Jesús Martín Tapias
¿Hacia un nuevo mapa de Oriente Próximo?
(Página Abierta, 231, marzo-abril de 2014).

Ante un panorama tan desastroso como el actual  (guerra en Siria, bombas en Irak y en Líbano, fragmentación en Egipto, etc.), Estados Unidos pretende devolver a Irán, el país más estable, el protagonismo geoestratégico que tuvo en épocas anteriores. Las negociaciones directas entre ambos empezaron hace un año, y aunque hay obstáculos e intereses que parecen insalvables, el resultado podría ser un nuevo equilibrio de fuerzas en la región más complicada del mundo.

Después de 35 años de agrio enfrentamiento, y con los ayatolás todavía gobernando Irán, parece una utopía. Pero si su programa nuclear desaparece del escenario dentro de algunos meses, como prevé el acuerdo firmado en noviembre en Ginebra, el camino del entendimiento estará bien pavimentado. Estados Unidos dejará de ser el “Gran Satán”, como le bautizó Jomeini, e Irán abandonará el primer puesto en la lista norteamericana de países que apoyan el terrorismo.

Para Irán es una cuestión de supervivencia. Casi cuatro décadas de teocracia y, sobre todo, los efectos económicos de las sanciones internacionales derivadas del programa atómico, han provocado en la sociedad persa un malestar sin precedentes, visible en las calles y en las manifestaciones culturales que llegan a Occidente, una incertidumbre sobre el futuro que ya ni siquiera es capaz de paliar el sentimiento nacionalista generado alrededor de su derecho a desarrollar ese programa con fines pacíficos.

Aparentemente ajeno a dicho escenario, Estados Unidos lleva tiempo contemplando esa evolución como un observador interesado. En los anales del Departamento de Estado todavía permanece el recuerdo de la época anterior a 1979, cuando Irán era un aliado crucial de Occidente en el enfrentamiento de la Guerra Fría contra la Unión Soviética. Otros atributos importantes los recordaba recientemente Serge Michel en Le Monde: es uno de los pocos países estables de la región, posee valiosos recursos energéticos y una población de 70 millones de habitantes educados y con proyección de futuro. Todo un lujo en comparación con vecinos como Afganistán o Irak.

No existe certeza sobre el origen de la idea, pero lo cierto es que, con esta realidad en mente, el Departamento de Estado norteamericano fue tejiendo, a partir de 2011, una red de contactos cuyo objetivo era facilitar el acercamiento con el enemigo. Tarea complicada sobre la que pesaba la interrupción absoluta de relaciones diplomáticas provocada por la crisis de los rehenes de 1979, cuando miembros de la Guardia Revolucionaria mantuvieron a 52 norteamericanos como rehenes en la embajada de Estados Unidos en Teherán durante 444 días.

Los pasos de la diplomacia secreta

Ocurrió en un lugar seguro de Mascate, la capital del sultanato de Omán. Entre marzo y noviembre de 2013, altos funcionarios de la Administración norteamericana se reunieron con representantes del Gobierno iraní, en secreto por supuesto, al menos en cinco ocasiones. Según destapó la agencia Associated Press, en los encuentros participaron dos vicesecretarios del Departamento de Estado y un asesor del vicepresidente Joe Biden, a quienes finalmente se unió la responsable de la negociación nuclear con Irán, Wendy Sherman.

Quien haya seguido la serie norteamericana Homeland, uno de cuyos hilos conductores, curiosamente, es la intención de un jefe de la CIA de propiciar el acercamiento con Irán, debe saber que la realidad es menos épica que la ficción. Nada de introducir agentes dispuestos a asesinar al jefe de la inteligencia iraní. Tan solo hubo reuniones exploratorias, y se eligió Omán por sus buenas relaciones tanto con Estados Unidos como con los dos grandes rivales de la región, Arabia Saudí e Irán.

Se entenderá, por tanto, que la supuesta cobertura de Teherán a los líderes de Al Qaeda, fundamentalmente suníes y apoyados por poderosas familias saudíes, no tiene ningún sentido, a pesar de que el asunto parezca creíble tanto en la citada serie televisiva como en el imaginario de muchos norteamericanos que tienden a identificar a Irán con el terrorismo yihadista. Un error interesado, por supuesto, que merece la pena mencionar para entender mejor el conflicto.

