Javier Lozano

Euskara: Removiendo tabúes.
Bases para la política lingüística de principios del siglo XXI

(Hika, 206zka. 2009ko Martxoa).

            Hace ya cierto tiempo que, tras los debates pertinentes, se presentó el documento Bases para la política lingüística de principios del siglo XXI elaborado por una comisión del Consejo Asesor del Euskara. El texto me parece importante. Tanto por venir de donde viene, de un organismo dependiente del propio Gobierno Vasco presidido por el mismísimo Ibarretxe, como, sobre todo, por su contenido. O, dicho más claro, porque es poco habitual que un organismo que, al fin y al cabo, depende de la administración se prodigue en el tipo de reflexiones que el documento contiene.

            Se ha destacado la composición plural del grupo redactor, lo que es en parte cierto, pero hubiera sido imposible la aprobación de un texto como éste sin la voluntad de al menos un sector del nacionalismo vasco gobernante de poner en tela de juicio bastantes dogmas de fe y remover muchos prejuicios en un tema tan sensible como la política lingüística. Intentan hablar del euskara sin tabúes, esfuerzo que es, sin duda, muy de agradecer.

            La ponencia es extensa y matizada. Quiero subrayar con esto que lo que sigue es mi propia lectura de la misma, porque también podrían resaltarse otros puntos que darían una visión parcialmente distinta.

            Como explica el propio Viceconsejero de Política Lingüística, Patxi Baztarrika, en el prólogo al documento, el objetivo del texto, en definitiva, no es sino dar inicio al debate. Se trata de una profunda reflexión sobre las luces y sombras de la política lingüística.

            Derecho a la crítica. Los autores de la ponencia defienden con energía el derecho a la crítica, ya que una de las características de cualquier sociedad democrática avanzada es que todas sus políticas públicas sean objeto de debate. Un debate y una crítica que, como no puede ser de otra forma, deben también alcanzar a todo lo referido al euskara:

            Crítica para rechazar lo que no se ha hecho bien o para reconducir lo que no estaba del todo bien hecho, crítica serena, crítica realizada sin temor a ser considerado enemigo del euskera por manifestar reparos ante actitudes presuntamente favorables al euskara

            Crítica que, según los autores, tendrá siempre un pie bien anclado en la realidad, ya que en los procesos sociales no se producen beneficios sin coste alguno y que, por consiguiente, además de los beneficios se deben valorar los costes.

Y van más allá:

            No todo lo que se hace en nombre del euskera es positivo ni adecuado. Ni criticar determinadas actuaciones en el campo del euskera es necesariamente negativo ni inaceptable.

            Las críticas no deberían ser tan sólo educadamente escuchadas. Exigen ser sopesadas y aceptadas o rechazas con datos y argumentos, porque es posible que en todo o en parte puedan tener razón.

            La afirmación es obvia. Pero contrasta vivamente con prácticas muy habituales cuando se abordan estas cuestiones: aparecen enseguida gentes que se consideran con el derecho a trazar una raya divisoria y colocar a quienes critican del lado de los enemigos del euskara.

            La ponencia marca distancias con el pesimismo agonista y subraya el exitoso camino recorrido por la sociedad vasca en estos últimos veinticinco años. Se desmarca, por tanto, de quienes consideran insuficiente todo lo realizado, acostumbran a denunciar la supuesta falta de voluntad de la ad­-ministración como madre de todas las dificultades, y ponen el acento en doblar las dosis.

            Además, tampoco consideran justo achacar todas las sombras a la política lingüística realizada desde los poderes públicos:

            Si el euskera no es más fuerte, si las actuaciones en pro de la normalización del euskera no han ido más allá, es porque la sociedad en general establece límites, puesto que es la realidad la que impone sus límites a la velocidad y al desarrollo de la política lingüística.

El texto tiene también un acentuado tono autocrítico:

            No toda medida en apariencia «impulsora» del euskera es de por sí y necesariamente favorable al euskera, las hay incluso que, a la larga e inopinadamente, pueden resultar perjudiciales para su desarrollo y el fortalecimiento de su uso. Basarse en que «todo lo que se hace es poco, el euskera lo necesita todo» para hacer cualquier cosa a favor del euskera no es un camino seguro.

