Jesús Martín

Para entender Oriente Próximo
El lobby israelí y la política exterior de Estados Unidos, de John J. Mearsheimer y Stephen M. Walt (Taurus, 2007, 616 páginas, 22 euros). 
(Página Abierta, 190, marzo de 2008)


            Si es cierto que EE UU persigue la paz entre palestinos e israelíes, ¿por qué sus gobiernos ponen tantas trabas? ¿Cuándo empezó su privilegiada relación con Israel? ¿Quién estuvo realmente detrás de la invasión de Iraq? Éstas son algunas de las preguntas que muchos nos hemos hecho y a las que este libro responde con profusión de datos. Publicado en castellano a finales del año pasado, El lobby israelí ofrece, además, una clarificadora revisión de la situación actual en Oriente Próximo. Ha sido considerado por algunos analistas como el libro más interesante desde que se publicó El choque de civilizaciones de Samuel Huntington.
            Lo primero que quieren dejar claro estos dos profesores universitarios de Chicago y Harvard es que no tienen nada contra Israel y mucho menos contra los judíos. La advertencia podría sobrar en Europa, pero no en Estados Unidos. Ser calificado de “antisemita” puede resultar peligroso en un país donde el temor a esa acusación hace que mucha gente no exprese en voz alta sus reservas sobre la conducta de Israel.
            Ellos sí lo hacen. Sus argumentos parten de una premisa cuyos fundamentos intentan demostrar a lo largo de todo el volumen. Mearsheimer y Walt sostienen que «muchas de las políticas que se han seguido en beneficio de Israel ponen ahora en peligro la seguridad nacional de Estados Unidos». Culpan de esas políticas a la influencia de lo que llaman el lobby israelí y, lo que sorprende aún más, aseguran que también repercuten negativamente en Israel: «Al hacer que resulte de difícil a imposible que el Gobierno de EE UU critique la conducta de Israel y lo presione para que cambie algunas de sus contraproducentes políticas, el lobby puede estar incluso poniendo en riesgo el porvenir a largo plazo del Estado judío».
            Pero ¿cuáles son las razones por las que Estados Unidos se comporta de ese modo? Los autores analizan los argumentos estratégicos y morales posibles. Sobre los primeros, recuerdan varias ocasiones en las que Israel actuó por su cuenta y en contra de los intereses norteamericanos. Califican al Estado hebreo de “aliado dudoso” puesto que, cuando se trata de su propia supervivencia, suele actuar por su cuenta sin importarle nada ni nadie más. Son mucho más contundentes en lo que se refiere a los argumentos morales. Teniendo en cuenta el comportamiento habitual de los israelíes, dicen literalmente que «si Estados Unidos tuviera que decidir de qué lado está basándose únicamente en consideraciones morales, respaldaría a los palestinos, no a Israel». Y como anécdota relata un desliz del ex primer ministro Ehud Barak reconociendo que de haber nacido él entre los palestinos «se habría apuntado a una organización terrorista».
            Cabría deducir, entonces, que Estados Unidos actúa en función de lo que piensan los ciudadanos norteamericanos, pero no es así. Ni siquiera se puede afirmar que el apoyo incondicional a Israel cuenta con el respaldo de la inmensa mayoría de los judíos que viven en el país. Los autores aseguran que «no es un lobby judío porque un 36% de los judíos estadounidenses no se sienten unidos emocionalmente a Israel». Hay grupos judíos que critican a Israel y, sobre todo, su presencia en los Territorios Ocupados, pero son habitualmente arrinconados por los grupos del lobby que apoyan al Estado hebreo y que están íntimamente relacionados con los neoconservadores de Estados Unidos. Es más, recuerdan que los judíos se mostraron menos entusiastas que el conjunto de la población norteamericana hacia la guerra de Iraq y que siguen manteniendo esa misma posición.
            Y tampoco es un lobby judío porque en él participan, de forma nada desdeñable, algunos grupos cristianos evangélicos. Les califican de “importante socio recién llegado” y sitúan sus orígenes en la teología del “dispensacionalismo”, una forma de “premilenarismo” que afirma que el mundo experimentará un período de tribulaciones cada vez más graves hasta la hora en que regrese Cristo. Cuanto más grave la situación, más cerca el “segundo advenimiento”, deben pensar ellos. Rechazan la solución biestatal por la que ahora aboga incluso el presidente Bush, apoyan a los colonos de manera entusiasta y promocionan viajes turísticos a “Tierra Santa” que suponen para Israel unos beneficios de unos 1.000 millones de dólares al año. 
            Uno de sus representantes llegó a decir que «no existe eso que se ha dado en llamar los palestinos». Sobre ello, Mearsheimer y Walt opinan que la prescripción de Cristo «amarás al prójimo como a ti mismo» está manifiestamente reñida con el tratamiento que da Israel a sus ciudadanos palestinos.

¿Qué es el lobby israelí?

