Javier Álvarez Dorronsoro
Referéndum en Escocia. Los argumentos y los debates
(Página Abierta, 234, septiembre-octubre de 2014).

Cuando se han vivido de cerca referendos en España como el de la OTAN o el de la Constitución europea, en los que las exageraciones y las falsedades eran moneda corriente (hay que recordar que uno de los argumentos más fuertes a favor del no a la OTAN era que si triunfaba éste nos iban a expulsar de Europa), es fácil concluir que el referéndum escocés, en el que han predominado los debates y las argumentaciones, ha sido modélico. Por otro lado, la lectura de una buena parte de los artículos publicados en los periódicos españoles durante estos días sugiere que el uso de la retórica política como instrumento de manipulación va más allá de las campañas de referendos mencionadas. Por ejemplo, los argumentos esgrimidos en nuestro país en contra de la independencia escocesa (probablemente sus autores pensaban mucho en Cataluña y se interesaban muy poco por la realidad escocesa), aventurando catástrofes y calamidades sin fin para los escoceses, británicos y europeos, habrían avergonzado a los propios partidarios del no en Escocia. 

Uno de los problemas que han tenido que afrontar los partidarios del yes ha sido la viabilidad de una Escocia independiente. Ha sido habitual en los debates oír y leer cómo estos últimos hacían uso de afirmaciones que los unionistas habían hecho al respecto. Por ejemplo, Alistair Darling, cabeza visible de la campaña del no, había declarado que la imposibilidad de que Escocia fuera independiente nunca había formado parte de sus argumentos; The Financial Times afirmó en el mes de febrero que una Escocia independiente podría confiar en comenzar con un estado de sus finanzas tan saludable como el resto del Reino Unido;  el propio David Cameron, había manifestado: “Los partidarios de la independencia siempre citan ejemplos de pequeñas y prósperas economía europeas tales como Finlandia, Suiza y Noruega. Sería un error sugerir que Escocia no pueda convertirse en otro país de éxito”.

Efectivamente, la comparación con otros países pequeños con Estado propio no ha faltado en la propaganda del yes. Era frecuente encontrar en ella el ranking de países ordenados según la renta per cápita, en el que Escocia figuraba en el puesto catorce, y en el que se encontraban, entre los 18 primeros, 10 países pequeños con una población inferior a los diez millones de habitantes. Estos datos sostenían el argumento de que en el mundo globalizado que habitamos, los países pequeños son viables y pueden tener éxito.

Esta idea se reforzaba con el énfasis en los recursos de los que dispone Escocia a la hora de forjar una nación próspera. En realidad, en este aspecto, los partidarios del yes no se inventaban nada. El potencial de su economía rural, del turismo, de la energía –en la que hay que contar el petróleo del mar del Norte–, el alto nivel de desarrollo de la investigación, de la biotecnología, de la manufactura de alimentación, la extensión y capacidad de sus redes de exportación de productos como el güisqui, es un patrimonio difícil de ignorar. Sin embargo, la existencia de este potencial no bastaría para garantizar un futuro confortable.

La opinión de un grupo de expertos entre los que se encontraba el premio Nobel Stiglitz –recogida en un largo informe encargado por el Gobierno escocés– sugería, entre otras cosas, que Escocia poseía unas ventajas comparativas que podían situarla en una buena posición en el mercado mundial, pero que de todas formas debía mejorar su productividad y el nivel de desigualdad existente en el Reino Unido y que una buena política fiscal podría servir a estos fines [ver tablas y gráfico].

Junto al recuento de los recursos de Escocia, los partidarios de la independencia no han obviado entrar en el debate sobre el modelo productivo. El Gobierno escocés se ha pronunciado por una clara estrategia industrial, en oposición –lo repiten machaconamente– al modelo financiero de la City londinense. Es posible que la reciente crisis haya reforzado esta idea y que pese también la experiencia bastante lamentable de la desindustrialización de Glasgow (en la década de los 90, los responsables de la Administración escocesa depositaban su confianza en la economía de servicios, tanto financieros como comerciales, de mala calidad y bajos salarios), que muy probablemente repercutió en que en esta ciudad haya una tasa de paro muy superior a la del resto del Reino Unido. Los favorables al yes no han ocultado sus simpatías por el modelo finlandés, provisto de un fuerte Estado de bienestar y más igualitario.

Los debates han tenido una gran difusión en los medios de comunicación, en los que la participación ha sido muy diversa, desde los políticos y comentaristas de los medios hasta la ciudadanía de a pie. Un rasgo a destacar de ellos es el respeto que los litigantes se mostraban entre sí y la importancia que unos y otros daban a los argumentos. Estos se han centrado fundamentalmente en cuestiones sociales, políticas y económicas. Y aquí reside un rasgo peculiar de un debate con nacionalistas de por medio sobre la independencia de un país. No se ha oído apelar a la independencia como recurso para salvar la identidad escocesa. Los escoceses no ven su cultura e identidad amenazadas. Sus razones para la secesión apelaban a la necesidad de un control mayor y más democrático sobre sus recursos y sobre todo al empleo de éstos para mejorar el Estado de bienestar y poner freno a la política de recortes y privatizaciones impuestas desde el Gobierno de Westminster. ¿Era fingida esta actitud para conquistar el voto laborista, muy fuerte por cierto en Escocia? Parece que no. Basta analizar someramente la naturaleza del Partido Nacional Escocés (SNP) y la personalidad del primer ministro escocés Alex Salmond.