            En cuestiones de política lingüística, nos dicen, «querer» y «poder» no van siempre de la mano, porque no todas las medidas que aparentemente son favorables para el euskera resultan apropiadas para fortalecer su uso, porque la realidad social del idioma y las medidas para su desarrollo tienen unos límites que debemos tomar en consideración, porque en una sociedad democrática se debe evitar todo abuso y riesgo de fractura. Son necesarias medidas eficaces para fortalecer el euskera, pero no todo es admisible, ni tampoco conveniente, aunque se haga o proponga (supuestamente) a favor del euskera. Quizá, llegan a afirmar, hubiera que haber hecho de otra manera algunas de las cosas que se han hecho durante todos estos años.

            La ponencia apenas desciende al análisis de terrenos concretos, con la excepción de ciertas políticas relativas a las administraciones públicas:

            La Administración, en el convencimiento de que así garantizaba mejor los derechos de los vascohablantes, ha asignado perûles lingüísticos a los puestos de trabajo, de forma que quien pretenda ocupar uno determinado habrá de poseer el necesario conocimiento del idioma. Dicha política ha suscitado desacuerdos en algunos casos, principalmente cuando los derechos lingüísticos que asisten al ciudadano chocan de lleno con el derecho laboral previamente adquirido por el trabajador.

            Quien ha probado su aptitud para hablar en euskera ha tomado la delantera en la disputa por hacerse con un puesto de trabajo.

            No existe una proporción adecuada entre los titulados en aptitud en euskera y el uso del idioma, y cabe señalar que se ha asociado en exceso con la consecución del certificado de aptitud en euskera o del perûl lingüístico correspondiente, y poco, muy poco, con su uso en el trabajo. Salta a la vista que actuando sólo o fundamentalmente de esta manera, el euskera ganará pocos adeptos entre los trabajadores públicos, mientras que, en cambio, es evidente el peligro de ahuyentar a éstos del euskera.

            Por tanto, la solicitud de aptitud en euskera (sobre todo cuando constituye un requisito) debería asociarse a su uso en el puesto de trabajo.

Bilingüismo. La ponencia entra con decisión a definir los objetivos finales:

            No es posible una sociedad vasca monolingüe, y no es ése, además, el deseo de la sociedad vasca. El monolingüismo nos depararía escasa riqueza y abundante pobreza.

            No es posible, no es deseable, tampoco sería bueno, resumo. Vivimos en una sociedad cada vez más globalizada e interdependiente, los espacios de las lenguas están sujetos a una continua redefinición, su mezcla, interrelación y coexistencia van a ser el pan nuestro de cada día. Y ello vale para el euskara, el castellano, el francés, el inglés y las decenas de lenguas más minoritarias que se hablan ya en los países vascos. Una política pública de apoyo al euskara debe contribuir a que pueda ocupar con dignidad su espacio social, pero tratar de aislarla en un coto cerrado sólo puede causar perjuicios a la lengua y a sus hablantes.

            Abordan también otro tema tabú para el imaginario nacionalista, la relación de la lengua castellana con la sociedad vasca:

            El objetivo de la Ley (y de la política lingüística) es la consecución del bilingüismo. Su objetivo no es luchar contra el castellano, y menos aún actuar en contra de los ciudadanos que sólo hablan castellano y que quieren vivir en castellano. Por medio de la ley se pretende procurar un lugar suficiente para asegurar la continuidad del euskera en un contexto bilingüe, porque tal y como Mitxelena dejó escrito: «el castellano también es de aquí».

            Por tanto, ¿qué es una lengua propia? No es, evidentemente, (el euskara) la única lengua del País Vasco, o no, por lo menos, la principal. En algunas zonas del País Vasco, el castellano es y/o ha sido más propio del lugar que el euskera. En consecuencia, el euskera no es la única lengua que tiene el País Vasco o se habla en él. Pero sí es una lengua que sólo se habla en el País Vasco.

            Como es habitual en el mundo de las ideas, estos planteamientos coexisten, y lo van a seguir haciendo, con otras posiciones tradicionales en el nacionalismo vasco. Sólo el tiempo nos dirá si van ganando peso y desplazando a las viejas doctrinas.

            Desde mi punto de vista, sería deseable que así ocurriera. Por una parte, porque me parece un pensamiento mucho más acorde con la realidad. Por otra, porque llevaría a un achique de espacios en el debate social, a plantear un sustrato común que facilitaría acuerdos sobre líneas de actuación más coherentes y eficaces.

