Javier Villanueva
El patriotismo constitucional de la
España del siglo XXI según el PP

Presentada poco menos que como un regalo que nos hace el PP, en el año en que se cumple el XXV aniversario de la "nueva democracia española", y anunciada como la aportación de una "nueva idea de España" destinada a superar "viejos prejuicios, viejos agravios y viejas historias", la ponencia sobre el patriotismo constitucional de la España del siglo XXI será una de las estrellas del próximo congreso del PP, que se celebrará entre los días 25 a 27 de este mes de enero. Como se sabe, dos personas significativas van a ponerle cara y voz a esta ponencia. Una, la joven concejal del ayuntamiento de San Sebastián, María San Gil, símbolo de la "firmeza" del PP allí donde está duramente acosado; la otra, el ministro Josep Piqué, un ex izquierdista en su etapa estudiantil, como símbolo de los "cuadros" provenientes de otras corrientes que han recalado en el PP y se han reciclado.

"Nueva idea" de España

Hay que decir antes que nada que la ponencia del PP no responde a la imagen tópica de quienes quieren ver una camisa azul con el yugo y las flechas debajo de todo lo que hagan Aznar y los suyos. Francamente la cosa no va por ahí. Una muestra de ello es la "nueva idea de España" que postula el PP.
La retórica es nueva, las palabras y los términos son distintos. El texto del PP no es un canto a la "mater Hispania" ni tampoco un lamento por sus muchos defectos y carencias o por su larguísima y penosa decadencia. España no es ya "la madastra", ni la "mater dolorosa". No se nos invoca a "la unidad de destino en lo universal". Ya no estamos ante una definición castiza y patriotera de la nación española. Ya no se rinde culto a los tópicos más frecuentes en el nacionalismo español de corte tradicional, sea el franquista o sea el de sus antecesores. No hay rastro del integrismo ultra-catolicista o de la alianza con el trono y el altar ni de los estereotipos sobre el carácter nacional español. Se aleja del historicismo y del reduccionismo castellanista de las gentes del 98 o de los muchos seguidores de Menéndez Pidal. España no es tampoco la "cuarta nación" o "lo que queda" tras descontar las tres nacionalidades "históricas". Toda la ponencia tiene un acento predominantemente laico, político y contractual...
La "nueva idea de España" del PP, anunciada a bombo y platillo, se apoya en estas seis afirmaciones. A) España es una nación plural. La pluralidad es uno de sus rasgos constitutivos. España es una pluralidad de pueblos y también una pluralidad de criterios, opiniones y alternativas; pluralidad, que la inmigración más reciente está reforzando aún más. B) España es algo más que la suma de sus pueblos; además de ser plural tiene una identidad política, histórica, cultural, y no étnica, tiene una historia común y un sentimiento compartido; es una nación política forjada a través de una dilatada trayectoria histórica. C) España no se fundamenta en el dominio o el derecho de la historia, la etnia, la raza, la comunidad de creencias y lengua o cualquier otra herencia, sino en un vínculo democrático de todos los españoles, co-titulares de la soberanía, que forman una nación cívica y plural, agrupados en torno a las libertades constitucionales. D) España es un nexo de libertad. Para el PP, la verdadera prueba de esto es que la ausencia o el retroceso de la idea de España en el País Vasco es sinónimo de un retroceso simultáneo y correlativo de la libertad y de la restricción de derechos y del desmoronamiento de la ética política y de los valores propios de nuestra civilización; cosa que ante los ojos de muchas gentes de buena fe, por desgracia, ETA (y la llamada kale borroka) se han empeñado en confirmar de manera persistente. E) Es una realidad pujante y atractiva, una tierra de oportunidades, una sociedad abierta y llena de dinamismo, libre, democrática. F) Tras varios siglos de aislamiento, España desempeña ahora un papel importante en el concierto internacional y tiene un peso específico en el mundo.
A tenor de estas afirmaciones, el cambio no sólo afecta al nombre de la cosa o a la retórica sino también a sustancias y contenidos.
La pluralidad en tanto que hecho y riqueza, la duplicidad de instituciones y símbolos: comunes y autonómicas, la idea de una patria doble: la común y la particular, la nación como asociación de ciudadanos libres e iguales en derechos, su fundamento político constitucional y autonómico: un marco actual de convivencia y de pacto, el planteamiento de poner por delante el pacto político y dejar de lado la invocación a la España eterna, son, en efecto, cosas nuevas en la historia de los dos últimos siglos por lo menos.
Pero si se mira bien, esa nueva idea de España responde en resumidas cuentas a una interpretación jerarquizada, restrictiva, rebajada y estrecha del viejo concepto (no mencionado en el texto) de la "nación de naciones". Un concepto que en el fondo se atiene al asimétrico esquema -de indudable sabor orteguiano- de una Nación política, principal y con mayúsculas, que representa a toda España y cuya soberanía reside en todo el cuerpo electoral español, por un lado, y, por otro, de unas naciones (o nacionalidades y regiones) de la periferia, secundarias y con minúsculas, básicamente de orden cultural, lingüístico, simbólico y administrativo.
De plurinacionalidad, en el sentido más fuerte de este término, o de esa otra interpretación "sin centro y sin márgenes" de la "nación de naciones", de inspiración confederal al menos en lo símbólico y en lo cultural, a lo Herrero de Miñón, nada de nada, en suma. En cuanto a su manera de comportarse con la pluralidad, a secas, que es el nuevo descubrimiento del Mediterráneo por parte del PP, basta el ejemplo del maltrato que reciben los nacionalismos periféricos.

