Jesús Maraña

‘Las corrupciones’, de Juan Luis Cebrián

(Infolibre, 8 de noviembre de 2014).

 

Hay cosas que si no se escriben en caliente, seguramente jamás las escribiríamos, o al menos no lo haríamos de la misma forma. Lo que sigue está escrito en caliente, después de leer la página publicada este sábado en el diario El País bajo la firma de su presidente y director-fundador, Juan Luis Cebrián. Lleva por título ‘Las corrupciones’ (que podría estar inspirado en el estupendo libro de Jesús Torbado, aunque no se cite).

Vayamos por partes, como haría Jack El Destripador pero sin la menor acritud.

– Sostiene Cebrián en el primer párrafo que, aunque sean “muchos y sonados los casos de abuso, fraude, robo, blanqueo..." que parecen haber cometido “cientos de políticos, empresarios y representantes sindicales en nuestro país...” lo peor no es eso, porque al fin y al cabo tiene razón “la casi totalidad de la clase política” cuando asegura que “los delincuentes son una minoría”. Lo peor según Cebrián es que “ninguno, o muy pocos” reconocen que nos hallamos ante una “tangentópolis a la española, en donde la corrupción es sistémica”, y sólo podrá ser atajada “con medidas que reformen en profundidad el sistema”.

Ha tardado tanto tiempo Cebrián en darse cuenta del carácter “sistémico” del problema que hasta resulta enternecedor cuando termina ese primer párrafo expresando su gran preocupación ante la posibilidad de que el “actual régimen político” pueda “implosionar, llevándose por delante lo que hasta ahora había sido el periodo de mayor libertad, estabilidad política y crecimiento económico de la historia de España”.

– Sostiene Cebrián en el segundo párrafo (y es el mismo Cebrián que en los meses anteriores a las elecciones europeas del 25-M ni se enteró, como tantos de nosotros, de la fuerza de Podemos), que esos “recién llegados”, “una expresión populista de las enfermedades infantiles del socialismo”, constituyen “la principal amenaza a nuestra democracia”. Pero no por ellos mismos, incapaces para Cebrián de hacer la O con un canuto, sino por lo que denominan “la casta... el entramado político, social, económico y mediático que viene gobernando este país en las últimas décadas”.

En este punto ya no se sabe si el autor no se ha tomado la medicación o si supone que todos sus lectores toman pastillas para borrar la memoria. Escribe Cebrián ¡en tercera persona! sobre “el entramado político y mediático que ha gobernado...” Como si él hubiera estado en Marte durante los últimos 35 años. Como si no hubiera sido el periodista y después empresario con mayor influencia en la política española. Como si no supiera lo que significa eso de las “élites extractivas” que él mismo cita. Como si no hubiera dirigido y presidido el diario y el grupo multimedia de mayor audiencia, con todos los recursos a su alcance para haber denunciado desde el origen (o al menos en su apogeo) el carácter “sistémico” de la corrupción rampante.

– Sostiene Cebrián en el tercer párrafo algo que quizás tenga que reprocharle el Defensor del Lector de su propio periódico. “Corren rumores, probablemente fundados...” Hubo un tiempo en que el Libro de Estilo de El País prohibía expresamente hacerse eco de rumores (por muy fundados que fueran). Su fundador y presidente da veracidad a los rumores que dicen que “la deferencia permanente de las cadenas televisivas de Berlusconi y Lara” con los líderes de Podemos, “a los que han encumbrado ofreciéndoles tribuna permanente” sería fruto del análisis de “los consejeros electorales del PP” para fomentar la fragmentación de la izquierda.

