Javier Martín
Los Hermanos Musulmanes, la sociedad y el Estado egipcios
(Página Abierta, 229, noviembre/diciembre de 2013).
(Resumen de la Redacción de Página Abierta de una conferencia pronunciada en La Bóveda, local de Acción en Red-Madrid, el 4 de octubre de 2013).

Empezó su intervención recordando sus años de estancia en Egipto y sus encuentros con los Hermanos Musulmanes, donde fue muy bien tratado: «Afortunadamente, pude pasar buenas tardes con ellos, tomando té frente al Nilo». Eso, en sus palabras, le dio la clave para poder entrar a conocer una sociedad, una hermandad, una organización de la que se atreve a decir «que aún no sabemos muy bien qué es –como tampoco ellos mismos lo saben–, fundada año 1928 por una persona de valores islámicos muy profundos que estudiaba en la Universidad de Al-Azhar: Hasan al Banna (1), en un momento de crisis en el islam». Una crisis espiritual y sobre todo política, apostilla.

En esos años, finales de siglo XIX y principios del XX, el islam se encuentra en un periodo que se ha llamado Al-Nadha [despertar o renacimiento]. Se trata, explica, de una época que se ha comparado con la  Ilustración, aunque poco tiene que ver con ese fenómeno occidental. En ese prolongado periodo, «el mundo islámico se encuentra, digamos, desorientado por varias razones, entre ellas por el colonialismo y la caída espiritual y política del califato, que estaba en Estambul». Y tiene que buscar su propio camino para avanzar en esos siglos.

Entonces, «una serie de pensadores, entre ellos el egipcio Mohamad Abduh  y el sirio Rashid Rida, promueven volver al islam, buscar las raíces del islam, que es lo que puede dar luz a estas sociedades que han perdido un poco el faro, porque el califa ya no tiene ese poder que tenía antes».

Partiendo de ese pensamiento, Hasan al Banna hace una radiografía de su sociedad en la que muestra varios problemas, nos cuenta Javier Martín. Uno de ellos es el colonialismo, y en particular británico, muy invasivo, tanto en áreas económicas como en las culturales. Otro lo encuentra en el crecimiento del nacionalismo: ese primer nacionalismo que luego culminaría con el panarabismo; un nacionalismo que no tiene raíz en la sociedad, según Al Banna, sino que ha sido impuesto desde fuera y, por lo tanto, no termina de dar los valores suficientes y necesarios para mover a la sociedad.

Piensa Al Banna que esa combinación de nacionalismo y colonialismo lo que está produciendo son unas variaciones en la educación de la sociedad y en sus valores, eso que llaman modernización, que no se ajustan al desarrollo que debería de tener el islam. Observa también –sigue explicando Javier– que hay una mala gestión de los recursos por parte de los Gobiernos, sometidos a los deseos, sobre todo, de los británicos, que buscan petróleo y otra serie de materias primas en suelo egipcio. Y que todo eso está llevando a una brecha social, que cada vez son mayores las diferencias entre ricos y pobres. Para completar el cuadro apunta, ya en 1928, su preocupación por un problema internacional que se está creando: Palestina.

De ahí surge el movimiento de los Hermanos Musulmanes, que recogerá una frase de Al Banna que ahora es muy mal interpretada pero que tiene sentido y entidad en este contexto: ‘Para todos estos problemas –que yo acabo de enumerar– el islam es la solución’. Pero ¿qué islam es la solución?, nos interroga este experto periodista de Oriente Medio. Para él existe una mala interpretación de esa expresión, sobre todo en Occidente. «El islam es la solución» no significa, asevera, que haya que imponer el islam por la fuerza, sino que, como veremos, en palabras de Al Banna, ‘debemos mirar dentro de nuestra cultura, de nuestra religión y de nuestras raíces, para encontrar una vía para todos estos problemas que nos empiezan a suceder’. Lo que Hasan al Banna busca en el año 1928 y a lo largo de los años treinta y cuarenta es esa identidad que el mundo árabe y musulmán ha perdido.