El no por delante

Cabe disentir de las posiciones y creencias de los nacionalismos periféricos que se conciben a sí mismos como adversarios alternativos de un nacionalismo español central. Cabe incluso argumentar esa disociación desde un antinacionalismo ideológico. Pero todo tiene un punto. Y en este caso ese punto es el respeto debido a la gente que siente otra distinta identidad nacional y que se identifica con las propuestas de los nacionalismos periféricos, esto es, el respeto a sus creencias aunque se esté en radical desacuerdo con ellas, el respeto a su voluntad, aun la de no compartir un proyecto común español, y el respeto a sus sentimientos, aunque sean éstos los de no sentirse españoles. Aunque fuera sólo por prudencia política no se debe maltratar a la gente que vota a otros nacionalismos en la periferia, más de dos millones, ni faltarle el debido respeto. Y tanto menos si se quiere su participación en un proyecto común y se pretende su lealtad.
Por otra parte, una de las claves más importantes de la ponencia del PP es la persistente actitud de no reconocer, siquiera como un hecho existente, todo aquello que les desagrada. Pues así es, en efecto, como van por la vida. Su silogismo favorito es al parecer éste: no hay nada que tocar ni nada que resolver si no hay problemas y no hay problemas si no se reconocen como tales.
Que los nacionalismos periféricos muestran una insatisfacción más que patente porque no se avanza hacia una definición más plurinacional de todo el complejo sistema estatal e institucional, de toda la cultura pública y de toda la vida política, pues se sentencia que no tienen motivos para ello y que se quejan de vicio. El PP sentencia a este respecto, por si acaso no se ha enterado alguien, que "vivimos en un sistema político extraordinariamente descentralizado, igual si no superior al de los estados federales, con la ventaja de que el modelo de estado autonómico, que surge de la realidad española, es el que mejor se adapta a los rasgos esenciales de un España plural".
Que los nacionalismos de la periferia no se sienten debidamente representados en las instituciones comunes, a las que no ven como propias y no confían en ellas o que no funciona y chirría demasiado la lealtad mutua entre las instituciones autonómicas y las centrales, en especial en el caso vasco, pues se ignora el hecho y se inventa otro más adecuado.
Que los nacionalismos de la periferia invocan el derecho de autodeterminación, pues se dice que ese derecho, además de ser un derecho "inexistente" vulnera los principios fundamentales de la constitución: la indisoluble unidad de España, el derecho a la autonomía y la solidaridad entre sus nacionalidades y regiones.
Parodiando el dicho latino quod non est in actis, non est (lo que no está escrito no existe), la ponencia del PP se cisca en los hechos con alevosía y contumacia. Es más, a base de ignorar los hechos de forma persistente, acaba construyendo una realidad virtual, de pura ficción. Hasta el punto de que su persistente negativa a todo lo que constituya realmente un problema político de envergadura es la verdadera sustancia del plato que está guisando en este momento. La clave del PP es decir que no a todo lo verdaderamente importante.
