Javier Álvarez Dorronsoro, Paulino Rodríguez
Recuerdos y semblanzas. En la despedida
de Iñaki Álvarez Dorronsoro

(Página Abierta, 216, septiembre-octubre de 2011).

  La visita de Benedicto XVI a Madrid volvió a poner de manifiesto los conflictos de la Iglesia católica con la ciencia y con el Estado. Su insistencia en combatir el laicismo suena a lucha por el poder.

            En el acto de despedida y recuerdo de Ignasi-Iñaki Álvarez Dorronsoro en Barcelona, alguno de sus seres más queridos hablaron de él y de lo que en ese momento sentían (su compañera Montse, David, Javier, Paulino, Miren, Ramon...). De esas emocionadas semblanzas, recogemos ahora las palabras de su hermano Javier y de su amigo Paulino Rodríguez.

Javier Álvarez Dorronsoro

            Hay una canción que dice, y sin duda encierra una gran verdad, que cada vez que despedimos a un ser querido con el que hemos convivido tanto, con el que hemos compartido tantas cosas, al que hemos querido tanto… morimos un poco. Así me siento yo ahora.

            Se abren heridas, heridas que difícilmente se cierran. ¿Quién no las tiene? Él también las tenía. Habrá que pensar que forman parte de la vida. Y cruel paradoja, parece que maduramos con ellas.

            Y esas heridas convivieron en él sin duda junto a otras cicatrices hermosas, esas que nacieron del empeño por mantener el mundo y, sobre todo, las que se hicieron en el esfuerzo por transformarlo.

            Si me pidieran que resumiera en pocas palabras su vida, diría que el compromiso con los demás, el compromiso social le llevó a renunciar a una vida cómoda. Y, sin embargo…, Iñaki amaba la vida, amaba la música (pasión que compartió con sus hermanos, junto a un enorme cariño que nos ha mantenido siempre unidos), la lectura, llevado por una curiosidad intelectual insaciable que le empujaba permanentemente a preguntarse el porqué de todas las cosas, la conversación, las buenas amistades… Porque amaba la vida resulta más admirable la serenidad con la que afrontó su enfermedad.

            A los que le conocieron sólo de nombre les ha dejado brillantes ensayos sobre diversos problemas sociales y políticos. A los que convivimos con él, nos ha dejado eso y mucho más: el privilegio de conocer a un hombre bueno, entrañable, generoso, inteligente… ¡Qué mejores cualidades se pueden encontrar en una persona!

            Su recuerdo nos servirá quizás de consuelo, pero el recuerdo de un hombre bueno puede servirnos de mucho más: puede ayudarnos a ser un poco mejores de lo que somos.

Paulino Rodríguez

            Conocí a Iñaki Álvarez Dorronsoro hace treinta y siete o treinta y ocho años, y desde entonces, o muy pronto, me he sentido orgulloso de ser amigo suyo y tenerlo como amigo. Como muchos y muchas de vosotros, compartí con él ideas, convicciones, luchas y militancia. Bajo el franquismo y después del franquismo.

            Por vuestros hechos os conocerán, dice el mensaje bíblico; y también, mucho me temo, os juzgarán. Sea como sea, este mensaje nos va a la medida también a muchos que somos ateos o agnósticos.

            Entre las variadas cosas que Ignasi hizo a lo largo de los años –estimar, cultivar la literatura, disfrutar de la ópera, aplicar intelectualmente una mente especialmente aguda y despierta, preocuparse y ocuparse activamente de problemas muy apremiantes de nuestra sociedad…–, una de ellas ocupó buena parte de su vida adulta.

            Iñaki Álvarez Dorronsoro y un reducido grupo de compañeras y compañeros formaron el que sería el Movimiento Comunista de Catalunya, del que él fue pieza clave durante más de dos décadas. Cada uno de los que participaron en esta experiencia tiene, sin duda, su propia visión sobre ella, y no todos coincidirán. Iñaki también tenía una opinión propia. Hablamos de ello en más de una ocasión, y cada uno de nosotros decía la suya: si para mí aquello fue una de las mejores cosas que podíamos haber hecho en los tiempos que nos tocó vivir, él apreciaba más sombras, más zonas oscuras.

            Es igual. Por vuestros actos os conocerán. Quiero decir que cada uno es amo y señor de su biografía, la construye, pero también es esclavo: nunca la podrá reescribir. De manera que lo que importa es lo que uno ha hecho, y no lo que podría haber hecho.

            Y al respecto de eso aseguro que aquel grupo que Ignasi y otros inauguraron hace más de cuarenta años y en el que participaron a lo largo del tiempo, de una manera u otra, centenares de hombres y mujeres, hizo suyos unos valores que considero especialmente valiosos: compañerismo, fraternidad, entrega, espíritu de justicia, generosidad, solidaridad con los oprimidos y maltratados…

            Eran valores tan arraigados que incluso cuando la nave zozobró y el grupo se rompió, por encima de las diferencias, unos ven en los otros el espejo de unos valores compartidos –al menos, eso quiero creer–, cosa esta que ayudó a que, dentro de la acritud del momento y de alguna que otra palabra dicha sin sentirla, la ruptura fue mucho más civilizada y menos rodeada de mezquindad que otras.

            Creo profundamente que la contribución de Iñaki al arraigo de estos valores fue cualquier cosa menos accesoria. Y creo también que eso vino de la mano de los que, a mi parecer, fueron dos de sus grandes virtudes: la lealtad y la sensibilidad.

            Iñaki, sí, ha sido una persona radicalmente leal a los suyos –y los suyos eran muchos–, un hombre de fidelidades humanas, amigo de sus amigos, compañero de sus compañeros, preocupado por todos y todas y siempre dispuesto a echar una mano. Un hombre de palabra, de compromiso infrangible con la gente con quien se comprometía.

            Iñaki ha sido, también, un hombre extraordinariamente sensible que se alegraba mucho cuando tomaba decisiones, o participaba en ellas, que generaban alegría y “buen rollo” entre los otros y que sufría cuando las decisiones hacían mal a alguien.

            En algunas ocasiones, las diferentes lealtades, los variados compromisos que todos establecíamos, entraban en conflicto, e Iñaki  dio el visto bueno, o participó en ellas, a decisiones que causaron dolor a otros, en determinado momento, incluso a alguno de su familia. Puedo asegurar, porque fui testigo, que en estos casos sufrió intensamente, hasta el punto de arrastrar la pena durante largos años.

            Iñaki Álvarez Dorronsoro fue una gran persona, pero, por encima de todo, fue una buena, muy buena persona.