A lo largo de esos años treinta se convierte en un movimiento muy poderoso, arraiga en la sociedad; pero, al contrario de lo que se piensa, no se dirige a los medios sociales más bajos ni se desarrolla en ellos, sino que tiene como objetivo movilizar a las clases media y alta. Recluta, sobre todo, a comerciantes, a jueces, a intelectuales, etc. «Los Hermanos Musulmanes no nacieron como un movimiento popular, sino que era un movimiento más bien de élite», concluye Javier Martín. Y en ese mundo social se mueve Hasan al Banna. Los Hermanos Musulmanes empiezan a tener influencia política, haciendo sombra a los movimientos liberales, a la oposición al Rey de aquel momento, el movimiento Wafd, y comienza a crearse un conflicto político dentro de la sociedad egipcia.

En medio de este conflicto en 1942, en plena guerra mundial y ya con el problema de Palestina en ciernes, se lleva a cabo una reunión que, para nuestro periodista, puede considerarse clave para entender qué es lo que está pasando ahora en 2011. Hasan al Banna –o un emisario suyo– se reúne con un representante de un movimiento de jóvenes oficiales del Ejército egipcio, no afectos al rey Faruk [1937-1952]; facción que, diez años después, se convertiría en el grupo de los Oficiales Libres, algunos de los cuales se empaparon de las ideas de los Hermanos Musulmanes. El joven oficial que protagoniza este encuentro no es otro que Anwar Sadat, al que se le encomienda el contacto para conocer cómo pueden beneficiarse de la fuerza de la Hermandad.   

«Terminada la II Guerra Mundial –continúa Martín–, Hasan al Banna toma una decisión importante: da luz verde a algo que empezó a crearse ya en los años treinta, que se llama el servicio secreto de los Hermanos Musulmanes». Los Hermanos Musulmanes mantienen, pues, desde el principio, una estructura política abierta y también una especie de brazo armado clandestino, que Hasan al Banna consigue controlar, más o menos, hasta 1946-1947. Hasta el momento en el que el envío de agentes de ese grupo a Palestina a luchar en favor de los palestinos radicaliza a parte del aparato secreto y éste comienza a realizar una serie de atentados, en contra de lo que quiere Al Banna. Hasta tal punto se opone, que condena públicamente el asesinato del primer ministro egipcio Nokrachi Pasa en diciembre de 1948, señalando que ‘en la lucha islámica no hay espacio para la violencia y para el terror’. Para Javier: «Una frase que expresa bien su ideología y que se ha solido obviar en Occidente».

Tras ese grave atentado, es ilegalizado por primera vez el movimiento de los Hermanos Musulmanes, se bloquean sus cuentas y se arresta a la mayor parte de su cúpula. Casi tres meses después, su máximo dirigente, Hasan al Banna, caería asesinado por un escuadrón de la policía secreta. «En ese momento se crea una fractura muy importante dentro de los Hermanos Musulmanes que sigue hasta hoy en día. Una corriente promueve alcanzar el poder y, tras ello, islamizar la sociedad. La otra –ya desde los años cuarenta– piensa que lo importante es islamizar a la sociedad a través de la acción social; y, una vez lograda esa islamización, asaltar el poder».

Y en este punto se detiene Javier Martín en explicar la estructura de la Hermandad. Una asamblea o parlamento amplio es el encargado de elegir al líder y al Consejo General del Guía, que viene a ser la oficina ejecutiva que organiza la acción social, la acción política y la económica. De ahí salen muchos brazos: los comités populares que se insertan en la sociedad (de educación, sanidad, de ayuda a las viudas, de derechos humanos, de atención a la mezquita…). Y en cada ciudad o aldea y en cada barrio de Egipto se lleva a cabo una réplica de esa organización.

El golpe de Estado de 1952

En 1952, recuerda el conferenciante,  un grupo de militares –los Oficiales Libres– da un golpe de Estado con el apoyo implícito de los Hermanos Musulmanes y de otros movimientos. «Después Gamal Abdel Naser lo vestiría de revolución y le llamaría la primera revolución egipcia». Y así quedaría fijado en los libros de historia de los colegiales desde siempre.

Tras este golpe, entre los años 52 y 54, la confusión y tensión en las élites militares en el poder es intensa. Y también en los propios Hermanos Musulmanes, que dudan y se dividen entre los que entienden que hay que apoyar ese derrocamiento de la monarquía y los que no están de acuerdo con apoyar a los militares; entre estos últimos, el aparato clandestino. Al final Naser se hace con el poder en 1954 por encima de su mentor, el primer presidente de la República, Mohamad Naguib.  

