Javier Villanueva

Oportunidad y sentido de la critica a ETA
(Hika nº 147, septiembre de 2003)

I. Leo en Gara que el ciclo abierto con la ruptura de la tregua está ya agotado. Me pregunto si con eso se nos quiere decir que estamos en vísperas de un nuevo ciclo de ETA, y, por tanto, de alguna novedad “estratégica” para que gane efectividad su artefacto político-militar... o si, por el contrario, se nos sugiere, de manera ambigua e indirecta, que ETA está ya en tiempo de descuento y en situación terminal.
Observo a continuación en ciertos ambientes que, tirando de este último hilo, esto es, de la manifiesta debilidad actual de ETA, se concluye, por tanto, que contra menos se hable de la cosa mejor que mejor; algo así como lo de “a enemigo que huye, puente de plata” o lo de “no hacer leña del árbol caído”. En cuyo caso se encadenan un diagnóstico y una posición; el diagnóstico: que ETA ya no es un serio problema en la actualidad, la posición: favorecer lo más posible que ETA “se vaya” definitivamente.
A mí no me convence nada ese diagnóstico. Da por supuesto que ETA quiere “irse”, mientras que los hechos y las declaraciones de ETA están desmintiendo esa presunción. Por otra parte tampoco me convence que se devalúe el interés y la oportunidad de la crítica a ETA, cosa que se deriva inevitablemente de lo anterior y que no se corresponde con el papel que sigue jugando en nuestras vidas. De mi diagnóstico se deduce, por el contrario, que es, ahora mismo, uno de los más graves problemas de la sociedad vasca sino el principal de ellos, a pesar de su actual debilidad operativa y política. Lo cual equivale a afirmar la oportunidad y el sentido de la crítica a ETA.
II. Para empezar, no debe menospreciarse un dato que aparece persistentemente en las encuestas de los últimos años: ETA es el principal problema para la mayoría de la sociedad vasca.
Segunda razón. Pocas cosas pueden compararse por su magnitud y su gravedad a las repercusiones más directas de los atentados de ETA sobre las personas incluidas entre sus objetivos preferentes (unas 42.000, según dice Gesto por la Paz). Es cierto que ETA no puede atentar contra tanta gente, pero no es menos cierto que tiene aterrorizadas a sus víctimas potenciales y les está amargando la vida. ETA es ahora como una incierta “ruleta rusa” para todas ellas y nadie puede quitarles de la cabeza el temor de que les toque lo peor.
De la consideración de otro aspecto esencial de ETA: su propósito de amedrentar a cuantos no compartimos su proyecto de país, se deduce asimismo que sigue siendo en la actualidad uno de los más serios problemas que tenemos. Ese propósito de ETA es intrínsecamente antidemocrático y antipluralista: actúa para chantajearnos, persiste para que desistamos, trata de atemorizar a la sociedad y al sistema político para que nos amoldemos a sus designios.
También es un problema muy serio por las nefastas consecuencias indirectas de todo tipo que acarrea su mera persistencia. Me limito a mencionar, como muestra, estos cuatro botones: 1) ETA aleja del nacionalismo-vasco a la parte de la sociedad vasca que no se identifica con sus fines; 2) ETA aleja del nacionalismo-vasco a la mayoría de los navarros y de los españoles, aún a los más predispuestos a un pacto de convivencia que respete y encauce la pluralidad nacional existente, y aleja por tanto la posibilidad misma de llegar a un acuerdo que dé salida al “contencioso” histórico vasco; 3) ETA contamina todo lo que toca, como ahora el Plan Ibarretxe, cuya legitimidad queda en entredicho por el mero hecho de plantearse mientras persiste en sus atentados y asesinatos; 4) la lucha contra ETA es el pretexto perfecto para que los aparatos estatales refuercen sus tendencias más autoritarias y para que el sistema político que tenemos pierda calidad democrática.
III. A lo dicho hasta aquí se añade un agravante: el apoyo social que aún mantiene ETA. Me refiero al apoyo en el sentido más amplio de la palabra: explícito o tácito, directo o indirecto, que incluye diversos y complejos grados de identificación y de solidaridad con ETA, de sentido de lealtad hacia ETA. Éste es el aspecto más espinoso de tratar y al mismo tiempo el más decepcionante y doloroso, ya que implica la existencia de una quiebra muy profunda respecto a los valores de convivencia de la sociedad más básicos.
