![]() |
||||||
Javier Villanueva Nacionalismo vasco y ETA Del libro coordinado por Antonio Duplá y Javier Villanueva, titulado Con las víctimas del terrorismo, Donosti: Gakoa 2009.
La extensión tan amplia de los apoyos sociales a ETA y su larga persistencia es un hecho sumamente doloroso y decepcionante. Tanto más cuanto más nos adentremos en sus raíces y motivos o en el contexto político en que han fraguado. Según el ex Obispo de San Sebastián, José Mª Setién (2007: 129-30), la clave de la facilidad con que se regenera ETA y de su pervivencia es «su penetración social», basada en la «adhesión a la causa de ETA o a alguna de sus dimensiones parciales» (en sintonía con su mensaje socio-económico, político o cultural) de parte del sector denominado como abertzale sozialistak o los vínculos familiares y afectivos «con su población penitenciaria y con la defensa de sus derechos no debidamente reconocidos». Sus coetáneos sabemos que su conformación tiene que ver con hechos como: 1) el ascendiente moral y el crédito popular que alcanzó ETA en la época franquista a golpe de atentados que en ese contexto fueron vistos como una especie de justicia popular vengativa o de las emociones desatadas ante acontecimientos que removieron la opinión pública como el juicio de Burgos en 1970 o los fusilamientos de 1975; 2) la crisis (industrial, social, política) de la sociedad vasca a finales de los años setenta y el comienzo de los ochenta del pasado siglo, coincidiendo con el final de la transición post-franquista y el inicio tambaleante del nuevo sistema político en el estado español; 3) la apuesta de ETA por convertir su ascendiente antifranquista en un movimiento de rechazo de las instituciones democráticas y autonómicas reinstauradas. Sabemos que se conformó mediante la identificación con unas prácticas, ritos y símbolos: el programa KAS, el no a la Constitución, el voto a Herri Batasuna, el NO al Estatuto, el NO al nuevo sistema democrático y de autogobierno, la adscripción a alguna de las organizaciones del Movimiento Vasco de Liberación Nacional (MLNV), la participación en us manifestaciones, la aceptación de su jerárquico y piramidal patrón organizativo, etc. (4). Sabemos que se constituyó como un movimiento popular alternativo al liderazgo del PNV sobre el mundo nacionalista-vasco; y como contrapoder fáctico para sacar alguna tajada a corto plazo; y como si fuera otra sociedad dentro de la sociedad, perfectamente delimitada; pero ante todo y sobre todo, como un amplio movimiento de arrope a ETA. Este es su rasgo verdaderamente distintivo: el apoyo a ETA, manifestado una y otra vez expresamente en los gritos de guerra (ETA, herria zurekin!/ «ETA, el pueblo está contigo»; ETA, jarraitu! ETA, ¡sigue!, esto es, que continúe haciendo lo que hace) coreados al unísono de forma atronadora en todas sus manifestaciones y actos públicos (5) hasta hace unos pocos años. Sabemos que el logro de este apoyo ha sido sin duda el mayor éxito de ETA. Un éxito expresamente pretendido y claramente conseguido. Que no ha sido flor de un día, sino que se ha mantenido desde entonces. Por resumirlo de forma breve, entre ETA y su entorno se ha tejido un potente vínculo de proximidad y afectividad (familiar, de amistad o vecindad) y/o de afinidades políticas e ideológicas hasta formar una comunidad de adeptos que se expresan como tales en sus conmemoraciones públicas, en las que conjuntamente celebran una y otra vez el hecho de serlo, de manera que esa vinculación ocupa un lugar fundamental en su propia identidad personal y en su identificación ante otros. Y tal vez otra clave de ello sea que ETA no pide nada especialmente costoso a su entorno salvo a la militancia más dura de su entramado político, a los familiares de sus miembros y a las personas involucradas en el sostenimiento de presos y exiliados. ETA solo pide que le dejen hacer; no pide grandes sacrificios a su mundo. Esto ha sido muy importante hasta ahora. Y un hábil planteamiento, además, pues no sólo facilita que la pertenencia a su entorno sea compatible con una vida normalizada sino que resulta a fin de cuentas incluso menos comprometida que lo que supone la identificación pública con los partidos (PSE, PP y UPN) a cuyos representantes ETA ha puesto en su diana. Pero puede que ya no lo sea tanto en las nuevas circunstancias con un gobierno vasco presidido por el PSE (con el sostén del PP) y con un gobierno navarro de UPD (con el sostén del PSN). Hace poco más de dos años, el entorno de ETA presentó la pasada tregua como una gran oportunidad conseguida por el esfuerzo y sacrificio de «los mejores», los que han ido «abriendo la cordada» durante las décadas pasadas. Pero estos eufemismos no pueden ocultar el gravísimo problema político-moral de la sociedad que representa ETA por la naturaleza de sus actos, por el alcance y trascendencia de sus consecuencias, por su larga duración de más de cuarenta años, por la persistencia del apoyo social que ha tenido y tiene. Afortunadamente, la opinión pública de la sociedad vasca va evolucionando en este sentido. La mayor presencia pública de las víctimas de ETA, los compromisos de los poderes vascos recogidos en la «Ley de reconocimiento y reparación de las víctimas del terrorismo» que fue aprobada en el Parlamento vasco (por unanimidad del mismo y en ausencia de los parlamentarios de EHAK), así como los actos de homenaje organizados por las instituciones, son la mejor muestra de esa evolución. En el impulso de todo lo cual han jugado un papel muy destacado Maixabel Lasa y Txema Urquijo desde la oficina de atención a las víctimas del terrorismo, con el respaldo de una parte del nacionalismo vasco. Más allá de que los homenajes a las víctimas de ETA siguen siendo un tema tabú en algunas localidades y de que sigue habiendo todavía lamentables roces cada vez que se organiza alguno, más allá de la duda sobre la sinceridad u oportunismo del Gobierno vasco de Ibarretxe al impulsar estas políticas de reconocimiento y reparación, lo cierto es que la atención a las víctimas del terrorismo se ha situado ya en el mundo de lo políticamente correcto. Con lo cual las víctimas del ETA no sólo tienen menos motivos de agravio que en épocas anteriores, pues ya no prevalece su ocultamiento y marginación en el olvido, ni prevalece la glorificación pública de los miembros de ETA por una parte de la sociedad vasca, sino que incluso con cierta frecuencia se llevan ya algunas satisfacciones. Todo esto está siendo posible porque el juicio sobre ETA ya no se limita a una valoración pragmática de sus consecuencias negativas para la causa nacionalista-vasca («ETA sobra y estorba») sino que de forma más clara y más firme y más frecuente se adentra en lo esencial: el expreso rechazo de su existencia y persistencia, basado