Ese mismo año, el aparato armado secreto de los Hermanos Musulmanes  intenta asesinar a Naser en Alejandría. Fracasan y al día siguiente hay una represión brutal sobre la Hermandad en su conjunto, que, además, es ilegalizada y a la que se le congelan sus fondos. Cinco de sus miembros, pertenecientes a la organización clandestina, son ejecutados tras un juicio sumarísimo.

«Entramos –explica Javier Martín– en una época oscura para los Hermanos Musulmanes. Y ese es el momento en el que se produce la ruptura definitiva entre las dos grandes corrientes que hay dentro del islam político, en este caso del islamismo». Por una parte, el guía supremo de los Hermanos Musulmanes, desde la muerte de Al Banna, juez de la Alta Corte de Egipto, Hasan al Hudaybi, escribe un libro en el que muestra su oposición al uso de la violencia. Por otra, surge una figura desde la cárcel, Sayed al Qutb, que con su obra Los mojones en el camino, ejercerá una fuerte influencia en el devenir de los Hermanos Musulmanes, en la corriente islámica más radical.

Al Qutb (1906-1966) trata de dar respuesta al problema que sigue vivo hoy en día: ¿quiénes son los infieles, los kafires?, ¿quiénes los buenos musulmanes y quiénes los malos musulmanes? Porque ahí está el quid de la cuestión. Y él, en concreto, dice: ‘Todos los Gobiernos son malos musulmanes; por lo tanto, es deber de todo musulmán combatir a esos Gobiernos, derribarlos y establecer un Estado islámico’. A lo que Hudaybi y el resto de los Hermanos Musulmanes responden: ‘Bien, sí, probablemente esos Gobiernos son antiislámicos, son kafires, pero nosotros no tenemos ningún derecho a derribarlos ni a juzgarlos porque es Alá quien debe juzgarlos. Nosotros solamente tenemos que luchar por imponer un Estado islámico, pero desde abajo y sin violencia’.

Pero Al Qutb insiste en que la profesión de fe no es otra que: ‘Alá es nuestro objetivo, el Corán es nuestra ley, el profeta es nuestro líder, la yihad nuestro camino y la muerte por Dios nuestra mayor aspiración’. «Con esos elementos, Sayed Qutub establece lo que va a ser en el futuro el yihadismo, el movimiento violento para imponer el islam», concluye nuestro interlocutor.

La mayor parte de los seguidores de Sayed al Qutb consiguen huir de Egipto perseguidos por Gamal Abdel Naser y encuentran refugio sobre todo en Arabia Saudí. «Y en este país se da un sincretismo muy peligroso entre el wahabismo, que es, digamos, la interpretación más extrema del islam, y esta vertiente de los Hermanos Musulmanes violenta» (2).

Los ‘hermanos musulmanes’ que siguen en prisión serán excarcelados más tarde por Anwar Sadat, reincorporándolos a la sociedad. «No los legaliza pero sí los tolera. Y les permite empezar con su actividad social, que bajen a la calle, que ayuden a la gente pobre, que instalen hospitales, mezquitas, escuelas. Les permite volver a la sociedad».

¿Por qué esa actitud de Sadat?, se pregunta Javier Martín. Habiendo heredado la presidencia a la muerte de Naser en 1970, «pudo, como siempre quiso, mostrarse como un líder muy religioso, para marcar distancias con el antecesor socialista y nacionalista», cuya su imagen, además, había quedado muy deteriorada después de la derrota de los Ejércitos árabes en 1967. Por otro lado, busca neutralizar el poder que empiezan a tener los movimientos de izquierda de oposición. Y apoyándose en los Hermanos Musulmanes moderados, trata de parar el yihadismo que está creciendo en Egipto en los años setenta y que es el que al final le va a asesinar en 1981.