Que la irrupción de Podemos provoca la fragmentación en la izquierda es algo que podría haber deducido Kiko Rivera, Paquirrín, sin dejar de pinchar discos, que es lo suyo. Podría detenerse Cebrián en analizar las causas que han facilitado el enorme espacio que parece ocupar Podemos en la izquierda. Podría haber citado, por ejemplo, el hecho de que la mayor catástrofe electoral del PSOE en su historia no dio paso desde 2011 a una renovación profunda imprescindible que buscara la recuperación del electorado perdido, sino a dos años largos de caída en picado mientras Cebrián defendía a capa y espada a Alfredo Pérez Rubalcaba como guardián de las esencias del “régimen” frente a esos “infantiles” experimentos de primarias abiertas o cualquier otra propuesta que pusiera en riesgo los sillones de tantos amigos o compañeros de viaje. Según Cebrián, la irrupción de Podemos se debe a una confabulación estelar entre los asesores del PP, los italianos (unos romanos, otros venecianos) que controlan las dos grandes cadenas privadas de televisión (gracias también a la 'inmejorable' gestión especulativa del propio Cebrián al frente de Prisa) y los méritos de una corrupción “sistémica” que por supuesto no tiene nada que ver con “el periodo de mayor libertad, estabilidad..." y blablablablablá de la historia de España.

– Sostiene Cebrián en el cuarto párrafo que la solución está en las “reformas estructurales”, que concreta en la ley electoral, la financiación de los partidos, una reforma de la Administración que “elimine miles de municipios y cargos políticos...”, la lucha contra el fraude fiscal, el reforzamiento de la independencia judicial, etcétera, etcétera. Nada que no haya reclamado, por ejemplo, la Izquierda Plural reiteradamente.

Se viene tan arriba Cebrián en la exigencia de reformas que hasta propone “incorporar a las escuelas una educación para la ciudadanía que instruya a las nuevas generaciones en los valores cívicos de la democracia...” No cita el autor el hecho de que el PP eliminara de un plumazo esa asignatura, ni tampoco recuerda que él mismo, ante una junta de accionistas de Prisa, se felicitó de que la “Ley Wert” que suprimía la Educación para la Ciudadanía mejoraría sin embargo los resultados de la compañía en los siguientes ejercicios, gracias a la venta de nuevos textos escolares por la editorial Santillana.

– Sostiene Cebrián en el quinto párrafo que las instituciones del “régimen” están tocadas. Desde la monarquía hasta el Tribunal Constitucional o el de Cuentas hasta el mismísimo Parlamento, “viva expresión de la lejanía de los partidos hacia sus votantes”; incluso “los medios de comunicación, enfrentados a una verdadera crisis existencial”.

Lo dice el presidente de El País que lleva más de diez años diciendo que la prensa se muere, a la vez que regala en Internet un día antes los contenidos del papel que vende al día siguiente. Lo dice el mismo que ha ido prescindiendo de centenares de periodistas al tiempo que seguía incrementándose sus bonus e incentivos, a la vez que su grupo de comunicación se hundía en la bolsa e iba vendiéndose a trozos. Además de crisis existencial, parece una injusta y desigual agonía.

– Sostiene Cebrián en el sexto párrafo que este análisis precedente no es catastrofista. “De ninguna manera”. La corrupción, aunque sea sistémica, no es generalizada sino que produce “un comportamiento anormal y con cierta frecuencia delictivo en el uso y manejo de los fondos públicos”. ¿Sólo en lo público? ¿No ha visto Cebrián que las corrupciones que dan título a su artículo son imposibles sin LOS CORRUPTORES? ¿No tiene interés Cebrián en averiguar quién se ha dedicado durante los últimos 35 años a sobornar, adular, engordar y corromper a conciudadanos elegidos para representarnos en las instituciones?