A menudo, se suele invocar con razón la decisiva importancia del apoyo social para la viabilidad de ETA. Pero, lamentablemente, no se insiste lo debido, a mi juicio, en que el divorcio tan profundo de valores sobre el que se sustenta dicho apoyo es una grave amenaza para la viabilidad de cualquier sociedad. No puede haber mayor distancia y mayor quiebra moral que una parte de la sociedad se guíe por la fidelidad étnica y considere “uno de los nuestros”, un gudari de hoy, un héroe, a quien otra parte de la sociedad tiene por asesino de acuerdo con la ley penal democrática y la moral universal. El hecho de que la lucha del estado de derecho contra ETA genere casos similares de esquizofrenia moral en “la otra parte”, que mira para otro lado ante los desmanes legales e ilegales (desde los malos tratos y torturas hasta el GAL) de los “servidores de la ley”, no justifica esa quiebra ni reduce su gravedad. Todo lo contrario, es una muestra de que la espiral de la acción-represión-acción también produce, además de otras cosas, unas dinámicas perversas en la vida moral de nuestra sociedad.
El apoyo a ETA es difícil de medir y aún más difícil de interpretar, ya que en gran parte se expresa ahora través del silencio o de la no condena o de la “contextualización del conflicto”. Pero en todo caso se puede afirmar con toda seguridad que es decreciente en todos los sentidos. Hoy día no sólo es menor que hace unos años, sino que se manifiesta además de una forma menos directa y entusiasta y refleja una identificación más débil. Es más, frecuentemente expresa, incluso, un deseo “terminal”: de acompañar a ETA para que termine “cuanto antes” y de la manera “menos mala posible”.
Hoy día en la parte de la sociedad identificada con el nacionalismo-vasco predomina la idea de que ETA sobra y estorba. Esta idea ha florecido en medios nacionalistas influyentes, como las élites del sindicato ELA o de los partidos PNV y EA. Pero su mejor termómetro es la conciencia, extendida incluso en la propia base electoral de Batasuna, de que los atentados de ETA perjudican gravemente a la causa nacionalista-vasca. Se trata de un juicio político que subraya no sólo la ineficacia de los atentados de ETA en la actualidad, esto es, que no sirven ahora para lo que ETA o sus entornos civiles dicen que sirve, sino también su repercusión negativa: porque mancha de sangre y deslegitima objetivos políticos que comparte todo el mundo nacionalista y porque ha provocado la rebelión de un nuevo movimiento civil aglutinado en torno a las víctimas de ETA con un tinte “anti-nacionalista” muy difícil de evitar hoy por hoy.
Pese a la evidencia de esta pérdida de apoyo social, se puede decir que ETA mantiene todavía unas bases de apoyo demasiado amplias para lo que hace y defiende realmente. Pero por decepcionante y doloroso que esto sea, estamos ante un hecho que tiene una explicación: no se disuelve tan fácilmente un fenómeno social de identificación para tanta gente como ha sido ETA. Hablar de ETA es hablar de un símbolo de refundación y regeneración del nacionalismo-vasco en la segunda mitad del franquismo o bien del referente simbólico y aglutinante de la oposición rupturista-radical al estado español al final de los años setenta y primeros de los ochenta del pasado siglo, en su momento de mayor auge. Dicho de otra forma, es hablar de un fenómeno social que gozó de amplia legitimación antifranquista inicialmente; legitimación que luego, durante los años de la transición postfranquista, se reforzó de forma indirecta o directamente con argumentos nacionalistas o de izquierda o de la teología de la liberación. Un fenómeno de esa naturaleza, que atraviesa además de manera muy profunda la vida y la identidad personal de mucha gente, tarda tiempo en desgastarse.
IV. Tal vez la nota más optimista acerca de todo esto es que en los últimos años está progresando en el conjunto de la sociedad un rechazo de ETA sustentado en un juicio moral y político más rico en contenidos, afortunadamente, en el cual destacan, entre otras, estas ideas: 1) el atentado político, matar al que piensa o siente de distinta manera, vulnera un principio moral fundamental en una sociedad civilizada y es por ello una aberración ética; 2) la presión actual de ETA sobre el resto del nacionalismo-vasco (PNV, EA y ELA), mediante el ejercicio del terror contra personas representativas de la parte “no-nacionalista” de la sociedad vasca, atenta contra un aspecto sustancial de la democracia: la construcción de una sociedad civil autónoma basada en el pluralismo, un valor imprescindible en la sociedad plural moderna, y en la participación política de la sociedad, un valor clave para la vida democrática; 3) ETA vulnera los derechos fundamentales de las personas “blanco” de sus atentados a las que aplica un código similar al de la guerra sucia y a la vengativa e incivilizada ley del talión; 4) una sociedad democrática no puede vivir bajo ningún poder fáctico paralelo -ETA, Tejero, el GAL- basado en las armas, el asesinato y el miedo.
