Javier Villanueva
Bases para garantizar la pluralidad
(Ponencia presentada en unas Jornadas sobre Pluralidad y Convivencia, celebradas en Bilbao durante el mes de noviembre de 2003. Publicada en la revista Bake Hitzak/ Palabras de Paz, editada por la Coordinadora Gesto por la Paz de Euskal Herria, Nº 53. Año XII, marzo de 2004). 

Agradezco a los organizadores de estas Jornadas de Gesto por la paz la invitación que me han hecho a participar en esta discusión sobre cuestiones que están en el centro de nuestra atribulada vida pública y aprovecho la ocasión para saldar una deuda personal de reconocimiento público a su persistencia en un “gesto” tan importante para remover la conciencia crítica de nuestra sociedad. Por mi parte, en respuesta a su invitación, me voy a centrar en cómo una mirada sobre la pluralidad de la sociedad vasca desde el pluralismo obliga a hacer matizaciones y correcciones sustanciales tanto en la definición del llamado problema vasco como en la consideración de sus soluciones o arreglos más idóneos.

1. Comienzo por precisar el sentido en que utilizo los términos pluralidad y pluralismo. Uso el término pluralidad para referirme a la realidad radicalmente heterogénea o  diversa de la sociedad moderna; es un hecho. Implica la existencia de muchas fuentes de autoridad a diferencia de las sociedades en las que una única autoridad, como la religiosa en las sociedades monoteístas, define o definía toda la vida social. El término pluralismo lo aplico al mundo del deber ser, de cómo queremos que sea la sociedad; tiene que ver con reconocer y respetar la pluralidad existente, encauzar sus conflictos, regular su convivencia, proteger a las minorías, combatir las desigualdades entre grupos culturales, tejer vínculos entre personas y grupos culturales diferentes.
Según esta acepción, la pluralidad, además de un dato neutro de la realidad, es también un problema, una fuente permanente de conflictos entre bienes y valores diversos de las gentes, que generalmente hace más difícil la cohesión sin la cual no puede vivir ninguna sociedad. Mientras que el pluralismo es la opción que intenta hacer posible la convivencia de bienes y valores distintos.

2. No podemos ignorar nuestra pertenencia a una cultura política española, que ha sido reacia a la pluralidad y al pluralismo e incluso francamente antipluralista en los últimos siglos por no irme al tiempo de la limpieza de sangre o de las conquistas imperiales. Todas sus élites, salvo muy raras excepciones, el clero inquisidor y nacional-católico, carlistas y liberales del XIX, la derechona y los militarotes, las izquierdas, tan sectarias hasta anteayer, los Sabino Arana y compañía, el franquismo, tendrían un hueco en un panteón dedicado al antipluralismo. Pertenecemos a un ámbito cultural en el que apenas tuvo eco el primer impulso a favor del pluralismo -a reconocer un ámbito de libertad, tolerancia y autonomía personal  preservado de la presión del estado y de las mayorías, en materia de convicciones religiosas- tras las sangrientas guerras de religión que asolaron Europa en el XVII. Luego, tampoco penetró demasiado la segunda hornada del pluralismo, su extensión al campo de las ideologías políticas, que en nuestro caso quedó además dramáticamente interrumpida por el franquismo. Y menos mal que en las últimas décadas hemos podido apuntarnos a la última hornada de pluralidades la que se extiende a la lengua, el color de la piel, las costumbres y tradiciones grupales, las inclinaciones sexuales... así como a la cultura pública en la que se asientan los estados-nación, que en su gran mayoría encubren unas realidades plurinacionales. Aún estamos todos -estados, gobiernos autónomos, partidos políticos, personas- muy lejos de haber digerido esta última hornada.