No se hace Cebrián esas preguntas sino que va directamente a la solución. Y la solución está... pamparabampampampam... en las propuestas del Consejo Empresarial para la Competitividad, que define como “la única alternativa concreta al programa de Gobierno”. Donde estén las soluciones que propongan los cuatro o cinco grandes del Ibex que se quiten todos los partidos políticos, nuevos o viejos. “Si los mayores empresarios ofrecen un plan para que el paro descienda vertiginosamente en nuestro país...” (Alierta anunció esta semana que con ese plan podrían crearse 2.300.000 empleos en cuatro años). En una cosa tiene razón Cebrián: ese plan del Consejo de Competitividad “merece un debate en toda regla y sin chascarrillos”. Deberíamos analizar exactamente cuáles serían los motores de ese crecimiento y qué tipo de “empleos” crearían; si se contempla o no elevar el salario mínimo o eliminarlo; si admiten topes salariales a los grandes ejecutivos o la flexibilidad sólo afecta a los trabajadores; si alienta estímulos públicos a nuevos sectores que sustituyan al ladrillo o sólo interesa incentivar la venta de automóviles; si la generación "más preparada de la historia y blablablabla" tiene que seguir emigrando o quedarse para ocupar puestos de camareros o pinches de cocina; si cuando las grandes empresas reclaman reducir el fraude fiscal incluyen o no el compromiso de no pagar impuestos en Luxemburgo, Irlanda o Panamá sino aquí, donde lo hacemos los asalariados o los autónomos... Ese debate no sólo es interesantísimo sino muy conveniente.

Como diría Cebrián, corren rumores (absolutamente fundados) de que algunos de los principales miembros del Consejo de la Competitividad se sientan a su vez como acreedores (y ya involuntarios accionistas) en el consejo de administración de Prisa, lo cual puede hacer mucho más convincente para Cebrián cualquier plan que se proponga desde el poder económico a los partidos políticos.

– Sostiene Cebrián en el séptimo y último párrafo que “estamos en el umbral de una renovación generacional y de cuadros como no ha existido desde el inicio de la Transición”. Cebrián acaba de cumplir 70 años y ya hace casi dos que explicó a su plantilla que los periodistas de más de 50 años no encajaban en la nueva etapa del periódico. Pero en este párrafo está la conclusión de la página y la solución a ‘Las corrupciones’. El autor hace una reivindicación explícita de “la democracia representativa y del bipartidismo mitigado [sic] como mejores métodos de garantizar la alternancia en el poder y...”

Aquí puede haber tenido un lapsus. ¿No debería ser al revés en todo caso? Cebrián concluye su página con el mensaje que quiere lanzar: la defensa del bipartidismo (no cita pero se entiende la necesidad probable de una Gran Coalición PP-PSOE que “mitigue” la fragmentación de la izquierda) como única garantía de la democracia frente al “populismo”, el “nacionalismo irredento”, “los cuentos chinos de los tertulianos de la tele”, etcétera. Pero lo que escribe es que el bipartidismo garantiza “la alternancia del poder”. Que realmente es lo coherente con la biografía de Juan Luis Cebrián. Lo esencial no es la política sino el poder; lo importante no es tanto el periodismo como el negocio periodístico; lo preocupante no es tanto que haya corrupción “sistémica” sino que la podredumbre del sistema llegue a descuartizar los mimbres del poder.

Cebrián puede estar acertado en parte de su diagnóstico, y sólo el futuro dirá en qué medida exacta. ¿Será Podemos un movimiento netamente táctico, de carácter populista, cuya última intención sea sustituir a una "casta" por otra y merendarse a tanta gente digna de la izquierda con la excusa de la 'renovación generacional'? Lo dirá el tiempo, pero sobre todo lo dirán los ciudadanos, a los que Cebrián podría tratar también como mayores de edad que no tienen por qué caer ingenuamente en las trampas que tienden consejeros del PP, tertulianos de la tele y demagogos sin cuento.

'Las corrupciones' no era el título original de aquella novela publicada por Jesús Torbado en 1965. La censura prefirió ese título al de 'Las descomposiciones' que había puesto el autor. Y a ese título respondería mejor el fondo del artículo de Cebrián, todo un aviso del miedo a la descomposición del sistema. Un aviso que emerge tras la última encuesta de El País, el barómetro del CIS y otros sondeos electorales. Después de meses resistiéndose a asumir que algo muy serio está ocurriendo en la sociedad civil, suenan todas las alarmas y los guardianes del poder tocan a rebato. Puestos a sugerir lecturas a portavoces del miedo, viene a cuento recordar a un periodista insobornable, Manuel Chaves Nogales, que vivió y sufrió una España a la deriva: "Si los españoles abusan alguna vez de libertad, démosles más libertad aún, porque los males de libertad sólo con libertad se curan". Libertad sin ira, claro.