Javier Villanueva
La consulta soberanista
(Hika, nº 134-135, junio de 2002)
El lehendakari Ibarretxe la ha propuesto como uno de los tres pies de su programa de pacificación y normalización, junto al derecho a la vida y el diálogo. Mientras que Arzalluz no solo la menciona frecuentemente sino que incluso se recrea en personificar este asunto (eso es cosa del lehendakari Ibarretxe, le gusta decir). Pero, de momento, y pese a tan ilustres padrinos, el planteamiento de la consulta ha sido muy tangencial y nada claro. Asoma el asunto una y otra vez, en amagos continuos, pero no se aclara gran cosa su sentido, qué es lo que se va a preguntar, ni cuándo se piensa realizar. Hasta el punto de que ya hay quien la denomina en el diario Gara, con una sorna bonachona, la consulta indeterminada. O quien sugiere, sensatamente, que no merece la pena hablar de una consulta que no se sabe cuándo se va a hacer ni qué se va a preguntar en ella.
Tal vez lo que mejor define esta indeterminación es que a estas alturas, cuando ya lleva un tiempo rodando en la vida política todavía no se ha clarificado cual va a ser el carácter de la consulta, lo que está en íntima relación tanto con su finalidad, su para qué, como con la modalidad que se escoja. ¿Va ser un procedimiento dentro de las reglas de juego vigentes o pretendería mantener un pulso soberanista con la legalidad? ¿Se busca dirimir, dilucidar, elegir... o se trataría de ratificar algunas decisiones ya tomadas por los convocantes? ¿Va a ser como una encuesta o un sondeo de opinión a lo grande y con urnas o será un referéndum no vinculante que compromete moralmente al que lo convoca? Da toda la impresión de que todas estas cosas todavía no se tienen claras o no están claras.
EL CUÁNDO. Para empezar hay no pocas contradicciones y mucha confusión en lo que se dice sobre el cuándo. Por ejemplo, si se puede llevar a cabo mientras persista ETA. El lehendakari ha insinuado en varias ocasiones que no admite que ETA le marque la agenda política y que, por tanto, la consulta podría realizarse si ETA no deja de matar; en lo cual le ha respaldado Arzalluz (la convocatoria de la consulta no puede quedar condicionada por la estrategia de ETA Gara, 20.4.02). Pero Ibarretxe también ha sugerido lo contrario: para que estemos en clave de diálogo y decisiones resolutivas es fundamental que exista un escenario de ausencia total y absoluta de violencia (Deia, 19.5.02). La reciente propuesta de ELA, Apuntes para un proceso soberanista, excluye la posibilidad de realizarla mientras ETA siga y exige el cese definitivo e incondicional de todo procedimiento violento como expresión política para dar cualquier paso adelante en la vía soberanista. En el mismo sentido y de forma igualmente terminante se han manifestado otros líderes del PNV. Como Anasagasti: con violencia es imposible plantear nada (Gara, 28.4.02). O como el diputado general de Vizcaya, Bergara, quien pospone toda decisión libre de los vascos sobre cómo articular su vida social a cuando hayan desaparecido totalmente la violencia, las coacciones y el miedo (El Correo, 6.5.02).
Por otra parte, apremiado por las preguntas de los periodistas a precisar algo más acerca del momento, Ibarretexe ha confesado que las actuales circunstancias no son idóneas para una consulta. El lehendakari no oculta su preocupación por la oportunidad: haremos la consulta cuando lo creamos oportuno, cuando se den las bases y circunstancias que creamos oportunas (El Mundo, 2.5.02). Pero, al menos hasta ahora, no ha logrado esclarecer demasiado cuáles son los criterios en que se basa al evaluar la oportunidad o no del momento.
Ibarretxe ha tirado en ocasiones de un criterio de oportunidad bastante vaporoso, a saber, que exista conciencia en la sociedad de poder decidir sobre determinadas cuestiones para las que hoy todavía no existe el suficiente reposo (Gara, 26.04.02). Otro criterio de oportunidad que maneja y que parece de entrada más claro, cuando nos permita hacerlo sin provocar divisiones sociales y sin provocar crispaciones más allá de las estrictamente necesarias y racionales en una sociedad (Deia, 14.5-02), tiene el inconveniente de que puede dejar la consulta para el próximo siglo tal y como está el patio. Y una sensación similar produce el que parece, junto al anterior, el criterio más sólido al menos en cuanto a la ética de las responsabilidades: Si se hacen consultas es para arreglar las cosas y no para empeorarlas (Deia, 19.5.02).