3. En nuestra sociedad cabe distinguir actualmente tres clases o tres fuentes de pluralidad. Tenemos, en primer lugar, la pluralidad de todas las sociedades abiertas modernas, político-ideológica, religiosa, costumbres, modas, moral, aficiones... En segundo lugar, contamos con la pluralidad de las sociedades mestizas en cuanto a su origen. A este respecto, nuestra comunidad, la CAV, con sólo un tercio de población nativa cuyos abuelos hayan sido a su vez también  nativos, se parece sobre todo a Cataluña, pero está muy lejos de la “homogeneidad” en cuanto al origen de la población de países como Galicia, Quebec, Escocia, Flandes, Valonia, (con alrededor del 80-90% de homogeneidad), mientras que la CFN o el País vasco-francés se parecen más a estos países. Finalmente, nos afecta la pluralidad de las sociedades escindidas en cuestiones fundamentales de la cultura pública y de los sentimientos colectivos de cualquier país: identidad colectiva, sentido de pertenencia y de lealtad nacional, símbolos, visión de la historia... Por ejemplo. Un nacionalista-vasco de buena fe, piensa y siente que Euskal Herria se encuentra en una situación insoportable de subordinación incluso de ocupación por la fuerza por los estados que le imponen unas mayorías ajenas (española o francesa) y le niegan la soberanía y no le dejan decidir su presente y su futuro político; mientras que un vasco “no-nacionalista” no entiende siquiera ese lenguaje, no se siente ajeno a una mayoría (española o francesa) con la que se identifica como parte de ella.
Esta última clase de pluralidad, es hoy día la fuente de mayores problemas y conflictos en la sociedad vasca de la CAV y también en Navarra. La clave del conflicto no es tanto la existencia de diferentes identidades nacionales sino el hecho mismo de que no se conllevan entre sí y que esa escisión se viva como una realidad insoportable por mucha gente. Por decirlo de otra forma, hay un exceso de pluralidad de este tipo y un déficit de pluralismo. El déficit de pluralismo estriba en que no se soporta nada bien esa disparidad o esa escisión de los sentimientos colectivos.

4. ¿Cómo se mide esta escisión? ¿Qué extensión y qué profundidad tiene? La respuesta no es fácil y es discutible en cualquier caso.
Hay muchos indicadores en los que se expresa este conflicto. Entre ellos, los más explícitos son: 1) La persistencia de un doble sistema de partidos políticos, vasco y vasco-español para entendernos, o de un electorado leal a uno y a otro que apenas se trasvasa de uno a otro, especialmente en los últimos años, ininteligible todo ello si se desvincula del conflicto de identidades y su centralidad en la política vasca. 2) La persistencia en las encuestas desde hace más de veinte años de una identidad dual vasco-española, con un respaldo superior a cualquiera otra cosa que no se corresponde con el relegamiento clamoroso de este sentimiento de identidad en el discurso oficial del nacionalismo vasco. 3) La centralidad que ha adquirido el conflicto de identidades en el discurso político en los últimos cinco años y su expresión como un conflicto entre el nacionalismo-vasco y el “no-nacionalismo”, visto desde este último. 4) La expresión creciente de un sentimiento subjetivo de grupo agraviado y relegado, desde la explosión de Ermua, que se manifiesta en negativo como un movimiento de rechazo a ETA y al nacionalismo-vasco en su conjunto. Imanol Zubero lo ha definido así, a mi juicio atinadamente, en una de sus habituales columnas periodísticas: vascos disociados del proyecto de país del nacionalismo vasco y de un proceso de construcción nacional que experimentan como amenaza a su libertad y a su vida.
Afortunadamente por ahora, hay dos fenómenos que suavizan o amortiguan los conflictos derivados de la pluralidad en nuestra sociedad. Uno es la dinámica de integración económica, social, cultural y política, a lo largo de casi todo el siglo XX, y en particular desde los años sesenta. Dicho en negativo, no hay una percepción subjetiva generalizada de discriminación social. Dicho en positivo,  una percepción similar de que Euskadi ha sido un ámbito de movilidad social y de mestizaje que no ha podido pararlo ninguna ideología o proyecto antipluralista. El otro fenómeno es la estabilidad demográfica desde finales de los años setenta del s.XX, que también amortigua los conflictos de la pluralidad. Si se mantiene la estructura actual de la población, dentro de dos generaciones la CAV será una sociedad predominantemente nativa (salvo el porcentaje de inmigrantes comunitarios y extracomunitarios, que ahora no llega al 5%) y mayoritariamente mestiza, en sus 2/3.

