Jean-Paul Krivine
La tercera cruzada creacionista
(Hika, 176zka. 2006eko apirila)

           
Después del Proceso del mono de 1925 y del creacionismo científico de los años 80, estamos en la época del Intelligent Design que defiende la tesis de una evolución biológica orientada y programada.
            El 21 de julio de 1925 un juez de Tennessee condenaba a un joven maestro, Thomas Scopes, a una multa de 100 dólares por haber enseñado la evolución a los alumnos de una escuela pública de Dayton. El proceso, que terminaría conociéndose como el Proceso del mono desató pasiones en los EE.UU. y llegaría a ser el símbolo del enfrentamiento entre una América conservadora, atraída por el fundamentalismo protestante que aboga por la vuelta a las fuentes y a la moral frente a la degradación de las costumbres, y una América de los derechos civiles, partidaria del progreso y de la emancipación.
            La condena de Tennessee se pronunciaba en virtud de una ley del Estado que prohíbe “a todo enseñante de universidad, de escuela de profesorado o cualquier otra escuela pública financiada total o parcialmente con fondos del Estado, enseñar una teoría que niegue la historia de la Creación divina del hombre tal y como relata la Biblia”. En aquel momento el país se hallaba sumido en una verdadera cruzada antievolucionista: leyes, proyectos de ley, retirada de manuales escolares culpables de presentar al hombre como primo o descendiente del mono… En ese contexto la potente organización de defensa de los derechos ciudadanos American Civil Liberties Union (ACLU) intentó contrarrestar la ofensiva en el plano jurídico. A través de anuncios breves la ACLU encontró un enseñante que aceptaba ser condenado por haber enseñado la teoría de la evolución. La idea consistía en recurrir la constitucionalidad de la sentencia y obtener del Tribunal Supremo un parón definitivo de las leyes creacionistas que florecían a lo largo y ancho del país.
            Tres mil personas y cientos de periodistas se dieron cita en Dayton. Llenazo en los hoteles, la gente se aloja hasta en habitaciones de particulares. La pequeña ciudad rural de Tennessee vive un auténtico ambiente de fiesta. Las fachadas de los hoteles y edificios están cubiertos de carteles “Dios es amor”, “Dios es imprescindible”. Hay stands improvisados en todas las calles. El espectáculo promete. El Estado de Tennessee está representado por William Jennings Bryan, populista, orador brillante, candidato demócrata por tres veces a la Casa Blanca, y ex secretario de Estado del presidente Woodrow Wilson. Políticamente reformista pero fundamentalista convencido en materia religiosa, se había enrolado desde hacía varios años en la causa antievolucionista. El abogado de la defensa es Clarence Darrow, defensor de sindicalistas, símbolo del librepensamiento.
            Sin embargo, el proceso resultó frustrante ya que el juez se atuvo a la estricta interpretación de los textos: si Thomas Scopes ha violado la ley, será declarado culpable. No se escuchó a los expertos científicos llamados por la defensa. Pero permanecerá en la memoria el interrogatorio de Bryan, que aunque era el fiscal del caso, fue citado como testigo por la defensa en su cualidad de experto bíblico. A la cuestión “¿Afirma usted que todo cuanto está escrito en la Biblia debe ser interpretado literalmente?” respondía: “Creo que todo lo que está escrito en la Biblia debe ser aceptado tal y como está”. Hay que recordar que los creacionistas reivindican una interpretación literal de la Biblia, por lo que ése era un punto crucial del debate. A continuación, se le preguntaba detalladamente por ciertas afirmaciones del relato bíblico de la creación. “La Biblia dice que todos los seres vivos que no tuvieron sitio en el Arca de Noé se ahogaron en el diluvio. ¿Lo cree usted?” “Sí.” “¿Incluso los peces? En otro momento: “Dios eterno dijo a la serpiente: «Serás maldita por lo que has hecho entre todas las bestias y todos los animales del campo, y te arrastrarás sobre tu vientre»; piensa usted que ésa es la razón por la que la serpiente se ve obligada a arrastrarse hoy día?” “Así es.” “¿Tiene usted idea de cómo caminaban las serpientes antes del diluvio?” “No, señor.” “¿Sabe usted si caminaban sobre la cola o no? Parece que William J. Bryan tenía dificultades para responder…
            Ese interrogatorio marcó los espíritus dejando la impresión de que el campo evolucionista había obtenido una victoria. Sin embargo, la sentencia fue anulada por defecto de forma, haciendo imposible así cualquier recurso por inconstitucionalidad. La causa creacionista tenía una fuerte cobertura mediática y la ley de Tennessee siguió en vigor hasta… 1967. En otros estados, leyes semejantes vieron la luz. Pero lo que es más importante, los partidarios de la creación divina consolidaron sus posiciones, consiguieron expurgar, poco a poco a Darwin de los manuales escolares y se organizaron con mayor eficacia.