en fundamentos éticos y democráticos. Es decir, se trata de un juicio que pone en la misma balanza el daño que causa y el error o la torpeza política de su persistencia, la inmoralidad e ilegitimidad de ETA y la naturaleza autoritaria e impositiva tanto de su proyecto político como de los medios con los que pretende realizarlo. En definitiva, un juicio que rompe con la ambigüedad y confusión de épocas anteriores, y, por ello, es antípoda del apoyo social a ETA y su mejor antídoto. En el «entorno» de ETA actúa como atenuante o sedante la imagen de ETA como víctima que se auto-redime por tanto de ser a la vez verdugo o la imagen de su coherencia abertzale. En ambas cosas ha insistido en casi todos sus comunicados desde hace muchos años la oficina de agit-prop de ETA y ha de concluirse que ha conseguido que ese mensaje penetre ampliamente en la sociedad. Lo primero, ayudado por lo inconmensurable de su propia tragedia, esto es, porque el horizonte normal del militante de ETA no es el triunfo sino la separación de la familia o un malvivir o la muerte violenta o la detención con tortura y largos años de cárcel, y porque el mundo de ETA y su entorno ha pagado una factura muy cara en muertos, presos con largas condenas y en cárceles alejadas de los familiares, detenciones, torturas y malos tratos, exiliados, ilegalización, etc. Lo segundo, porque el nacionalismo acomodado en el poder institucional ha sido propenso a verse con mala conciencia en el espejo de ETA y de su entorno, que le devolvía la imagen de menos «altruistas» y «consecuentes» en perseguir la liberación nacional de toda Euskal Herria, la autodeterminación, la plena soberanía… El «entorno» ha de entender que esa imagen de una ETA «auto-redimida por el alto costo propio que ha pagado» no es un atenuante sino un borrón y cuenta nueva de su responsabilidad. Es cierto que su propia existencia ha sido una tragedia para sus miembros y familiares. Pero eso no le habilita para eludir la tragedia inconmensurable que ETA ha causado a otros, ni para eludir su (auto)crítica por compartir una causa que es aberrante tanto por sus fines como por sus medios, ni para eludir que la tragedia que ETA ha supuesto para sí misma es indisociable de sus propias decisiones. El segundo apunte concierne a un tema no menos complicado de acotar: la conexión nacionalista entre ETA y el mundo nacionalista-vasco que rechaza a ETA y no admite ninguna subordinación a ETA a causa de la pertenencia a una misma comunidad (de ideas, sentimientos, objetivos, valores e intereses) y de las dinámicas compartidas por unos y otros. Es una evidencia que la conexión del mundo nacionalista-vasco, desde el PNV hasta ETA, es una consecuencia lógica de un acto de voluntad: su conformación como una «comunidad de vida y sentido» (8) nacionalista o abertzale, la auto-adscripción a esa comunidad. Y que a resultas de todo ello ha fraguado lo que la sostiene y asegura su reproducción: un sentimiento de pertenencia y de afecto a la comunidad, la lealtad a su doctrina central que define los fines o aspiraciones de la comunidad, el acatamiento de los mecanismos de cierre y de control de la comunidad, una misma mirada sobre la realidad de todas aquellas cosas que la comunidad establece como verdaderamente importantes (9). Es también una evidencia que esta comunidad nacionalista-vasca se encuentra atravesada al mismo tiempo por ostensibles diferencias o por dinámicas de desencuentro y fragmentación en torno a la aplicación del programa, asuntos de estrategia, disputas relacionadas con el liderazgo o con la representación político-electoral de distintas sensibilidades e intereses. La diferencia más evidente es la desconexión en torno «a los medios» que se deben utilizar para conseguir sus fines pretendidos: o el camino civil, pacífico, tradicionalmente postulado por el PNV, o el uso de la fuerza contra «los enemigos de Euskal Herria» que preconiza ETA con el asentimiento activo o pasivo de su entorno. La otra fuente de desconexión o división de la comunidad: las disputas entre autonomismo e independentismo o entre moderación y radicalidad o entre gradualismo-posibilismo y maximalismo o entre acatamiento de la legalidad y desbordamiento de la misma, vista desde una perspectiva histórica –como han ilustrado los autores de El Péndulo patriótico– queda formulada mejor como la sempiterna oscilación del alma nacionalista-vasca representada por el PNV que en su ambivalencia comprende todas esas inclinaciones y va de la una a la otra según las circunstancias. Hablamos por tanto, en primer lugar, de connivencias, esto es, de dinámicas sustentadas en intereses coincidentes y que responden además al propósito de obtener un beneficio común. Hablamos, asimismo, del hecho de manejar argumentos similares sobre aspectos muy relevantes de la vida política y del hecho de repetirlos líderes y seguidores una y otra vez. Y, también, de lo que sustenta tales hechos y argumentos: una mirada similar, una doctrina central común, conceptos y dogmas compartidos, un mismo nicho electoral poroso al trasvase interno de votos, intereses y motivos comunes, estrategias, alianzas, toda una densa red de vasos comunicantes pese a la confrontación por el liderazgo de la comunidad entre los partidos, sindicatos y organizaciones que la articulan. Y hablamos, sobre todo, de la valoración contrapuesta (10) de estas cosas y de sus consecuencias, ya que se cruzan juicios muy severos sobre la responsabilidad del nacionalismo-vasco en la persistencia de ETA, y, por otra parte, reacciones de absoluta perplejidad y rechazo ante esa imputación que afecta de lleno al nacionalismo-vasco, a su doctrina, a sus estrategias, alianzas, y objetivos, a sus plazos y ritmos de aplicación. De modo que se trata de un asunto central para la ética política: las consecuencias de los actos propios, incluidas las no queridas o no previstas por sus autores. Todas estas iniciativas han demostrado la poderosa conexión que hay en todo el mundo nacionalista-vasco, del PNV a ETA, en torno a la necesidad de dinamizar un proyecto de carácter nacional(ista) y al sujeto del mismo. La clave central de este proyecto es el reconocimiento de toda Euskal Herria (esto es, con Navarra y el territorio vasco-francés) como comunidad política con derecho a ser (una nación) y a decidir (su relación con los estados español y francés), de modo que la política vasca se distinga siempre por su dimensión nacional (ha de abarcar todos los territorios de Euskal Herria) y por su sujeto nacional (los abertzales de toda Euskal Herria y las instituciones que constituyan). La conexión se ha extendido también a la práctica del sectarismo «frentista» que inevitablemente exige un proyecto político como el descrito. Por un lado, porque ese proyecto no puede desplegarse