5. Para afinar más el diagnóstico, enumeraré cuáles son las principales amenazas a las que se enfrenta una cultura pública favorable al pluralismo en nuestra sociedad.
La principal, hoy por hoy, proviene de ETA, que predica y practica un antipluralismo autoritario. Esta valoración es la más relevante, a la altura de su rechazo por razones éticas. El asesinato político-ideológico, matar al que piensa o siente de manera distinta, aterrorizar a personas representativas de la parte no-nacionalista de la sociedad vasca, intimidar y disciplinar a la sociedad y al conjunto del sistema político para que todo el mundo desista y se amolde a sus designios, son atentados contra la pluralidad de la sociedad vasca y española y lo más opuesto que puede hacerse respecto al valor del pluralismo, aparte de otras consideraciones éticas o políticas.
A otra escala diferente, para que quede claro que no hay simetría con ETA, también hay una actuación antipluralista en la actual ofensiva gubernamental-judicial-policial contra la izquierda abertzale más próxima a ETA. Su ilegalización y su exclusión de las recientes elecciones municipales, más allá de las objeciones jurídicas que merece porque atropella derechos y garantías individuales, es un atropello de una expresión del pluralismo de la sociedad vasca cuantitativamente notable.
A otra escala de las consideraciones anteriores, está el desprecio y el maltrato públicos de las expresiones de pluralidad que divergen de las propias concepciones. En esto se lleva la palma el actual partido en el gobierno central, el PP, cuyos hechos denotan un intento continuado de cortarle las alas a la pluralidad existente a la medida de su ideario más rancio, unitarista y centralista. 1) No respeta a la gente que siente otra distinta identidad nacional y que se identifica con las propuestas de los nacionalismos periféricos, no respeta sus creencias, ni respeta su voluntad, ni respeta sus sentimientos, aunque sean los de no sentirse españoles. 2) No reconoce la demanda de una reforma constitucional para dar a España, a todas sus instituciones, a su cultura pública, a toda su vida política, una definición más acorde con su realidad plurinacional. La actuación del gobierno de Navarra, y de UPN, se incluye en esta denuncia.
A una escala distinta de ambos, porque no tiene tanto poder, también en lo que se entiende por la izquierda abertzale hay un maltrato y un desprecio similares, en su caso hacia las manifestaciones públicas y privadas de una identidad vasco-española o española por parte de la ciudadanía vasca que tiene esas querencias.
En otro plano se sitúa la dinámica competitiva entre nacionalismos, el vasco y el español, ambos caracterizados por una mirada unilateral respecto a la pluralidad y el pluralismo. Esto es, por ver la pluralidad y el pluralismo como un arma arrojadiza contra el adversario, por reivindicar el pluralismo que va a su favor y le beneficia pero no el que cuestiona sus puntos de vista o que rebaja su poder.
            Por su evidente interés, ampliaré algo más esto último en lo que concierne al nacionalismo-vasco gobernante de nuestra sociedad.
Como en tantas otras cosas, el nacionalismo-vasco gobernante es radicalmente ambivalente respecto a la pluralidad y el pluralismo. Por un lado, es un punto central de su ideología y de su política cuando en su nombre rechaza la nación española y reclama la plurinacionalidad del estado español. Pero cuando se refieren a la realidad vasca, el nacionalismo-vasco en su conjunto denota actitudes reacias al pluralismo.
            Por ejemplo, una mirada recelosa. Considerar la pluralidad como algo a superar en la construcción de la nación vasca. Darle la categoría de extraño o ajeno, de incordio o inconveniente que debe ser eliminado a largo plazo, a todo lo que no se ajusta a la definición nacionalista.
Un segundo ejemplo, ignorar la pluralidad. No hablar de ella. No dejarle sitio en el espacio público. Expulsarla  al ámbito de lo privado. España y lo español no se nombran y la identidad vasco-española en la CAV adquiere la categoría de invisible en el lenguaje oficial pese a ser la identidad más numerosa según las encuestas. Que esto sea así es una manifestación relevante de la difícil relación con el pluralismo.