            En los años 80, una segunda cruzada retomó el banderín desarrollando una argumentación más sofisticada. Pero la continuidad con el Proceso del mono resulta evidente: si el hombre desciende del mono, si las teorías de la evolución debieran ser admitidas, ello significaría que la Biblia deja de ser la referencia intocable. Y una vez más son los ambientes fundamentalistas los que proporcionan las fuerzas vivas de la nueva cruzada. Al igual que a comienzos del siglo, el objetivo principal era la escuela, y una vez más se privilegió la vía legislativa. En 1981, en el punto álgido de la campaña, una ley votada en la Cámara del estado de Arkansas por 69 votos a favor y 18 en contra precisaba que “en las escuelas públicas del Estado se deberá ofrecer una enseñanza equivalente del creacionismo y del evolucionismo”. El estado de Luisiana aprobó un texto similar, y muchos más proyectos de ley fueron propuestos en no menos de 26 estados.
            Los profesores de biología, los investigadores, los laicos, que no podían dar crédito a lo que estaban viendo, se quedaron petrificados ante lo que descubren tras la decisión de Arkansas. Se trataba de una gangrena profunda, alimentada por un oscurantismo cuidadosamente manipulado. En realidad, el proceso de 1925 no había marcado el fin del activismo de los fundamentalistas. Muy al contrario, se habían ido implantando pacientemente escuela tras escuela, y habían conseguido hacer evolucionar insidiosamente los libros de texto. Ante los intereses marcados por el mercado, los editores habían comprendido, y habían ido purificando los manuales de año en año, de manera que Darwin tenía poco espacio en ellos. Bastantes enseñantes habían aprendido a ser discretos para no atraer la furia de las asociaciones creacionistas, que se habían vuelto terriblemente activas entre los padres de alumnos.
            Pero las cosas habían empezado a cambiar en los años 60. El Congreso se lanzó a una renovación del sistema educativo (la competencia con los soviéticos que han conseguido lanzar el Sputnik está al rojo vivo…). Se renuevan también los libros de biología al amparo de comisiones formadas por universitarios que colocan la teoría de la evolución en el centro de los programas. Los libros, que llevaban el sello de la gubernamental Fundación Nacional para la Ciencia, se vendían bien, lo que animó a los editores a revisar sus catálogos y a reescribir los manuales de biología volviendo a colocar a Darwin en su sitio. Ese movimiento es el que llevó a que en 1968 el Tribunal Supremo, a consecuencia del recurso de un enseñante de biología de un instituto de Little Rock que pedía aclaraciones sobre la contradicción entre un manual escolar que trataba de Darwin y una ley que prohibía enseñar la teoría de la evolución, declarara, al fin, nulas las leyes creacionistas que se habían promulgado en los años 20.
            Los creacionistas intentaron reaccionar, pero ya no estamos en los años 20: los avances tecnológicos son considerables, la genética, en plena expansión, proporciona una base material a la teoría de la evolución. Es imposible apuntarse masivamente a una interpretación literal de la Biblia. Se ha hecho necesario “ser científico”, por lo que los creacionistas, se dotan de todo el ropaje necesario para tener aspecto de ciencia.