Más bien ocurría todo lo contrario, ya que por parte iraní también había predisposición a ese acercamiento con Estados Unidos. Según el New York Times, el ayatolá Jamenei, líder supremo iraní, ya había sugerido en marzo la existencia de negociaciones directas con el “Gran Satán”. En su discurso del año nuevo iraní, el 21 de ese mes, manifestó que no se oponía a ello, pero que «primero los norteamericanos deben cambiar su hostilidad hacia Irán».

Obama cumplió su parte, incluso asumiendo cierto riesgo, puesto que en paralelo sostenía una tensa batalla contra demócratas y republicanos del Congreso (que aún prosigue) que proponían un endurecimiento de las sanciones contra Irán mientras él ofrecía a Teherán, en secreto, justo lo contrario. El resultado fue ese acuerdo firmado en Ginebra el 25 de noviembre que, si tiene éxito, puede transformar por completo las problemáticas relaciones entre los actores de Oriente Próximo.

Posibles consecuencias para la guerra de Siria

Quizá la primera consecuencia de ese acercamiento entre Occidente e Irán podría haber sido su participación en la conferencia Ginebra II, destinada a conseguir un alto el fuego en Siria. A través de miembros de la Guardia Revolucionaria y, sobre todo, de las milicias chiíes libanesas de Hezbolá, Irán constituye el principal apoyo bélico del régimen de Bashar el Asad y, por tanto, es uno de los actores a tener en cuenta en la búsqueda de una solución diplomática, objetivo declarado de la comunidad internacional.

Así lo entendió el secretario general de la ONU, que envió a Teherán una invitación a participar en Ginebra II unos días antes de su comienzo, el 22 de enero. Ban Ki Moon alegó que, según su información, Irán estaba dispuesto a apoyar una transición sin El Asad, según lo acordado en la conferencia anterior. Pudo tratarse de un globo sonda, ya que nadie en Teherán lo confirmó. En consecuencia, la oposición siria protestó enérgicamente y Estados Unidos tuvo que revertir la situación para garantizar al menos el comienzo de la reunión. Ban Ki Moon retiró la invitación a Irán solo unas horas después de haberla emitido, pero la confusión generada en torno a este asunto hace pensar que lo ocurrido puede ser el preludio de una futura participación de Irán en la solución a la guerra de Siria siempre y cuando su comportamiento en los próximos meses lo justifique.

Ese acercamiento también podría servir para neutralizar el papel de Rusia, que veta sistemáticamente en el Consejo de Seguridad de la ONU cualquier condena al régimen sirio. Moscú empieza a poner en entredicho la cada vez más incómoda figura de El Asad, lo que a la larga podría suponer un derrocamiento pactado. En esa misma línea se sitúa el hecho de que la reunión de Ginebra haya sido auspiciada por Washington y Moscú, o incluso el acuerdo alcanzado por ambos para destruir el arsenal químico de El Asad en lugar de un ataque de represalia, como pretendía Estados Unidos tras constatar que el régimen utilizó ese tipo de armas en un barrio de las afueras de Damasco en agosto.

De haber sucedido, Estados Unidos habría sido víctima de una estrategia impulsiva y poco meditada, ya que un hipotético ataque contra el régimen sirio habría tenido consecuencias nefastas para su estrategia a medio plazo. La forma de evitarlo fue un tanto casual, pero eficaz. El secretario de Estado Kerry declaró medio en broma que la única forma de evitar un ataque sería la entrega a la comunidad internacional del arsenal químico de Siria. Rusia aprovechó la ocasión. El responsable de Exteriores, Serguei Larov, le tomó la palabra y se comprometió a mediar para hacer posible la entrega y evitar el ataque. También contribuyó, cómo no, una votación realizada unos días antes en el Parlamento británico en la que se rechazó la participación del Reino Unido en una acción militar contra Siria.

En aquel momento, además, ya era evidente la fuerza de los grupos yihadistas próximos a Al Qaeda que operan en la zona (Frente Al Nusra y Estado Islámico de Siria y el Levante, ISIS), que habrían sido los principales beneficiados de la debilidad repentina del régimen. La creciente presencia de estos grupos, que han mantenido choques armados con el resto de la oposición, ha frenado el envio de armas por parte de Estados Unidos y Europa por temor a que puedan acabar en las manos equivocadas. Todo ello contribuyó a calmar la situación y tuvo dos consecuencias: desgaste del prestigio norteamericano como gendarme internacional y el enquistamiento de la guerra civil en Siria, con nefastas consecuencias para la población.   