            Tercer ejemplo, la negación pura y simple del problema. Se dice o bien que ya no hay conflicto en la actualidad y que ya no hay problema o bien se banaliza o bien se minusvalora y se insiste en que tan sólo se muestra en el ámbito de la clase política.
            Un último ejemplo, reducir el contenido de la pluralidad y el pluralismo a una mera manipulación antinacionalista. Esto es, ver la pluralidad y el pluralismo sobre todo como un arma o como un caballo de Troya que se utiliza en contra del nacionalismo-vasco y para rebajar su proyecto soberanista.
            La clave de estas dificultades del nacionalismo-vasco para llevarse mejor con la pluralidad y el pluralismo radica en la persistencia de un cuerpo doctrinal nacido en un contexto pre-democrático con abundantes formulaciones antipluralistas. Ese cuerpo doctrinal exige una revisión-actualización para adecuarlo a la realidad intrínsecamente plural de la sociedad vasca y a la consideración del pluralismo como un valor necesario para esa realidad.

6. Entro ahora en el corazón del diagnóstico, esto es, en la necesidad de una nueva definición del problema vasco desde la consideración de su pluralidad y desde una perspectiva pluralista.
Mi afirmación central es que, hoy día -28 años después de la muerte de Franco, tras 25 años de rodaje constitucional, tras 24 años de autogobierno- los dos aspectos más relevantes de los problemas relacionados con la pluralidad de la sociedad vasca son: el insatisfactorio encaje del nacionalismo-vasco en el constitucionalismo actual español y el insatisfactorio encaje de la ciudadanía vasca “no-nacionalista” en la Euskadi diseñada por el nacionalismo-vasco.
Este enunciado permite destacar que el problema político vasco se plantea ahora en un contexto diferente al que tuvo que lidiar la transición postfranquista: en una Euskadi que lleva 24 años gobernada por el PNV y bajo una hegemonía indiscutible del nacionalismo-vasco en la mayor parte de las instituciones públicas.
El problema vasco tiene ahora una doble vertiente, por tanto. De un lado, expresa la insatisfacción del nacionalismo-vasco con su encaje en España y con el nivel actual de autogobierno, cuyo contenido y alcance ha quedado básicamente delimitado sobre todo en el proyecto presentado por el lehendakari Ibarretxe el pasado 25 de octubre. De otro lado, expresa una insatisfacción de los vascos no-nacionalistas, que se perciben como ciudadanos vascos a los que no se les reconoce plenamente su manera distinta (y a veces contraria) a la del nacionalismo-vasco de sentir y de ver el País Vasco y sus cosas y que se sienten relegados a una posición subalterna debido a ello.
De lo anterior se deriva una primera conclusión: han entrado en crisis los pactos de la transición postfranquista tras 25 años de recorrido. Ahora, unos y otros encuentran motivos para replantear dichos pactos. De modo que este es un aspecto sustancial del problema vasco, y acaso el fondo del mismo hoy día: está sobre la mesa la exigencia de revisar el resultado de aquellos pactos para buscar un nuevo reequilibrio y ello denota una crisis de los pilares mismos sobre los que sustentar la integración y cohesión de la sociedad vasca.
Otra conclusión relevante es la emergencia de un nuevo sujeto político: autodenominado “no nacionalista”, que introduce varias novedades importantes respecto al planteamiento de la cuestión vasca. 1) Matiza y acota la representatividad del nacionalismo-vasco, que se ha visto a sí mismo tradicionalmente como la expresión de un Pueblo en marcha y ahora debe admitir que no es representativo de una parte importante de la población. 2) Modifica un planteamiento del problema vasco que delegaba en el nacionalismo-vasco la solución del mismo y le dejaba incluso el monopolio de definirlo. Ahora, el nuevo sujeto emergente no acepta el papel político subordinado y subalterno que se le asignaba y reclama participar en ambas cosas: la definición y la solución. 3) Frente a la visión del mundo nacionalista-vasco que concibe el problema vasco como un problema única o preferentemente externo: entre el “Pueblo Vasco” y España, este nuevo sujeto emergente realza la necesidad de un contrato interno, de la ciudadanía vasca entre sí, que hay que revisar y actualizar, porque el contrato estatutario suscrito hace 24 años está cuestionado por ambas partes. 4) Matiza esa dimensión externa del conflicto vasco (la relación del Pueblo Vasco con España y Francia), dado que además de atender las demandas del nacionalismo-vasco a ese respecto, se habrán de atender las demandas “no-nacionalistas” en materia de identidad o sentido de pertenencia nacional, lengua, cultura y símbolos.