Pero, por decirlo todo, si el criterio predominante es el expresado alguna vez por Arzalluz, de hacer la consulta cuando podamos ganarla, porque nada se convoca para perder, ese criterio nos devuelve a la cruda realidad actual y nos sume en el pronóstico pesimista de que esto no tiene arreglo mientras estemos vivas las actuales generaciones y mientras sigamos pensando nuestro país (Euskadi o Euskal Herria o Países vasco-navarros o Pays Basque) en esos términos tan sectarios de ganadores y perdedores
Hoy por hoy el dilema principal del cuándo es que condiciona de forma inevitable y restrictiva tanto el dónde como el quién. Cuanto antes se quiera realizar la consulta tanto más evidente resulta: 1) que no podrá hacerse en Navarra o en Iparralde, de modo que el quien y el dónde se restringirán forzosamente a la CAV, 2) que incluso en la CAV le será difícil no ir asociada a un intento sectario, de parte, y que sólo un milagro evitará que sea una consulta expresamente deslegitimada por el PSE y el PP.
SOBRE QUÉ. No menor indeterminación y confusión se detecta en lo concerniente a qué se piensa preguntar en la consulta. Una pregunta que satisfaga a todos parece más difícil que hacer un círculo cuadrado. Pero, por contra, cuanto menos representativa sea de algunos intereses sustanciales en juego habrá más damnificados en la consulta y ésta más se alejará del criterio de arreglar las cosas y no empeorarlas.
Hace unos meses, cuando la presencia de ETA era más cruda, el lehendakari lo llegó a plantear como una consulta doble y simultánea, una sobre la autodeterminación si ETA no deja de matar y si el PP persiste en su inmovilismo, la otra sobre ETA y contra ETA para compensar el efecto de la anterior. Pero esta idea no aguantó ni un suspiro ante el chaparrón de críticas que le cayó encima, dado que someter a la medida del voto ciudadano en una consulta la legitimidad de ETA es un verdadero despropósito ético-político. En cuanto a la otra parte de esa idea, la consulta sobre autodeterminación, también está en entredicho. El lehendakari Ibarretexe parece preferir una consulta de ratificación, para ratificar todos los acuerdos o desacuerdos que se vayan produciendo entre las formaciones políticas (Gara, 26.04.02) o para ratificar las decisiones acerca de cómo queremos construir este país en el futuro (Deia, 14.05.02), y parece inclinarse a que la pregunta no sea sobre el derecho a decidir, porque éste ya lo tiene el pueblo vasco. Detrás de esta opción subyace la idea de que no se saca nada en limpio de poner a consulta un derecho que ya se tiene y tanto menos si la consulta se restringe al ámbito de la CAV.
Pero esto no está ya zanjado ni mucho menos. En estos momentos, circulan ya por los medios políticos otras propuestas que no renuncian, sino todo lo contrario, a que la consulta sea sobre el derecho a decidir. La de ELA, por ejemplo, propone una consulta a doble vuelta, de modo que en la primera se someta a consulta la voluntad de autodeterminarse o el ámbito de decisión, mientras que en la segunda se trataría de ratificar una declaración de soberanía.
Algo similar, y también en dos fases, defiende Ramón Zallo1, quien propone un primer plebiscito sobre el ámbito de decisión y luego, tras un tiempo más o menos largo, un segundo referéndum sobre el contenido preciso del autogobierno y sobre el modelo de relaciones con el estado, otros territorios y la UE, esto es, una reforma soberanista del estatuto según matiza. También sostiene la doble consulta Mario Zubiaga2, quien sugiere que se pregunte en la primera: si la ciudadanía desea decidir como ciudadanía vasca o navarra o como parte de un sujeto político mayor, la ciudadanía española o francesa, esto es, dicho de modo que quede más claro, si la ciudadanía vasca desea jugar con las reglas establecidas por y para la ciudadanía española o francesa o si desea jugar a la política con reglas propias. Esta consulta abriría el paso posteriormente, según lo diseñado por Mario Zubiaga, a un proceso de negociación y articulación interna y externa del nuevo marco, global o parcial, proceso que culminaría a su vez en una consulta final sobre el nuevo marco global o parcial.
