Jesús Martín
EE UU reaviva la amenaza nuclear
(Página Abierta, 162, septiembre de 2005)

«En el lugar de la explosión, ésta crea un cráter de 100 metros de profundidad y 400 de diámetro. Al cabo de un segundo, la atmósfera se enciende y se transforma en una bola de fuego de 800 metros de diámetro». Así comienza un informe realizado en el año 2000 por la Asociación de Físicos Internacionales para la Prevención de la Guerra Nuclear en el que se describen los efectos probables de una sola arma nuclear de un megatón, de las que existen docenas en los arsenales ruso y estadounidense.
Y continúa de la siguiente manera: «La superficie de la bola de fuego irradia el triple de luz y calor de un área comparable en la superficie solar, extingue en cuestión de segundos toda forma de vida que esté debajo y emite radiaciones a la velocidad de la luz que provocan graves quemaduras instantáneas a las personas situadas en un área de hasta casi cinco kilómetros. Doce segundos después, la onda expansiva de aire comprimido alcanza una distancia de 5 kilómetros y arrasa fábricas y edificios de oficinas. [...] Al menos el 50% de la gente situada en la zona muere de forma inmediata antes de sufrir los efectos de la radiación o la tormenta de fuego subsiguiente».
Algo muy parecido sucedió en Hiroshima hace ahora 60 años, y es un recordatorio que utiliza el que fuera secretario de Defensa de Estados Unidos en los años sesenta, Robert McNamara (1), para advertir de un riesgo muy bien conocido por él, que pudo haberse repetido con motivo de la crisis de los misiles de Cuba y que, en su opinión, vuelve a estar de plena actualidad por culpa del país al que sirvió desde tan alto cargo.
Y no le faltan motivos para preocuparse. A principios de este año, el Gobierno norteamericano encargó a sus expertos el estudio de un programa destinado a diseñar una nueva serie de armas nucleares más modernas y eficaces con el fin de reemplazar a las aproximadamente 10.000 que aún tiene en su poder. El  programa se completaría con la renovación de cabezas atómicas y plataformas lanzamisiles e incluso con un escudo nacional contra misiles balísticos para mejorar la capacidad de contraataque.
Aún no es más que un proyecto, pero ya han empezado a activarse muchas alarmas. «El proyecto para diseñar una nueva generación de armas nucleares eleva el riesgo de que se dispare la carrera nuclear mundial», decía un editorial del New York Times en el mes de febrero. Al propio McNamara le parece asombroso que tantos años después de terminar la guerra fría, la política nuclear de Estados Unidos siga siendo la misma. E igualmente alerta de la posibilidad de que, si se mantiene esta política, será inevitable la proliferación de armas nucleares. Además de Corea del Norte e Irán, que ya han alcanzado un nivel preocupante, países como Egipto, Arabia Saudí, Siria y Taiwan no tardarían en ponerse a trabajar en sus propios arsenales. Y con la tecnología nuclear campando libremente, incluso Osama bin Laden podría llegar a conseguir su objetivo declarado de fabricar una bomba atómica.
Si bastante llamativa resulta la advertencia de McNamara, no es menos alarmante la realizada recientemente por Joseph Rotblat (2), premio Nobel de Física y firmante, en 1955, de un manifiesto, junto a Albert Einstein, Bertrand Russel y otros científicos, que avisaba de las crudas consecuencias de una guerra nuclear. A sus 97 años, y como único componente vivo de aquel grupo, dice tener la obligación de actualizar aquella advertencia.

Fracaso del TNP

La reaparición del anciano Rotblat se debió precisamente a un hecho que a él le pareció preocupante, pero que ha pasado desapercibido para la mayoría de la población: el fracaso de las negociaciones para renovar el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), firmado en 1970. La Conferencia de la ONU que se realiza con este fin cada cinco años fracasó estrepitosamente en mayo ante la imposibilidad de conciliar las posturas de Estados Unidos, Irán y Egipto acerca de la nueva situación creada al conocerse el acercamiento iraní a la tecnología nuclear. Egipto, por su parte, insistió en la necesidad de imponer a Israel ciertas restricciones respecto a la transferencia de material nuclear. Estados Unidos se opuso tajantemente, y el resultado fue el mencionado fracaso de la ronda.
El secretario general de la ONU, Kofi Annan, considera que lo ocurrido es muy grave, ya que, durante los últimos 35 años, el TNP ha evitado que se hiciera realidad la predicción de que en este momento habría en el mundo un mínimo de 25 países con armas nucleares. El Tratado no ha podido impedir cierta desbandada, especialmente desde su última revisión en 2000 (Corea del Norte se retiró en 2003, Libia ha admitido que trabajó en un proyecto clandestino durante años, y se ha descubierto que Irán ha estado haciendo lo mismo durante casi dos décadas), pero se ha consolidado como el único foro supranacional capaz de evitar males mayores.
A la vista de lo sucedido, Kofi Annan ha recordado que en el mundo hay unas 27.000 armas nucleares desplegadas y varios miles de ellas están en alerta permanente,  es decir, dispuestas a entrar en acción con un margen de 20 minutos. También ha llamado la atención sobre la existencia de redes clandestinas de contrabando de material nuclear, como la del científico pakistaní A. Q. Khan, que han demostrado que la proliferación no es solamente cosa de los Estados. Y por todo ello ha pedido a las naciones que integran la ONU que la reunión anual de jefes de Estado y de Gobierno de septiembre sirva para desbloquear las negociaciones del TNP.

