado?, ¿en qué condiciones se «sale de la crisis»?

Las «ideas fuerza» de Cameron durante la campaña han girado en torno a la economía. Alardeaba de que había reducido el déficit público desde el 9%, en que lo había dejado el Gobierno laborista de Gordon Brown, al 5%. Según él, Milliband lo haría crecer de nuevo, lo mismo que el SNP. La retórica electoral excluía cualquier reflexión sobre el origen de la crisis y atribuía la recesión al déficit laborista. No había que remontarse más para pensar en las verdaderas causas y en los auténticos responsables de la crisis financiera. A partir de ahí entraba en funcionamiento el argumentario conservador para justificar la austeridad, razonamiento, por cierto, muy generalizado en el pensamiento liberal: más gasto social lleva consigo un aumento del déficit público y el aumento del déficit público exige incrementar los impuestos a toda la población para alcanzar la consolidación fiscal, punto omega de la finalidad de la política económica. El argumento tiene eficacia en aquellos públicos sensibles a la subida de impuestos como parece ser el caso en el Reino Unido. ¿Pero este tipo de discursos es el elemento decisivo en la toma de posición de la ciudadanía?

El ranking (ver gráfico) de temas publicado durante la campaña  que sensibilizaban más a la población presentaba otras preferencias. La sanidad pública, uno de los pilares del Estado de bienestar, figuraba en el lugar más destacado (un 30%), a bastante distancia del paro (16%) y la inmigración (14%), y solo en un quinto lugar, el déficit público (7%), que tanta atención requería, según David Cameron. El público británico se muestra especialmente celoso de su Estado de bienestar, que ha sido muy maltratado tanto por el Nuevo Laborismo de Blair como por el conservadurismo de Cameron. ¿Hasta cuándo podrá seguir tolerando políticas de austeridad que atacan  iconos del bienestar como son la sanidad y la educación? 

La perspectiva de un referéndum para salir de la Unión Europea

Con el  fin de conseguir los votos de los seguidores de UKIP, David Cameron reiteró durante la campaña la promesa de un referéndum sobre la permanencia en la Unión Europea. Ahora se enfrenta al problema de decidir cuál será su posición cuando se realice la consulta en 2017. Cameron tiene claro que al Reino Unido no le conviene dejar la UE, entre otras razones porque esta medida es rechazada por el mundo financiero. El alejamiento de Europa supondría obstaculizar el movimiento de las instituciones financieras de la City londinense y poner en peligro las inversiones de las que tan necesitado está el Reino Unido, debido a sus desequilibrios en la balanza de pagos. Sin embargo, inclinarse por la permanencia en la UE creará notables tensiones en una buena parte de su electorado que ideológicamente comulga con las tesis del fundamentalista UKIP.

Una opción posible sería negociar nuevas condiciones de permanencia en la UE, pero este escenario potencial no resultaría nada placentero ni para Cameron ni para la UE, teniendo en cuenta las pretensiones que animan al primero: la regulación mucho más estrecha de la inmigración, hasta la posible eliminación del derecho de circulación y residencia de los ciudadanos europeos, la derogación de la Carta de los derechos fundamentales que afectan al trabajo y la consagración de la autonomía fiscal, entre otras.

No es necesario situarse en 2017 para evaluar las consecuencias que tendría la salida de la Unión Europa. Al mundo financiero no le gusta moverse en condiciones de incertidumbre. Esto es algo que conoce muy bien Cameron, por lo que es de esperar que este posible escenario se haya convertido a estas horas en una de sus peores pesadillas. 
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(1) El Reino Unido lo forman en el continente europeo cuatro territorios  o entidades nacionales. Tres de ellas –Escocia, País de Gales e Irlanda del Norte– con instituciones parlamentarias y de gobierno propias. La cuarta –o la primera, habría que decir– es Inglaterra, que no dispone de esas instituciones similares; de ahí que  sus asuntos propios sean tratados en el Parlamento de Westminster, situación controvertida para una parte de la opinión política inglesa.
El Parlamento del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte está compuesto de dos cámaras, la Cámara alta o Cámara de los Lores y la Cámara baja o Cámara de los Comunes. 
Las elecciones para la Cámara de los Comunes del Parlamento británico se celebran cada cinco años. En ellas se han elegido este año 650 diputados, que se corresponden con el mismo número de circunscripciones electorales. Dicho de otra manera, se elige un candidato o candidata por cada una de estas circunscripciones mediante un sistema mayoritario uninominal.
Previamente a la convocatoria electoral oficial se fija el número de circunscripciones que corresponderán a cada uno de los cuatro territorios nacionales del Reino Unido. El reparto en esta ocasión ha sido el siguiente: 533 escaños por Inglaterra, 59 por Escocia, 40 por Gales y 18 por Irlanda del Norte.
Los parlamentarios del partido nacionalista irlandés Sinn Féin, elegidos en estos comicios, no acuden a las sesiones del Parlamento británico. 
(2) Se utiliza esta expresión en recuerdo de los movimientos escoceses de las High Lands que trataron de restituir reiteradamente a los Estuardos en el trono de Inglaterra.