DÓNDE Y QUIÉN. Aquí se mezclan dos planteamientos formalmente distintos. Por un lado, está el del lehendakari Ibarretxe, quien ha de atenerse necesariamente al ámbito de la CAV, por imperativo puramente democrático derivado de su propia representatividad. Otra cosa muy distinta es que revista sus decisiones políticas de una retórica congruente con su imaginario nacionalista-vasco y, por tanto, que las defienda en nombre de un Pueblo Vasco que va más allá de la CAV, etcétera. Y otra cosa, asimismo, es que calibre de forma más o menos fina qué tipo de consulta puede hacerse en la CAV si quiere ganar en Álava y si pretende no empeorar las cosas en Navarra o Iparralde. Por otro lado, está el planteamiento de quienes esto de la consulta lo afrontan como una forma de visualizar, así lo dicen, un único territorio, toda Euskal Herria, y un único sujeto de decisión, toda la ciudadanía de toda Euskal Herria.
¿Es posible plantear y realizar una consulta en Navarra y en Iparralde, tal y como están las cosas, de forma más o menos simultánea a la que pudiera hacerse en la CAV? ¿Quién o quiénes habrían de convocarla? ¿Se podría preguntar lo mismo o tendría que haber distintas preguntas? ¿Se está pensando de nuevo en un camino a lo padanio ante la imposibilidad de hacerlo de otra manera en Iparralde? ¿Se está pensando, seriamente, en utilizar una organización como Udalbiltza, muy respetable pero pura y simplemente una coordinadora de electos del mundo nacionalista? ¿Tiene más ventajas que inconvenientes hacer una consulta testimonial en Navarra e Iparralde, como sugiere ELA, ante la imposibilidad de contar con instituciones representativas que la convoquen?
Como todo esto está aún muy verde y no se trata de hacer ejercicios estériles de política-ficción, lo que se puede decir por el momento es que los dilemas principales de la consulta, en relación con este asunto, son dos. Uno, que si se pretende visualizar esa unidad nacional, todo pasa previamente en buena lógica por construir mayorías en las instituciones representativas (de Navarra, Iparralde y la CAV) o bien que estén por esa labor expresamente o bien que estén, siquiera, por hacer leyes que permitan la consulta a sus respectivas sociedades y la regulen. Dicho de otra forma, hay que aceptar: 1) que Euskal Herria está formada hoy, a todos los efectos políticos, por tres ámbitos de decisión; 2) que la aceptación de este hecho político e institucional es una regla de juego imprescindible para toda acción política democrática, 3) que incluso quienes pretendan cambiarlo, para convertirlo en un único marco nacional, han de pasar necesariamente en cada uno de ellos por separado por la conquista de las mayorías democráticas que legitimen expresamente dicho proyecto.
El otro dilema es cómo justificar la opción de ir a la consulta donde se puede hacer ahora, esto es, en el ámbito incompleto de la CAV como dice ELA, habida cuenta que dicha opción consagra de hecho una nueva partición territorial de Euskal Herria ante quienes están pensando en un único ámbito nacional (Euskal Herria) y en un único sujeto titular (toda Euskal Herria) del derecho a la autodeterminación. Además, dada la poca finura de argumentos con la que el conjunto del nacionalismo-vasco viene manejando en los últimos tiempos el asunto de la partición territorial de Navarra e Iparralde, me temo que los causantes de la nueva partición no se van a librar del vituperio de haberla gestado y que lo tienen muy crudo ante los Jagi-Jagi del momento que levantarán el estandarte de la ortodoxia doctrinal. Por de pronto, alguien significado en la exégesis del nacionalismo radical (y de la verdadera doctrina nacionalista) ya ha apuntado recientemente en las páginas de Gara que habrá que volver a enarbolar la independencia frente a la autodeterminación.
POSDATA 1. En el corto plazo, y a tenor de las posiciones de los principales actores al respecto, esto de la consulta tiene escasas posibilidades de cuajar. 1) ETA anuncia que va a seguir: Están tuertos los que basan la paz en el alto el fuego de ETA, y bizcos los que piensan que la paz vendrá por sí sola (Gara, 31.3.03). 2) Batasuna pone el complemento y mantiene su programa de condicionar la paz al cambio político: La paz es cambio político, es la modificación del statu quo (Otegi. Gara, 28.4.02). 3) El PSE-EE avisa: Si el Gobierno vasco camina en esa dirección (de la consulta popular) que se olvide de nosotros para cualquier entendimiento y colaboración (Ramón Jauregui). O bien avisa incluso de que puede desencadenar un proceso disgregador: Si Ibarretxe pone fecha para una consulta soberanista, los socialistas alaveses pondremos en marcha iniciativas en dirección contraria para fortalecer el estatuto y la constitución (Javier Rojo. Deia, 14.4.02). Perspectiva esta última en la que parece encontrarse muy a gusto el PP: también podríamos consultar si los alaveses debemos acatar lo que vizcaínos y guipuzcoanos sumen en un referendo (Ramón Rabanera, diputado general de Álava). 4) Rajoy (ABC, 4.4.02) no parece nada incómodo con la perspectiva: Arzalluz sabe que no es posible convocar un referéndum porque no tiene competencias para ello. Tengo la convicción de que esa situación, que sería de ruptura clara de las reglas de juego democrático, no se va a producir.