Con esa política tolerante hacia la Hermandad, de la mano de su tercer líder, Umar  al Tilmisani (Guía de 1972 a 1986), no dejará de crecer y penetrar en la sociedad egipcia. Situación que se va a volver a complicar en los años noventa cuando el islamismo yihadista, protagonizado por la Yihad Islámica y la Gema’a Islamiya (3), vuelve otra vez a florecer en Egipto y empiezan los grandes atentados ya conocidos (museo de El Cairo, Luxor, etc.).

Mubarak, 30 años en el poder

Tras la muerte de Sadat, otro militar se convierte en el nuevo presidente de la República Árabe de Egipto en 1981: Hosni Mubarak; quien en los primeros años seguirá la política tolerante hacia los Hermanos Musulmanes, para volver a perseguir su actividad pública en virtud de la contestación represiva del Gobierno a los atentados yihadistas. «Tendrá que llegar el año 2004 para que Mubarak permita que otra vez salgan a la luz. Para entonces su penetración en la sociedad les permitía controlar la mayor parte de los sindicatos, las organizaciones estudiantiles y las asociaciones profesionales, en las que, al frente de ellas, se encontraba algún miembro de la Hermandad. Ese era el caso, por ejemplo, de la de médicos, jueces, abogados, transportistas…». De tal manera que, en este nuevo periodo, podrán presentarse como independientes a las elecciones del Parlamento egipcio.

Y en esa fecha, 2004, entran a formar parte en la creación del primer movimiento de oposición a Mubarak, la plataforma llamada Kifaya (¡basta!). Esta posición es alentada por su Guía en ese momento: Mohamad Madhi Akef  (2004-2010). «Pero ahí ya empieza a verse lo que va a ocurrir en el año 2011, que la oposición egipcia está completamente dividida, que no tienen entre sí ningún tipo de canal de comunicación y solamente tienen algo en común, la lucha contra Hosni Mubarak, sin ser capaces de avanzar en ello», nos apunta Javier Martín.
Entre 2004 y 2006 se registran unas manifestaciones como nunca se habían visto en Egipto a pesar de los grandes despliegues policiales y de la acción violenta de los baltagiya y de otros movimientos de sicarios del régimen. «Pero el movimiento Kifaya enseguida se deshace y los Hermanos Musulmanes, en las elecciones de 2005, consiguen 88 escaños, el 20% del Parlamento, frente a los 15 que consigue la oposición legal, esa oposición que creó Hosni Mubarak para dar una apariencia de democracia ante los países occidentales. Ya podemos, entonces, comprobar el poder de los Hermanos Musulmanes y su influencia dentro de la sociedad».

Precisamente, su líder en esos momentos, Madhi Akef –una persona con un alto nivel de estudios–,  dirigía los comités de los Hermanos Musulmanes en una zona industrial de El Cairo llamada Mahala al Kubra, lugar de la gran industria de Egipto, que, entre 2008 y 2010, es un hervidero de protestas. «De hecho –en palabras de este periodista– el Estado de Hosni Mubarak se empieza a descomponer aquí. A esta ola de protestas se sumarían ya los movimientos estudiantiles que van a desembocar en el movimiento 6 de Abril y todos esos movimientos que llevaron a cabo lo que se ha llamado la primera revolución o la del 2011».

«Por tanto, como vemos, los Hermanos Musulmanes han estado ahí, siempre detrás, moviendo a la oposición egipcia». Porque, como él señala, se puede decir que esta oposición liberal era en realidad un sentimiento,  presente en los jóvenes y en las clases más desfavorecidas por las políticas económicas impuestas por Mubarak, no un movimiento vertebrado, organizado. «La decisión de Mubarak de transformar la economía egipcia de un sistema prácticamente socialista a un sistema absolutamente consumista-capitalista había creado graves problemas a las familias no adineradas».

Son los Hermanos Musulmanes, insiste Javier Martín, desde Mahala al Kubra, desde los movimientos sindicales, los que vertebran la oposición que desencadena las manifestaciones de 2011. «Los Hermanos Musulmanes no estuvieron en la primera línea, pero sí en la línea de atrás; y habían sido importantes para que ese movimiento de oposición empezara a crecer».

Ese enorme movimiento popular es conocido por las imágenes de la plaza de Tahrir, en esos días y días de protestas. Y produce la sensación de que son los movimientos liberales, la juventud, la gente que salió en El Cairo, la que derriba al Gobierno de Mubarak. Pero nos advierte Javier que hemos de fijarnos en algunos datos para conocer mejor su alcance.