Ni que decir tiene que este conjunto de ideas resulta más consistente, más certero, más claro, y, por tanto, más satisfactorio, que un juicio político que se atenga sobre todo a la cuenta de resultados y que separe la política de la ética. Si nos guiáramos única o preferentemente por el criterio de la eficacia o por el apoyo popular de las mayorías no tendríamos ninguna objeción seria contra la bomba atómica de Hiroshima ni contra la guerra moderna que es siempre terrorífica ni podríamos condenar a Hitler o al fascismo italiano o al franquismo o al estalinismo...
Es verdad que las más valiosas ideas morales y políticas que ahora circulan por nuestra sociedad han tardado tal vez demasiado tiempo en abrirse camino. Y es verdad también que nuestra sociedad no ha sido permeable a esas ideas hasta que no se ha percibido de manera palpable la debilidad de ETA, como ha señalado Juan Aranzadi. Pero esta constatación puede convertirse en un aliciente para acercarse a estos asuntos con un ánimo eminentemente autocrítico.
V. A mi juicio, la crítica a ETA que vaya más allá del argumento (político) de que “ahora ya no es útil” ha tenido que esperar, para tener audiencia, a que madurasen tres fenómenos que vienen actuando desde algo más de quince años. Uno, el alejamiento físico y simbólico del franquismo; lo que no pudo darse hace 25 años, porque no había mimbres para una salida rupturista, se ha conseguido de hecho en la última década bien por extinción biológica (el puro ciclo dicta que todo lo vivo muere algún día) o bien por la jubilación forzosa. Dos, la prueba de la experiencia continuada y estable del sistema democrático y de autogobierno; hace 25 años no se sabía lo que iba a dar de sí y vivíamos bajo la amenaza golpista, hoy ésta ha desaparecido, sabemos que el sistema democrático permite encauzar la convivencia de nuestra sociedad pese a sus numerosas imperfecciones y constatamos que nuestras vidas se han ido impregnando con el tiempo de hábitos y valores democráticos, liberales, pluralistas, “garantistas”... desconocidos por estos pagos en los que tanto ha abundado la exclusión del otro y la cultura guerra-(in)civilesca. Tres, la plena inserción de la política española en la Unión Europea ha acelerado los efectos de los dos fenómenos anteriores aparte de darles una mayor profundidad y credibilidad.
La suma de estos tres fenómenos, cuyos efectos han resultado convergentes, permite explicar el cambio que se ha dado en relación con ETA. Dicho de otra forma, da la clave de por qué ETA era funcional en los años de la transición y por qué ha dejado de serlo 25 años después. La cosa, si se mira de forma desprejuiciada, no tiene ningún misterio. Se reduce a constatar que durante unos cuantos años hubo una sucesión de acontecimientos que amortiguaban los efectos más negativos y problemáticos de la intervención de ETA. El más efectivo mecanismo “amortiguador” de esos años fue la continuidad de las policías y de la política de orden público. El acceso del PSOE al gobierno en 1982 no rompió con claridad con esa imagen de continuismo del franquismo, sino más bien lo contrario, al confirmar en sus puestos a los Ballesteros, Martínez Torres, Galindo, etc. Por el contrario, los tres fenómenos mencionados han ido asentando un sentimiento generalizado de bienestar y estabilidad (comparativas) que se ha convertido con el tiempo en el mayor enemigo de ETA.
VI. Una cosa es explicar el lento desgaste de la legitimidad antifranquista originaria de ETA y otra cosa bien distinta es explicar la lenta penetración de una perspectiva moral en la crítica a ETA. La explicación de lo primero no sirve para lo segundo.
A mi juicio, una clave fundamental de la lenta penetración de una perspectiva moral en la crítica a ETA se encuentra en los vacíos y lagunas de la generación antifranquista de los años sesenta y setenta.
La crítica a ETA de esta generación resultó ser particularmente pobre en cuanto a la perspectiva y los valores que manejaba, en especial en los registros morales, reveló una clamorosa ausencia de reflexión sobre los problemas que entraña el uso de la violencia para conseguir determinados fines y no fue más allá de una crítica al militarismo de ETA centrada en la “utilidad política” de sus atentados y un tanto abstracta en el mejor de los casos.
Las carencias de la crítica a ETA nos conciernen de un modo especial a tres grupos de la sociedad vasco-navarra: la “izquierda revolucionaria”, el nacionalismo militante y el clero de identificación abertzale. Los entonces adscritos a un ideario “revolucionario- antiestatista-antisistema-rupturista” éramos los más propensos a ser “compañeros de viaje” de ETA y a que nos deslumbrara su doble eficacia, como poder fáctico frente al estado y como aglutinante de un amplio movimiento social antisistema, tras haber sido pasados por las urnas de las primeras elecciones democráticas.