Y de paso, arreglar la cuestión palestina 

Una escalada de la tensión habría tenido repercusiones en toda la región y, aunque de manera indirecta, podría haber afectado negativamente a la negociación entre israelíes y palestinos. Este último intento por solucionar el conflicto también lo auspicia Estados Unidos con gran interés, como demuestran los continuos viajes a la zona del secretario de Estado John Kerry, y forma parte de la estrategia norteamericana de resolver los problemas de la región a medio y largo plazo. Todo ello para mayor gloria de Obama, que a estas alturas ya está pensando en el legado que dejará como presidente.

Aunque su fragilidad es evidente: igual que en todos los anteriores procesos de paz, han pasado muchos años desde el último intento real con posibilidades de éxito, las reuniones auspiciadas por el presidente Clinton en el año 2000, y entre medias han desaparecido del panorama dos elementos fundamentalmente disuasorios, Yaser Arafat y Ariel Sharon. Así lo entiende Obama, quien, ahora que se vislumbra un posible arreglo, tiene más dificultades para avanzar en el lado israelí que en el palestino.

La relación del presidente norteamericano con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, que nunca fue buena por la oposición de Obama a la construcción de asentamientos judíos en Cisjordania, ha empeorado visiblemente a raíz del acercamiento a Irán. También ha contribuido a ello la decisión de no atacar Siria tras el episodio de las armas químicas de agosto. Israel esperaba que una acción bélica provocara una represalia por parte de Teherán que le hubiera servido como excusa perfecta para arrasar las instalaciones nucleares y dejar de nuevo constancia de su supremacía militar en la región. La tensión generada habría destrozado por completo el proceso de paz y la creación de un Estado palestino independiente, un proyecto en el que no cree en absoluto.

Como apuntó el exministro de Exteriores laborista, Shlomo Ben Ami, «es una derrota política tremenda para Netanyahu. Se ha quedado sin agenda». En referencia al acuerdo con Irán, su opinión es que, además de profundizar el aislamiento de Israel y su enfrentamiento con Estados Unidos, «desmonta el principio de la derecha israelí de que Irán es un actor irracional y de que la guerra prima sobre la diplomacia para garantizar el futuro de Israel».

La estrecha vinculación entre los dos contenciosos, el iraní y el israelopalestino, la evidenció recientemente el ministro de Exteriores iraní, Mohamed Javad Zarif. Después de participar en la Conferencia de Seguridad de Munich, a principios de febrero, Zarif declaró a una televisión alemana que su país se plantearía la posibilidad de reconocer a Israel si alcanzara un acuerdo satisfactorio con la Autoridad Palestina. El cambio de discurso con respecto a las amenazas de Ahmadineyad de «echar al mar a los judíos» lo confirma asimismo su declaración de que el Holocausto fue «una tragedia cruel que no debe volver a ocurrir».

La Conferencia de Munich fue una reunión muy significativa puesto que de allí salió también la última señal de alejamiento entre Estados Unidos e Israel. Además de advertir de una campaña de «deslegitimación» contra Israel, el secretario de Estado Kerry dijo que «se habla de boicot y cosas de ese estilo». Y esta vez no hablaba de Irán, sino del país por cuya seguridad y bienestar lleva tres décadas luchando, según puntualizaron sus ayudantes. Ahora solo falta que ese evidente enfado expresado en los foros públicos se traslade realmente a la diplomacia privada entre ambos países, estrechamente unida por medio de acuerdos de seguridad. Sería una señal definitiva a la que habrá que estar atentos.

Suníes contra chiíes con Al Qaeda de por medio

En la búsqueda de ese nuevo mapa de Oriente Próximo también hay que tener en cuenta el histórico enfrentamiento entre suníes y chiíes y echar un vistazo al cambio en la relación entre Estados Unidos y Arabia Saudí. Ha sido aquí, además de en Israel, donde más consternación ha provocado el acercamiento a Irán, ya que este movimiento geoestratégico ha interferido directamente en la histórica pugna entre ambos países, máximos representantes del sunismo (Arabia) y el chiismo (Irán), por el liderazgo del islam, una lucha casi tan antigua como la religión musulmana.