sin el compromiso conjunto del mundo abertzale. Por otro lado, porque el propio mecanismo frentista, una vez puesto en marcha, acarrea por inercia dinámicas de incomunicación con las fuerzas de ámbito español y de exclusión de éstas. Ese fue el error principal de Lizarra y también de los Planes de Ibarretxe 1 y 2. Una muestra de ello es el frentismo sindical que o bien postula o bien practica una confrontación radical entre los sindicatos «de ámbito nacional vasco» y los «de ámbito estatal» pese a la condición eminentemente plural en cuanto a sus sentimientos de pertenencia del mundo laboral vasco-navarro. El frentismo sindical ha sido ariete del frentismo sectario y en su actuación incluso sindical se ha regido por las perspectivas menos integradoras de las posiciones nacionalistas-vascas. Otra muestra de este sectarismo frentista es la decisión de ningunear la bandera constitucional y demás símbolos del conjunto estatal democrático del que formamos parte, decisión compartida por todas las instituciones dominadas por el mundo nacionalistavasco y vivida como si tales símbolos fueran algo absolutamente externo a la sociedad vasca y como si su exhibición pública fuera un tabú absolutamente prohibido. Lo más lamentable de esta práctica es que el mundo nacionalista-vasco ha asumido su carácter excluyente como si fuera una obligación consustancial a la doctrina y los principios nacionalistas. Y una tercera muestra de sectarismo frentista es la legitimación del cambio que propone: la supremacía unilateral y absoluta del «derecho a decidir de los vascos» por la mera aplicación de la regla mayoritaria en una consulta o referéndum, sin exigir mayorías cualificadas, apoyándose en la mayoría simple de votantes, pese a la envergadura de su alcance y a su trascendencia para el conjunto de la ciudadanía española. Esta pretensión de imponer su opción con una exigua mayoría y de revestir esa imposición con el manto de una decisión democrática ignora que los procesos constituyentes condimentados con sectarismo e insuficiente consenso han dado muy malos resultados sistemáticamente. Ignora, en definitiva, que la regla mayoritaria sólo es eficaz a partir de un mínimo compartido por la comunidad política a la que se pretende aplicar, de manera que no está asegurada la aceptación de las decisiones de la mayoría por parte de las minorías si no se dan previamente unos acuerdos básicos comunitarios o si no hay un sentimiento compartido de lealtad comunitaria. El hecho de que esta múltiple conexión sea funcional para diversas situaciones e intereses ha sido tal vez su mejor cimiento. Vale para lo más inmediato: para afrontar las elecciones y asegurar el poder abertzale allí donde lo tiene o para lograr la unidad abertzale del día a día en torno a una práctica común de construcción nacional. Y vale también para marcar un horizonte de espera a largo plazo: para cuando pueda disponer de una mayoría que legitime el triunfo de su reivindicación de un autogobierno no subordinado a ningún poder exterior español y/o francés. Además, esa pertinaz equidistancia deforma la realidad de las cosas: por defecto en lo que hace a cómo trata a ETA, sobre cuya deslegitimación carga menos la mano de hecho, dado su interés en pescar votos e influencias en el caladero abertzale; y por desmesura en una crítica de la acción legal-judicial-policial anti-ETA que prescinde demasiado de los matices y del rigor y mezcla churras con merinas por imperativo de un guión que le exige la descalificación global del marco político-jurídico actualmente vigente. Si se insiste tanto en que la democracia vigente es «injusta e inicua», el efecto automático de ello es que salen mejor librados quienes están en contra de la misma como es el caso de ETA y su entorno. Algo similar ocurre con el enunciado del «conflicto vasco» y de su definitiva solución, probablemente el concepto más repetido en la vida política vasca durante la última década. ETA ha puesto en circulación una definición del problema vasco y su solución que contiene cuatro proposiciones fundamentales: 1ª) existe un conflicto de naturaleza política, cuya esencia es la negación de Euskal Herria como nación, de su territorialidad y de su derecho a la autodeterminación; 2ª) este conflicto únicamente se superará mediante el reconocimiento de la nación vasca, de su autodeterminación o derecho a decidir y de su territorialidad: 3ª) ETA es «una violencia de respuesta» causada por la existencia de ese conflicto, 4ª) la superación del conflicto eliminará de raíz la razón de ser de ETA y dará paso, por tanto, a su abandono de las armas. El único punto que no representa de manera indiscutible a todo el conjunto del nacionalismo- vasco es la caracterización de ETA como «violencia de respuesta». Quienes no comparten esa caracterización son numerosos ahora en las tribunas de opinión (13) y lo hacen con sólidas razones: restringen la legitimidad de ETA a los años de la dictadura franquista y reprueban la persistencia de ETA con argumentos democráticos (no se justifica con los actuales niveles de democracia y autogobierno), éticos (merece un neto rechazo moral) y políticos («sobra y estorba»: es inútil y contraproducente para la causa nacionalista-vasca). Por su parte, son conscientes de que esa proposición pone sobre la mesa una cuestión político-moral de gran calibre: si ETA es una violencia de respuesta causada por la existencia de un conflicto de naturaleza política, estaría justificada moral y políticamente toda su historia pasada y tendría pleno sentido su persistencia actual. ¡Serían los soldados de la patria, los más consecuentes, los mejores! En los años ochenta, está presente en la Mesa por la Paz impulsada por el primer Gobierno Vasco de Garaikoetxea y en los tanteos negociadores del segundo gobierno español de Felipe González o en el pacto de Ajuria Enea (1988). Este pacto reformuló el canon, cargando la mano en la deslegitimación de ETA, pero mantuvo el fondo: el final de ETA tenía un precio, e incluso lo confirmó en su título oficial: «Acuerdo para la normalización y pacificación de Euskadi». Luego, el Plan Ardanza (1997) reforzó esto último al proponer que se diera a ETA un incentivo político para que abandonase las armas, pero en el mundo nacionalista-vasco cayó fatal que definiera «el conflicto» como una «disputa entre vascos» (15). En la última década, bajo el pacto de Lizarra o los Planes de Ibarretxe, este binomio, la «pacificación-normalización», además de reafirmarse como distintivo del mundo abertzale, ha quedado unido a un proceso «soberanista», eufemismo que encubre la pretensión de consagrar la supremacía de la parte nacionalista-vasca de la sociedad sobre la parte no nacionalista-vasca apelando a una rácana concepción cuantitativa de la democracia.