            Los autores definen el lobby como «una inarticulada coalición de individuos y organizaciones que trabaja activamente para mover la política exterior de Estados Unidos en una dirección favorable a Israel». Lo forman, entre otros, periodistas y académicos que dedican una gran cantidad de sus escritos a defender el apoyo firme y constante al Estado hebreo.
            Sostienen que, si no fuera por los empeños del lobby, la política norteamericana en Oriente Próximo sería significativamente distinta de cómo es hoy. Y rematan con el argumento que justifica su libro: «La mayor parte de las medidas políticas por las que abogan no defienden el interés ni de Estados Unidos ni de Israel; ambos países estarían significativamente mejor si Estados Unidos adoptase un enfoque distinto».
            El resultado de su trabajo repercute directamente en la opinión pública estadounidense, que apoya toda orientación proisraelí y no cuestiona el respaldo incondicional que presta EE UU a Israel, ni siquiera el económico. Su ayuda anual equivale a un subsidio de más de 500 dólares (unos 400 euros) al año para cada israelí. Además, mientras la mayoría de los países agraciados reciben su parte en plazos trimestrales, Israel percibe la totalidad de la ayuda en los primeros 30 días del año fiscal. Y parte de ella va a parar a la construcción de asentamientos en los Territorios Ocupados, una práctica a la que Estados Unidos se opone de manera oficial.
            También hacen la vista gorda sobre el armamento nuclear israelí mientras, gracias de nuevo al lobby, llaman la atención del mundo acerca del programa iniciado por Irán.Es lo que los autores llaman “el lobby en acción” y que se traduce en las peculiares políticas que Estados Unidos lleva a cabo en Oriente Próximo y que son, a la postre, dañinas para sus propios intereses.
            Aseguran que el lobby desempeñó un papel fundamental en la decisión de atacar a Iraq. «Es posible que, de no haber existido –dicen literalmente–, la guerra no se habría producido». Con todo, el fracaso más flagrante de Estados Unidos en la zona es no haber logrado un acercamiento entre israelíes y palestinos a pesar de habérselo propuesto tras el 11-S como estrategia para no regalar más argumentos al terrorismo de Al Qaeda. Y es porque, cada vez que la Administración de Bush daba pasos como éste, el lobby actuaba con eficacia para neutralizar sus esfuerzos.

Siria, Irán y Líbano

            Los mayores enemigos de Israel son Siria e Irán. Y, por extensión, lo son también de Estados Unidos, a pesar de que ambos países han manifestado en diversas ocasiones su voluntad de acercamiento. Por ejemplo, a la ayuda ofrecida por las autoridades iraníes durante la guerra de Afganistán, señalando posibles objetivos, facilitando la cooperación con la Alianza del Norte e incluso colaborando en misiones de búsqueda y rescate, el presidente Bush respondió en 2002 incluyendo al régimen de los ayatolás en el denostado “eje del mal”.
            Algo parecido ha sucedido con Siria, país al que atribuyen una capacidad militar que no llega a la quinta parte de la israelí. El embajador de Siria en Washington llegó a decir: «Cuanto más hablamos de paz, más nos atacan». Y todo ello porque a Israel le interesa que Siria sea tratada como un enemigo hostil y peligroso, ya que no tiene ninguna intención de retirarse de los Altos del Golán.
            El resultado de ello es el apoyo incondicional de ambos países a organizaciones enemigas de Israel como Hamas y Hezbolah y la ausencia de una ayuda que podría resultar esencial para combatir a Al Qaeda, enemigo declarado de Estados Unidos, al contrario que los otros dos grupos.
            En su repaso a los recientes errores cometidos en Oriente Próximo resaltan el caso de Líbano y la guerra llevada a cabo por Israel en el verano de 2006. «Esta guerra –dicen– también supuso un gran revés para Estados Unidos. Debilitó al Gobierno de Siniora en Beirut, cuya elección constituía uno de los pocos éxitos de la política norteamericana». El conflicto, añaden, consolidó la alianza informal existente entre Hezbolah, Siria e Irán, e intensificó el antiamericanismo en toda la región.
            A pesar de todo, de nuevo gracias al lobby, la votación en la Cámara de Representantes cuyo texto condenaba a Hezbolah y apoyaba la política de Israel en Líbano se aprobó por 410 votos contra 8.
            Con todos esos datos, analizados y bien contrastados en su mayoría, los dos profesores proponen un cambio radical de política. Sugieren una alternativa que identifique los intereses de Estados Unidos, diseñe la estrategia para alcanzarlos, establezca el Estado de Palestina y transforme el lobby en fuerza constructiva. Para evitar el riesgo de volver a enfangarse en guerras como la de Iraq, apoyan una estrategia de contrapeso a distancia en lugar de intentar transformar sobre el terreno la compleja realidad de la región.
            Como es obvio, el libro ha tenido muchos detractores, y uno de ellos es un viejo conocido en este país, Shlomo Ben Ami. El ex ministro israelí de Exteriores (y ex embajador en Madrid) pone en tela de juicio que una nación pequeña se haya apoderado de la política exterior de una superpotencia a la que ha obligado a actuar contra sus intereses nacionales. A fin de eludir la responsabilidad de Israel y de quienes le apoyan en Estados Unidos, asegura algo en lo que, a pesar de todo, estamos de acuerdo: «El presidente Bush es perfectamente capaz de cometer barbaridades en su política exterior sin la ayuda de ningún lobby particular».