Javier Villanueva
La última cita electoral.
Balance y curiosidades

(Hika 188zka 2007ko maiatza)

            Las declaraciones de los dirigentes políticos en la tele la pasada noche electoral fueron más expresivas que las cifras que veíamos en la pantalla. El PNV había ganado las elecciones, una vez más, en votos y en nuevos junteros y concejales. Sin embargo, el semblante de sus líderes era poco alegre: habían dejado demasiados pelos en la gatera. Los del PSE, en cambio, rebosaban satisfacción. Los de Ezker Batua y Aralar tenían motivos para estar por lo menos aliviados: la coalición les ha permitido aprovechar mejor sus votos y ganar representación foral y municipal. Para los de Batasuna, bajo la bandera de ANV, también fue una noche de echar cohetes. Mientras que EA y el PP, más allá de sus cuentas internas, eran los más insatisfechos; si bien EA no se ha dado el batacazo pronosticado en algunos sondeos y el PP ha confirmado que su enraizamiento en la sociedad vasca está a prueba de casi todo.
            El gana-pierde. En las elecciones forales a las Juntas Generales de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya (ver cuadro), el PNV sigue siendo el primero, pero el ganador moral ha sido el PSE. Ezker Batua-Aralar accede a las tres Juntas y pasa de 11 a 12. ANV, con 4 en Alava y 1 en Vizcaya, ha introducido su pequeño caballo de Troya en la nueva legislatura foral. EA aguanta en Guipúzcoa (7) pero en Vizcaya (1) y Alava (2) su posición es irrelevante. Mientras que el PP retrocede pero no demasiado y queda más cerca de su representación en 1995 que de su ciclo ascendente. El PNV también ha dado un paso atrás: ha perdido la mayoría absoluta en las Juntas de Guipúzcoa y de Vizcaya así como el primer puesto en Álava, y tiene menos representación foral. En el 2003 la coalición PNV-EA obtuvo 73 escaños y ahora han sumado 63 por separado.
            En las municipales ha ocurrido algo parecido. El PNV las ha ganado tanto en votos (el 31´1%) como en concejales (1.024, el 40% del total) y sin embargo pierde jerarquía y representación municipal. Si se se observan los resultados de los 88 municipios que concentran el 94% del censo total (publicados en el El País el lunes post-electoral) y se comparan con los de las elecciones de 2003, el PNV sólo sale bien parado en diez de ellos (Bilbao, Santurce, Sestao, Abanto y Ciérvana, Ortuella, Zamudio, Amorebieta, Bermeo, Oyón y Tolosa) y empata en siete (Lekeitio, Sondika, Trapagaran, Güeñes, Derio, Getaria y Laguardia), mientras que pierde el primer puesto en nueve (Gernika, Elorrio, Mondragón, Bergara, Legazpi, Lezo, Urretxu, Usúrbil y Villabona) y en los restantes obtiene menos concejales o menos porcentaje. Con 498 concejales en esos 88 municipios, mantiene claramente la primacía, pero queda lejos de los 734 que obtuvo en coalición con EA. Parece claro que ahora se ha corregido una sobrerrepresentación en votos y en concejales derivada de dos factores relevantes en las elecciones anteriores: la coalición con EA y la forzada ausencia de Batasuna. Pero también parece que eso no lo explica todo. Ha habido otros municipios donde ha funcionado decisívamente la lógica del premio o del castigo. Santurce es un ejemplo de lo primero y San Sebastián de lo segundo. Gernika y Basauri son ejemplo de otra forma de castigo: la diferencia entre el voto municipal y el foral.
            El PSE gana representación municipal: obtiene 300 concejales en esos 88 municipios, 46 más que en 2003. Además, sus buenos resultados sólo quedan empañados por la pérdida de la primacía en Santurce y por un leve retroceso de porcentaje y posiciones en la zona minera vizcaína y en algunos de sus bastiones guipuzcoanos. El resultado global del PP refleja, por el contrario, un goteo de pérdidas de poder municipal o de porcentaje en las tres provincias salvo en Getxo, Iruña de Oca y Arrigorriaga, a la vez que aguanta en las tres capitales, Irún y la Rioja alavesa. En los 88 mayores municipios pierde 43 concejales y se queda ahora con 124.
            Los resultados de EA dificilmente pueden resumirse en un titular. Sus 118 concejales en los 88 mayores municipios es una cifra apreciable, aunque sumados a los obtenidos por el PNV dan un saldo negativo abultado: entre ambos han conseguido esta vez 170 concejales menos. Por lo general, EA se mantiene donde se presentó en solitario hace cuatro años pero queda muy lejos de lo que compartía con el PNV. Su posición en Vizcaya la revela este dato: no tiene más que un concejal (en Galdakao) en los 11 municipios mayores; además ha perdido su joya (la alcaldía de Bermeo). Por contra, aguanta el tipo, aunque a la baja, en Guipúzcoa y Álava y tendrá la alcaldía de Gernika.
            Tampoco son fáciles de interpretar los resultados de la coalición Ezker Batua-Aralar. Como tal, ha obtenido 100 concejales (44 en Vizcaya, 2 en Álava y 54 en Guipúzcoa); mientras que, por separado, EB ha sacado 14 y Aralar otros 22. La suma total mejora notablemente los 89 logrados por ambos hace cuatro años. La coalición sale malparada en Vitoria, retrocede en Bilbao y queda demasiado lejos de los porcentajes de ANV, por lo general, allí donde se han admitido sus candidaturas. Este pulso no lo han ganado, y puede que esto sea un motivo de preocupación para ambos partidos sobre las futuras expectativas de su coalición.