El caso iraní

El nudo más difícil de desenredar es el debate que enfrenta a los países que insisten en que la expansión de la tecnología del ciclo de combustible nuclear es una amenaza intolerable que conduce sin remedio a la proliferación (que son los del llamado Club Nuclear, con EE UU a la cabeza) con los que reclaman su derecho a utilizar la tecnología nuclear con fines pacíficos, según recoge el propio TNP. El caso más notorio es Irán.
En el país de los ayatolás, el derecho a desarrollar un programa atómico es una cuestión de orgullo nacional. Por un lado se basa en las necesidades energéticas de un país de 70 millones de habitantes que sólo tiene capacidad para producir unos 30.000 megavatios de electricidad, mientras que la demanda esperada durante los próximos años sobrepasa los 100.000. Para las autoridades de la república islámica es, además, una vía para acabar con los problemas que le ha causado el aislamiento internacional al que ha estado sometida desde la revolución de 1979. La inmensa mayoría de los políticos que se presentaron como candidatos a las elecciones de junio, e incluso los reformistas que no lo han hecho como forma de presión contra el régimen, están de acuerdo en que su país tiene derecho a utilizar la tecnología nuclear con fines pacíficos.
Y lo que es más importante en Irán: el Consejo de los Guardianes de la Constitución, una institución ultraconservadora por la que pasan todas las leyes del país, aprobó recientemente la legislación sobre “Adquisición de tecnología nuclear para fines pacíficos”, al certificar que es conforme a la sharia o “ley islámica”.
Según un experto, el Irán actual está dividido entre quienes apoyan esto último y quienes opinan que su país debería desarrollar el arma nuclear con el fin de defenderse de un posible ataque de Estados Unidos o Israel. Y ambos han mostrado ya su inquietud. Cuando se descubrió que Irán había ocultado la realización de experimentos con plutonio y que se preparaba para comenzar un programa de enriquecimiento de uranio, las autoridades estadounidenses iniciaron una campaña de presión contra ese país que desencadenó una serie de amenazas mutuas.
Finalmente, como señal de buena voluntad, el Gobierno iraní accedió a paralizar su programa y negociar su futuro con tres países de la Unión Europea (Francia, Alemania y Reino Unido). Estados Unidos también se comprometió a aceptar su mediación, pero amenazando con pedir al Consejo de Seguridad de la ONU el establecimiento de sanciones contra Irán si se resiste a abandonar definitivamente sus ansias nucleares.
Después de varios meses de negociaciones insustanciales, los tres países europeos se han comprometido a realizar este verano una propuesta seria que pueda convencer a Irán. Y visto lo anterior, cualquier posible oferta tendrá que ser especialmente jugosa si de verdad quieren conseguir apartar a la república islámica de ese camino.
Sobre toda la negociación pesa una espada de Damocles que procede de Washington y, especialmente, de los “halcones” que rodean al presidente Bush y que más de una vez han dado a entender que Irán podría ser el próximo país de Oriente Medio a “democratizar”. De hecho, Seymour M. Hersh, famoso periodista que ha destapado varios casos especialmente vergonzosos para la Casa Blanca, como el de los abusos en la prisión iraquí de Abu Ghraib, escribió un artículo titulado “The coming wars” (“Las próximas guerras”), en el que advertía de que Estados Unidos había introducido aviones espías en Irán para identificar posibles objetivos militares.       

Las armas de Corea del Norte

Otro claro ejemplo de proliferación nuclear motivada por una enemistad declarada es Corea del Norte, uno de los países considerados por Estados Unidos como “Focos de Tiranía”, la versión modernizada del famoso “Eje del Mal”. Casi en paralelo a la negociación con Irán, el Gobierno norcoreano ha mantenido conversaciones con Corea del Sur, China, Japón, Rusia y Estados Unidos sobre su programa nuclear y sobre sus misiles de alcance intermedio en los que podría llegar a instalar cabezas atómicas.
Corea del Norte abandonó el TNP a principios de 2003 después de ser acusado por Estados Unidos de estar desarrollando un programa secreto de enriquecimiento de uranio. A principios de este año, el régimen de Pyongyang anunció a los cuatro vientos que posee armas nucleares y que se retiraba de las conversaciones a seis sobre la cuestión. A pesar de todo, Estados Unidos no se ha tomado demasiado en serio la amenaza, procedente en este caso de un país empobrecido cuya población se alimenta en buena parte gracias a la ayuda internacional.
A finales de junio, en lo que supuso una nueva vuelta de tuerca de su errática política, el dirigente norcoreano Kim Jong-il ofreció a Estados Unidos el desmantelamiento de sus misiles de medio y largo alcance si Estados Unidos aceptaba establecer lazos diplomáticos con su país.
En todo caso, las negociaciones con Irán y Corea del Norte, así como las que no tardarán en surgir con cualesquiera otros países que intenten hacerse con la cada vez más asequible tecnología nuclear, serán mucho más difíciles debido a la intención del Gobierno norteamericano de extender su programa nuclear hasta límites insospechados.
Y esta misma ambición pesará como una losa sobre la revisión del TNP que Kofi Annan pretende que se realice en septiembre. En el momento culminante de la ronda anterior, el embajador iraní ante la ONU, Javad Sharif, acusó a Estados Unidos de desear el fracaso del TNP para poder desarrollar sus iniciativas en ese campo sin problemas de ningún tipo. «Si observamos la Historia –añadió Sharif–, las armas nucleares están en las manos más peligrosas».
Y en lo tocante al resto de los humanos, conviene tener muy en cuenta una de las frases que aparecen en el apocalíptico artículo de Robert McNamara: «La incierta combinación de la capacidad humana para errar y las armas nucleares engendran un altísimo riesgo de catástrofe atómica».

_______________________
(1) “Apocalipsis no”, en Foreing Policy, edición española, junio-julio de 2005.
(2)  “The 50-year shadow”, en International Herald Tribune, 18 de mayo de 2005.