En El Cairo viven 20 millones de personas. En Egipto hay 80 millones de habitantes. Por lo tanto, en El Cairo vive una cuarta parte de la población egipcia. La población egipcia es un 70% rural. No vive en las grandes ciudades, sino en los pueblos y en aldeas muy pequeñas dispersas a lo largo del Nilo. Es decir, «lo que veíamos en la plaza de Tahrir era un sentimiento que tenían todos los egipcios, pero quienes estaban en la plaza de Tahrir eran una parte pequeña de la sociedad egipcia».

La caída de Mubarak

En la plaza de Tahrir, afirma taxativamente Javier, hubo una revolución popular, un alzamiento popular, del que sacaron beneficio dos movimientos, que llevan en conflicto en Egipto desde los años cincuenta: el Ejército y los Hermanos Musulmanes. «Los dos instrumentalizaban la revolución para atraerla hacia su lado». Y pasa a explicar ambas oposiciones a Mubarak, empezando por la de los militares.

Hosni Mubarak coge el ejemplo de lo que hizo Hafez al Asad para mantener en el poder a su clan familiar dando la presidencia de Siria a su hijo en herencia en el año 2000, y pretende hacer lo mismo en Egipto a través de su hijo Gamal, al que va preparando para que le suceda. Con esta pretensión entra en colisión con el Ejército egipcio, que controla el país desde los años cincuenta y cuyos integrantes tienen unos privilegios enormes. Ocupan importantes puestos en la sociedad: el alcalde de El Cairo es un exgeneral, como lo es el de Giza; los gobernadores son exgenerales, al igual que los presidentes de las principales industrias y compañías estatales… Hay clubes privados solo para militares. Obtienen fácilmente vivienda o pagan menos por ella.

Los militares recelan de los movimientos de Mubarak y de su hijo, que no es militar y viene acompañado de un grupo de tecnócratas que se dedican a un nuevo tipo de gestión del país. Entonces, el Ejército se divide entre quienes siguen apoyando a Mubarak y quienes se oponen a sus proyectos. Y esa parte opositora cuando ve los sucesos de 2011 aprovecha la ocasión para quitarse de en medio a Mubarak y a su prole.

«Y algo que empieza con una revolución, termina convirtiéndose en una especie de golpe de Estado, el segundo golpe de Estado en Egipto. Los militares se hacen con el poder. Quitan a gran parte de la cúpula e inician un periodo de transición en el que se apoyan en los Hermanos Musulmanes, sin tener muy claro cuáles son las otras opciones», sentencia Javier Martín.

Por su parte, los Hermanos Musulmanes encuentran en ello una oportunidad, la de imponer su forma de ver el islam y de islamizar la sociedad. De lado quedan, entonces, los movimientos de oposición de izquierda.

«Los Hermanos Musulmanes, como no podía ser de otra manera, ganan las elecciones, aunque se diga que por poco margen, pero las ganan –sigue explicando Javier Martín–. Y las ganan limpiamente, porque son la única fuerza organizada. No porque todo el mundo apoye a los Hermanos Musulmanes, sino porque son el único partido, ningún otro partido era tal antes de 2011. Ninguno tenía poder de movilización social importante». Los únicos que le hace frente son los seguidores de Mubarak, la gente que echa de menos el antiguo régimen.

A partir de 2008, por lo tanto, el cuadro que se dibuja, en conflicto, es el siguiente: los militares, que siempre han dominado el poder; los Hermanos Musulmanes, que siempre han sido la única oposición real y vertebrada dentro del país; los movimientos de izquierdas y los liberales, que tratan de organizarse, sin lograrlo por su diferente ideología; y los restos que quedan del apoyo a Mubarak y lo que para ellos representaba.

Para nuestro analista, los Hermanos Musulmanes, tras ganar las elecciones, no hacen más que cometer un error detrás de otro. Primer error: Tratan de hacer algo que todos los egipcios les piden, pero que no tienen fuerza para llevarlo a cabo, como es el acabar con los privilegios del Ejército. Mursi, el 30 de agosto de 2012, intenta cambiar la cúpula militar, pero ésta no le deja. De hecho, es la cúpula militar la que, tras el decreto presidencial del 30 de noviembre para asumir todos los poderes, le obliga a renunciar a ello.