Desde hace un tiempo, estos hechos (de complementariedad de intereses o de coincidencia en el discurso o de apoyo y protección mutua o de connivencia) se contraponen a otras dinámicas de la sociedad, en particular del mundo no-nacionalista-vasco y de las víctimas de ETA, que emiten en una onda ajena a la lógica nacionalista-vasca y para quienes toda connivencia con ETA y su entorno es inaceptable de entrada. Éste es un dato nuevo y trascendental, que marca un antes y un después de la vida política. El mundo no-nacionalista-vasco, a fuerza de que el Pacto de Lizarra lo haya convertido en objetivo de exclusión desde la afirmación del dominio nacionalista-vasco y de que ETA lo haya señalado como blanco preferente de sus atentados, ha dejado de aceptar en esta década el «rol de inquilino» que se le asignaba (Mario Onaindia /1995: 56) y ha asumido el papel de sujeto-protagonista de la vida política. Lo cual ha tenido a su favor otro poderoso viento: con los años se ha ido produciendo un cambio de fondo y la rama doblada –siguiendo la metáfora de Isaiah Berlin– ha vuelto a su ser. ETA no ha podido imponerse a la sociedad plural. Tampoco lo ha conseguido el frente nacionalista vasco. Y la sociedad distorsionada por la traumática experiencia antifranquista ha ido adquiriendo otro aire conforme se iba evidenciado el autogobierno vasco y el efecto reequilibrador de la reforma nacional-autonomista de la España democrática postfranquista. Ahora la relación se plantea en todo caso con los papeles invertidos respecto a la vieja metáfora del nogal y las nueces (17): quienes sacuden el árbol lo hacen con medios estrictamente pacíficos (un discurso y una práctica política) y es ETA quien recoge ese discurso y esa práctica como alimento o legitimación de su persistencia. De modo que lo relevante política y moralmente es el hecho de que, aun sabiendo que esto ocurre así, no se proponen matizar o corregir su discurso y su práctica para que ETA no se pueda alimentar de los mismos, sino que persisten en ello y se despreocupan de sus consecuencias colaterales, apelando a que nadie les puede obligar a renunciar a su identidad política (nacionalista radical-democraticista-autodeterminista-soberanista) y esgrimiendo la pregunta retórica de si es un delito ser nacionalista-vasco y pensar en nacionalista-vasco. Se dice con frecuencia que el mayor triunfo de ETA en la última década ha sido la radicalización del PNV, cuya expresión política más acabada hasta la fecha son los planes de Ibarretxe. Esta forma de plantear las cosas, sin embargo, como una deriva hacia la radicalización, no es del todo convincente desde el punto de vista más teórico.
El esfuerzo de aproximación con el mundo abertzale subordinado a ETA es muy notable en el nacionalismo-vasco no subordinado a ETA, en particular, en su discurso sobre el «conflicto», en su deslegitimación del Estado español o de la «democracia española» y en los planes-Ibarretxe. En su discurso sobre el «conflicto», ese esfuerzo ha consistido, primero, en seleccionar y subrayar un punto nodal del diagnóstico y de su solución que sea aceptado por el mundo abertzale subordinado a ETA. El punto de encuentro se da en esta doble afirmación: a) Euskal Herria carece de libertad y de soberanía, no se reconoce su ser nacional, no se respeta su palabra, es un país subordinado; b) el reconocimiento del derecho a la autodeterminación y su ejercicio práctico es la clave «de la paz y la normalización política». En segundo lugar, se ha esforzado en condimentar lo anterior con unos ingredientes retóricos que también cumplen la condición de sonar bien al mundo abertzale subordinado a ETA: meter en el mismo paquete el conflicto político y «el conflicto armado», enfatizar la solución política del «conflicto» y descalificar la «vía represiva», apelar constantemente al diálogo y a la negociación, manejar fórmulas del estilo de «paz y soberanía con autodeterminación para una paz justa» que asocian el final de ETA con avances importantes en el logro de los objetivos nacionalistas-vascos. En los Planes de Ibarretxe (18), el mensaje va dirigido a todo el mundo abertzale, en clave netamente nacionalista-vasca y con un contenido soberanista-confederalista y autodeterminista. Habla de un único pueblo vasco y de una única forma de entenderlo y sentirlo. Define lo vasco como algo absolutamente ajeno y separado de lo español (y francés), exhibiendo su afinidad ideológica-sentimental con la ortodoxia doctrinal del nacionalismo-vasco. Postula imponer la total supremacía de esa idea nacional a las partes no-nacionalistas-vascas de la sociedad apoyándose en la regla democrática mayoritaria. Mi opinión es que la concreción de esta aproximación en planes y discursos lleva las aguas al molino de ETA. Confunde el final de ETA y la solución o mejor encauzamiento de los conflictos políticos y asocia ambas cosas de forma ventajista con la satisfacción de sus propias aspiraciones. Exige diálogo y negociación sin clarificar su alcance en cada caso. Alienta un comunitarismo sectario y el retorno a un nacionalismo etnicista, ensimismado, víctimista, permanentemente agraviado por España y los españoles, todo lo cual no son unos buenos acompañantes para dar la batalla a ETA. Y es hasta tal punto condescendiente con ETA que la erige de hecho en protagonista del «conflicto vasco» pero no del único papel que le corresponde representar: su renuncia definitiva e incondicional a las armas. ETA ve legitimados sus fines cuando observa que los comparte el conjunto del mundo nacionalista-vasco y que representan a «la mayoría social de este país». ETA se siente justificada cuando ve que el otro nacionalismo-vasco se empeña en deslegitimar el marco institucional (la Constitución y el Estatuto) y a España como comunidad política. ETA no puede observar sino con agrado la tendencia del mundo abertzale a tocar a rebato cuando toca deslegitimar la «democracia española» y la auto-imposición de un efecto silenciador (19) si toca echar piedras al tejado de ETA. De manera que el resultado es concluyente: se debilita la deslegitimación de ETA (20) y, en consecuencia, el fundamento de su persecución legal-judicial-policial. Se puede decir, además, que esta aproximación ha venido exigida por las propias circunstancias y necesidades del mundo abertzale no subordinado a ETA pues se encuentra ante un dilema complejo. Como ETA y su entorno es su competidor en la captación del voto del nicho electoral abertzale y le disputa el liderazgo de la comunidad abertzale tiene que aspirar a ganarle el pulso pero a la vez necesita su apoyo para obtener la suma de una mayoría parlamentaria y social que dé estabilidad al poder de la comunidad; por eso su relación oscila constantemente entre el sorpasso y la alianza. Máxime desde que la rebelión de Ermua anticipó la posibilidad de una derrota electoral que le apartase del poder. De ahí que su obsesión central desde entonces ha sido evitar la posibilidad de esa derrota y frenar el avance del mundo no-nacionalista-vasco; y es esto lo que le ha llevado a buscar cómo aproximarse –en su propio beneficio– a lo que cae bien al mundo de Batasuna. Su instrumentalización del final de ETA, por tanto, es idéntica en su lógica a la que llevó a cabo el PP tras la rebelión de Ermua. Enarbolando la bandera de la firmeza contra ETA, el PP pretendió socavar el dominio nacionalista-vasco y facilitar una alternancia que afianzara la identidad vasco-española; el mundo nacionalista-vasco no subordinado a ETA se propuso asentar su dominio asociando el final