Ryad se siente de repente debilitada a favor de su máximo rival y percibe cierto desinterés de Estados Unidos por una relación que hasta ahora ha sido fundamental para la seguridad de toda la zona. Y ello por dos motivos: por un lado, Estados Unidos ya no depende tanto del petróleo saudí gracias al hallazgo de grandes reservas en su propio territorio extraíbles por el polémico método del fracking; por otro, los saudíes consideran casi una traición el hecho de no haber atacado Siria tras el episodio de las armas químicas. Para ellos, esa acción habría supuesto el espaldarazo definitivo a los suníes moderados que cuentan con su apoyo en contra del régimen alauí apoyado por Irán.

En marzo está prevista una visita del presidente Obama a Ryad que servirá para aclarar la situación. Todo indica que la Administración norteamericana intentará tranquilizar a los saudíes y manifestará su intención de no abandonar la zona. Por varias razones. Primero porque el petróleo continúa siendo fundamental para Occidente y porque allí al lado, en Bahréin, está instalada la Quinta Flota que vigila el golfo Pérsico, precisamente por ese motivo. También, y no menos importante, porque Oriente Próximo continúa siendo uno de los principales campos de batalla de la lucha contra Al Qaeda. Y, por último, porque «China aumenta su protagonismo en una región clave» como apunta el periodista Raúl Zibechi, con un interés especial por el petróleo saudí del que ya importa cantidades importantes.

En la nueva configuración geoestratégica tendrá gran importancia el frágil equilibrio entre suníes y chiíes, que pasa por un momento muy delicado debido a la guerra de Siria. Es allí, fundamentalmente, donde se libra la principal batalla, con Irán y Hezbolá apoyando al régimen alauí, una rama del chiismo, y las monarquías del golfo, además de Turquía, sosteniendo a la oposición en nombre del sunismo.

Capítulo aparte merecen los grupos inspirados en Al Qaeda (ISIS y Al Nusra) y que han cobrado un enorme protagonismo en los últimos meses. En principio cuentan con la enemistad de ambos bandos y este hecho es el que podría propiciar, finalmente, un entendimiento inicial entre el régimen de El Asad y la oposición moderada en la Conferencia de Ginebra que, no debe olvidarse, está auspiciada por los principales aliados de cada parte, Estados Unidos y Rusia.

La guinda del pastel la pondría un principio de acuerdo entre israelíes y palestinos a finales de abril. Tanto Arabia Saudí como Irán son adalides de la causa árabe frente al invasor judío. Ryad, porque ha planteado un par de proyectos de paz que se aprecian como viables; e Irán porque siempre ha utilizado la opresión a los palestinos como justificación de su odio a Israel. Un arreglo inicial del principal cáncer que pudre las relaciones en la zona desde hace más de medio siglo facilitaría de manera sustancial el establecimiento de todo tipo de acuerdos. Ello repercutiría positivamente en Líbano, adonde se ha trasladado últimamente el conflicto sirio en forma de coches bomba, y en Irak, donde el enfrentamiento entre suníes y chiíes se cobra cada vez más víctimas y amenaza con desestabilizar de nuevo el país.

Este panorama, además de la incertidumbre que puede generar en Egipto, el país árabe más poblado, el regreso de los militares al poder, justifica perfectamente el interés de Estados Unidos por Irán y en diseñar un nuevo equilibrio de fuerzas en la zona, con una hipotética paz temporal entre suníes y chiíes incluso a costa de una posible partición de Siria a la manera de Bosnia, como apuntaba recientemente el exdiplomático británico David Owen. Los tres pilares serían un Irán domesticado, una Arabia convencida de que Estados Unidos mantiene su apoyo incondicional y un Israel seguro de que el persa no llegará nunca a fabricar la bomba atómica. Si en algún momento surge la más mínima sospecha, Israel y Arabia Saudí estarían dispuestos a unir sus fuerzas para destruir los centros nucleares iraníes. Ello constituiría un serio varapalo para la paz en esa atormentada región, pero tampoco puede descartarse.