Javier Aristu

IsraelPalestina

 

Vengo de participar en una mesa de diálogo de jóvenes palestinos e israelíes denominada Caminos de Paz: otras voces de Israel y Palestina. Ha sido una iniciativa de la Asamblea de Cooperación por la Paz, organización no gubernamental española de la que soy miembro fundador en Andalucía y dedicada desde hace ya casi veinte años a la cooperación para el desarrollo y a la intervención social y política para la consecución de sociedades más justas. José Mª Ruibérriz, joven amigo desde hace ya varios años y organizador de esta mesa, ha tenido la amabilidad de contar conmigo para moderar una de las sesiones. Han colaborado la Agencia Andaluza de Cooperación Internacional para el Desarrollo,  la Fundación Barenboim-Said, Turismo de Sevilla y el Foro de ONG palestinas e israelíes por la paz, y el patrocinio de la Fundación Tres Culturas del Mediterráneo.

El objetivo de esta cita era la creación de puentes de diálogo que contribuyan a generar condiciones para un acuerdo de paz que ponga fin a más de 60 años de conflicto y a la ocupación de Palestina. ¡Casi nada! Es de agradecer la ambición y el alcance con que estos jóvenes afrontan su futuro. Durante toda una mañana he participado en sus debates y discusiones y he podido hablar con ellas —eran mayoría de mujeres — y ellos acerca del conflicto. A partir de esta breve pero intensa experiencia quiero exponer algunas ideas.

La primera es la importancia de celebrar contactos sociales desde abajo en todo tipo de conflictos. Hasta ahora hemos podido ver por la televisión la interminable ronda de conversaciones entre líderes políticos a fin de llegar a una solución a la cuestión palestina. Sin duda que será ahí, en el núcleo duro de la política, donde tendrá que conseguirse la solución definitiva al problema pero ello no impide que sea imprescindible a su vez desarrollar iniciativas de diálogo social autónomo a fin de despejar recelos, abrir puertas al mutuo reconocimiento, aumentar la confianza en el adversario. En este foro citado han venido jóvenes que representan a partidos políticos de un espectro enfrentado como Likud, Al Fatah, Meretz; a organizaciones sociales no gubernamentales de ambas partes, centros de reflexión (think tanks) y, en resumen, un conjunto muy amplio de iniciativas sociales que se identifican con un proyecto de paz y convivencia en el marco de dos estados en la tierra palestina (Véanse los perfiles personales de palestinos e israelíes). A su vez, han estado acompañados en sus debates por otros jóvenes andaluces pertenecientes al PSOE, a IU, a CCOO y UGT (ver perfiles)

Otra experiencia: a pesar de todo, hablar es fundamental. He asistido a duros debates  entre estos jóvenes palestinos e israelíes. Uno, israelí, ha tenido que escuchar testimonios de cómo el otro, palestino, sentado en la misma mesa, es acosado permanentemente en los check-point que el ejército israelí tiene en Hebron; pero a su vez éste ha tenido que atender el testimonio del israelí sobre las consecuencias de la bomba terrorista en su ciudad. Podían haber estado infinito tiempo comunicándose esa lista de agravios; sin  embargo, serán capaces de adoptar una resolución común donde se destaca el valor del diálogo, de la convivencia, de la paz entre ambas naciones.

Finalmente, me ha venido a la mente el valor de la política, en el mejor sentido de la palabra. Frente a la escenificación de la “mala política”, en donde nuestro país alcanza cotas de alto rendimiento, hay que revalorizar la “buena política”, la que se funda en el arte de conseguir los mejores fines para los ciudadanos. La política es la mejor manera de alcanzar la justicia, el bien, la felicidad de las personas[*]. Y creo que estos jóvenes de Palestina y de Israel han representado muy bien esta visión de la vida política. Son adversarios, luchan por intereses contradictorios pero son capaces de dialogar siempre y creo que precisamente por esto el conflicto eterno en la tierra bíblica podrá tener solución.

Copio a continuación el núcleo de mi intervención en el debate de ayer jueves 13 de junio. Seguramente peca de idealista o abstracta. No puedo pretender aportar ninguna “solución política” a ese endiablado problema; he intentado aportar la idea de por qué hablar, reconocerse en el adversario y dialogar con él es tan importante hoy día. Frente al lenguaje de la guerra se tiene que imponer el lenguaje de la política y de la cultura.

Intervención en la Mesa “Caminos de Paz: otras voces de Israel y Palestina”

Permitidme que al inicio de esta cuarta mesa de trabajo incorpore algunas ideas que me rondan por la cabeza y que tienen que ver con la experiencia y la reflexión de conocidos e indiscutidos pensadores y líderes sociales que nos sirven de referencia y de guías para el correcto pensar.

Primera idea: la compasión. Nuestro diccionario del español define esta palabra como Sentimiento de conmiseración y lástima que se tiene hacia quienes sufren penalidades o desgracias.

Es humano y propio de cada uno de nosotros compadecernos de la víctima, del que sufre una desgracia.

Aristóteles, el gran sistematizador del pensamiento racionalista, nos dice que la compasión requiere de tres pensamientos o circunstancias:

  • que algo grave le ha sucedido a alguien
  • que esa desgracia no haya sido culpa de esa persona
  • que nosotros estemos expuestos a que nos ocurra algo parecido

Efectivamente, nos sentimos compasivos con la víctima, no con el verdugo; sentimos conmiseración hacia el sufriente, no hacia el que produce dolor. Y esa compasión la experimentamos cualquiera de nosotros, por encima de credos, razas o ideologías, siempre que se den esas condiciones que decía Aristóteles. Por eso nos compadecemos cuando leemos los documentos donde se exponen los sufrimientos de las víctimas judías durante la época nazi. Por eso tenemos conmiseración cuando vemos los sufrimientos de los palestinos expulsados de sus hogares.