El SNP (Scottish National Party) fue el primer partido de la oposición cuando se creó el Parlamento escocés en 1999. En 2007 fue el más votado y formó Gobierno en minoría. En 2011 obtuvo la mayoría absoluta con 69 escaños, el Partido Laborista obtuvo 37, el liberal- demócrata 5 y el Partido Conservador, el tory, 15. Salmond ha denunciando la política imperial británica y, en concreto, se opuso a la guerra de Irak. Rechaza de plano la dedicación de un alto presupuesto al mantenimiento de una estrategia de disuasión nuclear basada en los submarinos Trident, que tienen su base en el estuario del Clyde en Glasgow. Una de sus promesas ha sido la definitiva erradicación de Escocia de estas armas nucleares que cuestan al contribuyente escocés cerca de 250 millones de libras anuales, y dedicar ese presupuesto a finalidades sociales. Desde hace años viene criticando la política económica del Parlamento de Westminster frente a la crisis, de la que hace corresponsable al Partido Laborista.

En realidad, el SNP en política social está a la izquierda del Partido Laborista. Ningún partidario del no se ha atrevido a criticar a Salmond por adoptar una política camaleónica cuando censuraba las privatizaciones que amenazan el sistema público de sanidad británico (NHS). Si acaso, han argumentado que Escocia tiene competencias sobre sanidad pública, pero él respondía que eso no basta si le recortan los presupuestos desde Londres.

Destaca el hecho de que la punta de lanza unionista en Escocia ha corrido a cargo del Partido Laborista. Colocado el debate, como estaba, en el terreno social, el laborista Alistair Darling, principal portavoz del no, argumentaba que los laboristas aspiran a cambiar el Gobierno londinense el año próximo para hacer las políticas sociales que estaba defendiendo Salmond, pero éste contraatacaba, y no sin razón, manifestando que Blair tuvo la mayoría en Westminster pero que fue en la práctica un continuador de las políticas de Margaret Thatcher, y que durante la crisis el laborismo no ha presentado una oposición apreciable a la política económica de los tories.

La cuestión de la futura moneda para una Escocia independiente ha estado también en el centro de los debates. Este tema era introducido sistemáticamente por los partidarios del no y acogido con incomodidad por los del yes. En el primer debate ampliamente difundido y seguido por la población entre Salmond y Darling, éste acorraló al primero reprochándole que no tenía pensado un plan b para la futura moneda escocesa en el caso de que el Reino Unido y el Banco Central británico no admitieran que Escocia siguiera con la libra esterlina. En abstracto se podría dar la razón a Darling: ¿por qué el Gobierno británico iba a conceder a Escocia el “privilegio” de compartir la misma moneda después de rechazar la unidad con el Reino Unido? ¿No sería el rechazo de esta posibilidad una justa respuesta a la actitud escocesa? En concreto, sin embargo, cuentan los intereses y las cosas pintan de otra manera: Salmond argumentaba que si el Banco Central se cerraba en banda, Escocia no se haría cargo de la deuda que pesa sobre el Reino Unido. Por otra parte, hay que suponer bastante miopía para considerar que los británicos no estaban interesados en la fluidez que proporciona a los intercambios comerciales el funcionamiento con una moneda única. No es, pues, sorprendente que Darling acabara por admitir, en un segundo debate con Salmond, que sí era posible dar continuidad a la libra esterlina en una Escocia independiente.

Un folleto de propaganda con el No, Thanks resumía perfectamente las razones que han avalado el rechazo de la secesión. Ponía sobre todo el énfasis en los riesgosde la separación. ¿Podría a largo plazo garantizar mejor las pensiones, el sistema público de sanidad y los ahorros de la gente un país que emprende el camino de la independencia que el Reino Unido? Y aquí la incertidumbre que nace de las consideraciones a largo plazo cuentan y son razonables. Muy probablemente la reciente crisis ha hecho ver a la gente que la vida está llena de sobresaltos. Y que un país que a lo largo de la historia no ha dejado de mostrar su fortaleza podría afrontar mejor los problemas del futuro. La campaña del no ha sido calificada por muchos de campaña negativa y así ha sido, era una campaña que ponía el acento en las consecuencias negativas de la separación. El mensaje “No a los riesgos” eran las palabras clave y, sin embargo, nada de esto quiere decir que no fuera una postura muy respetable.

En definitiva, la novedad de una Escocia independiente que proporcionaba la posibilidad de controlar desde más cerca sus recursos y su destino, para los partidarios del yes era un motivo de esperanza y de ilusión; para los partidarios del no, en cambio, una apertura a más riesgos e incertidumbre. No es de extrañar, pues, que los partidarios de una y otra posición manifestaran en la calle estados de ánimo muy diferenciados. La alegría y el entusiasmo de los partidarios del yes, muy visibles y activos, contrastaba con la serenidad y seriedad de los partidarios de no.

En Escocia hoy se habla de lo ejemplar que ha sido la campaña del referéndum y del interés que se ha generado por la política en una amplia capa de la población, sobre todo entre los jóvenes. En el debe del balance habría que colocar, sin embargo, las ilusiones rotas de casi la mitad de los votantes y las brechas que ha podido abrir el enfrentamiento electoral. Habrá que esperar algún tiempo para hacer un balance definitivo.

Desde una perspectiva, compartida por los partidarios del yes y del no, se considera que el referéndum ha sido muy positivo para Escocia. No hay que olvidar que a última hora el Gobierno londinense, conservadores y laboristas, viendo en peligro la unidad británica, prometieron modificar y ampliar  las competencias de los Parlamentos nacionales del Reino Unido. A partir del referéndum, dicen unos y otros que en Escocia nada será como antes.