de ETA al aumento del poder abertzale y a la perspectiva de mantenerlo mediante la suma que garantizase una mayoría abertzale. Sánchez Cuenca (2001: 196 y 244) subraya unos aspectos objetivos y subjetivos similares cuando fundamenta esa aproximación en la confluencia de intereses y de incomodidades o en la voluntad de sacar ventaja de la persistencia de ETA y de su final (ya que sin ETA el soberanismo se estrellaría con la mayoría española PSOE + PP y no podría ir muy lejos) o en el temor a que, sin ETA, el Estado se desentendería de las reivindicaciones nacionalistas. Mientras que Patxo Unzueta (2000: 421-22 y 433), con una mirada más valorativa, resalta sus consecuencias: la adaptación a las exigencias y obsesiones de ETA (congelar el pacto de Ajuria Enea, romper toda alianza con partidos no nacionalistas, hacer un frente nacionalista en torno al derecho a la autodeterminación y la territorialidad, apoyar Udalbiltza…) y la reunificación del mundo abertzale bajo un programa anti-autonomista que convierte al nacionalismo no subordinado a ETA en un rehén de ETA. El desenlace de la disputa de Imaz e Ibarretxe es una metáfora de las negativas consecuencias que acarrea la conexión de la comunidad nacionalista-vasca en todas aquellas cosas que afectan sustancialmente a la suerte de ETA. Imaz ha sido derrotado en las dos que eran más decisivas a ese respecto: en la primera, en la vertiente del Plan Ibarretxe que atañe al final de ETA, el criterio de dar prioridad a los asuntos de la paz y de posponer incluso aquellas cosas que pudieran entorpecerla, defendido por Imaz, quedó subordinado a la lógica política de mantener el poder, aun a costa de darle bazas a ETA; en la segunda, en la vertiente del Plan Ibarretxe que atañe al modelo de integración de la pluralidad de nuestra sociedad, su propuesta de pactos complejos entre diferentes perdió la batalla frente a la perspectiva de poder mantener la supremacía nacionalista mediante la suma abertzale. Florencio Domínguez (2003: 270) achaca al nacionalismo-vasco no subordinado a ETA que no ha sabido conectar con el sentimiento de la parte de la sociedad que se siente en situación de desamparo y miedo y ha perdido la confianza en las instituciones. Comparto ese juicio; pienso que ha vencido en él la ambigüedad hacia ETA. Por un lado, se opone a ETA, rechaza y condena sus métodos. Pero, por otro lado y a la vez, mantiene abiertos los puentes con el mundo de ETA y acude a su rescate cada vez que atraviesa malos momentos. Ha vencido la complementariedad y el efecto «pinza». E incluso, aunque menos que antaño, hoy día sigue en él funcionando el «doble lazo» del que hablaba Luciano Rincón (1985: 52): los vínculos familiares y la admiración (por su desprendimiento personal, sus motivaciones abertzales-patrióticas, su consecuencia y coherencia nacionalista, etc.). Veamos ahora el balance de resultados desde el punto de vista de ETA, que se autodefine la vanguardia de la comunidad nacionalista-vasca y ha tratado de ejercer ese papel en todo momento. En los años noventa encontramos un precedente esclarecedor en las vicisitudes del Pacto de Ajuria Enea. Bajo la presión de Herri Batasuna y de ETA, fue calando en el mundo nacionalista-vasco no subordinado a ETA la idea de que tal Pacto no reflejaba bien la posición abertzale: a) porque era demasiado beligerante con ETA y su «entorno», b) esgrimía un concepto de unidad democrática que cerraba las puertas a la unidad nacionalista, c) se quedaba corto en el enunciado del cambio político necesario «para la pacificación» al postular el mero desarrollo del estatuto de autonomía, d) no contribuía en suma a «la normalización-pacificación». Esta crítica, omnipresente primero en las declaraciones de Garaikoetxea (2002: 321) y después en las de líderes del PNV (21), aparte de encarecer el «precio de la paz», contribuyó decisivamente a que su proyección pública fuera confusa y renqueante, y, luego, a su voladura final y a su sustitución por otro del gusto de ETA: el pacto «soberanista» y excluyente de Lizarra. Hoy día, es una evidencia que ETA ha retrocedido desde entonces. El indicador tal vez más claro de ello es que no ha logrado imponer sus condiciones al resto del nacionalismovasco aunque éste se convierta en cierto modo en su rehén. Fue a rebufo de ETA en el Pacto de Lizarra, pero ETA no pudo imponerle el sesgo que pretendió y aquella alianza se fue al traste. También lo fue (aunque en este caso de la mano del Gobierno de Zapatero) en el plan de las dos mesas simultáneas durante la última tregua, pero ETA tampoco logró imponerse en las conversaciones de Loyola. Y ambas derrotas políticas de ETA fueron estrepitosas. Otra cosa es acotar la medida de este retroceso en lo que hace a su capacidad de influencia política e ideológica sobre el mundo nacionalista-vasco no subordinado a sus directrices. Hoy día, es obligado reconocer que esa capacidad de influencia y de presión sigue siendo muy notable. ETA ejerce un papel central en la re-educación nacionalista-vasca de la sociedad y en el amedrentamiento de las partes de la misma no adscritas a la comunidad nacionalista-vasca. ETA las quiere amilanadas, acobardadas e intimidadas, y ha contribuido decisivamente a la supremacía nacionalista-vasca en la sociedad de la Comunidad Autónoma Vasca y a implantar en ella los mecanismos que la reproducen. Su influencia es patente en ciertos medios culturales (en particular en el campo del euskara) y en ciertos medios de comunicación, aunque sea de forma contradictoria e indirecta. Se manifiesta también en parcelas ideológico-políticas como la interpretación del derecho ilimitado, incondicionado y unilateral a la autodeterminación establecido en los Planes Ibarretxe 1 y 2 por no hablar de los mapas meteorológicos de ETB que transmiten subliminalmente la territorialidad del Zazpiak Bat! o de la pertinaz relegación de todo lo español en la cultura pública oficial. Destacaré, finalmente, a propósito de este espinoso asunto de las conexiones y connivencias que son una bendición para ETA, tres observaciones nada originales pero que merecen subrayarse a mi juicio. La primera, que el empeño en convencer a ETA para que deje las armas con un mensaje que da alas a la negociación con ETA y a ponerle un precio político al final de ETA (coincidente además con el que ETA viene exigiendo desde 1995) no ha hecho mella en ETA ni en su entorno. Es más, todo parece indicar que ETA se ha aferrado a ese mensaje y lo ha interpretado como un respaldo a su conocida exigencia de que o hay negociación en la que se llegue a un precio político de su agrado o no hay abandono de las armas. La interpretación de ese empeño en convencer a ETA con ese mensaje está polarizada en dos versiones contrapuestas. Sus propios protagonistas lo valoran como un esfuerzo bienintencionado para acceder a la paz, siguiendo una hoja de ruta similar a la experimentada en otros procesos conflictivos: Irlanda del Norte, Sudáfrica, etc. Mientras que sus críticos creen que lo mueven el cálculo de un beneficio para ambas partes y la propensión a la complementariedad mutua entre las diversas partes de la comunidad nacionalista-vasca. A mi juicio, este empeño es una apuesta equivocada, inoportuna y ventajista. Corre un riesgo excesivo de relegitimar a ETA, aunque no lo quiera. Abre la puerta a dinámicas de excesiva tensión y confrontación. Se expone demasiado a la contaminación del nacionalismo excluyente y ensimismado de ETA. Deja al nacionalismo-vasco no subordinado a ETA demasiado en manos de ETA y su entorno.