7. ¿Tiene algún arreglo todo esto? ¿Cómo se arregla la disparidad tan profunda que existe y que afecta a un campo tan importante? ¿Es posible satisfacer demandas tan contrapuestas a primera vista? ¿En qué puede consistir el nuevo equilibrio?
Me atrevo a anticipar un pronóstico contundente: no hay nada que hacer con la persistencia de ETA. Con ETA presente, no hay manera de sacar adelante ningún proyecto, que ni siquiera se puede discutir en serio. Todo queda contaminado y envenenado si está de por medio ETA. En esta conclusión me atengo a todo lo que ha ocurrido en los últimos cinco años. Lo cual nos lleva por derroteros y problemas en los que no quiero entrar. No toca ahora.
Añado a continuación un elemento incierto: aunque se resuelva lo de ETA lo mejor posible, no está claro que sea fácil el arreglo ni mucho menos que éste vaya a ser definitivo. Eso es lo que nos dice una mirada comparativa hacia otros casos más o menos parecidos (Irlanda, Quebec, Bélgica).
Y contamos, por el contrario, con la certeza de que no se arregla desde la unilateralidad. Que es como lo ha planteado el PP, al tratar de sustituir el equilibrio instaurado en la transición, a su juicio basado en unas “concesiones excesivas” de los no-nacionalistas, con un nuevo equilibrio en el cual se rebaje lo conseguido hace 25 años por el nacionalismo-vasco. O como lo ha hecho también éste último, el nacionalismo-vasco, al plantear la Propuesta Ibarretxe, que no se ocupa para nada de la sensibilidad, preocupaciones y demandas de la ciudadanía vasca “no-nacionalista”.
Personalmente me identifico con otro enfoque, antípoda de la unilateralidad,  cuyo meollo consiste en poner sobre la mesa otros acentos:
a) reconocer que el problema de fondo es multidireccional, con insatisfacciones contrapuestas de las partes; todas ellas han de reconocerse y respetarse, como igualmente legítimas, desde el pluralismo;
b) buscar un nuevo equilibrio con el criterio de satisfacer las demandas de unos y otros: las demandas nacionalistas que reivindican más autogobierno y de más calidad y las demandas de reconocimiento, respeto y protección provenientes de esa parte de la sociedad que no emite en la onda aberztale; todos han de sentirse ganadores;
 c) esta negociación social no se puede llevar a buen puerto sin sentido de la reciprocidad, esto es, sin la exigencia de un pleno reconocimiento del otro, sin un lote equilibrado de concesiones o contraprestaciones mutuas, sin un compromiso de lealtad al pacto por unos y otros; la reciprocidad es una de las claves del éxito de este enfoque;       
d) esta perspectiva de integración compleja de la sociedad vasca, supone un giro drástico respecto a la perspectiva de asimilación y, en consecuencia, de supremacía o sumisión entre unos y otros, con la que se han identificado tradicionalmente tanto el nacionalismo-vasco como el nacionalismo estatal-español.
e) el meollo de esa nueva perspectiva de integración estriba en la decisión de realizar unos pactos complejos que permitan formar una comunidad política a partir de una pasta tan heterogénea como la que constituye la sociedad vasca; a) han de abarcar primero un terreno prepolítico: los pilares básicos de la cultura pública que posibiliten una mínima integración de la sociedad; b) pero no pueden eludir las posteriores decisiones comunitarias sobre el alcance y la naturaleza del autogobierno vasco, sobre su relación con los otros países de cultura vasca, como Navarra e Iparralde, así como sobre su encaje en el estado español; c) en estas decisiones se han de pactar las convergencias y el reconocimiento y la aceptación de las diferencias.