Batasuna en el candelabro

            A mi juicio, si algo ha marcado las pasadas elecciones ha sido la manera en que las ha afrontado Batasuna. Nunca lo había hecho, como en este caso, tocando tantos palos a la vez y con tanta eficacia para sus propósitos.
            De entrada, hizo una exhibición de la implicación personal de sus seguidores para avalar con más 83.000 firmas las candidaturas presentadas por las agrupaciones de electores Abertzale Sozialistak y para completar simultáneamente una segunda línea alternativa de candidatos en Acción Nacionalista Vasca. El hecho de que todo el mundo supiera que las primeras no cumplían los requisitos para ser legalizadas y de que las posibilidades de la segunda (ANV) eran inciertas, revalúa en todo caso esta muestra de sus poderes cívicos.
            En segundo lugar, ha realizado una campaña electoral convencional de apoyo a las candidaturas legalizadas de ANV a la vez que ha hecho un alarde medido de su fuerza para la bronca, mediante la intimidación a otros candidatos y a sus respectivos partidos, acusados de lapurrak (ladrones), para que conste la «anormalidad que vive Euskal Herria», dicho en su lenguaje. De paso, esta forma de presión anticipaba una amenaza (de desestabilización en los ayuntamientos a los que no se les ha permitido acceder) y su chantaje habitual a la sociedad (para que no se cierre el «proceso», es decir, para que ETA no lo siga cerrando, dicho sin los retorcimientos de su lenguaje).
            Y, sobre todo, ha sabido tocar la tecla de la movilización emocional con argumentos fundamentales para su entorno. Como la descalificación de la democracia española («porque permite que las gentes de Batasuna estén en situación de apartheid politico y de asesinato civil») y de las elecciones («que no dibujarán el mapa político real»). O el llamamiento a la épica («aquí no se rinde nadie»). O la apelación al orgullo tribal con lo importantes que son y con la importancia de su causa (que les marcan «como a los judíos» -como contaminados y contaminadores-, por ser «la verdadera oposición», los únicos «disidentes-alternativos», el «motor de la libertad de Euskal Herria», la «fuerza clave para el cambio político y social», por formar parte del «independentismo combativo», etc.). O la utilidad del voto a ANV («nos jugamos el fin del conflicto», «es el único voto útil para demostrar el apoyo social al proceso democrático»).
            A la vista de los resultados del voto válido y nulo a ANV ha reconocerse que un alto porcentaje de su potencial electorado ha correspondido a una campaña tan halagadora y reconfortante. Muestra de lo cual es el apoyo logrado allí donde han podido votar a sus candidatos: por encima del 40% del voto emitido (en Oiartzun, Hernani, Usúrbil, Lezo y Elorrio), del 31% al 40% (en Villabona, Rentería, Azpeitia y Bergara), del 22% al 30% (Mondragón, Bérriz, Ordizia, Markina, Azkoitia, Urretxu, Llodio, Zumaia, Gernika, Legazpi, Sopelana, Deba y Miraballes). El voto foral denota tendencias contrapuestas en cambio. Donde han podido presentarse o bien ha sacado menos del 10% (en Gazteiz y en la zona minera y la margen izquierda vizcaínas) o bien más del 20% (en la zona alavesa de Aiara). Algo similar ocurre con su voto nulo. En un extremo está Bilbao, con el 7%. En el otro, las circunscripciones guipuzcoanas de Deba-Urola (24%), Oiarso-Bidasoa (20´1%) y Oria (27´7%). En medio, Donostialdea (16´89%), Durango-Arratia (16´82%), la zona costera vizcaína (16´05%), y las Tierras Esparsas (14´93%) en Álava.
            La cifra global de este voto, unos 170.000, es similar a la de HB en 1995. Lo cual suscita, por lo menos, estas dos reflexiones: 1) el atentado de Barajas no ha pasado factura en este voto; 2) una organización intrínsecamente autoritaria mientras exista como es ETA solo puede leer estos datos como confirmación de su liderazgo y como aval a su persistencia.