            Se desarrolla toda una red de asociaciones que tienen como corazón al Institute for Creation Research (ICR). Se crean laboratorios, se organizan coloquios, se publican revistas científicas, e incluso se hacen tesis doctorales con el objetivo de crear una apariencia científica.
            El principal ángulo de ataque consistía en diseminar argumentos que supuestamente quebraban las hipótesis evolucionistas, para poder afirmar que la teoría de la evolución “no es más que una teoría”, “no es un hecho”, y que por lo tanto, no puede reclamar ningún monopolio.
            ¿Cómo se concilia la idea de que la tierra tiene efectivamente alrededor de cuatro mil millones de años con una relato bíblico que sitúa la creación en hace sólo unos pocos miles? Los creacionistas se burlan de lo que llaman especulaciones de los científicos que suponen que las leyes de la física son invariables den el tiempo. “¿Cómo lo probáis?”. “¿Quién os lo ha dicho?”. Las dudas e incertidumbres de los científicos se convierten en su alimento principal, y los creacionistas manejan a su antojo la menor controversia entre científicos. Por ejemplo, las discusiones alrededor del Big Bang y ciertas interpretaciones metafísicas hacen las delicias de los partidarios de la interpretación bíblica. “Eso es un acto de fe”; “una mera suposición”; “y antes del Big Bang qué había?”, ironizan. Y sobre los fósiles cuyo origen remonta a decenas o centenares de miles de años también tienen su pero: “¿cómo nos aseguramos de que los procedimientos de datación son válidos?”. Pero la obra maestra del sofisma la constituye la afirmación de que “Dios creó la Tierra hace 10.000 años, y entonces pudo crear esas tasas de los isótopos radioactivos que hoy utilizamos en los métodos científicos de datación”. Está claro que no se trata de debate científico sino de sembrar la duda entre el gran público.
            Ser científico supone también avanzar argumentos positivos a favor de la Creación, por lo que se montan andamiajes seudocientíficos donde el no especialista tiene dificultades para darse cuenta del camelo, para identificar la impostura tras un vocabulario de apariencia científica. Por ejemplo, una incursión en los tiempos de las mediciones del campo magnético puede demostrar que es imposible que la tierra pueda tener más de 10.000 años.
            Y, claro, si tanto la teoría de la evolución como el relato bíblico de la Creación contienen una parte de especulación, no se trata en realidad más que de dos teorías, ninguna de las cuales puede pretender un derecho exclusivo a ser enseñada en el sistema educativo. Y así, en nombre del pluralismo, de la tolerancia, de la libertad de conciencia, y hasta de la libertad científica, se va a reivindicar un trato equilibrado para las dos.
            Sin embargo, el montaje no iba a resistir la prueba jurídica. La ley de Arkansas fue finalmente anulada por una sentencia de la justicia del mismo Estado. El presidente del tribunal, el juez Overton, analizó cuidadosamente los argumentos creacionistas frente a la Primera Enmienda de la Constitución que estipula que no se podrá dictar “ninguna ley que tenga por objeto el establecimiento de una religión o la prohibición de su libre ejercicio”. La decisión del Tribunal Supremo examinaba en detalle la jurisprudencia sobre el tema, estableciendo que “no se podrá establecer ningún impuesto, de cualquier clase, para sostener una actividad o una institución religiosa”, y con el fin de “impedir que la religión establezca una censura o ejerza una coacción”, aunque sea de manera muy sutil, la sentencia recuerda la obligación del Estado de mantener “una educación estrictamente laica”.
            Al juez Overton sólo le quedaba demostrar en qué aspectos la ley de Arkansas y los argumentos creacionistas no eran más que proselitismo religioso cuidadosamente maquillado. Overton pasó por el cedazo las pretensiones científicas de los creacionistas partidarios del tratamiento equilibrado, y las refutó una a una. La demostración era suficientemente precisa, detallada y elocuente para que el estado de Arkansas optara por renunciar a recurrir contra la sentencia.