            Acuerdo plural. Los autores de la ponencia ponen especial acento en subrayar que la política respecto al euskara corresponde a toda la ciudadanía:

            En nuestra opinión, la cuestión del euskera no es un problema del euskera, sino el problema de la convivencia entre nuestras lenguas. No es, por tanto, un asunto que concierna únicamente a quienes nos preocupamos por el euskera y sentimos apego por él, sino a la totalidad de la ciudadanía, por encima de colores políticos, y que afecta, además, a la convivencia de todos, vascóûlos o no.

            Por ello el acuerdo es el principal sustento de toda política lingüística que se pretenda democrática y eficaz al mismo tiempo.

            Además, los consensos no se logran de una vez para siempre. La realidad es cambiante, las propias políticas puestas en práctica deberían transformarla, y los acuerdos tienen que ser continuamente renovados:

            Así las cosas, es preciso adecuar a la voluntad y a los deseos de la mayoría de los ciudadanos la política lingüística a medida que ésta va tomando cuerpo. Por ello, es imprescindible, además de conocer las actitudes de la ciudadanía, actualizar y renovar en todo momento el acuerdo político y social en materia lingüística.

            Por si cupiera alguna duda sobre de qué están hablando, destacan como factor positivo el sustento del marco legal de la política lingüística del País Vasco: un amplio consenso, tanto cuantitativa como cualitativamente, puesto que han recibido la aprobación tanto de fuerzas nacionalistas como no nacionalistas.

            Rechazan, por tanto, la pretensión de edificar el país sin contar con los sectores no nacionalistas. No asumen el discurso de «somos mayoría y nadie tiene derecho de veto»,tan utilizado en muchos colectivos sociales, y no sólo entre quienes se identifican como nacionalistas y/o abertzales. Nos previenen contra las fracturas sociales que, más allá de mayorías y de minorías, abren heridas muy difíciles de sanar y dificultan aún más un camino que no es de por sí sencillo.

La ponencia arremete también contra la patrimonialización del euskara:

            Deben cerrarse las puertas a la alineación del euskera con determinadas líneas políticas e ideologías. Al euskera no le hace ningún favor que desde el amplio mundo del nacionalismo se tire del euskera hacia una u otra posición con afán de exclusividad, ni tampoco que se intente reducir el ámbito del euskera al del nacionalismo, y mucho menos que se intente vincular el euskera con la violencia.

            Desde luego, a los autores del texto no se les puede negar valor para poner el dedo sobre llagas dolorosas. Quien tenga cierta edad recordará la primitiva estructuración de ETA en frentes (militar, obrero, político, cultural). El mundo del euskara ha sido uno de los terrenos sobre el que se ha sostenido el pulso entre el PNV y la Izquierda A­ber­-t­zale para hacerse con la hegemonía del movimiento nacionalista vasco. Digamos, por poner las cosas en su sitio, que era difícilmente evitable que sucediera así. Lo que habría que analizar es si ese régimen de duopolio, o incluso de monopolio en ciertos casos, ha impedido que se oyeran otras voces y cerrado el camino a otras opciones dentro de la cultura en euskara.

            Tampoco cabe pasar por encima el papel de los medios públicos de comunicación. Están sostenidos con el dinero de toda la ciudadanía vasca y es una exigencia elemental que reflejen toda la pluralidad social: que en la terminología que utilizan, los símbolos, las preocupaciones y los enfoques, pueda reconocerse, de alguna manera, toda la población.

            Ganar voluntades. Otro de los acentos del texto está puesto en la vo­-luntariedad, en la necesidad de conseguir adhesiones, de seducir, de sumar, de conseguir que el euskara sea atractivo para la población:

            Las leyes, los decretos, las ayudas, los reconocimientos y demás contribuyen a la recuperación de una lengua. Sin embargo, lo realmente decisivo es que los ciudadanos muestren su firme voluntad y su adhesión en pos de la consecución de dicho objetivo,

            Por encima de todo, el euskera necesita ganar sin cesar hablantes y adhesiones de diversos grados y tipos.

            Es de todo punto necesario que el euskera sea, cada vez más, una lengua atractiva, agradable y natural para un mayor número de personas, y no origen de problemas. No puede obligarse a nadie a que sea leal al euskera, ni a sentir simpatía por él.