Creo sin embargo que tanto la nueva clase política del “nacionalismo democrático” como la clerecía de identificación abertzale nos han superado ampliamente en tanto que “compañeros de viaje” de ETA. Los políticos del PNV y luego de EA, me temo que se han guiado excesiva y unilateralmente por su innato olfato para recoger todo tipo de nueces de los árboles “movidos” por ETA que asentaran su poder hegemónico y su ocupación de todo tipo de instituciones. En cuanto a los clérigos, y algún que otro obispo, me temo que sus lagunas han sido aún mucho más estrepitosas, dado el valor moral que presupone su oficio; ellos habrán de especificar qué tipo de intereses les confundieron en su caso. Cada uno de estos tres grupos tiene un amplio territorio de autocrítica por delante a mi juicio. Por no hablar de la que han de hacer tanto ETA como los representantes de los poderes estatales, que son las dos más necesarias para que pueda darse un proceso de pacificación y normalización.
Por centrarme en lo que conozco de primera mano, señalaré algunas de las carencias que fundamentan mi autocrítica: 1) no veíamos a las víctimas de ETA, eran invisibles para nosotros, éramos insensibles a su tragedia, asidos a un discurso y a una práctica que borraba sistemáticamente su cara y sus nombres; 2) no nos percatamos de que la primera imagen de ETA: antifranquista, rebelde, altruista, prometeica, justiciera... se construyó desde la unilateralidad, la amnesia, la condescendencia acrítica, la dualidad moral, y que todas estas cosas, si bien se desarrollaron y agravaron muchísimo más tras el franquismo, ya estaban presentes hasta en el relato de la muerte de Etxebarrieta en 1968, un relato “olvidadizo” de que el primer muerto fue el guardia civil Pardines que él mismo mató; 3) estuvimos ciegos y sordos ante la dilatada experiencia de que la violencia se enquista en quien la usa y perpetúa la violencia; 4) incurrimos una y otra vez en la incoherencia de suspender las mismas obligaciones morales y deberes jurídicos hacia los otros que exigíamos como un derecho sagrado para los nuestros; 5) menospreciamos la crítica a las consecuencias negativas de ETA, en particular su aportación al desarrollo de una opinión pública a la que -hastiada de ETA- no le parece mal que en los aparatos estatales y en el conjunto del sistema político-institucional se refuercen las tendencias involutivas, autoritarias y restrictivas de las libertades y derechos fundamentales.
No es un buen síntoma que todavía haya una resistencia considerable a que se hagan estas autocríticas, que son, si se mira bien, no sólo un afinamiento necesario de la crítica a ETA, sino también y sobre todo una crítica en toda regla a las carencias de la sociedad, de las élites y del sistema político. Esa resistencia denota de alguna forma que ETA puede haber vencido en sus objetivos más de lo que se cree pese a estar totalmente derrotada en lo estratégico.
VII. Posdata para este otoño. Que Ibarretxe siga esgrimiendo su Plan como una propuesta de realización inmediata, mientras persiste ETA, es un ejemplo contundente de la victoria de ETA.
Hasta 1998 era ETA quien pretendía especular con el precio de su desaparición presentándose como la única expectativa de cambio; algo así como esta oferta: “me voy si la sociedad vasca y el estado me pagan lo que vale el que me vaya”.
Ahora, unos años después, cuando ETA es totalmente consciente de que ya no representa ninguna expectativa de triunfo, porque el Estado y la parte “no-nacionalista” de la sociedad vasca y la mayoría de la sociedad española ya no admiten ningún comercio político a cuenta de su desaparición, son el PNV y EA, a través del Plan Ibarretxe, quienes quieren capitalizar el precio de la desaparición de ETA con una pista de aterrizaje que beneficie a todos ellos; algo así como esta otra oferta: “si la sociedad y el estado nos pagan lo que vale la desaparición de ETA, es muy probable que ETA se vaya”.
Con el debido respeto, me parece un planteamiento que se desautoriza por sí mismo, ya que se pone a la altura de los hábitos de ETA, con el agravante en este caso de venir de donde viene, esto es, de quienes están al frente del gobierno vasco y del grueso de las instituciones.
La propuesta de Ibarretxe es legítima en tanto que pretenda ser un proyecto abertzale para una sociedad sin ETA, básicamente reconciliada consigo misma, ya curada de estos años de plomo. Pero en tanto que pretenda ser una propuesta de realización inmediata, mientras ETA sigue existiendo, toda su legitimidad se va al traste. El lehendakari no debe ignorar que en este caso su Plan descansaría en algo tan dudoso como querer aprovecharse de la propensión de la población a infectarse con un “síndrome de Estocolmo” a lo bestia a cuenta de la expectativa de que ETA podría desaparecer con ello y de manera que reportase un beneficio particular exclusivo a la parte de la sociedad vasca identificada con el nacionalismo-vasco. Un planteamiento de esta índole no lo subsana ninguna mayoría política y social ni ninguna consulta.