En resumen, no parece que un cuadro político como éste, con el tripartito de Lakua contra todos los demás, sea el más adecuado para celebrar la consulta.
POSDATA 2. Dado pues que a la corta esto de la consulta no puede ser (y lo que no puede ser es además es un imposible, que decía el filósofo -y torero- Rafael Guerra, Guerrita), cabe preguntarse por qué sin embargo se está consolidando como una pieza fundamental de la visión nacionalista-abertzale en este momento.
A mi juicio, la respuesta está en que la consulta, pese a su indeterminación y a su imposibilidad a corto plazo, es ante todo y sobre todo una expresión o manifestación de la esencia misma de la idea nacional(ista) vasca. Esto es, que somos un pueblo (en el sentido ideológico-político en que sólo el nacionalismo-vasco entiende ese término), que todo pueblo tiene derecho a decidir (en el sentido en que lo entiende esto el nacionalismo-vasco), que a este pueblo no se le deja decidir por estar subordinado a los estados español y francés... Para un mundo nacionalista-vasco que se percibe de este modo, la idea de la consulta engancha con el asunto central de su reconocimiento como pueblo que decide por sí mismo y toda esa literatura del ser para decidir y del decidir para ser. Dicho de otra forma, para el nacionalismo-vasco, la consulta es un anticipo de ese horizonte final en el que pueda decidir las cosas sin estar supeditado a una mayoría nacional española percibida como ajena y, en el fondo, como enemiga. Es verdad que la otra mitad de la población no comparte la cosmovisión del nacionalismo-vasco o tiene otra idea distinta del pueblo vasco y de su relación con España. Pero aun así, la cuestión de la consulta pone sobre la mesa una demanda nacionalista que requiere una respuesta cuando menos abierta al diálogo y a la negociación y no puramente negativa.
En segundo lugar, habida cuenta que hoy no está madura, ni siquiera en la CAV, una sociedad vasca que se piense expresa y manifiestamente como una sociedad no española (conforme al canon de identidad abertzale: no somos españoles ni franceses, sino únicamente vascos), y dado que hoy día no se podría sacar adelante un referéndum de secesión salvo en Guipúzcoa (y tampoco en San Sebastián, Eibar, Irún, Rentería, etc.), la cuestión de la consulta se está planteando en un terreno de indeterminaciones, generalidades y banalidades sobre la democracia, el soberanismo, el derecho de decisión del pueblo vasco, etc., que resulta muy cómodo para el mundo nacionalista-vasco. Es más, hoy por hoy, casi toda la defensa de la consulta es propaganda pura y dura de una ideología nacionalista-vasca naturalizada como si fuera un valor universal (y no de parte) y la esencia misma de la democracia; un puro y duro ejercicio de agit-pro por decirlo de otra forma. Una vez más se está demostrando que las exigencias de la política y su voracidad reduccionista son capaces de triturar y fastidiar cualquier idea positiva.
Por otra parte, la consulta tiene además un sentido más inmediato e instrumental dentro del mundo soberanista interesado en prepararle a ETA y su entorno una pista de aterrizaje. De manera que es también un guiño a ETA: a ver si se decide a dejarlo ante el atractivo de este camino, ante la oferta de formar parte del equipo de ganadores, esto es, ante un horizonte de triunfo que puede amortiguar su caída final. A la vez que es un campo de expresión y expansión de sus entornos, necesitados de emprender una dura reconversión tras dos décadas en los cuales el sostenimiento de ETA ha consumido el grueso de sus energías. El principal riesgo de esta operación es que se reedite un Lizarra-bis soberanista y se reproduzcan, los errores de sectarismo y frentismo del Lizarra-1. Dicho de otra forma, que pierda de vista el conjunto de la sociedad y que se vea arrastrada por la misma lógica parcial (y tribal) que ofuscó al Lizarra-1. Me temo que ese riesgo no está suficientemente despejado aunque sólo sea por aquello de que los seres humanos somos capaces de tropezar mil veces en la misma piedra.