El primer NO va para la reforma constitucional. Una negativa tajante basada en estos cuatro argumentos: porque no es conveniente ni necesaria, porque no hay una mayoría de ciudadanos partidarios de la misma, porque cuestionar cada veinticinco años el modelo de estado no conduce sino a la incertidumbre, porque las propuestas políticas de un federalismo asimétrico o de soberanía compartida, "tan aparentemente brillantes" como claramente estériles" según se dice, son un desacierto. Todo lo contrario de esa otra idea de una "nación de naciones" permanentemente pactada. Todo lo contrario, asimismo, del espíritu y la letra de la constitución francesa de 1793, cuyo artículo 28 rezaba así: "Un pueblo tiene siempre derecho a revisar, reformar y cambiar su Constitución. Una generación no puede someter a sus leyes a las generaciones siguientes". La sensatez de esta propuesta de los legisladores franceses de hace más de doscientos años pone en evidencia el talante puramente defensivo del PP de Aznar y su miedo obsesivo a abrir el melón de la reforma constitucional.
El segundo NO es para el "derecho de autodeterminación con el que algunos quieren revestir la pretensión secesionista" según afirma la ponencia. En este caso la negativa del PP se apoya en dos argumentos. Uno, de fondo y del largo plazo: porque se "pretende quebrar radicalmente el orden constitucional". Otro, más del momento, porque "es inadmisible pretender la secesión como precio político a pagar para que cese el terrorismo. La sentencia a este respecto es inapelable, "nada puede plantearse bajo la presión de la violencia y nada puede aceptarse bajo la amenaza de la violencia".
Así pues, y en este asunto, no se percibe la menor voluntad de abrir un horizonte democrático para aquellas decisiones de la periferia que demanden unos procesos autodeterminativos ni de acordar las reglas que se precisan para poder llevarlos a cabo si la voluntad popular así lo quiere. Una negativa con una gran fuerza simbólica ya que, en último término, es la prueba del nueve de que no estamos ante una asociación voluntaria de la nación. No hay voluntariedad si no hay una razonable cláusula de salida para quienes no se sienten cómodos en un proyecto común español.
Tal vez para compensar esta imagen negativa, el PP se adorna con un estético y retórico tercer NO, en este caso a todos los nacionalismos, tanto a los nacionalismos "excluyentes" (se supone que esto va sólo para los de la periferia: vasco, catalán y gallego, de los que se dice que "son una adhesión a toda costa, incondicional, acrítica, moralmente indiferente, a la propia comunidad de pertenencia", "que exaltan la diferencia y ponen la identidad por encima de la libertad", y que "no tienen sentido en la Europa del siglo XXI") como a un "neonacionalismo español", del que por cierto sólo se dice que "tampoco tiene sentido". Según el PP, todos los nacionalismos son "incompatibles con el proyecto colectivo de convivencia que está plasmado en la constitución y lo ponen en riesgo".
En este asunto, el PP se suma a la legión de los teóricos y políticos que han descubierto aquello de que ya estamos en una era postnacional; o, dicho de otro modo, a quienes dicen que los nacionalismos son ya superfluos en Europa occidental en general y sobran en particular "en una España plural que respeta los símbolos e instituciones de la misma bajo las disposiciones de los estatutos de la autonomía y de la constitución". Todo lo contrario de quienes pensamos que los nacionalismos son un hecho relevante de nuestro tiempo, un hecho que conviene entender y comprender porque tienen una razón de ser normalmente y no son un capricho arbitrario o una pura alucinación, un hecho cuyo valor concreto, su legitimidad y oportunidad, es obligado considerar, analizar y juzgar de forma crítica y rigurosa en cada caso.
Pero, pese a estos modernismos, de lo dicho hasta aquí se deduce asimismo que el PP tiende un puente muy sólido con el nacionalismo español de corte más tradicional, por si acaso lo postnacional falla y no funciona como es debido. La doble beligerancia, antinacionalista y antiseparatista, que es una animosidad contra quienes no sienten a España como algo suyo, es el viejo material compartido por unos y otros.