            Coherentemente con este criterio, se manifiestan contra todo tipo de imposición y advierten sobre sus efectos negativos:

            Sería totalmente inaceptable, en nuestra opinión, hacer las cosas por la fuerza en materia lingüística, sobre la base de la imposición, puesto que el derecho de los hablantes sólo puede ser asegurado por medio de la voluntad, la voluntad de unos y de otros, la voluntad de quienes hablan esa lengua –el euskera, en nuestro caso– y la de quienes viven ajenos a ella. La política lingüística, llevada a cabo correctamente, puede promover la cohesión social. Pero, mal puesta en práctica, puede incluso agrietar la cohesión social.

            Toda política lingüística, sea del tipo que sea, está condenada al fracaso si no tiene en cuenta que, en definitiva, el uso del euskera se aûanza sobre la voluntad espontánea del hablante, voluntad que nadie puede obviar: se debe apoyar a quien desea expresarse en euskera, y, a veces, incluso en gran medida, pero se debe respetar la voluntad de quien, dominando el euskera, opta por utilizar otra lengua.

            La voluntad no se lleva bien con la imposición. Si como resultado de una determinada política se está empujando a alguien a estudiar y a usar una lengua forzosa y obligatoriamente, algo está fallando.

            Vencer o convencer, proponer o im­-poner, poder duro o poder blando. La disyuntiva es tan vieja como la humanidad. El autoritarismo es siempre una tentación: si la sociedad no se deja por las buenas, tendrá que ser por las malas. Pero lo cierto es que sin contar con la voluntad y la adhesión de las gentes es imposible llegar a lugar alguno. Bajo un régimen autoritario pueden ser arrastrados de las orejas, pero, en cuanto tengan la menor oportunidad, se darán la media vuelta y retrocederán hasta más allá del punto de partida. Eso es así en cualquier aspecto de la vida y mucho más aún cuando hablamos de un tema tan ligado a la construcción personal y tan cargado de afectos como los idiomas de cada cual.

            Repensar caminos. Ya he co­mentado antes que la ponencia apenas entra en críticas concretas. Y no me parece mal: hacerlo con fundamento hubiera exigido análisis ex­-haustivos que hubieran alargado y de­-sequilibrado un texto que pretende centrar los grandes temas.

            Ahora bien, para avanzar en el debate se debe ir más lejos. Se puede, por supuesto, discrepar de los criterios enunciados en la ponencia. Pero si, matiz arriba, matiz abajo, los criterios se comparten, tendría sumo interés mirar atrás desde la mirada que nos proponen. Porque uno tiene la sospecha de hay espacios en los que se ha trabajado sobre principios bien distintos.

            Sería un ejercicio interesante, por ejemplo, reflexionar sobre la política del Departamento de Educación en estos últimos años. Si eran necesarios o no acuerdos amplios y plurales en temas tan básicos como el nuevo curriculum (en vigor, pero pendiente de diversos recursos) o la fracasada reforma del sistema de modelos. Si la voluntariedad y la no imposición se llevan bien con los métodos de matriculación cuasi-forzosos que utilizan con el alumnado emigrante. Si realmente están aplicando eso de que la solicitud de aptitud en euskera (sobre todo cuando constituye un requisito) debería asociarse a su uso en el puesto de trabajo. Si ganar voluntades y no buscar enemigos innecesarios se conjuga con quitar la estabilidad al profesorado interino sin perfil de euskara...

            Y es que se parte, seguramente, de presupuestos bien distintos. Para muestra vale un botón. La ponencia cita entre los factores que han sido eficaces para el impulso del euskara en la enseñanza el derecho de los padres y madres a escoger la lengua en la que educar a sus hijas e hijos. Durante la campaña electoral le preguntan a Unai Ziarreta, presidente de EA, el partido que ha dirigido la Consejería durante estos años, si corresponde a las familias el derecho de elegir la lengua en que estudiarán sus hijos. Respuesta: No.

            A uno le gustaría que criterios como los recogidos en las Bases para la política lingüística de principios del siglo XXI se fueran abriendo camino y que se convirtieran en el sustento de la futura política lingüística. Que el documento no sea una flor solitaria que por sí misma no hace primavera, sino el comienzo del deshielo. Incluso, puestos a pedir, que sea un paso en la puesta al día del ideario del nacionalismo vasco.