Segundo gran error: «Intentan imponer a todos su forma de ver el futuro del país en la nueva Constitución, e intentan islamizar la Constitución y el país, sin tener en cuenta a las otras fuerzas que hay en Egipto». Por lo tanto,  alientan una oposición en contra de la nueva Constitución.

Tercero: No saben gestionar la sociedad. «Es muy sencillo estar en la oposición. Era muy fácil criticar. Cuando se llega al Gobierno hay que actuar. Y cuando se actúa, muchas veces no se hace lo que se dijo, sino lo que se quiere hacer ya en ese momento». Los Hermanos Musulmanes nunca gestionaron un país. Y esa tarea no es la misma que gestionar un partido político o un movimiento.

«Para llevar adelante un país y que un país sobreviva y salga de una crisis como la que tiene Egipto hay que saber renunciar a la ideología, hay que saber consensuar, hay que saber apoyarse en quien es nuestro opositor, hay que entender el pluralismo. Y los Hermanos Musulmanes jamás han entendido el pluralismo. Y ese fue su gran error, creer que eran capaces de derribar al Ejército y además imponerse sobre el resto de la sociedad».

Todo eso hace que, un año después, siga habiendo el mismo paro, la misma crisis, los mismos problemas económicos y sociales. «Los militares están cabreados porque ven que les quitan los privilegios. La oposición laica está en contra porque ve que se está islamizando y se les está dejando de lado. Los cristianos temen que el islam se coma al cristianismo y se conviertan en una minoría paria».

Y a esas diferentes oposiciones se suman los movimientos yihadistas y la parte más extremista de los Hermanos Musulmanes. Para ellos, Mursi es demasiado blando frente a lo que ellos quieren. Consideran que no va a regirse por el islam en que ellos creen ni levantar el Estado islámico que ellos desean.

Al final, según Javier Martín, «todas esas fuerzas se unen y termina habiendo un segundo golpe de Estado, por mucho que haya gente que diga lo contrario, porque, técnicamente, quitar por la fuerza a un presidente democráticamente elegido, porque no ha cumplido su programa electoral, es un golpe de Estado».

Para él se puede comprender que se diga que eso fue una revolución, que el pueblo volvió a salir a las calles para pedir de nuevo, como en el caso de Mubarak, que cayera Mursi. Pero «a Mubarak nadie le eligió. A Mursi sí. Aunque fuera solo por un 30%. Por lo tanto, se trataba de un Gobierno legítimo derrocado por unas fuerzas militares».

En su opinión, podía haber razones para que Mursi no siguiera adelante, como puede tener la oposición de otros muchos países, pero el golpe militar está fuera del juego democrático. «Había otras muchas opciones para la izquierda o para los liberales, como intentar montar una moción de censura, unirse, buscar caminos democráticos para acabar con Mursi, o esperar tres años para que el Gobierno cayera y ganaran las siguientes elecciones».

Entiende que pueda parecer una segunda revolución, pero afirma sin lugar a dudas que «en realidad no fue la gente que salió a la calle la que derribó a Mursi, fue el Ejército el que lo hizo, con la complicidad de esa oposición, porque, de hecho, nada más caer Mursi, Mohamed Al Baradei y otros movimientos liberales asumen el Gobierno, hasta que una semana o diez días después se dan cuenta de que les han engañado y deciden salir de él».

Tres escenarios de futuro

¿Cuál es la solución ahora?, se interroga Javier. Y en la respuesta vislumbra tres escenarios. El primero, que sería el ideal, es que los Hermanos Musulmanes volvieran al juego democrático en Egipto. Que fuera legalizado de nuevo su partido político y les devolvieran el dinero y volvieran a entrar en el juego político. Para eso, los Hermanos Musulmanes deberían reconocer sus errores; deberían olvidarse de la exigencia de que Mursi regresara al poder, porque, aunque sea el legítimo presidente, se está ya en una situación que no lo hace sostenible. Y deberían cambiar su visión, entender que tienen que respetar la pluralidad y ser plurales; y eso es más difícil, choca  con la vertiente importante de proselitismo que no han abandonado. Se exige moderación, «pero eso no significa solo permitir que se beba en tal o cual lugar o que la mujer lleve o no velo. Moderación en el islam o en cualquier sitio significa intercambio, pluralismo y respeto a las minorías y a las otras ideologías».