España va bien

El slogan preferido de Aznar -acorde con su querencia a tener una masa de electores preferiblemete acrítica y autocomplaciente- resume a la perfección la nueva mirada del patriotismo español a diferencia de la mirada pesimista que culmina en la generación del 98. El "España va bien" de ahora es el mejor antípoda del "estamos mal y valemos poco" de los del 98. Y de ese pesimismo histórico presente en los versos de Quevedo: "miré los muros de la patria mía / si un tiempo fuertes, hoy desmoronados / de la carrera de la edad cansados". La ponencia del PP cierra por completo y solemnemente ese ciclo de problematización de España y sobre todo su última fase abierta por la "generación del 98", al final del siglo XIX, al consumarse la pérdida total del imperio. Todos los grandes problemas de España, las dos Españas irremediablemente divididas y enfrentadas durante tanto tiempo (por la cuestión religiosa, la cuestión agraria, la cuestión social, la cuestión territorial, el doctrinarismo ideológico excluyente), el atraso económico, el aislamiento internacional, se han arreglado ya o están ya básicamente encauzados. España ya no es un laberinto de confrontaciones sino un espacio de libertad. España ya no es un problema.
La "nueva idea de España" es la síntesis, por otra parte, de un estado de ánimo muy satisfecho por la obra realizada en estos últimos veinticinco años. Todo se ha hecho bien, según los del PP. Se le ha dado la vuelta al calcetín. Se han superado los viejos fantasmas de una sociedad española irremediablemente escindida por numerosos antagonismos. Se ha reducido bastante la enorme diferencia existente hace treinta años en la renta comparativa entre las diversas comunidades; hasta el punto de que hoy ya no hay por qué mirar a "los del norte", vascos y catalanes, con un complejo de inferioridad...
El punto concluyente lógico de esta exposición "pepera" no podía ser otro que el que presenta el texto: el orgullo de ser español. Según el PP, "tenemos razones más que de sobra para sentirnos orgullosos de ser españoles". Primero por lo que se ha hecho en este último cuarto de siglo, que es impresionante a tenor de lo que resume el texto: "hoy vivimos en un país que ha sido capaz de pasar de la dictadura a la democracia, de una economía cerrada a otra abierta, de un sistema centralizado a otro de intensa descentralización política. Una nación que es capaz de hacer estas cosas debe confiar en sí misma". En segundo lugar, porque debemos estar orgullosos de nuestra democracia. España es un marco de convivencia y de libertad, una garantía de libertad y de pluralismo. Tercero, y sobretodo, porque España es en el presente una magnífica oportunidad para todos sus ciudadanos, un marco de crecimiento y de prosperidad.
En esto último se puede advertir un intento de recuperar aquel viejo valor de la España de los Austrias, cuando se veía y se sentía como una tierra de oportunidades todo el ámbito de un imperio "en el que no se ponía el sol".

La santísima trinidad del PP

Queda para el final la clave de bóveda de la ponencia. Me refiero a esa santísima trinidad del PP compuesta por: a) el acierto del planteamiento de la transición de la dictadura franquista a la democracia, b) las inconmensurables bondades de la constitución, y c) las virtudes inapreciables de los estatutos de autonomía y de un diseño autonómico del estado "genuinamente adecuado" a las peculiaridades de la pluralidad de España.
Para no aburrir al lector, dejémoslo, muy brevemente, en que el nivel de la ponencia a este respecto está a la altura de los tertulianos más obtusos y no es mas que una inmensa mixtificación y falsificación, de forma que todo está al servicio del mantenimiento del statu quo actual. La transición fue modélica, por su planteamiento y por sus resultados; no se le puede achacar nada negativo. Su mejor fruto es la constitución, paradigma de todos los valores: superación de enfrentamientos civiles endémicos desde hace siglo y medio, libertad, convivencia, pacto entre todos, pluralidad, enriquecedora diversidad, bienestar y prosperidad... Y los estatutos de autonomía, que convierten al sistema político español en "uno de los más descentralizados del mundo", según se dice, completan y refrendan todo ello en su ámbito propio.
En cuanto al patriotismo constitucional, baste decir que es la guinda retórica de la ponencia y que sigue al pie de la letra la abundante literatura que en la última década ha tratado de dar un sesgo moderadamente progresista al sentimiento españolista.
Dicho con sus propias palabras es un proyecto atrayente y atractivo, abierto y no dogmático, de pacto y compromiso, incluyente e integrador, capaz de generar numerosos puntos de encuentro, de aire moderno, capaz de impulsar el progreso y la innovación, solidario, europeísta, preocupado por la formación crítica y responsable de ciudadanos... Por condensarlo todo ello en una sola idea es la virtud de las virtudes.
Literaturas aparte, todo esto del patriotismo constitucional no es más que un viejísimo invento presentado en un nuevo envase: justificar el actual orden político, constitucional y autonómico, mantener el estado común, legitimar y afirmar el estado, estimular la lealtad al estado, darle prestigio...
Bien es cierto que su justificación y legitimación se vincula ahora a otros valores y a otras ideas diferentes e incluso contrapuestas que las del nacionalismo tradicional como ya se ha dicho. Pero no es menos cierto que esta necesidad de justificar y legitimar el orden político actual es una confesión, a su manera, de sus fantasmas y temores. España sigue siendo un problema mal que le pese a Aznar.

(Hika, nº129, enero de 2002)

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