            CON EL APOYO DE G.W. BUSH. El movimiento fundamentalista está viviendo un renacimiento inquietante en los Estados Unidos desde la reelección de George W. Bush. La tercera cruzada empieza a avanzar aunque en realidad la segunda ha proseguido durante los años 90 al nivel de los consejos de escuela, aprovechando la debilidad del sistema educativo americano: su descentralización.
            “Tenemos, en este momento, la mejor situación política que jamás hayamos tenido”, explica Jayd Henricks, uno de los responsables de Family Research Council. Esta asociación de la derecha radical cristiana no desaprovecha un tema: centenares de grupos están en activo en todo el país, con el apoyo de los electos locales, introduciendo en los textos legislativos las medidas anti-aborto, anti-gay, anti-Darwin... La escuela vuelve a ser de nuevo un blanco privilegiado.
            Los manuales escolares y los reglamentos interiores forman el eslabón débil, bien identificado, elegido como objetivo. Según una información publicada por la Asociación Americana de Profesores de Ciencias (NSTA), 31 % de los enseñantes se sienten constreñidos a incluir en sus cursos ideas ligadas al creacionismo, debido a la presión de los padres o de los alumnos.
            Pero, aunque siga existiendo una continuidad con las cruzadas anteriores, es importante subrayar un elemento nuevo: Dios, la Biblia y la Creación van perdiendo. Los precedentes fracasos jurídicos han sido asimilados. El diseño inteligente (Intelligent Design) ha tomado el relevo: los seres vivos son tan complejos que han tenido que ser creados por un ser superior, y no pueden ser el simple resultado de un proceso de evolución como el descrito por Darwin. La tesis sigue siendo creacionista: Dios ha creado la vida con la programación de la evolución que conduce al hombre. Pero aunque ya no se refiera a una interpretación literal del relato de la Creación, no busca más que establecer un puente entra la Biblia, las ciencias y la educación. No se trata pues de una resurgencia del antagonismo entre ciencia y fundamentalismo, sino de una tentativa de vuelta sobre la dicotomía entre fe y conocimiento materializada en la laicidad.
            Al comienzo del curso del año 2000 el estado de Kansas votaba la suspensión de toda referencia a la evolución en los programas de todas las escuelas dependientas del Estado, desde la infantil hasta el fin de la escolarización. No se prohibía la teoría de la evolución sino que se declarada optativa, no sujeta a examen. Tras las elecciones, esa medida fue anulada para el comienzo del curso siguiente. Cuatro años más tarde, tras nuevas elecciones, el Consejo escolar del estado de Arkansas volvía a votar nuevos programas que autorizan una lectura crítica de la teoría darwiniana de la evolución.
            Desde el año 2000, los consejos de por lo menos siete estados han intentado hacer lo mismo. Los debates a nivel de escuela o distrito escolar son incontables. Así como la segunda cruzada creacionista había recibido el sostén del presidente en ejercicio, Ronald Reagan, los partidarios del diseño inteligente pueden contar con el actual inquilino de la Casa Blanca. George W. Bush declaraba el 1 de agosto de 2005: “Lo primero es que las decisiones deben ser tomadas al nivel local, en los distritos escolares, pero pienso que las dos deben ser enseñadas correctamente […] Así, las personas podrán comprender en qué consiste el debate […] Una parte de la misión de la educación consiste en presentar a las personas las diferentes escuelas del pensamiento.”
            En numerosos aspectos la organización de esta cruzada se asemeja a la precedente: una apariencia científica (con el Discovery Institut), una intensa actividad a en los consejos escolares… a la espera de la ocasión para hacer aprobar una legislación anti-darwinista. El resultado dista de ser obvio si se tienen en cuenta los sondeos del instituto Gallup que analiza la opinión pública al respecto desde 1982.