Pero lo que quiero indicarles a ustedes, reconozco que sin haber experimentado ninguna de las experiencias a que acabo de hacer referencia, es que como seres humanos tenemos esa capacidad natural de sentir compasión con la víctima porque en algún momento cada uno de nosotros podemos ser víctima de una injusticia, de una desgracia. Y que, por tanto, compadecerse del otro, del adversario incluso, es reconocer mi propia identidad como ser humano.

Segunda idea: hablar en nombre del enemigo

Somos individuos que pertenecemos a una patria, una religión, una tierra. Nos identificamos con esos símbolos y esas pertenencias y, desde ahí, establecemos nuestra relación con el mundo circundante.

Tratemos de superar esas herencias, esas identidades cerradas. Tratemos de hablar “como si fuéramos del otro lado”, como si fuéramos el enemigo. A lo mejor, de este modo, podremos entender mejor al adversario.

Martin Luher King, el gran líder de los derechos de la minoría negra en los EE.UU. habló claramente desde esta perspectiva y fue capaz de establecer, así, un discurso globalmente humano para su propio país. Era 1967, la guerra de los EE.UU. contra Vietnam estaba en su apogeo. Era difícil combatir el sentimiento de “patriotismo” que inundaba entonces los hogares americanos (luego vendrían las decepciones y las frustraciones de aquella generación). King fue capaz de situarse en la posición “del enemigo vietnamita” y hablar desde ahí a favor de ese pueblo masacrado pero también a favor de una nueva América reconciliada con sus valores constitucionales.

Estas fueron las palabras que pronunció Martin Luther King: “Aquí está el verdadero sentido y valor de la compasión y la no violencia cuando nos ayuda a ver el punto de vista del enemigo, a escuchar sus preguntas, a conocer su valoración de nosotros mismos. Desde su punto de vista podemos ver las debilidades básicas de nuestra propia condición, y si estamos maduros, podemos aprender y crecer y beneficiarse de la sabiduría de esos hermanos a los que se llama “la parte contraria.

Como podemos ver, no se trata solo de “comprender” al enemigo sino de “aprender y beneficiarse” de su actitud. Sé que cuando se trata de la tierra, la religión, los lugares santos para cada doctrina, el asunto se convierte en francamente difícil pero creo que las palabras de King siguen siendo válidas: negociar sobre la base de los propios intereses es válido y comprensible pero a eso hay que sumarle el valor de “aprender del enemigo”, de compadecerse de él y, por tanto, de situarnos en su posición.

Tercera idea: vivimos en una tierra global

Tenemos que interiorizar que nacer en un sitio es un accidente.

Vosotros, queridos israelíes, tenéis la experiencia de una diáspora terrible y duradera durante siglos. Habéis formado parte de minorías marginadas pero que han sido constituyente esencial de Europa; de este continente os expulsaron muchas veces: de España, de Portugal, de Polonia, de Rusia, de Alemania… habéis sido una sociedad nómada a lo largo de los siglos. Y hoy queréis hacer de Palestina vuestra tierra eterna. Pensad en vuestros antepasados y en vuestros apellidos y preguntaos si la tierra es de verdad la identidad decisiva.

Vosotros, queridos palestinos, habéis nacido seguramente en lugares distintos al de vuestros padres o abuelos. Ellos, seguramente, fueron expulsados de sus poblados y ciudades. También habéis constituido una sociedad errante y nómada, dispersa y dividida por la tierra de Palestina y por todo el mundo. Preguntaos si la tierra es de verdad la identidad decisiva.

Es evidente que el nacimiento nos da sentido y que todos deseamos tener una identidad ligada a la tierra, a la familia, a la genealogía. Nadie nos puede quitar ese derecho. Lo que yo os quiero plantear, queridos enfrentados, es que esa particularidad de ser judío, o musulmán, de ser israelí o palestino, de vivir en Tel Aviv o en Nablus, no puede ser la identidad decisiva. Como dice la filósofa americana Martha Nussbaum: Considerar a las personas como moralmente iguales es tratar la nacionalidad, la etnia, la clase, la raza y el género como «moralmente irrelevantes». Lo que os diferencia en estos momentos es la lengua, la religión, la patria, la bandera; pero eso son accidentes en la vida humana. Son múltiples los ejemplos de la historia donde las banderas han cambiado, la gente ha traspasado las fronteras y ha cambiado incluso de patria sin traicionar a la anterior. Pero lo que de ningún modo ha modificado es su condición de ser humano con la misma identidad moral que tiene el otro ser humano. Ciudadanos del mundo, cosmopolitas.

Desde esa identidad de seres moralmente iguales y humanamente responsables os animo a reconoceros en el adversario, allá donde se encuentre, y a superar vuestras diferencias buscando sobre todo la Justicia y el Bien, los grandes valores que todavía nos dan sentido como especie humana.

Muchas gracias.


NB: un lector agudo se dará cuenta de que gran parte de estas ideas las he recogido del libro de M. Nussbaum y otros, Los límites del patriotismo, ed. Paidós.  Quæ sunt cæsaris, cæsari.

[*] Cito una casualidad: ya por la noche, me entretengo en casa navegando por internet y veo la estupenda entrevista que le hacen a Eugenio Scalfari, el histórico director de La Repubblica en el Salone dei Cinquecento de Florencia, dentro del festival La Repubblica delle idee que realiza este periódico. Scalfari hace una bellísima descripción de lo que es la buena política para distinguirla del berlusconismo y pienso que en todos lados cuecen habas.