Pero tiene también una cara positiva, antípoda de la aproximación a ETA y su entorno. El nacionalismo-vasco no subordinado a ETA tiene la asignatura pendiente de desmarcarse más de ETA y de forma más clara y con mejores argumentos. Lo cual implica, entre otras cosas, una condena expresa de ETA más persistente, insistir más en su deslegitimación y reforzar los fundamentos de ello desde la ética, el pluralismo y los principios democráticos, cerrar más la perspectiva de una negociación con ETA al final de su recorrido, sostener la imposibilidad de alianzas con quienes no condenan a ETA, más implicación y defensa de las víctimas de ETA y de quienes están hoy amenazados por ETA, buscar un mayor equilibrio entre más democracia y más y mejor justicia o entre la democracia garantista y el combate a la impunidad… Por último, el sentido común aconseja considerar que el nacionalismo no subordinado a ETA acometería estas faenas con mejor ánimo y determinación si viera que las gentes más representativas del mundo no nacionalista-vasco y en particular de los dirigentes de las instituciones estatales se preocupan y ocupan de no dar carrete a ETA y de afinar más sus argumentos para deslegitimar a ETA. Todavía no hemos llegado al escenario ideal de una intervención-movilización rigurosamente democrática tanto de la sociedad como del Estado contra la violencia (22). Es obvio que no depende del nacionalismo-vasco no subordinado a ETA la faena de reducir los graves errores de vulneración de los derechos fundamentales que cometen las instituciones estatales en la persecución de ETA con la condescendencia de la mayoría social y de los principales medios de comunicación, tal vez la fuente que sigue dando a ETA más carrete. Aunque sí contribuirá mejor a ello si afirma su disconformidad con más mesura y más justicia. El acceso al gobierno vasco de una fuerza política no nacionalista-vasca tras los resultados de las últimas elecciones autonómicas es una novedad excepcional respecto a la mayor parte de las cuestiones tratadas en esta reflexión sobre la relación de ETA y el nacionalismo- vasco. No es extraño por ello que en unos concite un aluvión de temores y en otros de esperanzas. Ya se verá, como decía el viejo maestro zen, y bien pronto, añadimos por nuestra parte, hacia dónde se decantan las cosas. También se está cerrando el ciclo corto abierto con la rebelión no-nacionalista-vasca de Ermua (1997) y el Pacto abertzale y ‘soberanista’ de Lizarra (1998), que ha tenido como eje fundamental el conflicto de identidades y las dinámicas frentistas. Una corriente muy poderosa de la sociedad, de condición transversal, harta y cansada de este ciclo, exige otros aires y que se busque el bien común de las diferentes identidades. Para el nuevo gobierno es la hora de pasar su particular prueba del algodón. Pero las asignaturas de las que habrá de examinarse: talante pluralista y democrático, respeto a la legalidad y a la justicia, capacidad de integración, sentido de la reciprocidad, moderación, equilibrio en la búsqueda de consenso y en el reconocimiento y respeto del disenso, sensibilidad reformadora… y sensatez, mucha sensatez, son las mismas que también deberá aprobar la nueva oposición. Es hora de cerrar dos ciclos que constriñen de mala manera la vida pública de la sociedad vasca y en demasiados casos la propia vida privada de demasiadas personas. Y toca hacerlo sin enredarse en pistas de aterrizaje u otras metodologías fracasadas. Bibliografía citada AA.VV (1987) Euskadi guduan / Euskadi en guerra. Editor Ekin. Alonso Zarza, Martín (2007) «¿Sifones o vasos comunicantes», Cuadernos Bakeaz, nº 80. Arregi, Natxo (1994) Proceso contra la violencia política, Madrid, Los libros de la Catarata. Berger, Peter y Thomas Luckmann (1997) Modernidad, pluralismo y crisis de sentido,Barcelona, Paidós. De Pablo, Santiago; José Luis de la Granja y Ludger Mees (1998) Documentos para la historia del nacionalismo vasco, Barcelona, Ariel. De Pablo, Santiago; Ludger Mees y José A. Rodríguez Ranz (1999 y 2001) El péndulo patriótico. Historia del Partido Nacionalista Vasco: 1895-1979, 2 vols., Barcelona,Crítica. Del Río, Eugenio (2002) «Autoritarismos antipluralistas», hika, noviembre-diciembre, nº 138-9; Página Abierta, diciembre-enero, nº 132-133. —(2004). «La comunidad y los otros. Identidades vascas». Inédito. Domínguez, Florencio (2003) Las raíces del miedo. Euskadi una sociedad atemorizada, Madrid, Aguilar. Escudero, Manu (1977) Euskadi, dos comunidades, Donostia-San Sebastián, L. Haranburu. Garaikoetxea, Carlos (2002) Euskadi: la transición inacabada. Memorias políticas, Barcelona, Planeta. Gurrutxaga Abad, Ander (1985) El código nacionalista vasco durante el franquismo, Barcelona, Antrhropos. —(1990). La refundación del nacionalismo vasco, Universidad del País Vasco. —(1996). Transformación del nacionalismo vasco. Del PNV a ETA, Aramburu Editor. Heiberg, Marianne (1991) La formación de la nación vasca, Arias Montano. Letamendía Belzunce, Francisco (1994) Historia del nacionalismo vasco y de E.T.A. (en tres tomos), Ediciones R & B. Mata López, José Manuel (1993) El nacionalismo vasco radical. Discurso, organización y expresiones, Universidad del País Vasco. Núñez Astrain, Luis (1995) La razón vasca, Tafalla, Txalaparta. Onandia, Mario (1995) Carta abierta sobre los perjuicios que acarrean los prejuicios nacionalistas, Barcelona, Península. Oñederra, Lourdes (2007) «Deslegitimación de la violencia», Bake Hitzak, nº 66, noviembre (Trascripción de una charla-coloquio con ese título organizada por Gesto por la paz) / hika 194, noviembre. Pérez Agote, Alfonso (1984) La reproducción del nacionalismo. El caso vasco, Centro de investigaciones sociológicas, Madrid, Siglo XXI de España. —(1987) El nacionalismo vasco a la salida del franquismo, Centro de investigaciones sociológicas, Siglo XXI de España. Recalde, José Ramón (2004) Fe de vida, Barcelona, Tusquets Editores. Rincón, Luciano (1985) ETA (1974-1984), Barcelona, Plaza Janés. Sánchez Cuenca, Ignacio (2001) ETA contra el estado. Las estrategias del terrorismo, Barcelona, Tusquets Editores. Setién, José María (2007) Un Obispo ante ETA, Barcelona, Crítica. Unzueta, Patxo (2000) «Epílogo. Regreso a casa (Ayer y hoy)», en Antonio Elorza (coordinador), José María Garmendia, Gurutz Jáuregui y Florencio Domínguez. La historia de ETA, Madrid, Temas de hoy. _______________________ NOTAS (1) En rigor hay un tercer asunto