En cuarto lugar, y finalmente, por si se tuercen las cosas, por si ETA se empeña en persistir... esto de la consulta también puede servir, dentro del mundo soberanista que está porque ETA lo deje en nombre de que su persistencia arrastra al desastre al conjunto del nacionalismo-vasco, para que algunos puedan cubrirse ante las críticas de otros. En ese caso, la imposibilidad de llevarla adelante sería automáticamente uno de los argumentos más contundentes en contra de ETA y su entorno, a los que se culpabilizaría de frustrar las expectativas de un proceso soberanista.
POSDATA 3. Todo este asunto de la consulta es inseparable de lo que se ha venido en llamar el giro soberanista del nacionalismo vasco. Lo cual, si se mira bien, equivale a reconocer no ya sólo su paternidad, que obviamente está en el mundo soberanista-vasco, sino también su lógica de fondo. La consulta es la estrella principal de ese giro soberanista del nacionalismo vasco.
Una crítica rigurosa de la consulta exige hacer otro tanto, por consiguiente, de ese giro ideológico-político soberanista, un movimiento francamente complejo y que no se puede despachar con tres o cuatro simplezas. Para tratarlo en serio es menester examinar y distinguir tres planos cuando menos. Primero, lo que el soberanismo vasco dice de sí mismo, esto es, su discurso sobre la relación entre soberanismo y democracia o entre ésta y el nacionalismo-vasco o entre éste y el soberanismo, entre otras cosas, así como sobre la autodeterminación vasca. Segundo, lo que es, realmente, habida cuenta la complejidad de intereses que alberga y administra: favorecer el final de ETA y la reconversión de su entorno, ganar elecciones y asegurar el poder y la hegemonía en la CAV, defender y desarrollar el autogobierno vasco ante las tendencias centralistas a considerarlo un poder político subordinado, explorar las posibilidades de unidad abertzale a favor de un programa común de cambio que promueva sus aspiraciones tradicionales, por mencionar algunos más evidentes. Tercero, su inevitable conexión con la situación de poder establecido que disfruta el nacionalismo vasco en la CAV y su contaminación profunda e inevitable, por tanto, por la permanente necesidad de legitimación que genera todo poder establecido, incluso también cuando se trata del poder de los míos. Ignorar esta conexión del soberanismo vasco y esa fuente de contaminación del mismo es de una candidez inconmensurable.
POSDATA 4. Como éste no es el momento de entrar en tales profundidades, me limito a enunciar brevemente ahora algunas ideas elementales, a modo de contrapunto final de este artículo: a) las consultas, plebiscitos o referéndum son instrumentos democráticos necesarios para una comunidad política con capacidad de decisión e intervención sobre las cosas que le atañen; b) no sólo no tiene nada de malo, como le gusta decir a Ibarretxe, sino que está bien poder decidir, es lo más democrático, y no está bien no poder hacerlo; c) que el ejercicio del derecho de decisión no garantiza la bondad ni la oportunidad de lo decidido; es importante que la decisión sea democrática, pero aún es más importante que lo decidido sea justo, conveniente y oportuno; d) que el valor democrático y la eficacia de una decisión se reduce considerablemente o puede llegar a ser nula o incluso puede acabar siendo negativa en la medida en que no haya unos consensos previos mínimos sobre la legitimidad de la consulta, sobre lo que se pregunta y sobre los resultados de la misma; el valor democrático que se le supone a la consulta es algo que debe confirmarse de hecho en su realización concreta, esto es, en el acierto al decidir todo lo relativo a su para qué y sobre qué, al cuando, al quién y al dónde; e) que en nuestro país hay mucho trabajo previo por hacer, entre la clase política y en la cultura pública de la sociedad, antes de plantear una consulta, sea la que sea, que no empeore las cosas; f) que -como parte de ese trabajo previo- es menester elaborar unas leyes de consultas (tanto en la CAV como en Navarra) que reflejen unos acuerdos básicos sobre el país (o los países) que somos realmente y sobre cómo queremos administrar la diversidad profunda que le caracteriza. ¡Bienvenida sea una consulta o un plebiscito o un referéndum de ratificación de esos acuerdos básicos!