Por otra parte, las otras fuerzas deberían reconocer que sin los Hermanos Musulmanes no hay futuro ni estabilidad en Egipto porque representan a una parte muy importante de la sociedad, afirma este experto analista de Egipto. Y nos llama la atención de cómo es esa sociedad que les apoya. «Para entender a los Hermanos Musulmanes hay que ir a la base, a los movimientos que están en la calle, a esos comités de los que hablaba que están en los pueblos y en las aldeas. Y ahí, los Hermanos Musulmanes siguen siendo los miembros de la Hermandad más cercanos a las ideas de Sayed Qutb, que dice ‘no queremos Gobiernos que no sean islámicos’, que a las ideas de Hudaybi y el resto de los guías supremos que han tenido los Hermanos Musulmanes, en las que señalan que deben buscar otro tipo de táctica».

Las bases ejercen mucha presión. Y de hecho, sigue comentando Javier, uno de los problemas que tuvo Mursi es que cuando intentaba abrir el puño se encontraba con que sus propias bases le exigían que lo volviera a cerrar. «Mucha de la gente que asistió a aquellas manifestaciones disueltas por la violencia no lo hacían solo para apoyar a los Hermanos Musulmanes, acudían allí para apoyar a los movimientos salafistas y yihadistas porque temían que si desaparecía Mursi y no estaban en el poder los Hermanos Musulmanes iba a desislamizarse la sociedad. Iban a obligar a sus mujeres a no llevar velo, a cerrar las mezquitas, a… ».

Ese sería el primer escenario. «Pero para eso tendría que haber mucha flexibilidad por las dos partes».

El siguiente escenario es que los Hermanos Musulmanes, o la parte de los Hermanos Musulmanes que domina ahora, que es la menos moderada, por decirlo de alguna manera, «se dedique a dinamitar al actual Gobierno y al actual proceso político, para demostrar que ellos tenían la razón y que el proceso iniciado ahora no tiene sentido en el Egipto actual. Es el momento en el que estamos y no sabemos cuánto va a durar».

Y luego hay un tercer escenario, que para Javier Martín es el que más miedo da: la ‘argelización’ de Egipto. Que por encima de los movimientos llamémosles moderados se impongan los movimientos yihadistas y se entre en una espiral de violencia, de inestabilidad y de terrorismo en Egipto. Y eso es factible, Javier da datos sobre ello.

Los movimientos yihadistas que no están vinculados con los Hermanos Musulmanes están creciendo, sobre todo en la península del Sinaí, por influencia de los movimientos islamistas que vienen de Gaza, pero sobre todo de los que vienen de la otra orilla del mar Rojo, es decir, de Arabia Saudí y de Emiratos Árabes Unidos. Y hay movimientos yihadistas y salafíes dentro del propio Egipto, nacionales, en la zona del Fayum y en otras zonas del Alto Egipto, donde han estado normalmente establecidos, que están empezando a movilizarse.

Por lo tanto, termina Javier Martín, «lo importante ahora es que la oposición liberal egipcia entienda a los Hermanos Musulmanes, porque hasta ahora no les han comprendido. No han entendido que no son su oposición sino que pueden ser su aliado contra el enemigo común, en este caso el generalato, los militares. Porque si hay una cosa clara es que no hay futuro en Egipto mientras que el poder siga en manos de los militares».

En el coloquio

 

Tras la conferencia se abrió un coloquio sobre muchas cuestiones de interés. Quedan aquí resumidas algunas de las respuestas de Javier Martín.

Lo que intentó Mursi cuando llegó a la presidencia fue cambiar a los gobernadores de las provincias, que eran antiguos generales, por gobernadores civiles. El Ejército no le dejó. Mursi trató de cambiar a los directores de las grandes compañías industriales egipcias, que eran militares, por civiles. El Ejército no le dejó. El Ejército, desde el año 1952, que dio el golpe contra el rey Faruk, no ha soltado el poder en Egipto en ningún momento. Lo tuvo agarrado con Naser, lo tuvo Anwar Sadat, lo tuvo Mubarak, lo tuvo Tantawi y lo tiene Al Sisi, pero dominado por una junta militar.