            En 2004 ―pero los resultados evolucionan poco desde 1982―, el 35% de los americanos piensa que el hombre se ha desarrollado a lo largo de millones de años a partir de formas de formas de vida menos avanzadas, pero que Dios ha guiado ese proceso; el 45% afirma que Dios ha creado al hombre hace menos de 10.000 años, poco más o menos como es ahora; y sólo el 13% piensa que el hombre se ha desarrollado a lo largo de millones de años a partir de formas de vida menos avanzadas, sin intervención de ningún Dios. Así pues, no deben sorprender demasiado los resultados de otro sondeo, del Instituto Harris, a propósito de la enseñanza de la evolución en las escuelas. A la pregunta “Independientemente de sus creencias personales, ¿qué piensa usted que se debe enseñar en las escuelas públicas?” Las respuestas son: “La evolución sólo”, 12%; “el creacionismo sólo”, 23%; “el diseño inteligente sólo”, 5%; y, los tres, 55%.
            La separación de las iglesias y el Estado como viene recogida en la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos ha resultado ser el principal soporte de las diferentes decisiones de la justicia contra de las pretensiones creacionistas. Podría pues parecer sorprendente que la América de Bush se declare “en cruzada en nombre de Dios” contra los enemigos a todo lo ancho y largo del planeta. Es la mejor prueba, en efecto, de que los textos legales, los textos constitucionales, que instituyen la laicidad representen una garantía para el ciudadano y una muralla eficaz (pero no infalible…; puede que Tribunal Supremo se pronuncie un día en sentido diferente). Ahora que hemos celebrado en Francia el centenario de la ley de 1905, la lección tiene su importancia.

 La ofensiva no perdona a Francia

            La descentralización del sistema educativo de los Estados-Unidos ha dejado abiertas numerosas puertas por las cuales los creacionistas se han colado desde hace un siglo. Sin duda es una gran diferencia con el sistema francés, que hace que sea poco probable que asistamos en Francia a lo que se ha visto en los Estados Unidos. Cabe señalar, en todo caso la actividad de la Université interdisciplinaire de Paris (UIP), organización financiada con fondo privados, que no tiene de universidad más que el nombre, que trabaja activamente por la introducción de la espiritualidad en las ciencias y en la sociedad y por la curación de los males que nos aquejan. No es abiertamente creacionista, y sin duda un buen número de sus miembros están lejos de serlo, pero está elaborando, poco a poco, lo que servirá de soporte científico y manantial de alimentación para la versión más presentable del creacionismo, el Intelligent Design.
            La difusión en el canal Arte, el 29 octubre de 2005, de un documental titulado Homo sapiens, una nueva historia del hombre impregnado de creacionismo a la Intelligent Design, exponía la teoría de Anne Dambricourt. Esta señora, investigadora del CNRS, es igualmente miembro del UIP y firmante de una petición del famoso Discovery Institut que proclama su escepticismo “ante la pretensión de dar cuenta de la complejidad de la vida por medio de las mutaciones aleatorias y la selección natural” y que alienta a llevar a cabo “una investigación en profundidad sobre la validez de la teoría darwinista”. Alertados a tiempo por los medios científicos y por algunas asociaciones (como la Asociación Francesa para la Información), los responsables de la cadena emitieron, tras la difusión del documental, una entrevista con dos científicos que expusieron los errores y las debilidades de la teoría presentada.
            Podemos felicitarnos de que, al fin, la gente se interese en Francia por la cruzada creacionista americana, que se desarrolla también en de otros continentes. Y tanto mejor si ese espíritu nos hace más vigilantes frente a toda ingerencia de la religión en la ciencia o en el sistema educativo. Deberíamos añadir el rechazo a toda ingerencia ideológica. Y ligando con esto último, recordemos que ha sido en Francia donde un ministro ha descalificado un informe del Inserm donde se hacían evaluaciones de diferentes psicoterapias; precisamente un informe que él mismo había encargado. Y que también es en Francia donde el Parlamento ha aprobado una enmienda definiendo lo que debe ser la historia oficial y el papel (positivo) de la presencia colonial francesa en ultramar.
            ¿Estamos seguros? Por el momento sí. Pero permanezcamos sobre aviso: información científica y laicidad siguen siendo las mejores vacunas.



NOTA. Jean-Paul Krivine es redactor en jefe de Science et pseudo-sciences», la revista de Afis (www.pseudo-sciences.org). Es miembro del consejo de administración de la Unión Racionalista.