Jesús Martín Tapias
El fracking en Europa y la diplomacia del gas
(Página Abierta, 232, mayo-junio de 2014).

La crisis de Ucrania les ha venido como anillo al dedo a quienes tratan de impulsar la extracción de gas en Europa por medio de la técnica de la fractura hidráulica. “El enfrentamiento con Rusia aumenta los llamamientos para iniciar el fracking en Europa”, rezaba recientemente un titular de The Washington Post. Poco antes, a raíz del asunto de Crimea, The New York Times anunciaba una nueva era basada en la diplomacia norteamericana del petróleo y la posibilidad de inundar Europa de gas y petróleo para desplazar a los hidrocarburos rusos.

No han sido los únicos. La prensa europea ha albergado durante los últimos meses un intenso debate sobre la necesidad de aprovechar esta crisis para deshacerse de una vez por todas de lo que algunos consideran una insana dependencia del gas procedente de Rusia.

El ejemplo que ponen los partidarios de seguir este camino es el de Estados Unidos. Los norteamericanos han pasado más de medio siglo organizando guerras, algunas muy caras en vidas y dólares, a fin de asegurarse la llegada del petróleo necesario para desarrollar su economía. Para Washington ha sido una cuestión de mera supervivencia hasta que, de repente,  por mor de una nueva técnica que empezó hace 25 años, están a punto de conseguir un objetivo tan enormemente estratégico como es la autosuficiencia energética.

Incluso podrían exportar gas y petróleo en poco tiempo, algo que, como narra Francisco Castejón en estas mismas páginas, conllevará muy probablemente una nueva forma de afrontar las relaciones internacionales por parte del país más poderoso del  mundo.
En ese terreno el futuro esconde todavía más incertidumbres que certezas, pero resulta tentador especular con la posibilidad de que Estados Unidos pueda algún día distanciarse de un socio tan incómodo como Arabia Saudí. O que ello permita un acercamiento definitivo a Irán y una nueva manera de encarar el conflicto entre árabes e israelíes. Todo está por ver, pero no cabe duda de que una Norteamérica sin ataduras energéticas tendrá un departamento de Estado mucho más poderoso y eficaz.

Tampoco sería algo nuevo. En sus tiempos como responsable de la diplomacia norteamericana, Hilary Clinton creó una sección dedicada a utilizar el petróleo que empezaba a fluir gracias al fracking como instrumento geopolítico en defensa de los intereses de Estados Unidos en el mundo. Un cometido más tangible que nunca después de haber desbancado a Rusia como primer productor de gas natural gracias a esa técnica.

Europa is different

Esta realidad supone una novedad importante también para Europa, pero con una notable diferencia: una vez más, la falta de unidad de los socios comunitarios a la hora de afrontar el asunto. 

He aquí algunos ejemplos: la opción de seguir igual, pendientes de que Putin pueda chantajear con sus hidrocarburos a fin de recuperar la influencia perdida en países como Ucrania, es la que menos le gusta al Reino Unido. El primer ministro británico, David Cameron, afirmó recientemente que para su país el fracking se ha convertido “en un deber”, y expresó su frustración porque no se haya emprendido ese camino de la misma manera que en Estados Unidos. La gran industria británica, por su parte, teme que los bajos precios que pagan por el gas sus homólogos del otro lado del Atlántico les haga mucho más competitivos en el mercado internacional. Muy en su contra juega la idiosincrasia inglesa: saben que no será fácil convencer a propietarios y vecinos de la plácida y verde campiña inglesa de que deberán aguantar ruidos y potenciales riesgos para el medio ambiente por luchar contra los rusos.

Este último es también el ánimo que más pesa entre los alemanes de a pie, e incluso el Gobierno de Angela Merkel sabe que lo tiene difícil. Consciente de que una tercera parte del gas que necesita Alemania procede de Rusia, afirmó recientemente que era necesaria “una nueva mirada a la política energética en su conjunto”. Esas palabras crearon expectativas en el lobby alemán del fracking, pero fueron más un deseo que una realidad. Y esta la impone la política. El nuevo Gobierno de coalición se ha comprometido a desprenderse de la energía nuclear a lo largo de la próxima década, lo que mantendrá, e incluso podría aumentar, la necesidad del gas ruso. De hecho, hace algunas semanas Merkel tuvo la oportunidad de bloquear dos acuerdos energéticos con empresas rusas, una de ellas Gazprom, y no se atrevió a hacerlo.

También hay que tener en cuenta a Polonia que, por razones históricas, es el país que más está apostando por el fracking. El pánico a depender de Rusia como en los tiempos soviéticos ha propiciado el apoyo del Gobierno actual a esa técnica. El primer ministro, Donald Tusk, propuso recientemente una moratoria de seis años en los impuestos especiales a las empresas que se dedican a ello. Es donde más ha avanzado e incluso algunas compañías lo ponen como ejemplo de lo que pretenden hacer en España. Aun así, después de cuatro años de búsqueda no se ha avanzado mucho y algunas empresas con licencias de exploración, Exxon Mobil entre ellas, han abandonado el país después de concluir que las reservas no son comercialmente viables.

En la persecución de una “diplomacia del gas”, o del fracking, siempre queda la posibilidad de que Estados Unidos ponga en práctica su amenaza de “inundar” Europa de ese producto para neutralizar a Rusia. Pero aquí son razones técnicas las que se interponen. La exportación de hidrocarburos tendría que hacerse a través de depósitos transportados en barco o avión y ello requiere una infraestructura que todavía está en mantillas. Se calcula que no empezaría a funcionar de manera significativa hasta finales de 2015 y que tardarían una década en llegar cantidades suficientes para sustituir el gas ruso.

Lo más posible es que para entonces los habitantes de Crimea ni se acuerden de cómo eran los colores de la bandera ucraniana. Aun así, a la hora de valorar la situación, también hay que tener en cuenta que Moscú no ha utilizado el arma del gas como en anteriores ocasiones. Ha aumentado el precio a Ucrania, que estaba muy bonificado, y exige el pago inmediato de las facturas, pero nada que ver con lo ocurrido en 2009, por ejemplo, cuando Gazprom interrumpió las exportaciones a través de Ucrania y causó una crisis humanitaria en los Balcanes y estragos económicos en varios países europeos.

Tanta contención se debe a que la situación económica de Rusia no es nada boyante, y si bien es cierto que Europa depende de su gas, el bienestar de los rusos depende en gran parte de los ingresos que obtienen de la venta de hidrocarburos. Por prometedora que parezca, la diplomacia del fracking, al menos en Europa, tendrá que esperar.