La sharía

La visión de los Hermanos Musulmanes sobre la sharía es, sin duda, un problema: ¿Qué grado de sharía imponemos? Los Hermanos Musulmanes, o gran parte de los Hermanos Musulmanes, no quieren la sharía impuesta a rajatabla como en Arabia Saudí. Ahora bien, tampoco quieren una sharía completamente flexible. Evidentemente, hay, y ese es el gran problema, patrones que no van a cambiar: cuestiones como la educación, los tribunales islámicos, cuestiones como el alcohol y el velo de las mujeres (que probablemente quisieran imponer). Intentan buscar, digamos, un camino intermedio.

… El islam no ha entendido el libre albedrío todavía. Y es la revolución que le falta por hacer, entender que la religión es un derecho individual y personal, y ahí es donde están los límites.

Y eso es lo que está pasando con los Hermanos Musulmanes. Hay más clases de religión musulmana y de Corán, aunque el niño sea cristiano, que de religión cristiana. Hay más derechos para un musulmán que para un cristiano. Es más fácil para un hombre musulmán divorciarse que para un cristiano. Es más fácil para un hombre divorciarse que para una mujer.

Si no se admite el libre albedrío y tal y como piensan los Hermanos Musulmanes y todos los movimientos islámicos se lleva a la práctica su máxima de ‘tenemos el deber de salvar a toda la sociedad’, a partir de ese momento la flexibilidad es muy pequeña.

Ese es el gran peligro ahora, que pretenden imponer el islam a toda la sociedad. Algo, no obstante, que  ya ocurría.

El enfrentamiento armado y la situación más previsible

No creo que a corto plazo vaya a ver una guerra civil. Estamos viendo, es verdad, que hay movimientos de armas bastante importantes, que está entrando mucho armamento, que la sociedad egipcia se está empezando a armar, pero enfrente se encuentra con un Ejército de una enorme potencia bélica.

Por otra parte, hay que preguntarse, en el escenario actual, ¿quién facilitaría el armamento a la oposición egipcia, a los Hermanos Musulmanes y a los yihadistas para que hicieran la guerra civil a los militares? Cabe decir que los movimientos yihadistas del exterior o Irán. Sabemos, por ejemplo, que a través de la frontera con Libia está entrando mucho armamento que procede de los arsenales destruidos de Libia. Pero nunca van a tener la capacidad necesaria para ello. Arabia Saudí y Catar no van a armar a la oposición egipcia. Tampoco Estados Unidos. Las Fuerzas Armadas egipcias reciben 800 millones de dólares anuales en ayuda militar de Estados Unidos.

En cuanto al escenario más previsible, yo soy más bien pesimista. Creo que vamos a ser testigos de una época de inestabilidad, de terrorismo en Egipto. Un escenario de terrorismo y de inestabilidad, si no similar al que ha habido en Irak en los últimos años, parecido. Es decir, asistiremos a una especie de estabilidad en el Gobierno, que es lo que le interesa a Estados Unidos y a Israel, la estabilidad del país, pero no va a haber seguridad, sobre todo seguridad ciudadana. Digamos que a las grandes potencias y a la zona les interesa un Egipto estable políticamente, con fronteras seguras, y hacia dentro… ya es asunto propio.

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Javier MartínRodríguez, periodista experto en Oriente Próximo y Medio, donde ha trabajado como corresponsal y reportero desde hace 15 años, ocupa el puesto de redactor jefe en el área de internacional de Efe. Ha publicado cuatro libros, precisamente uno de ellos dedicado a los Hermanos Musulmanes (La Catarata, 2011).

(1) Al Banna nace en una aldea cercana al Nilo, Mahmudiya, en 1906.
(2) «Entre el wahabismo, la vertiente violenta de los Hermanos Musulmanes y un movimiento radical islámico de corte indio en Pakistán, el deobandismo, es de donde nace la corriente que representa Al Qaeda», añade Javier Martín.
(3) Grupos que salieron de la vertiente más radical y extremista de los Hermanos Musulmanes.