Curiosidades sobre la peculiaridad vasca

El mapa electoral de las once circunscripciones forales (3 alavesas, 4 guipuzcoanas y 4 vizcaínas) confirma una vez más la pluralidad ideológica e identitaria de nuestra sociedad, pluralidad que se expresa en lo político a través del apoyo a seis partidos con representación institucional significativa y de variadas combinaciones del sentimiento de identidad vasco-español y el sentimiento nacionalista-vasco. En él, nuestra pluralidad se asemeja al modelo de la piel de leopardo con cuatro situaciones diferentes: a) un espacio donde predomina el voto más vasco-español y hay una importante presencia del voto manifiestamente abertzale (cerca del 40% del voto emitido), que se da sobre todo en Vitoria; b) una situación de pluralidad muy paritaria en Bilbao, Margen Izquierda-Encartaciones y Donostialdea; c) la situación, inversa a la de Vitoria, de predominio nacionalista-vasco con fuerte arraigo de lo vasco-español: en Oiarso-Bidasoa (41´32%), Durango-Arratia (32´43%) y Tierras Esparsas (35´98%); d) un amplio espacio territorial de clara hegemonía nacionalista-vasca con una presencia vasco-española minoritaria pero no invisible (entre el 20% y el 30%): en la zona alavesa de Aiara, la vizcaína de Uribe-Busturia-Lea Artibai y las guipuzcoanas de Deba-Urola y Oria. La constante repetición de este mapa electoral, con ligeras variaciones, es un indicador del sentido del voto y de la fidelidad de los electores.
            La composición de las tres Juntas Generales [debe tenerse en cuenta que los escaños forales no tienen el mismo valor: si en Álava un escaño cuesta aproximadamente 5.000 votos, el escaño guipuzcoano costaría 11.000 y el vizcaíno 18.500] tras los cuatro últimos comicios forales, permite examinar con perspectiva comparativa y algo más al detalle los pequeños movimentos electorales habidos. [Ver cuadro ]
            El espacio de voto vasco-español (PP y PSE, para simplificar) ha ido a más año tras año en ese tiempo. Dentro de este nicho socio-electoral se va modificando el peso de cada partido: ambos partían de una situación de paridad en 1995, pero excepto en 1999 se está dando una corrección a favor del PSE.
            El nicho de voto nacionalista-vasco (PNV-EA-HB/Batasuna, también para simplificar las cuentas), se amplía un poco en 1995 y en 1999, pero va a menos en las dos últimas elecciones incluso si se hubiera tenido en cuenta el voto nulo en la composición de las Juntas. Dentro de este espacio, la distancia entre PNV-EA y HB es oscilante, mientras que la de PNV y EA vuelve a tiempos pasados aunque con una neta corrección a favor del PNV.
            El espacio «soberanista», suponiendo por tal cosa la suma de votos al PNV, EA, HB, Aralar y Ezker Batua, no solo no crece sino que más bien disminuye su diferencia con el vasco-español. La composición de las Juntas corregida con el voto nulo según las cuentas del diario Gara en 2003 y 2007 no alteraría esta conclusión.