que también es uno de los elementos favorecedores de la reproducción y persistencia de la violencia política de ETA: la lucha anti-terrorista del Estado, y sus evidentes consecuencias negativas, cuando se guía por el principio amoral y alegal o ilegal de que todo vale para lograr un máximo de eficacia. Este tema tiene un capítulo propio en este libro, que lo aborda y cubre Txema Urkijo, por lo que huelga la repetición aquí de similares conceptos y conclusiones. (2) Me refiero a la corriente de la extrema izquierda radical vasca que proviene de la rama desgajada de ETA y que en muy poco tiempo pasó de ser ETA-berri a llamarse Komunistak o MCV (Movimiento Comunista Vasco), luego MCV dentro del MCE (Movimiento Comunista de España), luego EMK (Euskadiko Mugimendu Komunista) dentro del MC, luego EMK (sin MC), que desembocó finalmente en Zutik (tras disolverse en la fusión de EMK y LKI). Dentro de ella, algunos hicimos un viaje del universo cristiano comprometido «con los pobres de la tierra» al marxista y leninista y de éste a un radicalismo de izquierda acompañado de un filonacionalismo- vasco muy crítico con sus tendencias más esencialistas y exclusivistas pero a la vez demasiado acrítico hacia no pocos de sus valores o axiomas paradójicamente. El concepto de la observación participante lo tomo prestado de Juan Aranzadi (2001: 131), quien la equipara al trabajo de campo de los antropólogos. (3) Un hecho que subraya la relevancia del principio revolucionario en esta corriente es el surgimiento en su entorno, al comienzo de los años 80, de un grupo consagrado al ejercicio de la violencia, cuyo nombre no puede ser más significativo: Iraultza / Revolución, que desapareció al comienzo de los noventa después de haber estado prácticamente inactivo algunos años antes. Todo lo que se conoce de este grupo, sus siete miembros trágicamente muertos al estallarles las bombas y los que cumplieron condena en la cárcel, los relaciona con EMK, del cual en su mayoría fueron militantes o simpatizantes en algún momento. (4) El programa KAS, pensado inicialmente (1975-1976) para la transición del franquismo a la democracia como lo expresa su lista de reivindicaciones (amnistía, libertades democráticas y legalización de los partidos independentistas, fuerzas policiales autóctonas bajo las órdenes del Gobierno vasco, estatuto de Autonomía, condición de lengua nacional y oficial del euskera, bilingüismo real con el castellano…) quedó pronto desfasado, pero ETA se empeñó en mantenerlo como símbolo de que no había habido una ruptura con el franquismo y una transición a la democracia; así que la propia continuidad de ETA y la del programa KAS se convirtieron en la prueba misma de ello. Además, ETA lo tasó como el precio a exigir para «hacer callar su resistencia armada»: una negociación directa con los poderes fácticos (el ejército español) sobre la aplicación o puesta en práctica –únicamente– de este programa. En 1995, ETA lo reformuló y actualizó en su «Alternativa Democrática». En el libro Euskadi Guduan / Euskadi en guerra (1987: 223) se encuentra una relación completa de los componentes del MLNV, el holding que «reúne el conjunto de organizaciones y organismos populares que, surgidos como fruto de la lucha y práctica organizativa de los sectores políticos vanguardizados por ETA, participan en el proceso vasco de Liberación Nacional y Social». Por un lado está el «Bloque dirigente» que se agrupa en la Coordinadora KAS, formada por: el partido político HASI, la organización de cuadros ASK, el sindicato LAB, la organización juvenil Jarrai, la organización armada ETA y Herri Batasuna (coalición electoral de los partidos HASI y ANV). Por otro lado, los organismos populares y organizaciones de masas: Gestoras pro-amnistía, Comités antinucleares, la Coordinación de alfabetización y reeuskaldunización AEK; la organización de mujeres AIZAN, Comités anti-droga; grupos juveniles, asambleas de jóvenes. Según José Manuel Mata (1993: 336 y 340), HB es el catalizador electoral y el aglutinador y acumulador de fuerzas en torno al programa alternativo KAS; la Coordinadora KAS formula las directrices ideológicas, las tácticas y estrategias, y vigila la dinámica del movimiento; ETA es el líder indiscutible y determinante a todos los niveles, su referencia central, quien señala la dinámica a seguir, el portador de los principios y reivindicaciones y su depositario. En expresión de Luis Núñez (1995: 68), la Coordinadora KAS «ha sido hasta nuestros días el vínculo entra la lucha armada y la desarmada». Según Letamendia (1994: tomo II), hubo un cierre de filas en torno a la aceptación de este criterio organizativo piramidal tras un proceso de cuatro o cinco años que culminó en 1983 con la Ponencia «Kas Bloque Dirigente». (5) Según dice Mata (1993: 344) en su estudio sobre la utilización ritual del espacio público por parte del MLNV, el 48% de las expresiones computadas tienen como contenido específico la referencia a ETA. (6) Así lo hace Eugenio del Río (2002), por ejemplo, en «Autoritarismos antipluralistas». Reproducido en hika, noviembre-diciembre, nº 138-139; Página Abierta, nº 132-133 y www.pensamientocritico.org. (7) La expresión es de Natxo Arregi (1994: 37) en Proceso contra la violencia. (8) Aquí se emplea con un papel menos secundario que el asignado a tales comunidades «de vida y de fe» por Berger y Luckmann (1997), puesto que significativos sectores de la comunidad nacionalista-vasca no se contentan con ser una expresión de la pluralidad de la sociedad moderna sino que tienden a monopolizar el sentido de la misma de forma dogmática y fundamentalista como hacían las religiones en el Antiguo Régimen. (9) Eugenio del Río (2004) ha descrito, analizado y valorado la comunidad nacionalista-vasca en «La comunidad y los otros. Identidades vascas». La percepción del nacionalismo-vasco como comunidad está presente sobre todo en los estudios del mismo desde perspectivas antropológicas y/o sociológicas. Se sabe por los historiadores que su punto de partida es la constitución del PNV como comunidad de raza por su fundador, Sabino Arana, y su transformación en el primer tercio del siglo XX en un partido-comunidad de masas agrupadas en un tupido tejido asociativo de organizaciones sociales, culturales, recreativas, deportivas, sindicales, de mujeres, de jóvenes... Manu Escudero fue quien abrió el debate en un libro polémico por su enfoque y contenido, Euskadi, dos comunidades, pues hurgaba en las tendencias anti-pluralistas del nacionalismo-vasco, y porque enfatizaba en su título la existencia en Euskadi de dos comunidades. Marianne Heiberg subrayó su contradictoria dualidad: como comunidad de obligación moral abertzale y como exigencia de unidad y solidaridad anti-franquista, y los mecanismos de cierre de la comunidad abertzale (los verdaderos vascos) durante la transición postfranquista. De la mano de Alfonso Pérez Agote o de Ander Gurrutxaga conocemos su reproducción bajo el franquismo así como la crisis y el proceso de cambio que sufren los factores sostenedores de la comunidad nacionalista-vasca conforme se asienta el sistema político democrático y van siendo sustituidos por las instituciones políticas representativas. Está por hacer el estudio de su evolución posterior y en especial de la última época desde el pacto de Lizarra hasta hoy. (10) Carlos Garaikoetxea (2002: 200 y 285) dice que «es de justicia reivindicar la verdadera y permanente actitud del llamado nacionalismo vasco democrático, principal impulsor de las tres primeras manifestaciones citadas contra la violencia, cuando aún existía una percepción muy interiorizada del papel de ETA contra la dictadura» y considera «enormemente injustas las acusaciones lanzadas contra los nacionalistas vascos por el esfuerzo de diálogo que desarrollamos con ETA y otras fuerzas sociales y políticas vascas en 1998 para dar una oportunidad a la paz y la reconciliación en Euskadi». Mientras que Ignacio Sánchez Cuenca (2001: 238) observa una «combinación perversa de demandas nacionalistas y actividad terrorista». (11) Arzalluz reconoció públicamente que la creación de Udalbiltza fue una exigencia de ETA. El mundo de Herri Batasuna la saludó entonces como el nacimiento del «sujeto político vasco» y de su «primera institución nacional». En este momento, Udalbiltza está dividida en dos entes, uno bajo el control del nacionalismovasco no subordinado a ETA (PNV, EA y Aralar) y el otro controlado por el mundo de Batasuna. En su página web, este último ostenta actualmente el nombre de Udalbiltza Euskal Herriko Lehen Instituzio Nazionala / UdalBiltza Primera Institución Nacional Vasca. (12) Juristas como Pérez Royo o Lacasta Zabalza han planteado que la actual Constitución impide que pueda hacerse una ley una ley de restricción de derechos fundamentales como la Ley de Partidos sin acometer antes una reforma constitucional, aparte de objetar la deficiente delimitación de las causas de ilegalización así como del procedimiento de prueba de las mismas, y, en consecuencia, la posible utilización perversa de la Ley. Mientras que en el plano político, la Ley de Partidos ha quedado mermada por un déficit congénito de consenso que ha restado eficacia a su aplicación hasta la fecha: se elaboró y aprobó sin el consenso del PNV y del Gobierno vasco. (13) Me refiero en especial a las publicadas en los periódicos Deia, Noticias de Álava, Noticias de Gipuzkoa y Diario de Noticias (de Navarra). (14) Hasta hace muy poco, el canon abertzale incluía además otro punto que enunciaba la inviabilidad e imposibilidad de la derrota policial de ETA, considerada un imposible por sus raíces políticas, además de tacharla de no conveniente por sus efectos negativos, ya que se presumía de que «alimentaba la espiral acción-represión-acción». (15) «El problema es, ante todo y sobre todo, un problema vasco, aunque consista en la problemática y contradictoria interpretación que los vascos hacemos de un asunto que concierne también a terceros: la cuestión nacional (…) el núcleo del problema no está en una confrontación Estado-Euskadi, sino que consiste en la contraposición de opiniones vascas sobre los que somos y queremos ser (también en relación con España, por supuesto)». En Documentos para la historia del nacionalismo vasco, Ariel, 1998: 187. (16) Durante mucho tiempo la afirmación de que no hay pacificación sin normalización ni viceversa ha sido un axioma indiscutible, mientras que era un tabú la separación y diferenciación de esos dos conceptos. Hoy, esto último forma parte del lenguaje políticamente correcto, pero todo el camino avanzado mediante su separación conceptual queda neutralizado y desandado al pretender gestionarlos simultáneamente. Martín Alonso Zarza (2007) lo ha expresado de forma atinada: «mientras haya aire en el vaso de la normalización no le faltará el aire al pulmón de la violencia». (17) Esa metáfora, atribuida a Arzallus, alude a una complementariedad entre la presión de ETA/Herri Batasuna/ MLNV y la del nacionalismo-vasco gobernante durante los años de plomo (finales de los setenta y primera mitad de la década de los ochenta), pese a su competencia entre sí pues se disputaban al mismo tiempo el liderazgo del mundo nacionalista-vasco. En esos años, a ambos les benefició la existencia y fuerza respectiva del otro y su suma les dió mucho poder: en las elecciones autonómicas de 1986 alcanzó el 67´20% de los votos emitidos y el 69% de los escaños parlamentarios, su techo más alto hasta la fecha. (18) Mientras que en el Pacto de Lizarra hubo concordancia de intereses y posiciones, pues se sostuvo sobre un programa común e incluso con un pacto de legislatura, en los Planes de Ibarretxe prevalece el esfuerzo unilateral de aproximación de su promotor-sostenedor, el Gobierno tripatito de Ibarretxe, con el mundo abertzale subordinado a ETA. (19) Martín Alonso Zarza (2007) ha observado en esto un doble efecto: amplificador con el viento a favor y silenciador con el viento de cara. La unánime movilización del mundo abertzale contra el cierre del Egunkaria es un ejemplo del efecto amplificador. La lingüista y académica de Euskaltzaindia Lourdes Oñederra se ha referido al efecto silenciador en el mundo del euskara en Bake Hitzak, revista de Gesto por la Paz, nº 66, noviembre de 2007 (vid. también hika, 193-194, 2007, azaroa-abendua, 15-17). En el mundo del euskera –dice– «el silencio es muy denso» y el tema de la violencia no se toca. (20) Dice al respecto José Ramón Recalde (2004: 299): «la descalificación nacionalista de la comunidad cultural y social española, la denuncia de la democracia constitucional, la creciente identificación con sólo una parte del pueblo, son el campo de cultivo de la lucha armada como lucha de liberación». (21) Juan Mari Ollora (1996: 67-70) entre otros. (22) El escenario «c» que reclamaba Natxo Arregi (1994: 48). |
||||||